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CAPITALISMO Y TRABAJO INFANTIL


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Capitalismo y trabajo infantil
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Capitalismo y trabajo infantil

Los niños ¿no trabajarán más? Esta pregunta es el título del enésimo artículo hipócrita publicado en el Global March, sobre la marcha contra el trabajo infantil dirigida por las «Organizaciones no gubernamentales» (así llamadas) de todo el mundo. Iniciada el 1° de enero desde Asia, América Latina y África, tras haber atravesado más de 100 países abanderando un cartel, tomado como símbolo, que decía «niños a la escuela, adultos al trabajo y explotadores a la cárcel», ha llegado a Ginebra el 4 de junio para la apertura de la octogésima sexta conferencia internacional de la OIT, la agencia de las Naciones Unidas para el trabajo.
«Los representantes de los 174 países presentes han votado unánimemente una ‹Declaración internacional de los principios y de los derechos sobre el trabajo› a través de la cual se llegará el próximo año a la aprobación de una Convención Internacional. El objetivo es la eliminación del trabajo infantil partiendo de sus formas peores: el trabajo forzado, la esclavitud, la prostitución infantil, la pornografía, la producción y el tráfico de drogas, y toda forma de trabajo o de actividad que pueda dañar la salud, la seguridad o la moralidad de los niños. Pero las declaraciones, ya se sabe, no son vinculantes» («Voluntarios por el desarrollo», octubre 1998).

Nosotros sabemos con seguridad que bajo el dominio mundial de este sistema de producción, los niños han trabajado siempre y trabajarán más mañana, con o sin «declaraciones vinculantes» porque no se trata de buena o mala voluntad de algunos empresarios, de comportamiento civil o incivil de otros, sino de leyes inmanentes a la producción capitalista que la competencia y el mercado imponen, especialmente en períodos de crisis, para la supervivencia misma del sistema. Toda la historia moderna del trabajo nos enseña que el capitalismo – si no es obligado con la fuerza de la movilización permanente de la clase obrera – respeta solamente las leyes de su propio desarrollo.

El modo de producción capitalista
«ha hecho de la dignidad personal un simple valor de cambio (…) El proletariado, la clase de los obreros modernos, vive solamente si encuentra trabajo, y encuentra trabajo solo en tanto que su trabajo aumenta el capital. Estos obreros, que están obligados a venderse al minuto, son una mercancía como cualquier otro articulo de comercio, y por esto están igualmente expuestos a todas las vicisitudes de la competencia, a todas las oscilaciones del mercado (…) Cuanta menos habilidad y fuerza exige el trabajo manual, es decir cuanto más se desarrolla la industria moderna, tanto más es suplantado el trabajo de los hombres por el de las mujeres y los niños. Las diferencias de sexo y edad no tienen ya ningún valor social para la clase obrera. No son más que instrumentos de trabajo, cuyo costo varía según la edad y el sexo» («Manifiesto del Partido Comunista»).

Y aún, inequívoco:
«El capital tiene un único impulso vital, el de valorizarse, generar plusvalia, absorber con su parte constante, con los medios de producción, la masa más grande de plusvalor posible. El capital es trabajo muerto que resucita, como un vampiro, solo chupando trabajo vivo, y tanto más vive cuanto más chupa». (Marx, «El Capital», libro primero, cap. 8)
«Ciertamente, con el cambio de los países y de las épocas de la civilización también varía el carácter propio del trabajo medio simple, pero en una sociedad determinada este carácter está determinado. Un trabajo más complejo vale solamente como trabajo simple potenciado o más bien multiplicado, de modo que una cantidad menor de trabajo complejo es igual a una cantidad mayor de trabajo simple. La experiencia enseña que esta reducción se da constantemente. Una mercancía puede ser el producto del trabajo más complejo de todos, pero su valor la equipara al producto de trabajo simple y representa por ello solo una determinada cantidad de trabajo simple» («El Capital», I, cap. 1).

Absorber el trabajo de los niños durante 10, 12, 15 y más horas al día es algo que siempre ha existido, y es todavía, estrechamente ventajoso, y esto nos dice también que nada nuevo ha cambiado en los últimos 150 años de civilizado desarrollo capitalista. La situación está extendida hasta un punto tal que las malsanas organizaciones pseudo humanitarias de la ONU han promovido sus hipócritas iniciativas de «sensibilización de la opinión pública», como si ésta última fuese la responsable y no el Capital. El fin real de tantas lamentaciones es evitar la movilización de clase, con la movilización «de las conciencias».

«Son 250 millones de niños con edades comprendidas entre los 5 y los 14 años que trabajan en países en vías de desarrollo: una cifra redoblada respecto a las estimaciones precedentes. Es esta la denuncia contenida en un nuevo informe de la ONU, del cual resulta que 120 millones de niños trabaja a jornada completa y 130 a tiempo parcial. El 61 % (casi 153 millones) en África y el 7 % (17,5 millones) en América Latina. Pero también en los países industrializados el fenómeno del trabajo infantil se está extendiendo». («Rassegna», n. 41/1996).
«Los padres de estos niños están a menudo en paro o subempleados, con una necesidad desesperante de empleo y de un salario seguro. Pero el trabajo no se les ofrece a ellos, sino a los hijos porque los niños pueden ser peor pagados. En América Latina, por ejemplo, los menores entre los 13 y los 17 años perciben, como media, la mitad del salario de un adulto con siete años de instrucción. Puesto que los niños son más dóciles, siguen las órdenes sin poner en duda la autoridad, teniendo menos poder, es improbable que se organicen para protestar contra la opresión, y además se puede abusar físicamente sin que puedan reaccionar. En síntesis, se prefiere a los niños porque es más fácil explotar/os. Muchos de los que dan trabajo, cuando se les pide responsabilidades, se justifican declarando su relativa pobreza y la necesidad de pagar salarios más bajos para poder ser competitivos en el mercado y así sobrevivir. Otros son más desvergonzados respecto a su papel, considerando la explotación del trabajo infantil como una parte natural y necesaria del orden social existente» (Unicef, «La Condición de la infancia en el mundo», 1997).

Esta situación la explica Marx del modo siguiente:
«El valor de la fuerza de trabajo se determina por el tiempo de trabajo necesario no sólo para mantener al obrero adulto individual, sino también por lo necesario para el mantenimiento de la familia del obrero. Las máquinas, lanzando al mercado de trabajo a todos los miembros de la familia obrera, distribuyen sobre toda la familia el valor de la fuerza-trabajo de éste último. La adquisición por la familia fraccionada, por ejemplo de cuatro fuerzas-trabajo cuesta quizás más de cuanto costase antes la mercancía fuerza de trabajo del jefe de familia pero a cambio se tienen ahora cuatro jornadas de trabajo en lugar de una, y su precio disminuye en proporción a la excedencia de plusvalor de los cuatro sobre el plusvalor de uno. Entonces, para que una sola familia pueda vivir, cuatro personas deben proporcionar al capital no solo trabajo, sino plusvalor. Así, las máquinas amplían desde el principio también e/grado de explotación junto al material humano de explotación que es el campo más propio de explotación del capital.» («El Capital», I, cap. 13).

El Capital se instala siempre donde cuesta menos producir sus mercancías y la actual crisis económica a nivel mundial ha evidenciado mayormente la tendencia progresiva a la disminución de la tasa general de ganancia que lleva al capital a la búsqueda continua de contramedidas para aumentar el grado de explotación del trabajo; la apropiación del plustrabajo y de la plusvalía aumentan sobre todo a través de la prolongación de la jornada de trabajo, de la intensificación del trabajo y de la reducción general de los salarios mediante la utilización de la fuerza de trabajo de precio inferior de los países en vías de desarrollo y, donde es posible, de la fuerza de trabajo infantil. Todos los actuales informes estúpidos de la prensa burguesa denuncian en todo momento la confirmación de la validez total de nuestra teoría:
«Salarios por debajo del nivel de subsistencia, horarios imposibles, explotación de los menores, clima de terror y represión de la sindicación como historias de ordinaria vergüenza».

Tomemos uno de todos ellos:
«Cerca de 160 países producen bienes de exportación ligados al sector de la moda, poniendo a gobiernos, empresas y trabajadores, los unos contra los otros en una competencia sin precedentes. La mayor parte de los 30 millones de puestos de trabajo de la industria de la moda en todo el mundo están mal pagados y son temporales. Cada vez se difunde más el fenómeno de la transferencia de puestos de trabajo hacia zonas en las que los derechos son negados completamente. Con frecuencia los salarios están por debajo del nivel de subsistencia y, casi en todas partes, disminuyen en términos reales. Lo extraordinario tiende a convertirse en obligatorio y, a menudo, no es ni siquiera retribuido. Los niños que trabajan en el sector son millones. Los intentos de sindicación son reprimidos con brutalidad, hasta el homicidio y, a medida que la globalización avanza, la situación empeora en lugar de mejorar». («Rassegna», 1996).

A propósito extraemos sólo una pequeña parte del elenco infinito que se propone de modo sensacionalista por todo el sistema de información mundial. En la presente sociedad del dinero «se venden bien» imágenes y descripciones del horror; no para suscitar indignación y revuelta sino, por el contrario, para estimular los gustos perversos de impotentes pequeño burgueses que, hojeando revistas satinadas, con un anuncio de perfume y de otras cosas, se tranquilizan de los temblores sutiles del espectáculo.

«En los últimos 10 años se han creado en El Salvador 50 000 puestos de trabajo en el sector del vestido. Las exportaciones han crecido un 4000 % pero las pagas han disminuido. La mayor parte de los 120 000 trabajadores del sector en las zonas francas de Sri Lanka viven en cuadras adaptadas, hasta 50 ó 60 personas por cuadra y sin servicios sanitarios. Poco se diferencia con Honduras, donde 4000 adolescentes trabajan codo con codo al menos doce horas diarias en los Sweat shops (literalmente ‹fábricas de sudor›) donde se trabaja en condiciones infrahumanas. En Bangladesh, cercana a Dacca, hay una ciudad entera que trabaja para subproveedores que operan para la exportación, son 30 000 de los cuales la mayor parte trabaja 20 horas al día, durante los siete días de la semana, por menos de un dólar USA al día. En los establecimientos de la Nike en Indonesia, donde 120 000 trabajan 50/60 horas y a veces incluso 70/80 horas a la semana, el salario cubre menos del 90 % de lo necesario para vivir. Para reducir todavía más los costes en el sector, aproximadamente se esclaviza, vende o revende a 5 millones de niños de 4 años. En el tercer mundo, donde la explotación es infinitamente más masiva, los niños no se destinan solamente a algunos tipos de actividad marginal: son parte integrante del sistema de producción ya se trate de agricultura, industria o artesanado».

El hecho de que en la mayor parte de los casos se trate de elaboraciones manufacturadas simples o de «bajo contenido tecnológico», nada cambia en lo referente al elevado grado de explotación de la fuerza de trabajo debido tanto a la duración de la jornada de trabajo como a la intensidad de los ritmos que los obreros se autoimponen a causa del sistema de pago a destajo o porque lo imponga la empresa en las instalaciones de montaje.

Según un informe reciente de la OIT, en algunos países en vías de desarrollo casi un tercio de la fuerza de trabajo agrícola está compuesta por niños y, subrayando su enorme contribución a la producción mundial de alimentos y de géneros agrícolas, nos presenta estas cifras:
«En Bangladesh el 82 % de los 6,1 millones de niños económicamente activos está empleado en el sector agrícola; en Brasil 3 millones de menores entre 10 y 14 años trabajan en la plantación de té, tabaco, caña de azúcar y sisal; en Kenia los menores que trabajan como braceros agrícolas son un cuarto de la fuerza laboral del sector; en Malawi trabajan en las plantaciones de tabaco el 78 % de los niños de 10 a 14 años y el 55 % de los que tienen entre 7 y 9 años. El informe prosigue con otras maravillas entre las que se encuentra: En Indonesia las niñas trabajan en las plantaciones de tabaco por 60 céntimos al día, en Nepal las pagas son tan bajas que los niños tienen que trabajar en los campos durante 14 horas al día para sobrevivir. Los mayores explotadores de mano de obra infantil son las empresas agrícolas de amplia escala».
«Gran parte de este trabajo agrícola y también del industrial se desarrolla en lugares de subarrendados nacionales, especialmente en lo que se refiere al reclutamiento de la fuerza de trabajo y de su control, mientras que sólo una mínima parte es controlada por las sociedades multinacionales que se preocupan principalmente del control de calidad y de conducir los productos a los mercados occidentales. Esta situación se ve favorecida por la extrema pobreza ya que todos los trabajadores, las empresas subarrendatarias y los países están en competencia entre ellos en el intento de ser elegidos por las multinacionales y los esfuerzos por parte de los gobiernos nacionales o de los trabajadores por mejorar las retribuciones y las condiciones de trabajo, o por limitar la actividad de una sociedad extranjera, pueden solamente empujar a la multinacional a buscar partner mejores en otros lugares» (Unicef).

Una especie de «usar y tirar» multinacional. Cuando en el interior de la Organización Mundial del Comercio, se intentó incluir una cláusula de carácter social, con criterios mínimos de comportamiento por parte de las sociedades como condición para llevar los negocios a nivel mundial, que veta la explotación del trabajo infantil, los países en vías de desarrollo la liquidaron definiéndola como una forma enmascarada de proteccionismo.
«El argumento principal para mantener su tesis ha sido que los niveles salariales y el grado de tutela social depende de la tasa de desarrollo de toda nación, y que una cláusula de carácter social sofocaría el desarrollo de los países con salarios bajos, privándolos de su principal ventaja competitiva en el comercio internacional. Incluso muchos de los que ofrecen trabajo en los países industrializados, junto a algunos gobiernos europeos, rechazan la cláusula social» (Unicef).

Estos últimos se atrincheran cándidamente tras el principio de la no ingerencia en las legislaciones extranjeras y en la contribución de su aportación para el desarrollo de los países pobres y otras amenas hipocresías del género. Un caso emblemático para todos: el reciente «escándalo» que ha rodeado a la italiana y progresista Benetton, famosa también por sus campañas publicitarias de gran compromiso social, y las inhumanas condiciones de trabajo que en sus empresas abastecedoras turcas imponían a los jóvenes trabajadores («Repubblica», 17 de octubre). Análogo al caso de los juguetes para la primera infancia producidos por la Chicco en China.

Pero también en la desarrollada Unión Europea se superan los 2 millones de trabajadores por debajo de los 15 años y en Italia se estiman en cerca de 300 000 los niños por debajo de los 15 años que son explotados clandestinamente. Incluso en los países considerados socialmente avanzados como Holanda, Dinamarca y Francia la explotación infantil aumenta y
«varias decenas de miles de niños serian de hecho trabajadores asalariados, bajo la cobertura del aprendizaje; y el 59 % de los aprendices trabajarían más de 40 horas a la semana, a veces incluso 60 horas» (C. Brisset, «Un mundo que devora a sus hijos»)

«Desde hace algunos años, este fenómeno, profundamente arraigado en la historia de los países industrializados, está resurgiendo y se consolida. En primer lugar en toda Europa central y oriental donde el empobrecimiento conjuga sus efectos con los de la desorganización general de la economía. Pero también en los países preocupados, teóricamente, de la tutela de los más débiles, como Gran Bretaña, Italia y otros países de Europa occidental. El Reino Unido sufre, también en este sector, el precio de años de conservadurismo salvaje y de desregulación sistemática, que han provocado la caída de las protecciones legales: ciertos niños, en gran parte procedentes de la comunidad de inmigrantes, trabajan en Gran Bretaña en los salones de peluquería, en los restaurantes, en las lavanderías, en las empresas de limpieza, etc. ¿Cuántos son? ¿Algunas decenas de centenares de miles? Cada estimación al respecto es arriesgada en la medida en que, en Gran Bretaña como en cualquier parte de Europa, estimaciones más o menos creíbles revelan que el trabajo de los niños de 11 años está entre el 15 y el 26 %, y de los de 15 años, está entre el 36 y el 66 %.» («Le Monde diplomatique», junio 1998)

De un estudio completo de la General Accounting Office estadounidense ha resultado un aumento del 250 %, entre 1983 y 1990, de las violaciones de las leyes sobre el trabajo infantil. En una serie de redadas por parte del Ministerio del Trabajo, fueron descubiertos 11 000 niños empleados ilegalmente. (Unicef)

«A escala planetaria el número de los niños que trabajan no deja de aumentar. En algunos países es una multitud de masas. Los niños explotados de menos de 6 años son decenas de millones. En América Latina trabaja un niño de cada 5, en África uno de cada 3, en Asia uno de cada 2» («Le Monde diplomatique», enero 1 998)

Este es nuestro comentario sintético pero incisivo, fechado en 1848:
«Las declamaciones burguesas sobre la familia y sobre la educación, sobre las relaciones intimas entre los padres y los hijos, resultan más nauseabundas a medida que la gran industria destruye todo lazo familiar para el proletario, y transforma a los niños en simples artículos de comercio, en simples instrumentos de trabajo» («Manifiesto del Partido Comunista»).

En la sublevación de los oprimidos, cuando se den determinadas condiciones, este ejército internacional de superexplotados jóvenes proletarios purísimos estará en primera línea, fuerte por los sufrimientos padecidos, por el entusiasmo y el generoso arrojo de la edad y de su clase. La revolución comunista condenará entonces entre otras la alienación de los menores en la sociedad burguesa: la del bestial plustrabajo de unos y la del ocio forzado de jóvenes parados o las necias condiciones de los «estudiantes» a tiempo completo y a vida – o casi – de los hijos de la pequeña burguesía y de la aristocracia obrera. Para la formación de los jóvenes, como afirmó Marx mucho antes que la misma pedagogía moderna lo descubriese, es esencial conjugar estudio y trabajo, en modo y tiempo adecuados a la edad, en una estrecha colaboración entre generaciones, y finalmente no debe existir la competencia. Vencido y destrozado el monstruo del mercantilismo capitalista, la sociedad de modo natural y espontáneo dedicará gran parte de su atención y de su ciencia a la comunitaria, cuidadosa y racional educación de los cachorros humanos.


Source: «La Izquierda Comunista», Número 10, Mayo 1999, pp. 32–35.

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