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TESIS Y VALORACIONES CLÁSICAS DEL PARTIDO FRENTE A LAS GUERRAS


Content:

Tesis y valoraciones clásicas del partido frente a las guerras
1. Tipos históricos de guerras
2. La guerra imperialista es inevitable
3. Evitabilidad de la guerra imperialista
4. De reformismo proletario a traición burguesa
5. El movimiento comunista frente a la crisis y a la guerra
6. La larga guerra no favorece la revolución
7. Tareas del partido en las distintas situaciones
8. Defensismo e intermedismo
9. El derrotismo revolucionario
10. Contra el indiferentismo
11. Tesis sobre la táctica
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Tesis y valoraciones clásicas del partido frente a las guerras

Publicamos las tesis sobre las guerras durante el capitalismo y sobre valoraciones históricas y actuaciones prácticas que el partido asumirá ante estas situaciones. Estas Tesis se redactaron en 1989 y se publicaron por primera vez en el número 181 de febrero-marzo de 1990 de nuestro periódico en Italia «Il Partito Comunista».

1. Tipos históricos de guerras

El marxismo descarta la valoración abstracta e insuficiente de pacifistas y anarquistas para quienes las guerras, siendo homicidas y bestiales, deben ser totalmente rechazadas y, conforme a la doctrina reelaborada por Lenin siguiendo el hilo rojo de Marx y Engels, justifica o condena una guerra determinada por su significado histórico fundamental. El rechazo a coger el fusil, como expresión de lucha contra el militarismo y la guerra en general, es idealista y metafísico. Para nosotros, estar contra la guerra está motivado históricamente, no moralmente. La misma abolición de la guerra son palabras ajenas a nosotros. La guerra es uno de los hechos que determinan las etapas del ciclo capitalista en su ascenso y declive: abolir la guerra no quiere decir mas que cerrar el ciclo antes de que alcance la solución revolucionaria.

La época abierta desde la gran revolución francesa de 1789 puede ser subdividida esquemáticamente en períodos, a cada uno de los cuales les corresponde un tipo distinto de guerra y una posición distinta por parte de los marxistas.

Primer período: desde la revolución francesa hasta la Comuna de París, 1871. Es el período de las guerras nacionales de liberación, cuyo carácter esencial fue abatir el yugo feudal, absoluto o extranjero. Han sido guerras de progreso y el apoyo marxista no se debía al hecho de que fueran guerras defensivas o patrióticas sino, por el contrario, de su naturaleza revolucionaria, útiles para la difusión de la moderna organización capitalista: guerras de agresión a países feudales como las napoleónicas fueron progresivas históricamente.

En 1871 se dio el gran desarrollo histórico del que Marx tomó nota: los gobiernos nacionales están todos confederados contra el proletariado. En Europa el período de las guerras de formación nacional se cierra con la Comuna de París. ¿Pueden existir hoy guerras progresivas y por tanto justificables? En 1951 afirmábamos que sí, podrían tal vez darse todavía pero fuera de Europa y, con Lenin, precisábamos que el criterio para establecer el tipo de guerra y si una guerra es justa es, en todo caso, el social, no el jurídico de la agresión o defensa, invasión o resistencia, conquista o liberación.

El segundo período va de 1871 a 1914 con el estallido de la primera guerra mundial y la caída de la II Internacional, pero otra fecha emblemática indicada en textos de Lenin y nuestros es 1905 que, con la revolución rusa y con la transformación imperialista del capitalismo abre un tercer período de guerras y revoluciones. Es el llamado desarrollo pacífico del capitalismo, del dominio completo de la burguesía y de su decadencia, de la concentración del poder económico y político en el capital financiero; ausencia de asaltos revolucionarios, el movimiento socialista prepara y recoge gradualmente sus fuerzas, gana en extensión, surgen los grandes partidos europeos. Gran preocupación para los marxistas en este período es consolidar y desarrollar tal proceso y la posición en lo referente a la guerra deriva de las posibles consecuencias sobre la marcha del mismo. Engels sustituye el criterio precedente de apoyo a las guerras progresivas burguesas por la defensa del partido del socialismo, amenazado por la victoria de la Rusia feudal. No más alianza con la burguesía nacional, sino ayuda condicionada, dada en plena independencia por el movimiento socialista: la guerra deberá ser conducida con «medios revolucionarios» y los socialistas no vacilarían en tomar el poder si pudieran para conseguir este fin.

En los inicios del último decenio del siglo todavía Engels, previendo la guerra general, auspicia un retraso de su deflagración por la inmadurez del movimiento: de la guerra difícilmente podría surgir la revolución entre otras cosas porque afecta a Rusia, gran reserva de toda la reacción europea, dispuesta a sofocar en su nacimiento cualquier intento revolucionario en alianza con las burguesías ya conservadoras. Las mejores posibilidades en caso de guerra estarían ligadas a la derrota de Rusia seguida allí por una revolución que habría despedazado el régimen feudal: así se verificó de modo consecuente Octubre de 1917.

La guerra de 1914 tiene un carácter totalmente distinto y entra en el tipo de guerras imperialistas, guerras no ya entre Naciones sino entre Estados capitalistas por la repartición de esclavos asalariados y mercados. En el imperialismo la parábola del capitalismo (revolución -reforma progresiva- reacción) ha sido recorrida hasta el fondo. No existen ya para el marxismo intereses nacionales a defender de reacciones feudales y el enemigo a abatir es solamente el interno. En 1914 la Rusia zarista es un residuo histórico pero, aun auspiciándose la derrota, no por esto puede apoyar la socialdemocracia al gobierno burgués alemán y hacer que la consigna sea: trabajar juntos para hacerla caer. Los comunistas revolucionarios deben guiar la lucha dirigida por el proletariado contra todos los gobiernos, por la transformación de la guerra imperialista en guerra civil, por la toma revolucionaria del poder.

A estos dos tipos (burguesas progresivas e imperialistas) Lenin añade un tercero: guerra revolucionaria, guerra entre un Estado en que la revolución proletaria ha vencido y Estados donde domina todavía el capitalismo. El marxismo no solo no excluye tal guerra, sino que la considera progresiva y necesaria: ella podrá surgir como guerra de defensa por la invasión por parte de un Estado capitalista o como guerra de ataque contra un Estado todavía burgués para sostenerse o fomentar la revolución comunista. En ambos casos no debe tomarse, so pena de caer en posiciones retrógradas nefastas, el aspecto nacional (incluso si el estado proletario es uno sólo) sino el internacionalista del choque militar entre ejércitos de clases enemigas, en cuanto que tal guerra es parte de la guerra civil mundial entre proletariado y burguesía.

Dos guerras imperialistas han devastado el mundo y en ambos casos los socialtraidores intentaron dar al proletariado una explicación «marxista» para lanzarlo a alistarse bajo banderas ajenas. Llamaron «defensiva» a la primera guerra. Son las fracciones de izquierda internacionales, con Lenin, Liebknecht y la izquierda italiana, las que reafirman que con las palabras guerra de defensa los marxistas, ya antes de 1870, indicaban en efecto guerras de desarrollo de la forma capitalista, mientras que la de 1914 era una guerra imperialista entre capitalismos en pleno desarrollo y era traición hablar de defensa de la patria en cualquier país. Admitieron la segunda guerra como guerra del primer tipo, de liberación nacional, y como guerra del tercer tipo, revolucionaria proletaria, implícitamente viendo en los regímenes burgueses democráticos los difusores del socialismo y sus defensores contra los alemanes.

Fueron muy lejos, por lo tanto, los socialchovinistas del 1914 y los archioportunistas de 1939 y de 1941 por no quitarle todos los oropeles patrióticos, nacionalistas o falsamente revolucionarios, para clasificarla desde el punto de vista marxista en el tipo de guerra imperialista; esto les habría conducido necesariamente, como les sucedió a los socialistas consecuentes, a la única táctica admisible y propugnable: la del derrotismo revolucionario en todos los frentes.

2. La guerra imperialista es inevitable

Desde que se formó el mercado mundial, desde que modos de vida y círculos de influencia restringidos, propios del precapitalismo, se disolvieron en el magna económico único de la producción y venta de los productos, desde que se saturaron los mercados de todo el mundo y los últimos que llegaron quedaron limitados a su área de venta, desde que se entró en la época del imperialismo, son inevitables las guerras de usurpación, de rapiña, de pillaje de todos los bandos, por la repartición de los mercados, por una subdivisión y nueva repartición de las esferas de influencia del capital financiero y la consiguiente sumisión de Estados y naciones a las grandes potencias.

¿Podrían los gobiernos burgueses y sus jefes impedir la guerra? Estos no tienen la posibilidad ni de provocarla ni de impedirla. Admitiendo incluso que, personalmente no quisieran que la guerra estallase o que no encontrasen oportuno acelerarla, sus intenciones tienen un efecto escaso: la oligarquía del alto capitalismo que representan y de la cual dependen, está obligada a obrar en la producción, en la industria, en el comercio, en las finanzas, según leyes económicas inexorables que conducen a la guerra. La guerra no es una política de una cierta capa o partido burgués, es una necesidad económica.

¿Podrían, por otro lado, impedir la guerra los movimientos pacifistas interclasistas, los «partidarios de la paz», las «palomas» de todo tipo? Estos movimientos no proletarios expresan solamente el mezquino deseo pequeño-burgués de mantener las ventajas que el capitalismo está en condiciones de ofrecerles todavía, a costa del proletariado europeo y sobre todo extraeuropeo. La historia enseña que tales movimientos se disuelven en caso de guerra para abrazar las falsas justificaciones de la propia burguesía: ¡empuñar las armas y combatir al 'enemigo’ para defender y restablecer la paz!

En el ámbito del modo de producción capitalista y con los instrumentos ofrecidos por el sistema político apoyado en ellos, la guerra imperialista no puede evitarse: sólo una contrafuerza histórica que se oponga a dicho sistema, la de la clase proletaria guiada por su partido, puede constituir la única posibilidad de impedirlo. Sólo cuando se derrumbe la estructura mundial del poder capitalista, se privará a la humanidad de sus horrores, el primero de todos la guerra: en un mundo socialista, en una sociedad no mercantil, no capitalista, no estatal, primer inicio verdadero de la historia humana, la guerra no tendrá ya razón de ser.

3. Evitabilidad de la guerra imperialista

Si en el ámbito del capitalismo la guerra es inevitable y no acabará con la Paz Universal divulgada por los despistados, mistificadores y traidores, nosotros decimos con Marx y Lenin que la guerra entre hombres acabará solamente con la revolución de la clase supranacional que, aboliendo las causas de la guerra, abolirá la guerra misma.

Lenin y nosotros, por tanto, cuando afirmamos que la guerra es inevitable no entendemos que lo sea en sentido absoluto, sino que no se puede evitar con un movimiento vagamente ideológico de proletarios y clases pobres y medias, sobre quienes pasaría como un tornado sin encontrar resistencia. La guerra general es históricamente evitable, pero solo a condición de que se le oponga un movimiento de la pura clase asalariada y que esta se arme no para subrogarla con la paz, sino para abatir, con esa posible clase neonata, el viejo capitalismo infame.

Cuando Lenin estableció que la última etapa imperialista del capitalismo conduce a la guerra, él no pensaba todavía en una serie sucesiva de guerras mundiales, sino que esperaba que al desmarcarse de la guerra el proletariado, al menos en Europa, se alzase y la parase. Su fórmula fue: transformar la guerra imperialista en guerra civil. Los socialistas de la Segunda Internacional la habían acogido pero no la aplicaron y se ilusionaron con impedir la guerra solo con el pacífico despliegue de huelgas generales contra la llamada a filas en todas partes hacia las fronteras. Pero ni siquiera se llegó a eso (y esto habría sido insuficiente) ya que todos los partidos obreros marcharon con la guerra nacional. Lenin debía especificar – sin cambiar de opinión y sin hacer confesiones de error, ya que en el campo de la valoración sobre el momento en que se verifican los acontecimientos históricos desde Marx, tiene un papel que no es secundario el optimismo revolucionario, no soñador, sino basado en las posibilidades reales – que no una sola, sino una serie de guerras imperialistas podían realizarse: no lo indicó en último término, sino que fijó las condiciones necesarias para trasformar el carácter de la guerra: de imperialista a civil, a revolucionaria proletaria. Vapuleó la pretensión de que se pudiera con una huelga, incluso si esta fuera general y a ultranza, parar la guerra: lo que se quería y se quiere es muy distinto, a partir de una organización enraizada en el proletariado y en el ejército, emanada del partido de clase extendido y con influencia, basado en sólidas posiciones teóricas, programáticas y tácticas, único organismo que puede dirigir la toma revolucionaria del poder con el fin de abatir la pútrida sociedad del capital.

4. De reformismo proletario a traición burguesa

En todos los casos de crisis aguda de la sociedad capitalista los oportunistas de todo color se encuadran sin dudarlo y abiertamente de parte de los intereses burgueses, revelando en todas las ocasiones sin pudor ni arrepentimientos su papel histórico de infiltrados en el movimiento proletario a fin de realizar el programa de conservación burgués, camuflado de programa de emancipación de la clase obrera.

La causa de la caída de la Segunda Internacional se debe a que prevaleció el oportunismo en el partido. Tal caída fue preparada negando la revolución socialista y sustituyéndola por el reformismo burgués, negando la lucha de clase y la necesidad de transformarla en determinados momentos en guerra civil y predicando la colaboración de clase; cediendo al chovinismo en nombre del patriotismo y de la defensa de la patria; ignorando y negando la base fundamental del socialismo, enunciada ya en el «Manifiesto Comunista», de que los obreros no tienen patria; alineándose con la hipocresía pequeño-burguesa en la lucha contra el militarismo, en lugar de reconocer la necesidad de la guerra revolucionaria de los proletarios de todos los países contra la burguesía; transformando la, admisible entonces, utilización del parlamento y la legalidad burguesa, en el fetichismo de esta legalidad y olvidando la necesidad de las formas ilegales de agitación y de organización en períodos de crisis.

Lenin habla de hundimiento del oportunismo y, en aparente contradicción, de triunfo del mismo. El hundimiento de la Segunda Internacional fue el hundimiento, doctrinario y táctico, del oportunismo: el bienestar para todos con las reformas no se alcanzó y la paz no se salvaguardó; la Segunda Internacional había agotado su tarea histórica en el período llamado «pacífico» de desarrollo capitalista. En 1914 fue sometida a la prueba histórica de la guerra imperialista: fuerzas sanas estuvieron presentes y las presunciones, incluso tácticas, para transformar la guerra imperialista la guerra civil habían sido sancionadas en los congresos internacionales de Stuttgart, Copenhaghe y Basilea, pero la dirección estaba en manos oportunistas y el partido se fue a pique dando una demostración histórica trágica y definitiva de la falacia de la vía reformista. La traición se justificó con argumentos pseudo-socialistas y con un infame escamoteo teórico, especialmente por parte del influyente partido alemán: la guerra es justa porque se conduce con el fin de abatir el zarismo.

Estos acontecimientos no fueron seguidos por una inmediata reorganización en una Internacional revolucionaria, proceso que requiere, desgraciadamente, años y en esto estuvo el triunfo del oportunismo: las masas proletarias desfilaron para apoyar a sus propias burguesías y no se produjo la revolución en Europa. A la derrota en la teoría correspondió una victoria práctica porque los proletarios, todavía no dirigidos por la Internacional Comunista, fueron divididos y empujados a matarse los unos a los otros por los gobiernos y las burguesías de todos los países, flanqueados por los socialistas traidores que, como celosos patriotas, se habían vestido repentinamente con los uniformes militares.

En la segunda guerra imperialista nuevamente se tiene: victoria teórica del marxismo, derrota teórica del oportunismo y su triunfo práctico. En la postguerra y el período fétido actual de entreguerras el proletariado está encadenado al carro burgués. Carceleros engañosos que les presentan no tanto la ruptura de las cadenas sino una prisión un poco menos dura o no peor, espejismo engañoso cuyo único fin es dirigir las energías proletarias a la salvación de la economía nacional hoy, de la patria un mañana no lejano, son aquellos partidos hijos degenerados del ya degenerado estalinismo, que habiendo lanzado fuera la teoría, el programa y la táctica marxista, se adornan aún, hipócritas, con el atributo de comunistas.

El hundimiento definitivo del oportunismo, insuperable e impuesto por su hundimiento teórico sancionado ya por la historia, tendrá lugar no por sí mismo, sino cuando el proletariado vuelva con fuerza a la escena de la lucha de clase, organizado, guiado por su partido: los renegados se alzarán entonces abiertamente en defensores de la burguesía y ese será el primer muro que tendrá que ser abatido en el desarrollo del proceso revolucionario.

5. El movimiento comunista frente a la crisis y a la guerra

La posición comunista frente a la guerra imperialista deriva de su posición general hacia el capitalismo: quiere la supresión total del mismo. Crisis económicas y las guerras que las siguen son palancas que pueden utilizarse para echarlo abajo. El marxismo no ve paz ni bienestar perpetuos en el capitalismo: una y otro constituyen las premisas necesarias de crisis cada vez más profundas y de guerras cada vez más destructivas. El comunismo quiere la paz, ciertamente, pero no la paz efímera mantenida con ejércitos superarmados enfrentados como nunca, dispuestos a lanzarse unos contra otros o contra proletarios alzados en cualquier país; quiere la paz verdadera, orgánica, posible sólo en la sociedad sin clases conquistada con la revolución internacional.

El marxismo espera la crisis económica. Ésta y la reanudación que la sigue, provocando un empeoramiento de las condiciones de la clase trabajadora, puede lanzarla a reaccionar y a organizarse en el terreno sindical solicitando su combatividad; puede crear incluso las condiciones para un crecimiento cuantitativo del partido y para una extensión de su influencia sobre la clase obrera. Precisamente porque implica la posibilidad de un retorno a la escena histórica de la única clase antagónica al capitalismo, la crisis económica es acogida por el partido con alegría; a diferencia de los burgueses, que la temen tanto por la posible revolución proletaria como por la ruina de sus clases medias.

El marxismo también prevé la guerra imperialista. En sus orígenes está la conservación insanable y no tolerable ya de la crisis económica internacional, que no permite otra solución en el interior del modo de producción capitalista, que las destrucciones terribles de mercancías y de proletarios para salir del nudo corredizo de la superproducción. La guerra imperialista cancela las cuentas en rojo del capitalismo, establece, si bien temporalmente, un nuevo equilibrio y reparto de los mercados mundiales y permite el inicio eufórico de un nuevo ciclo de medio siglo de rapiña sobre sus ruinas.

El partido revolucionario intentará aprovecharse de las crisis económicas como de las crisis bélicas para esforzarse en abatir el capitalismo; y esto en sus distintas fases: período de preparación, estallido, desarrollo e inmediata postguerra.

6. La larga guerra no favorece la revolución

De la tercera guerra nacerá la revolución si antes de su estallido resurge el movimiento de clase. O comienza y se desarrolla la guerra de los Estados, o estalla la guerra civil, la burguesía es abatida y la guerra no «se dispara».

A las mencionadas indicaciones, valoraciones y perspectivas sobre el desarrollo histórico futuro, llegaba nuestro movimiento con el balance extraído de la experiencia de dos guerras mundiales. A la cita con la primera el partido mundial del proletariado llegó albergando todavía en su seno influencias oportunistas, vigorosamente combatidas por las minorías de izquierda pero que para ser desenmascaradas ante la clase debieron atravesar el fuego bélico, en el que los gradualistas y reformistas se revelaron carniceros de la patria burguesa. El proletariado hizo lo que pudo en los distintos países, a veces heroicamente, pero fue insuficiente porque faltó la guía política.

Se obtuvo la victoria en Rusia, pero Octubre nació de la suma de dos condiciones singulares: la supervivencia de un régimen feudal y una serie de derrotas militares, además del presupuesto necesario para el surgimiento de la revolución: la existencia de un partido que, fuerte por la experiencia de 1905, que fue la prueba general de 1917, sólido sobre sus bases marxistas, supo aplicar la táctica justa aprovechando la situación de guerra y las derrotas del ejército zarista, propugnando el derrotismo revolucionario. Fue una victoria, pero aislada porque en Europa no se cumplió el ciclo que habría debido cumplirse en muy pocos años: condena y derrota de los partidos socialtraidores, redención del proletariado por haberse adherido a la guerra fratricida, reanudación del movimiento en las capitales históricas, abatimiento de las burguesías imperiales, vencidas y vencedoras.

La segunda guerra llegó, esperada por nuestra fracción, pero tras la dura derrota del movimiento proletario, con la degeneración desde 1926 de la tercera Internacional y la victoria del estalinismo y de la contrarrevolución mundial. En tales condiciones no sólo no se llegaron a concentrar y dirigir las energías proletarias, sino que éstas fueron lanzadas al servicio de un frente burgués contra el otro, como en los célebres bloques partisanos.

Las crisis de las dos postguerras fueron acompañadas por condiciones históricas que impidieron el desarrollo en el sentido revolucionario de luchas proletarias más generosas. El congreso de fundación de la Tercera Internacional se tuvo en 1919; el segundo, más significativo aún por las declaraciones teóricas y programáticas, es del año siguiente, cuando la formación de las secciones comunistas nacionales debería completarse aún: tarde, no sólo respecto a la posibilidad de explotar el estado de guerra con fines revolucionarios, sino también respecto a la inmediata postguerra densa todavía en crisis y fermentos sociales. Las burguesías de los diversos países tuvieron la oportunidad de afrontar huelgas e insurrecciones directamente y por la mediación del brazo socialtraidor, mientras el Ejército Rojo no conseguía tomar Varsovia, acontecimiento que probablemente habría avivado el incendio revolucionario en centro Europa. La Unión Soviética quedó aislada y la revolución se replegó internacionalmente.

La situación al final de la segunda guerra fue todavía menos favorable porque se acentuaron los acontecimientos, comportamientos y decisiones con fines contrarrevolucionarios tanto del enemigo de clase como de los oportunistas: las burguesías vencedoras decidieron la ocupación militar de los países vencidos, encadenando antes de su nacimiento la revolución comunista, y faltaron fuertes vanguardias en condiciones de repudiar los bloques políticos, mientras tocaba fondo la degeneración de los partidos hijos de la Internacional que ya no era comunista.

El estallido de la guerra debe por lo tanto encontrar un movimiento proletario ya renacido y un partido sólido en sus posiciones marxistas: estas son las mejores condiciones que la historia puede ofrecer y le tocará al proletariado saber aprovecharlas.

La guerra que no haya alimentado en su «salida» o en sus primeros desarrollos el incendio de la revolución victoriosa, podrá desarrollarse más fácilmente y llegará a buen término devolviendo nuevo vigor al capitalismo agonizante: al cadáver, el sistema capitalista que todavía camina, se le debe asestar el golpe definitivo antes de que le sea transferida nueva sangre de las venas proletarias, es decir, antes de que encuentre una nueva juventud en las enormes destrucciones de la guerra y en la consiguiente recuperación económica de las «reconstrucciones».

La guerra funde en sí misma crisis y renacimiento del capitalismo. En cuanto máxima expresión de crisis debida a las contradicciones intrínsecas del capitalismo, que sacude desde lo más profundo los sistemas unitarios de producción que son los Estados nacionales, puede constituir un empuje decisivo en el sentido de la revolución. Como única posibilidad ofrecida a los monstruos imperiales de superar las condiciones de estancamiento y enderezar la curva tendencialmente de caída de la tasa de ganancia, en una violenta reordenación del mercado internacional para ventaja de los vencedores, e incluso para los vencidos, lo que constituye la solución para la conservación del modo de producción actual. No son otras las perspectivas. Podríamos admitir en principio también la posibilidad de la destrucción total de la especie humana, lo que sería un estímulo más para la preparación del comunismo.

Eh aquí porqué afirmamos que el proletariado deberá intentar truncar la guerra en sus comienzos: la larga guerra nos hace retroceder objetiva y subjetivamente, cuanto más se desarrolla la guerra, menores serán las posibilidades de contrarrestarla con la revolución.

Tal valoración de tipo general no tiene ninguna implicación en la táctica que continúa siendo el derrotismo revolucionario en todos los países y en todos los frentes. El partido perseverará en su propaganda y en la acción, en los límites permitidos por las relaciones de fuerza entre las clases antagónicas, perseverará en la táctica derrotista, en el trabajo legal e ilegal en el ejército, intentando explotar lo mejor posible la posibilidad que el curso de la guerra pueda ofrecer. Incluso en la postguerra de regeneración capitalista no excluimos efectivamente situaciones de inestabilidad internacional entre vencedores y vencidos y de crisis social interna, especialmente en los países vencidos, que el partido sabrá utilizar para el asalto proletario.

Como siempre el marxismo no hace profecías de futuro, sino que enuncia sus condiciones. La ciencia es el registro de las leyes que ligan a los eventos entre sí, sin pretender que no puedan espaciarse en un campo amplio de variabilidad; en tal sentido se aplica tanto a los acontecimientos pasados como a los futuros y puede equivocarse tanto para los segundos como tantas veces lo hace en los primeros. En tanto las condiciones sean diversas, serán diversos los acontecimientos.

En todo caso, el partido tiene siempre el deber de indicar entre las distintas posibilidades reales, la más favorable. Nuestro auspicio, más que profecía, de 1956, permanece intacto. Escribíamos:
«El decenio posbélico de avance de la producción capitalista mundial continúa todavía algunos años. Después de la crisis de entreguerras, análoga a la que estalló en América en 1929. Matanza social de las clases medias y de los trabajadores aburguesados. Reanudación del movimiento de la clase obrera mundial, rechazo a todo aliado. Novísima victoria teórica de sus viejas tesis. Partido comunista único para todos los Estados del mundo. Hacia finales de los años veinte la alternativa del difícil siglo: tercera guerra de los monstruos imperiales – o revolución comunista internacional –. ¡Sólo si la guerra no tiene lugar, los competidores morirán!» («Programma Comunista», 10/1956).

El ventenio posbélico se ha redoblado por la menor velocidad de la marcha catastrófica de la producción capitalista mundial, pero la alternativa que se plantea a finales de este «difícil siglo» sigue siendo la misma.

7. Tareas del partido en las distintas situaciones

El partido auspicia que se den condiciones, tiempos y modos de precipitar la crisis capitalista – que conduce inevitablemente a la guerra- tales como para permitir la extensión de su influencia sobre un proletariado cada vez más combativo. En relación a esta posibilidad podría ser más favorable un retraso en el estallido de la guerra, pero esta consideración no nos arrojará a los brazos del pacifismo humanitario e interclasista. También Engels expresó esperanzas similares. Entonces un desarrollo en sentido revolucionario del movimiento proletario no estaba, en principio y en la praxis, en contraste con la presencia de parlamentarios socialistas y con acciones para desarrollarse también en el templo de la democracia burguesa, para obligar al Estado a adoptar elecciones menos desfavorables para la clase obrera pero sobre todo para utilizar el parlamento como tribuna de propaganda revolucionaria. Una guerra contra Alemania, sede de las secciones más avanzadas del socialismo mundial, había podido moderar la marcha de tal desarrollo. No era reformismo: Engels prevenía abiertamente al Estado burgués, advirtiendo al proletariado de que las barricadas se alzarían a su debido tiempo.

En la situación actual la reanudación del movimiento en el sentido revolucionario se reconocerá en una extensa reacción defensiva proletaria, en el renacimiento de los organismos sindicales clasistas y en una sensible influencia del partido sobre la clase y sobre las organizaciones económicas de esta, a fin de conducirla a desechar, ante todo, las ideologías y los programas basados en la acción democrática y la utilización de las instituciones burguesas.

En estas condiciones históricas la preparación o el estallido de la guerra podría ofrecer mayores posibilidades revolucionarias. En una situación convertida en explosiva económica y socialmente, la amenaza del envío al frente de los proletarios podría desatar la guerra social. No por esto, obviamente, cesaría el partido su oposición a la guerra del capital.

El grito «disparar primero» dirigido por Engels a los burgueses, entendiendo: os responderán las armas para abatiros, podría ser en determinados momentos parafraseado por nosotros en el desafío: haced el gesto del alistamiento y el proletariado se alzará, conquistará el poder y terminará con vuestra guerra. El proceso sería mas complejo de cuanto pueda parecer el grito de batalla: la guerra imperialista debe transformarse donde sea posible en guerra civil, en algunos países el poder pasaría a manos del partido proletario, se abriría la época de las guerras revolucionarias.

Ciertamente tal desafío hoy no podría lanzarse: si votos y misiles se pusieran en marcha sería difícil esta perspectiva. Sin embargo, el partido, en cuanto que está reducido hoy a la mínima expresión, como por necesidad histórica, no se limitaría al registro de los hechos y a su interpretación, sino que, como siempre, al descifrarlas se esforzaría en distinguir las posibilidades incluso mínimas ofrecidas por una tercera guerra no impedida en su nacimiento por un proletariado no organizado y arrebatado suficientemente a los traidores.

Ejemplo de cómo el partido en tiempos de guerra, aún sabiendo inexistentes las condiciones objetivas y subjetivas que hacen posible la revolución y la toma del poder, no renuncia a sus tareas en espera de tiempos mejores sino que reafirma los puntos cardinales de su programa y de la táctica justa, potencialmente traducible a consignas de acción no ambiguas, se encuentra en nuestra Plataforma de 1945, con la guerra todavía en curso. En la situación de entonces estaban presentes las fuerzas proletarias armadas, pocas pero significativas al servicio, no obstante, del oportunismo y del enemigo de clase; las fuerzas del partido estaban dispersas y no tenían ninguna influencia sobre los acontecimientos históricos.

La exigencia primera era su reconstrucción sobre bases teóricas y programáticas sólidas: la Plataforma tenía esta tarea principal. Sin embargo, y sobre todo para evitar «desórdenes y reacciones inesperadas de última hora» referidas puntualmente a situaciones «futuras», no se dudó en plantear los puntos principales característicos incluidos los de orientación táctica. Aún previendo la marcha descendente de la curva de la lucha de clase no estaba excluido en principio el proceso: reconstitución del partido, su fuerte influencia sobre la clase, cambio de dirección de la lucha proletaria. Por esto el partido fijó puntos tácticos que se encuadraban inequívocamente en el derrotismo revolucionario, necesarios aun no habiendo tenido traducción práctica inmediatamente, ni en aquel ciclo posbélico caracterizado por un control policial férreo sobre los proletarios de los ejércitos vencedores sobre los países vencidos y de las burguesías nacionales, asistidas por el oportunismo estalinista.

Respecto a la primera guerra, extrayendo balance del pasado, llegamos a establecer no tanto que se tratase de haber perdido «autobuses» históricos, cuanto desgraciadamente del hecho de que el autobús del poder proletario en occidente no hubiera pasado en aquel fatídico arco de años que van de agosto de 1914 a principios de los años veinte. A pesar de esto, la Izquierda, primera corriente, organizada después en fracción en el Partido Socialista, finalmente a la cabeza del Partido Comunista de Livorno no se equivocó siendo excesivamente optimista, o voluntarista, admitiendo que era sensato hablar de los errores cuando, conduciendo su batalla en el interior del Partido Socialista, indicaba al partido y a las masas proletarias la vía recta para llevar a cabo el asalto a las ciudadelas burguesas, contraponiendo al viejo antimilitarismo reformista el «nuevo» de clase y revolucionario, propugnando la táctica que declaramos con Lenin, con términos inequívocos, derrotismo revolucionario.

No cesó después, en los años en que era evidente el reflujo de la oleada revolucionaria, de indicar manteniendo una posición crítica también en el interior de la Tercera Internacional, la táctica justa a aplicar en la Europa plenamente capitalista, extrayendo mas lecciones de las sangrientas derrotas de Occidente que de la radiante victoria de Rusia.

En la tercera guerra, si no se verifica la perspectiva más favorable – respuesta revolucionaria que la preceda o en sus primeras manifestaciones – el partido, rechazando todo voluntarismo, se planteará como fuerza activa, en los límites impuestos por las condiciones históricas y por las relaciones de fuerza de las clases, con su crítica, su propaganda y sus indicaciones sobre la táctica a adoptar, no mutable, no «nueva» respecto a «nuevos» acontecimientos, sino prefijada ya y bien conocida por el conjunto de militantes del partido.

8. Defensismo e intermedismo

El comportamiento de nuestro movimiento frente a las guerras imperialistas se inscribe en la táctica codificada por la izquierda y por Lenin, que ante todo rechaza consignas que bajo un aparente aspecto revolucionario o con el pretexto de conservar presuntas conquistas socialistas no son mas que vías de conservación del orden burgués.

«El aspecto ‹defensista› del oportunismo consiste en asegurar que la clase obrera, en el orden social presente, aun siendo la que las clases superiores dominan o explotan, corre de mil maneras el peligro de ver empeorar de modo general sus condiciones si son amenazadas ciertas características del orden social presente. Así muchas veces hemos visto a las jerarquías derrotistas del proletariado llamarlo a abandonar la lucha clasista para acudir coligada con otras fuerzas sociales y políticas en el campo nacional o en el mundial, a defender los postulados mas diversos: la libertad, la democracia, el sistema representativo, la patria, la independencia nacional, el pacifismo unitario, etc., etc., echando fuera las tesis marxistas para las cuales el proletariado, única clase revolucionaria, considera todas aquellas formas del mundo burgués como las mejores armaduras con las que de vez en cuando se circunda el privilegio capitalista, y sabe que, en la lucha revolucionaria, no tiene que perder mas que sus propias cadenas. Este proletariado, transformado en gestor de patrimonios históricos valiosos, en salvador de los ideales fallidos de la política burguesa, es el que el oportunismo ‹defensista› ha consignado más mísero y esclavo que antes a sus enemigos de clase en las crisis ruinosas desarrolladas durante la primera y segunda guerras imperialistas».

Del mismo modo rechazamos todo intermedismo,
«término con el cual queremos entender la pretensión de indicar como objetivo característico y prejudicial de la fuerza y de los esfuerzos del proletariado revolucionario no el abatimiento de sus opresores de clase, sino la realización de ciertas condiciones en los modos de organizarse de la sociedad presente, que le ofrecería terreno más favorable para posteriores conquistas».
«Bajo el aspecto complementario (al ‹defensismo›) del ‹intermedismo› la corrupción oportunista ya no se presenta solamente con el carácter negativo de la tutela de las ventajas de que la clase obrera gozaba y que podría perder, sino bajo el aspecto más sujestivo de conquistas preliminares que podría realizar – se entiende que con la complaciente y generosa ayuda de una parte más moderna y evolucionada de la burguesía y de sus partidos – situándose sobre las posiciones de las que le será más fácil pegar un salto hacia sus máximas conquistas».
«El partido de vanguardia marxista, tiene como tarea esencial descifrar cuidadosamente el desarrollo de las condiciones favorables a la acción máxima de la clase, es el que debe en todo el curso histórico dedicarse a desarrollar y conducir victoriosamente la acción, no a construir las condiciones intermedias».

En caso de guerra el partido por lo tanto, no considerando el mantenimiento o la restauración de las condiciones de paz entre los Estados, o bien la victoria de un frente militar sobre otro tal al que se presupone va a defender, o el gradito intermedio a conquistar sobre el camino hacia el socialismo, no cesará hasta que se obtenga su lucha clasista que no se basará en objetivos que lleguen a alianza alguna con estratos o partidos burgueses.

9. El derrotismo revolucionario

«El marxismo distingue: han existido guerras progresivas; pero en 1914, como en 1939, se tiene una guerra NO de progreso, sino un puro conflicto entre explotadores imperialistas: el deber de todos los socialistas era el de luchar contra TODOS los gobiernos en TODOS los países; aún más: ‹el marxismo sancionó la imposibilidad de poner fin a las guerras sin la abolición de la sociedad de clase y sin la victoria de la revolución socialista›».

Esta última cita, sacada del esquema de una escrito nuestro de 1951,
«es el primero de la tesis sobre el pacifismo y es el más importante. Destruye toda posible hospitalidad en el marxismo-leninismo de movimientos que tengan como finalidad la supresión de la guerra, el desarme, el arbitraje o la igualdad jurídica entre las naciones (Liga de Wilson, O.N.U. de Truman). El leninismo no dice a los poderes capitalistas: os impediré hacer la guerra; o yo os golpearé si hacéis la guerra; dice: se bien que hasta que no seáis vencidos por el proletariado seréis, lo queráis o no, arrastrados por la guerra, y de esta situación de guerra yo me aprovecharé para intensificar la lucha y abatirás. Sólo cuando esta lucha sea victoriosa en todos los Estados, la época de la guerra terminará. Sustituir, antes de que se avecinden nuevas guerras al criterio dialéctico de Marx y Lenin – tanto en la doctrina como en la agitación política – por la explotación vulgar de la ingenuidad de las masas en lo que respecta a la santidad de la Paz y de la Defensa, no es otra cosa que trabajar para el oportunismo y la traición, contra los cuales Lenin se dedicó a construir la nueva Internacional revolucionaria super hanc petram; sobre esta piedra: CAPITALISMO Y PAZ SON INCOMPATIBLES. Dedicamos a los pacifistas de hoy una tesis lapidaria del Tercer Congreso (33. ma, sobre la Tarea de la Internacional Comunista): ‹El pacifismo humanitario antirrevolucionario se ha convertido en una fuerza auxiliar del militarismo›
Remachamos que «nosotros estamos, está muy claro, por la plena validez actual de la doctrina de Lenin sobre la guerra, ésta no es más que la doctrina de Marx enunciada en su nacimiento histórico, tras la guerra franco-prusiana y la Comuna de París, con las cuales se cerraron las guerras revolucionarias de sistematización liberal: ¡todos los ejércitos nacionales están ya confederados contra el proletariado

Cuando estalló el conflicto europeo en 1914
«se respondió a los burgueses que los proletarios no tienen patria y que el partido proletario persigue sus fines con la ruptura de los frentes internos, para lo quelas guerras pueden ofrecer condiciones óptimas; que no ve el desarrollo histórico en la grandeza o en la salvación de las naciones; que en los congresos internacionales se comprometió a hacer pedazos todos los frentes de guerra comenzando donde mejor se pudiera».
«Las guerras podrán evolucionar a revoluciones a condición de que, cualquiera que sea su evaluación, los marxistas no renuncien a cumplir, sobreviviendo en cada país un núcleo del movimiento revolucionario de clase internacional, separado integralmente de la política de los gobiernos y de los movimientos de los estados mayores militares, que no planteen reservas teóricas y tácticas de ningún género entre sí y las posibilidades de derrotismo y de sabotaje de la clase dominante en guerra, es decir de sus organizaciones políticas estatales y militares».
«La tradición propia del ala revolucionaria, que vino a converger después de la guerra en la Internacional bolchevique, se une con la finalidad de no renunciar a la lucha contra el poder de la burguesía y las fuerzas del Estado incluso cuando estas estén en estado de guerra o sean derrotadas, así como en tender a una posible acción revolucionaria interna sin tener en cuenta las posibilidades de desestabilizar los equilibrios militares a favor del enemigo».
«Lenin lo dice explícitamente: nuestra tarea se cumplirá justamente solo mediante la ‹transformación de la guerra imperialista en guerra civil›».
«Desde los primeros congresos internacionales de este siglo, la guerra entre los estados capitalistas es vista por los marxistas no como una fase de desarrollo que debe cumplirse con el apoyo de los socialistas, en cualquier parte, sino como ‹una ocasión para abatir el poder burgués con la guerra social de las clases›. Traicionado por tantos lados este concepto y este empeño, Lenin martillea y martillea para volverlo a poner en pie, y con él todo el marxismo de izquierda. La guerra es totalmente imperialista; no tiene lados y aspectos progresivos; en todos los Estados se debe predicar el sabotaje proletario ‹tras el frente›».
«Como en la Comuna de París, también en la de Leningrado la revolución ha vencido marchando en la dirección opuesta al frente de guerra, no disparando contra el enemigo extranjero en la lucha militar y nacional, sino dirigiendo los mismos hombres y las mismas armas contra el enemigo interno, contra el gobierno del capital, contra el poder de clase de la burguesía, convirtiendo la guerra nacional en guerra civil».

10. Contra el indiferentismo

El partido, al aplicar en todas partes la praxis derrotista y del «enemigo interno», estableció cual será el mal menor entre las distintas posibilidades, en el caso de que no se plantee históricamente el abatimiento del sistema con la revolución (que el proletariado esté ausente o sea derrotado): entendimiento de los dos grupos imperialistas en guerra, victoria del uno o victoria del otro. Valoramos respecto a la segunda guerra que el mal menor habría sido la ruína del monstruo de Washington, a nivel capitalista mas formado y aguerrido. Las condiciones generales de las relaciones de fuerza inter-capitalistas no han cambiado mucho hoy y, siendo una condición más favorable a la revolución, en la época decadente del sistema capitalista, la que deriva de la derrota del grupo de países más coordinados y potentes, sigue siendo el mal menor, en caso de tercera guerra, la derrota americana.

Esta tesis no comporta recaída alguna en intermediacionismos de otra naturaleza: no se trata en efecto, como entienden los autores del indiferentismo en este campo, de colocarnos del lado americano o del ruso, renunciando, pudiendo hacerlo, a situarnos en el terreno de la revolución mundial. El pomposo y vacío indiferentismo entre las enormes fuerzas que se desencadenan en las guerras se ha condenado siempre decididamente por los marxista del ala revolucionaria desde Marx a Lenin a la izquierda del comunismo italiano e internacional. Lenin sabe muy bien que es un hecho que Marx y Engels, condenando las guerras se pusieron continuamente, desde 1854–55 hasta 1870–71 y desde 1876–77, de parte de un determinado beligerante «una vez que la guerra había estallado». Sin embargo Lenin, recuerda que desde entonces Bebel y Liebknecht siguiendo la línea de Marx y Engels votaron contra los créditos de guerra, a diferencia de sus sucesores del 1914 en el Reichstag, que en plena época imperialista utilizaron la trampa de que en Rusia estaba todavía en pie el feudalismo, y se debía desear su caída. En efecto, se debía desear su caída, pero no por esto aliarse con Berlin y con el Kaiser, mientras el renegado Plejánov se aliaba en Petrogrado con el Zar. Sólo un burgués y un cretino, dice Lenin, no comprende que en cada país los revolucionarios trabajan por la derrota de su propio gobierno. Y la historia ha demostrado que estos pueden caer unos sobre otros.

Y en efecto está documentado también que en la guerra imperialista de 1914 Lenin optó por una solución. Naturalmente cuando él, de acuerdo con la embajada alemana salió de Zurich en el vagón blindado, era para todos «el conocido agente prusiano Vladimir Lenin». Después se comprendió que no se trataba de un agente prusiano sino de un agente revolucionario, y lo mismo se vio en Brest Litowsk. Rusia y Alemania saltaron ambas por los aires.

Por tanto, como estableció Marx y nosotros repetimos copiándole, la expresión de «mejor resultado» de una guerra, Lenin después nos ha dictado la del «mal menor» en la solución de las guerras, incluidas las guerras modernas y exquisitamente imperialistas, en las cuales es traición evidente el apoyo a cualquiera de los gobiernos beligerantes. En el texto, para el partido ruso él nos dice el 28 de septiembre de 1914: «En la situación actual no se puede establecer, desde el punto de vista del proletariado internacional, la derrota de cual de los dos grupos de naciones beligerantes sería un mal menor para el socialismo. Queda por tanto sepultado ya el indiferentismo: las dos salidas de la guerra en cuyos ambos lados oponemos derrotismo y revolución, si continúan en pie los poderes actuales, tendrán diversos efectos sobre el desarrollo histórico posterior: ¿cuál sería la solución más favorable desde el punto de vista revolucionario? Para nosotros, socialdemócratas rusos (el nombre del partido no había cambiado todavía) no puede haber duda de que desde el punto de vista de la clase obrera y de las masas trabajadoras de todos los pueblos de Rusia el mal menor sería la derrota del gobierno zarista».

Recapitulamos, dando por cierta la tercera guerra.

Guerras primera, segunda y tercera. Desde ambos lados del frente la consigna de los partidos comunistas revolucionarios es siempre: ningún apoyo a los gobiernos, todo el derrotismo posible en la práctica.

Guerra primera. El mejor desenlace para la revolución es que salten por los aires Rusia e Inglaterra. El primer punto fue bien, el segundo mal; victoria para el capitalismo.

Guerra segunda. El mejor desenlace es que salten por los aires Inglaterra y América. Desgraciadamente no sucedió: supervictoria para el capitalismo.

Guerra tercera. El mejor desenlace es que salte por los aires América. Alguien podría dar argumentos para la tesis opuesta, que es mejor que salte Rusia, dado que, si América tiene la primacía en la conservación del capitalismo, Rusia lo tiene en la destrucción del comunismo revolucionario. La primera da oxígeno al paciente, la segunda inmobiliza a su «enterrador» desde el punto de vista marxista.

La tesis evidentemente cretina es: no importa nada quien venza.

11. Tesis sobre la táctica

1. La táctica del partido frente a la guerra imperialista se apoya sobre la doctrina del derrotismo revolucionario de Lenin, del sabotaje sin reservas de la guerra, incluso unilateral, para convertirla en guerra civil, contra el propio gobierno, por la toma del poder y la instauración de la dictadura proletaria. El oportunismo planteó sus reservas en las dos guerras: con el mismo efecto de lanzar al proletariado a la carnicería por la defensa de los intereses del enemigo de clase.

Una de estas fue la simultaneidad de la acción derrotista sobre los frentes enemigos, aparentemente posición extrema, en los hechos imposible de llevar a cabo que llegó a convertirse en condiciones para la renuncia a la acción revolucionaria y para el mantenimiento de la guerra conducida por la propia burguesía, siendo necesario sin embargo, prever y preparar la acción a favor de la derrota del propio gobierno incluso en un sólo país.

El partido aunque deduzca por la marcha desfavorable de la lucha de clase, la imposibilidad en general de que desemboque en la revolución, no por esto cambiará la táctica, salvaguardando con ella el partido y la misma posibilidad de reanudación clasista. Tal posibilidad no está excluída jamás, en absoluto, ya que no se excluye la verificación de condiciones particulares y favorables, que podrán presentarse en cualquier fase de la guerra: preparación, inicio, desarrollo, fin e inmediata posguerra.

2. El partido, condenando en principio el pacifismo legalitario y anticipando al proletariado su impotencia y la certeza de su futura postración ante los ídolos de la Patria y la Defensa, deberá dirigir hacia el fin derrotista y revolucionario el estado de ánimo de los proletarios y de los soldados contra los efectos de la guerra y el movimiento y las manifestaciones proletarias contra la guerra. Tenderá, directamente y a través de su influencia sobre los organismos económicos defensivos de clase, en los que está presente con su fracción, a la propaganda y a la movilización de clase contra la guerra y sus efectos. Se excluye, por parte del partido y de los comunistas la participación junto a otros partidos en organismos de tipo no estrictamente económico defensivo, del tipo de comités por la paz, el desarme, la amistad entre los pueblos o similares. El partido no engañará al proletariado admitiendo que sin movimiento revolucionario sea posible mantener la paz. La paz capitalista llegará, ciertamente, pero después de que su ciclo bélico, con sus devastaciones, exterminios y rapiñas, haya concluido, llevando ya en sí los gérmenes de la futura guerra entre las clases dominantes de los distintos países. La paz duradera podrá ser conquistada solo con la guerra civil contra el propio gobierno y la propia burguesía y la guerra revolucionaria entre Estados con dictadura proletaria y Estados con dictadura todavía burgueses.

3. El partido denuncia como ilusoria la petición de desarme de los Estados; sustituye la consigna de la milicia del pueblo por la de milicia proletaria y remacha la necesidad de la preparación técnica militar de la clase y del trabajo legal y de infiltración en el ejército burgués con fines insurreccionales.

Consigna ajena a nosotros es la del rechazo del servicio militar como la propugnan los movimientos pequeño burgueses.

4. La huelga y la organización sindical son instrumentos primordiales y fundamentales de la lucha de clase proletaria. Solamente la lucha económica, sólo la lucha por las mejoras económicas inmediatas, consigue sacudir también a los estratos más atrasados de la masa explotada, y darles una educación real, y en período revolucionario, a transformarlos en poco tiempo en ejército de combatientes revolucionarios. Un movimiento obrero defensivo, extenso y combativo es un factor determinante en el proceso insurreccional, la disgregación de la disciplina y la infiltración de la propaganda comunista entre los soldados.

En las revoluciones de 1905 y 1917 en Rusia, el nexo entre las huelgas económicas y las políticas, el estrecho lazo entre estas dos formas de huelga, garantizó el éxito al movimiento. Para que el proletariado llegue a expresar completamente su propia fuerza de clase para la toma del poder político, es necesario que amplios movimientos espontáneos de la clase, de resistencia y de ataque, económicos y políticos, de civiles y de soldados, sean disciplinados, controlados, dirigidos por el partido revolucionario, que concentre las energías para el choque contra el objetivo supremo de la toma del poder estatal. Es ésta una dinámica compleja que deberá ser estudiada y prevista por el partido, en esos momentos, literalmente, estado mayor de la revolución. La cuestión es evidentemente complicada por el hecho de que los distintos aspectos parciales del movimiento se influencian mutua y diversamente en su concrección y orientación; ninguno de ellos por si solo es suficiente para este fin, si el movimiento general de la clase no va unido a la voluntad y a las previsiones del partido.

5. El partido considera inadecuadas incluso para el único fin de conjurar la guerra y para elevar y extender a formas insurreccionales, las reacciones instintivas de la clase contra la guerra, individuales o colectivas, en forma de rechazo del servicio militar, fuga, evasión y deserción. Tales reacciones, de individuos o de masas, aún si son espontáneas, expresan el rechazo proletario de proporcionar su propia carne al carnicero imperialista, pero de por sí sólo pueden conducir a arrojar las armas y a la dispersión de las fuerzas proletarias que deberán constituir el brazo armado de la revolución. La división de los regimientos y el abandono del frente serán vivamente favorecidos por el partido con el fin de pasar las fuerzas al frente interno organizado y disciplinado para la guerra civil contra el propio gobierno. En su actividad y en su propaganda incitará a los soldados no a dejar las armas, sino a empuñarlas sólidamente para dirigirlas, en el momento oportuno, contra el enemigo interno.

Sólo con una intervención legal e ilegal en el ejército, orientada a la organización de núcleos comunistas, de regimientos después, podrá verificarse el fenómeno del paso de parte del ejército burgués bajo la bandera de la revolución o a obtener su neutralidad en el choque social. En concomitancia podrá agigantarse el fenómeno, extendido y espontáneo en la primera guerra, de la fraternización entre soldados de ejércitos enemigos, que los comunistas deben tender a organizar superando su primera forma de huelga militar…

6. Otra posición a rechazar, que deriva de una posición errada de posiciones marxistas clásicas, es aquella según la cual, para la valoración, a la que no se renuncia jamás de cualquiera que sea el «mal menor» entre las posibles soluciones burguesas a la crisis bélica, debería descender el comportamiento táctico activo correspondiente: si las condiciones son juzgadas inmediatamente desfavorables para el éxito de la revolución proletaria, el partido debería favorecer o no obstaculizar la victoria de un frente burgués sobre el otro, con el fin de que se den en la posguerra mejores condiciones para la reanudación de la lucha de clase: es ésta, sin embargo, la vía de traición que bajo la forma más desesperada de intermedismo conduce a la salvación del sistema capitalista.

7. En caso de guerra la posición del partido en sus choques con el oportunismo permanece inmutado y debe, por el contrario ser acentuada la batalla contra él y sus organizaciones ya que la guerra puede permitirle un camuflaje de izquierda mejor, al llamar al proletariado a adherirse a la guerra en defensa de niveles ya conquistados o incluso con el fin de alcanzar otros más avanzados en la vía del socialismo.

Aunque la guerra rompa esa uniformidad de posiciones del oportunismo en los distintos países, ya que cada uno se encuadra con su propia burguesía y con su propio bloque imperialista, esto de por sí no constituirá un debilitamiento del oportunismo mismo. Su influencia sobre la clase obrera, aumentará o disminuirá en relación a la marcha de la lucha de clase al menor o mayor seguimiento del partido comunista por parte de la clase. Tal influencia nefasta será todavía más aplastante si consigue, como en la segunda guerra, el papel de dirigir a fuerzas armadas proletarias contra el propio gobierno, no para sustituirlo por la dictadura proletaria sino por otro gobierno burgués, eligiendo a fracción considerada progresista ya sea en el bando filo-ruso o filo-americano.

En la primera guerra, la Segunda Internacional, en la que dominaba el oportunismo, cayó y la izquierda internacional, con Lenin, se orientó por la refundación de la organización proletaria mundial. Sin embargo, no bastó dicho hundimiento organizativo para eliminar la influencia bastarda, ya que se alcanzó tarde la fundación de la Internacional comunista con sus secciones nacionales.

La segunda guerra estallaba, con un partido marxista revolucionario ausente de la escena histórica y el oportunismo, a la sombra de Stalin, podía presentarse bajo falsos ropajes comunistas y ordenar impunemente también, repentinos cambios de frente arrastrando al proletariado una vez más al sacrificio en favor de la clase enemiga.

Todavía más neta, si esto es posible, frente a la tercera guerra, deberá ser la distinción frente a las organizaciones «centristas» que inevitablemente en los momentos cruciales detendrán sus oscilaciones y engrosarán las filas del patriotismo y de la unión sagrada.

8. El partido prevé la necesidad de la guerra revolucionaria tras la toma del poder en uno o más países. Esto significa que su tarea será organizar el ejército rojo, en grado de derrotar a las ejércitos burgueses internos enfrentándose a los ejércitos de los Estados burgueses. Será la hora de la guerra justa por la defensa de la dictadura proletaria y por la extensión de la revolución en los países que todavía estén bajo el dominio del capital, en relación estrecha con la lucha de clase dirigida en aquellos países por el partido comunista mundial.

Sólo ésta será la última guerra del ciclo milenario de la humanidad dividida en clases.


Source: «La Izquierda Comunista», Nr. 11, Noviembre 1999

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