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EL FUNDAMENTALISMO ISLÁMICO EN LOS PAÍSES DEL MAGREB


Content:

El Fundamentalismo Islámico en los países del Magreb: una perspectiva equivocada para el proletariado
Orígenes del fundamentalismo
Umma religiosa y panarabismo: dos mitos de la unidad árabe
La crisis económica en Argelia
En el Gran Magreb
Marruecos, una relativa estabilidad
Túnez, entre crisis y fundamentalismo
Mauritania, hacia el África más pobre
El libro verde de Gaddafi
El polvorín Egipcio
El fundamentalismo en Sudán
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El Fundamentalismo Islámico en los países del Magreb: una perspectiva equivocada para el proletariado

Del fundamentalismo islámico en Argelia y en otros países del Magreb en general, desde hace tiempo solo se habla cuando ocurren graves hechos criminales, como si el problema se fuese consumiendo por sí mismo, dando a entender que la situación vuelve a estar lentamente bajo control, eliminando así las causas que lo han generado. A lo sumo, la atención se concentra en el eterno e insoluble calvario de la cuestión palestina, que representa un capitulo aparte. La prensa burguesa se cansa fácilmente de un tema, buscando siempre nuevas noticias sangrientas que llevar a las primeras páginas. En este fin del milenio no existe ninguna dificultad para saciar esta sed vampiresca, solo la de elegir; todo el planeta sometido al dominio del capitalismo ofrece ocasiones sensacionales.

Nuestro Partido siempre ha seguido todos los acontecimientos con el método que lo caracteriza: sin sensacionalismos ni prisas por ser los primeros en publicar los trabajos a toda costa, con mente fría y lealtad a nuestro método materialista para la lectura de cualquier acontecimiento político o económico. Para nosotros, por encima del aspecto trágico que los conflictos sociales provocan, importa ante todo conocer qué papel y qué tarea histórica desarrolla el proletariado local en su defensa, cómo se organiza, qué alianzas tácticas se ve obligado a adoptar si sus fuerzas no son suficientes para el choque, y finalmente qué perspectivas y posibilidades de victoria tiene.

Hemos leído la experiencia argelina de estos años con estos criterios, admitiendo desde el inicio que el fenómeno generado por la pesada crisis económica en curso nacía influenciado por recurrentes y pútridas instancias religiosas, como ocurría en Irán hace veinte años. Nuestra esperanza era que el movimiento se liberase del pesado lastre coránico para recorrer, aun entre mil dificultades, el genuino camino de la lucha de clase; proletariado y clases en vías de serlo contra los capitalistas y los terratenientes locales o extranjeros que fueran. De momento esto no ha sido así, y en parte también porque el proletariado europeo, su hermano mayor, más fuerte y experto, ha sido bloqueado en casa por la misma crisis en su intento de defender los pocos privilegios que le quedan; todos sus enemigos de derecha y de izquierda además han sabido organizar sabiamente una campaña de «información» centrada preferentemente en las matanzas con el fin, como ocurrió con la repartición de Yugoslavia, de crear un difundido sentimiento de miedo e incertidumbre, de ocultar las diferentes causas del conflicto que habrían podido unir a los trabajadores de las dos orillas del Mediterráneo. En este sentido el terrorismo político tanto aquí como allí, con sus víctimas y las consiguientes series de venganzas y retorsiones, ha reconfirmado su validez como instrumento para enfrentar y confundir al proletariado.

El fundamentalismo islámico ha sido precariamente contenido en el Magreb, pero la misma crisis que lo había generado se ha agravado posteriormente, y continua su obra de devastación lo que hace prever una subversión posterior mucho más amplia que la ya producida: deberá empezar a prepararse todo el proletariado bajo la guía de su Partido Comunista.

Todas las noticias que llegan de los países islámicos son siempre presentadas como conflictos étnico-religiosos. Así ocurrió con el atentado de febrero de 1994 al presidente iraní, el chiíta Rafsanyani, por parte de un sunnita; apresuradamente un telediario en ausencia de ulteriores noticias mostraba una descarnada ficha de las condiciones económicas: desocupación = 30 %; inflación = 100 %; precio del petróleo crudo = -25 % respecto al año precedente. Por consiguiente, ¿hambre o fe?

También los hechos en Argelia después de la victoria electoral del FIS (Frente Islámico de Salvación), el sucesivo golpe de Estado en enero de 1992 que ha impedido la «democrática» gestión del poder, las matanzas de europeos no islámicos, los atentados continuos contra turistas extranjeros en Egipto y las ejecuciones casi cotidianas de los fundamentalistas, imponen hacer algunas consideraciones de carácter materialista por encima de las de tipo étnico-religioso-cultural con las cuales se busca explicar los motivos. Nuestra teoría se preocupa de estudiar los orígenes de todo fermento religioso en términos de explotación del trabajo y de choque entre las clases existentes; también el islamismo con sus «feroces Saladinos» o modernos integristas es considerado por nosotros como parte integrante de un sistema económico productivo basado en la división y la explotación entre las clases sociales que en determinados períodos de crisis aguda explota con formas violentas que frecuentemente asumen connotaciones externas religiosas.

Todas las religiones pertenecen a la esfera de la superestructura ideológica de control y son un reflejo y un complemento de cada forma productiva hasta ahora desarrolladas por las estructuras económicas de la sociedad; estructura y superestructura son dialécticamente correlativas entre sí; por una parte, la base económica genera la superestructura de constricción práctica y de conciencia, por otra, la superestructura tiene la función de conservar el sistema.

A este respecto es indispensable retomar un fragmento del escrito «Sobre los orígenes del cristianismo» de Engels:
«(…) Estas sublevaciones, como todos los movimientos de masas del medievo, llevan necesariamente una máscara religiosa, aparecen como restauraciones del cristianismo primitivo degenerado desde siglos; pero normalmente detrás de la exaltación religiosa se escondían intereses mundanos muy fuertes. Con estos contrastan singularmente las revueltas religiosas del mundo mahometano, especialmente en Africa. El Islam es una religión hecha por los orientales, especialmente por los árabes; por tanto, por un lado, por las ciudades que ejercitaban el comercio y la industria, y por el otro lado, por los beduinos nómadas. Este es el germen de un choque que se repite periódicamente. Las ciudades se hacen ricas, opulentas, se relajan en la observancia de la ‹ley›. Los beduinos, pobres y, por esta pobreza, austeros en sus costumbres, miran con envidia y deseo estas riquezas y estos placeres. Entonces se reúnen bajo un profeta, un Madhi, para castigar a los pecadores, para restaurar el respeto por la ley ritual y por la verdadera fe, y para embolsarse como recompensa los tesoros de los infieles. Después de cien años, ellos se encuentran naturalmente en el mismo punto donde estaban los infieles; una nueva purificación de la fe es necesaria, surge un nuevo madhi, y el juego recomienza. Así ha sucedido con las conquistas de los Almoravides y los Almohades africanos en España hasta el último Madhi de Jartum, que se enfrentó con tanto éxito a los ingleses. Así, o de un modo similar, marchaban las cosas en las revueltas en Persia y en otros países mahometanos. Todos son movimientos que nacen de causas económicas y que tienen un disfraz religioso; pero, aun venciendo, dejan sobrevivir intactas las viejas condiciones económicas. Por consiguiente, todo queda igual que antes y el choque deviene periódico. En las sublevaciones populares del occidente cristiano, por el contrario, el disfraz religioso solo sirve como bandera y como máscara para el asalto a un ordenamiento económico anticuado; este finalmente es derrocado, surge uno nuevo, y el mundo avanza».

La respuesta a la objeción de que esta cita solo es valida para movimientos de siglos pasados nos la dan los proletarios, los explotados y oprimidos que se juntaron, por hambre y miseria, bajo la guía del imán Jomeini para destruir la fastuosa corte del Sha y que ahora por los mismos motivos que ayer, quince años después, disparan a su sucesor Rafsanyani aunque también él sea un «gran guía» político y religioso.

La significativa diferencia reside en el hecho de que en tiempos pasados se trataba del dominio del capital mercantil y, a pesar de las precisas prohibiciones religiosas, también del usurario. Hoy en cambio es el capitalismo senil industrial y financiero el que (con sus inexorables procesos de expropiación produce en las concentraciones urbanas y en el campo, masas de proletarios y también campesinos y artesanos pobres) rompe el carácter circular de las revoluciones en los países islámicos del que hablaba Engels.

Según el antiguo y arraigado derecho a la vida islámico «hanbalita», un hombre que se muere de hambre tiene justificación si por necesidad se procura un mínimo de alimento aunque lo haga con el uso de la fuerza; si muere es considerado un mártir, si mata a quien se le opone con las armas queda libre de toda responsabilidad penal. Para los chiítas el rechazo a dar de comer a un hambriento es considerado complicidad en el asesinato de un musulmán (Rodinson, «Islam y capitalismo»). Por tanto, la revuelta contra la vergonzosa opulencia del trono del pavo fue perfectamente justificada y dirigida por el clero fundamentalista. En esencia, no es muy diferente a la teología de la liberación desarrollada en Centroamérica.

Sin embargo, no nos interesan las disputas teológicas en sí entre chiítas, sunnitas, wahabitas o fundamentalistas, ya que estas sectas para nosotros son solo uno de los instrumentos para dividir la unidad de clase de los proletarios de los países musulmanes, para confundirlos y desviar sus energías de su verdadero destino: la revolución proletaria mundial. De igual forma que no tratamos de encontrar relación alguna entre la lucha de clase en Italia, Alemania, e Inglaterra y la subdivisión de la iglesia cristiana en católica, protestante, y anglicana.

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El artículo comienza con una breve síntesis histórica en la cual ofrecemos el significado de algunos términos especificos con el fin de evitar incomprensiones, y a continuación pasa a tratar los capítulos concernientes específicamente a Argelia, Túnez, Libia, Mauritania, Egipto y Sudan.

Orígenes del fundamentalismo

Dentro de los movimientos islámicos que extraen sus principios políticos de los textos y de la tradición religiosa, podemos identificar tres diferentes grupos: Renacimiento, Reformismo, y Fundamentalismo.

Con el término de Renacimiento se designan aquellos movimientos islámicos que emergieron en los siglos XVIII y XIX, a menudo confinados en las áreas periféricas, lejos del alcance de la autoridad central. Fundados preferentemente sobre una base tribal, intentaban oponerse al inexorable hundimiento económico y comercial del gran imperio constituido por los cuatro Estados dinásticos principales: El Egipto mameluco, la Turquía otomana, la Persia de los safawíes y la India de los mogoles, atacados militarmente por Europa y Rusia. La primera y quizá más famosa manifestación del movimiento del Renacimiento tuvo lugar en Arabia central en el año 1749 bajo la guía de un exponente religioso y de un jefe local, aunque con el fin de poner a la cabeza al grupo árabe, marginado desde hacia tiempo.

Al contrario que el anterior, el Reformismo islámico fue un movimiento urbano que nació en el s. XIX y duró hasta el s. XX. Sus jefes eran funcionarios estatales, intelectuales o ulemas (doctores en teología coránica) tenazmente contrarios a las interpretaciones tradicionales de la religión y en abierto diálogo con la cultura y la filosofía europea en el intento de equipararse a esta, para evitar el declive intolerable del Islam. Estudiando las fases de la civilización europea, sus exponentes esperaban descubrir los presupuestos para la construcción de útiles estructuras políticas y de una sana base económica.

El fundamentalismo islámico es el grupo más reciente. De aquel gran imperio islámico, que los califas en los 130 primeros años de la era musulmana habían extendido desde España hasta Afganistán, en 1918 solo quedaba una mínima parte como imperio otomano, el cual pagó con su desmembramiento la alianza con los Imperios Centrales en la primera guerra mundial. Bajo el control anglo-francés se formaron diversos Estados y protectorados con un planteamiento laico, democrático y europeo, independientes aunque solamente sobre el papel. Estos nuevos gobernantes hicieron acto de obediencia formal al Islam, que se convierte por doquier en la religión del Estado, y por razones de oportunidad política, a su clero se le reconoció, en caso necesario, también una formal supremacía como fuente legislativa.

Es necesario precisar que el Islam como fe es una superestructura muy simple y no necesita de un clero especializado en la interpretación y en la intercesión; a pesar de esta simplicidad con el tiempo se formó una casta de religiosos enérgicos en el control de los fieles y contrarios a cualquier cambio, como ningún clero medieval lo ha sido nunca.

En estas construcciones geopolíticas artificiales, usadas para la expansión y el control del capitalismo europeo, se encuentra el origen y la fuerza de la parte más integristra del clero, a diferencia de los reformadores modernistas que buscaban conciliar los rigurosos preceptos coránicos con los del beneficio y la explotación capitalista. El esfuerzo de los actuales reformadores religiosos acerca de los reglamentos financieros sobre intereses, prestamos, hipotecas, leasing y otros instrumentos de la economía capitalista, que deberán adoptar los bancos islámicos que pujan por el ingreso de sus capitales en las plazas internacionales, se revela un puro bizantinismo de difícil comprensión.

En nuestra visión, se trata de diferentes velocidades del paso desde una forma productiva a otra y del conjunto de la superestructura ideológica consiguiente, y de la capacidad de reciclarse para la nueva tarea, todo magnificado por el hecho de que el surgimiento de la industria y del capitalismo llegó en pocas décadas y fue introducido prepotentemente desde el exterior.

Las diferencias entre las dos sectas principales, la sunnita, que reconoce la separación y una relativa autonomía entre los asuntos políticos y la religión, y la chiíta, que en cambio reclama la sumisión de la política al predominio de la religión, no intervienen de modo particular en la cuestión del fundamentalismo. De hecho, se trata del choque entre grupos de poder por el control del Estado basado de todas formas en la propiedad privada, en la progresiva abolición de los antiguos bienes colectivos (agua, pastos y tierras), y en la división entre las clases y en un salario justo.

Como organización activa, los fundamentalistas actuales tienen un pasado relativamente reciente que va unido a las vicisitudes de la formación de los Estados árabes modernos en su choque inmediato contra los grupos de poder dirigidos por el imperialismo europeo primero, y ruso y americano después, para gobernar bajo su tutela las nuevas entidades estatales.

Citamos los acontecimientos más significativos extraídos de «Islam: Estados sin nación» de P. Vatikiotis. En el periodo entre 1930 y 1950 la confraternidad de los Hermanos Musulmanes, fundada en 1928 en Egipto por un sufi, maestro de escuela primaria, Hasan al-Banna, como sociedad filantrópico-religiosa, se convierte en poco tiempo en el más grande movimiento de masas con trasfondo político-religioso que jamás hayan visto los tiempos modernos. La solidaridad sólo entre los musulmanes, no importa de que país sean, y la limosna equivalente al 10 % del grano, del 2,5 % de los animales útiles y sucesivamente del oro y de la plata, que siendo originariamente voluntaria se convierte en un impuesto regular a favor de los pobres, era uno de los fundamentos que permitían la unión de todos los creyentes en la umma, es decir, la gran comunidad por excelencia de todos los musulmanes que no reconoce las fronteras políticas entre Estados sino solo las religiosas.

A diferencia de los viejos reformadores musulmanes modernistas de los primeras décadas del siglo, los Hermanos Musulmanes tenían un programa radical que no pretendía hacer una reforma del islam que pudiese explicar y comprender las necesarias modificaciones funcionales del naciente capitalismo, por el contrario, lo que buscaba era un retorno a las antiguas enseñanzas de los patriarcas para hacer de ellas los únicos fundamentos del ordenamiento político y social, recurriendo si era necesario a la violencia. Debido a esta oposición a los inmensos intereses económicos en juego, la represión que le acompañó desde 1954 a 1966 fue violentísima: no se escatimaron sogas y cadenas para el millar de fundamentalistas arrestados, culminando con la ejecución de Sayyid Qutb, el primer gran ideólogo del integrismo islámico, que en ese tiempo se había extendido a Siria y Líbano.

El resultado inmediato obtenido fue que el movimiento se dividió en dos partes: una de ellas pacta con el sistema y deja de constituir un problema, la otra se hace todavía más radical e intransigente, definiendo a los gobiernos no islámicos como infieles, proclamando por esta razón que estos debían ser destruidos.

La derrota egipcia en 1967 en la guerra con Israel da a los fundamentalistas una ulterior ventaja; de 1974 a 1981 los nuevos grupos que se habían reorganizado se expresan en una consistente serie de actividades violentas entre las cuales se encuentran el sangriento ataque al Colegio Técnico Militar del Cairo, el rapto y asesinato de un ministro del WAQF (ministerio expresamente creado para la gestión de las ricas donaciones piadosas y de las limosnas para la beneficiencia), choques con el ejército y la policía en el Medio y Alto Egipto y el asesinato de Sadat.

En los años 70 y 80 el movimiento de las mezquitas se extiende a las universidades, incluso por obra de militantes provenientes de partidos de vaga inspiración comunista. La fraseología religiosa coránica fue hibridada con nuevos términos, con el fin de dar a la protesta que parte de la miseria, la forma de un programa político. Es oportuno observar que la adhesión al fundamentalismo por parte del proletariado y de las clases medias en vías de proletarización no deriva ciertamente del reclamo religioso o de la eficacia de la predicación coránica, sino del enorme empuje de la crisis capitalista que no encuentra en la genuina lucha de clase su salida natural, ni en el sindicato rojo ni en el partido comunista a sus organos dirigentes. Además, ante la ausencia de un fuerte movimiento de empuje y de apoyo por parte del proletariado europeo, las enormes energías de las masas árabes son, por el momento, desviadas hacia falsos objetivos religiosos.

Un posterior punto fuerte para los musulmanes de estrecha observancia y también para los integristas es la defensa de la umma, la comunidad de los creyentes con carácter supranacional. Desde un punto de vista cuantitativo esta umma supera los 420 millones de individuos en 29 países con un 90 % de musulmanes. Sin embargo es conveniente presentar una lista de los países más habitados y hacer algunas consideraciones: 1) Pakistán, 86,2 millones; 2) Turquía, 56,7; 3) Irán, 49,3; 4) Egipto, 49,2; 5) Argelia, 25,9; 6) Marruecos, 24,9; 7) Uzbekistán, 20,7; 8) Kazakistán, 16,8; 9) Yemen, 11,5; 10) Túnez, 7,6. Les siguen: Mali, Arabia Saudita y Azerbaiyán con una cantidad que supera por poco los 7 millones.

Ninguno de estos países supera los 100 millones de habitantes o más precisamente de consumidores, que para los economistas de la International Management (octubre-1990), es el mínimo indispensable para realizar una economía globalmente independiente y agresiva en el mercado mundial. Obviamente se precisan otras condiciones, entre la cuales las más evidentes son una adecuada masa de capitales, una consistente densidad de población y un nivel técnico bien consolidado. Japón y la Alemania unificada se encuentran en esta situación, mientras los USA y la CEI (ex URSS) tienen una masa de consumidores mayor pero con una baja densidad.

En el grupo de los 50/100 millones (Francia, Italia, Inglaterra están cercanos a la cuota de 57 millones, para entendernos), umbral necesario para que pueda realizarse un desarrollo capitalista nacional adecuado con la formación de una consistente fuerza proletaria, encontramos a duras penas cuatro Estados; otros dos están apenas a la mitad y los restantes aún más bajos, relegados al papel de provincias coloniales de las economías mas fuertes.

Esto hace que actualmente ningún país este en condiciones de constituir, como lo hicieron en el pasado las diversas dinastías, un punto real de unión de esta comunidad supranacional; asistimos por el contrario al fenómeno opuesto. Los modernos Estados árabes, con sus fronteras y sus ejércitos prestos a defenderlas, se oponen de hecho a esta concepción y la quebrantan en muchas partes, como ha quedado de manifiesto con la guerra entre Irak e Irán, el mayor conflicto entre países musulmanes desde hace más de un milenio.

No debe haber sido nada difícil transformar y disfrazar una disputa territorial presentándola como conflicto étnico-religioso: persas chiítas usurpadores contra árabes sunnitas infieles como excusa para mandar a la masacre a generaciones enteras en las fronteras de Chatt el Arab por su santidad el Petróleo.

El fundamentalismo se ha difundido principalmente entre los estratos más pobres y explotados de la sociedad, como asalariados, campesinos expropiados y empujados a emigrar a la ciudad, trabajadores y pequeña burguesía, que gira alrededor de la economía de los bazares, y de una parte del clero islámico.

La teoría de este movimiento interclasista se puede resumir en tres puntos fundamentales:
1) La modernidad laica es el mal por antonomasia; los religiosos y los políticos que gobiernan según los esquemas laicos y modernos son infieles, y por consiguiente, se les debe combatir hasta destruirles;
2) el único remedio al mal es la rebelión conducida por la vanguardia de los verdaderos creyentes;
3) en un cierto punto la rebelión se transforma en guerra santa (yihad) que comporta el sacrificio y el martirio por amor a la comunidad.

Por el momento el proletariado musulmán ha sido neutralizado por la burguesía y por el clero islámico pero cuando se muestre que ninguna religión puede contener las devastaciones de la crisis capitalista, nuestros hermanos de clase identificaran al verdadero enemigo que hay que abatir hasta la destrucción: el modo de producción capitalista.

Resumiendo: con Engels hemos visto la forma circular de las revoluciones en los países islámicos entre las ciudades opulentas y los pueblos miserables, típica del pasado. El enfrentamiento se presenta en la actualidad modificado por la crisis capitalista que opone entre sí a clases económicamente y socialmente diversas: capitalistas y terratenientes por un lado, y masas trabajadoras expropiadas de todo, pequeños campesinos y míseros artesanos por el otro.

El Fundamentalismo es un movimiento radical que es la continuación, aunque contraponiéndose, de los precedentes del Renacimiento, y del reciente Reformismo, que intentaba conciliar las leyes coránicas con las exigencias de desarrollo del capitalismo.

Difundido entre los estratos más pobres de la sociedad el fundamentalismo es un movimiento interclasista que, incluso mediante acciones violentas y de terrorismo, se opone a la «modernidad laica», en vez de oponerse a la explotación capitalista, verdadera causa de los actuales sufrimientos de las masas oprimidas.

Rebelión y guerra santa hasta el martirio son los medios para abatir los regímenes infectos y corruptos, de cualquier tipo o secta que sean, para alcanzar finalmente la umma, o la comunidad de todos los creyentes islámicos que no conoce fronteras.

Ningún país musulmán tiene hoy las características económicas y productivas, en sentido capitalista, para ser el potente motor de la unidad de los países o mejor de las fuerzas productivas árabes.

Umma religiosa y panarabismo: dos mitos de la unidad árabe

Potencialmente el mundo árabe por medio del llamamiemto religioso a la umma islámica y al panarabismo tiene dos puntos claves para iniciar un movimiento centrípeto que llegue a una cierta forma estable de unificación, que produciría, hecho para nosotros muy importante, también la unificación de todo el proletariado de los países islámicos.

En torno a los que no están claramente definidos, también el Irán fundamentalista desarrolla una acción de arrastre respecto a algunos países islámicos, aun sin poseer completamente las características económicas y productivas necesarias para ese fin.

Mientras el panarabismo, como veremos mediante la relectura de nuestros textos, ha fracasado en un primer intento, el reclamo religioso que eclipsa un movimiento de masas explotadas y hambrientas, por el momento no parece seguir una estrategia proveniente de un único centro dirigente, sino que las diferentes organizaciones parecen moverse independientemente las unas de las otras concentrándose preferentemente en el choque directo de cada una contra los propios gobiernos nacionales.

Esta situación se presenta también en las seculares y consolidadas divisiones religiosas; los sunnitas no reconocen una autoridad superior pero siguen los dictados de diversos jefes religiosos; al contrario, los chiítas, como en el caso de Jomeini, eligen una figura guía con carácter supranacional. Según la antigua tradición religiosa, el Islam rechaza el Estado nación en favor de la comunidad de los creyentes independientemente de su lugar de residencia, precepto ciertamente válido para poblaciones seminomadas en los márgenes de vastas áreas desérticas, pero que para ser aplicado actualmente requeriría cancelar las fronteras económicas trazadas por el imperialismo europeo y americano.

Como no podía ser de otra manera, también la solidaridad con la comunidad musulmana de Bosnia durante la guerra, teniendo en cuenta los vínculos y los obstáculos diplomáticos, no parece que haya sido consecuente con los llamamientos coránicos a la gran umma, aparte de algunas mínimas ayudas simbólicas y del asesinato como venganza de algunos técnicos yugoslavos no musulmanes por parte del FIS en Argelia.

Para el fundamentalismo, el deber de un verdadero musulmán en la actualidad no es la busqueda de la verdad, sino la conquista del poder mediante la guerra santa, y por ello los grandes centros económicos, sobre todo los europeos, que controlan los flujos petrolíferos, consideran a estos movimientos como un peligro real, ya que si obtuviesen la victoria atacarían los proyectos que se han impuesto en esas áreas desde hace medio siglo. Por eso el apoyo por parte de los centros imperialistas a los gobiernos en funciones es fuerte y la suspensión de las elecciones en Argelia ha sido presentado como un hecho estabilizador contra los excesos de una masa de fanáticos asesinos.

Poco o nada se ha dicho sobre el endeudamiento económico, especialmente alimentario, ni sobre la caída forzada de la renta petrolífera, renta que redunda solo en una parte insignificante de la masa de la población.

Los países musulmanes, especialmente los mediterráneos, para mantener los buenos negocios de todos, deben permanecer como fuentes de mano de obra barata y de materias primas a bajo costo y como meta de un tranquilo y económico turismo exótico-cultural que, después del primero de una serie de ataques armados a un crucero por el Nilo en octubre de 1992, ha sido desviado hacia zonas más seguras, mientras los autocares de turistas, después de repetidos asaltos, han sido dotados de escoltas armados.

A otra guerra santa se refería el compañero Zinoviev en la primera sesión del Congreso de los Pueblos de Oriente celebrado en Bakú en 1920:
«¡Compañeros, hermanos! Ha llegado el día en el que podéis comenzar la organización de la verdadera guerra santa contra vuestros opresores. La Internacional comunista hoy se dirige a los pueblos de Oriente y les grita; ¡Hermanos! Os llamamos a la guerra santa, a la guerra santa en primer lugar contra el imperialismo inglés!».

También la llamada a la comunidad y la solidaridad que no conoce fronteras se expresa en ese documento de forma diferente a la religiosa siguiendo la invitación ya dirigida por el «Manifiesto del Partido Comunista» de 1848: ¡Proletarios de todos los países, uníos!

«Retened bien estas palabras: cada capitalista inglés no hace trabajar solamente a docenas y centenares de obreros ingleses, sino a centenares y millares de campesinos en Persia, Turquía, India, y en otros países sometidos al capitalismo británico. La conclusión que se impone es que este millardo y cuarto de población oprimida debe unirse; y que si estas legiones de esclavos se unen no habrá ninguna fuerza en el mundo que pueda someterla a esos bandidos que se llaman «capitalistas ingleses». Además, los representantes de los trabajadores comunistas de todo el mundo os dirigen esta invitación y os ofrecen su ayuda fraterna en esta lucha, tan dolorosa como dura, pero inevitable».

Es inútil recordar que esta invitación y esta oferta son siempre validas, ya que la duración y el agravamiento de la crisis capitalista nos une aún más.

La segunda oportunidad para la unificación de los Estados árabes, es decir, el panarabismo de los años 60, manifestó muy pronto con su fracaso que era una construcción artificial. Releemos en «Comunismo» № 12/1983 nuestro análisis y valoración en el capitulo 9: «El mito de la unidad árabe».
«Es la subida al poder de Nasser el hecho más importante: toda la política de nacionalizaciones de la república egipcia retoma la bandera del panarabismo, de la gran patria árabe unida, trata de devolver el vigor a la liga árabe constituida en 1945, por Egipto, Arabia Saudita, Yemen, Transjordania, Irak, Líbano y Siria, una liga que había demostrado toda su impotencia, toda su ineficacia, todos los limites del federalismo en la guerra de 1948 contra Israel. El primer golpe al renacido panarabismo lo dio Irak, cuando en 1954 se alío con Turquía, que había ingresado dos años antes en la OTAN, para después adherirse, en 1955, al pacto de Bagdad que ampliaba el pacto turco-iraquí a Irán, Pakistán y Gran Bretaña, y que encontraba aprobación y apoyo sobre todo de los Estados Unidos».

El período que sigue, de tensiones políticas con continuos cambios de alianzas, ve crecer fuertemente la influencia militar ruso-americana en progresiva sustitución de la franco-británica hasta el desembarco en el Líbano en 1958.

«Comentábamos así estos hechos en nuestro periódico: el blanco del vil acto de fuerza de los Estados Unidos no es tanto la salvación del podrido régimen de Chamoun, como la unificación árabe. No por casualidad la intervención armada americana ha sido decidida poco antes de la revolución antimonárquica de Irak que ha hecho justicia de la monarquía filobritánica y de sus servidores sanguinarios. A los gángsters del dolar les apremia sobretodo impedir la formación del gran Estado unitario que es la aspiración del movimiento panarabista y por consiguiente salvar las alianzas militares que son el mayor obstáculo a la unificación de los pueblos de Oriente Medio («Programma Comunista», № 14/1958). Pero las débiles burguesías árabes, llegadas demasiado tarde a la arena de la historia, expresión de economías débiles totalmente dependientes del mercado mundial, temían bastante más a las masas explotadas y hambrientas de proletarios y campesinos pobres que con sus agitaciones les habían llevado al poder, que a las viejas clases tribales, a las que habían quitado el puesto, y al imperialismo internacional, frecuentemente condenado en apariencia. La conclusión fue que en todos los países los nuevos gobiernos burgueses inmediatamente reprimieron todo espontáneo movimiento de masas y se pusieron de acuerdo tanto con las viejas clases destronadas como con el imperialismo de Oeste o del Este, según sus contingentes intereses estatales».

El capítulo se cierra con un preciso análisis de la parábola efectuada por los acontecimientos que han señalado el progresivo empobrecimiento de las masas árabes, reducidas a simples rehenes para uso, a través de las burguesías locales, de los proyectos económicos de los grandes centros del poder capitalista:
«El hecho trágico, que pesará terriblemente en los acontecimientos futuros, era que el panarabismo no se podía de ninguna manera resucitar, ni desde abajo – es decir, apoyándose en los prófugos palestinos, repartidos por todo el Oriente Medio – ni aun menos desde arriba como había tratado de hacer Nasser. El panarabismo is over (se le ha pasado el momento), las citas históricas habidas le habían fallado clamorosamente y el irredentismo palestino no podía ya resucitarlo. Los millares de prófugos palestinos hacinados en campos y barrios de chabolas reflejaban toda la tragedia del Oriente Medio, mosaico no de naciones (que no existen ni en un formato menor, ni como los hechos históricos han demostrado, en un solo formato mayor de una única nación árabe) sino de Estados piojosamente atacados en sus intereses particulares, cada uno atado de pies y manos a esta o aquella potencia, cada uno delirante de una independencia económica y política negada por su dependencia real del mercado mundial del petróleo o del algodon o del suministro de armas de una u otra potencia, cada uno orgulloso y satisfecho cuanto sumiso servidor de las grandes multinacionales, cada uno gobernado por pseudo-burguesías ávidas y parásitas o también por los despojos de un pasado milenario ni siquiera feudal sino apenas tribal».

Sobre este escenario se inserta el movimiento fundamentalista desencadenado por el avivamiento de la crisis capitalista que partiendo de Irán, aunque permaneciendo en el ámbito de un simple cambio de régimen de cualquier manera democrático-burgués, envuelve violentamente al Sudan, Egipto, y Argelia.

Los preceptos coránicos y los genéricos llamamientos a la umma, abandonado el raído panarabismo, por el momento tapan la dimensión y profundidad de la crisis económica que resumimos con datos estadísticos, actualizando la serie precedentemente publicada en el № 198/1992 de nuestro periódico.

La crisis económica en Argelia

Argelia empieza a formar parte de los dominios coloniales capitalistas en 1830, momento en que se inicia la ocupación francesa con el desembarco y la toma de Argel, dicha ocupación se hará definitiva en 1847. Francia utilizó por primera vez en operaciones militares de importancia el cuerpo de la Legión Extranjera, creado a propósito en 1831 para sus empresas coloniales reclutando emigrantes, desertores y aventureros de todo tipo.

Los bandidos del capitalismo francés derrotan a los reinos berberiscos locales y se hacen con el poder para civilizarlos. Tales reinos durante siglos habían hecho de la piratería por mar y del comercio de esclavos cristianos su actividad más importante, a menudo en pugna directa con las flotas holandesa e inglesa, haciendo insegura la navegación en el Mediterráneo.

En un artículo nuestro, «Anales de la colonización francesa en Argelia» («Programma Comunista», № 12/1958) se reproduce parte del cap. XXVII de «La acumulación del Capital» de R. Luxemburgo, donde se describe ampliamente la superación violenta de las formas de comunismo primitivo que persistían entre las tribus árabes cabílicas, y que tenían en común la redistribución de la tierra, su explotación y el disfrute de sus productos según la dimensión de las familias y tribus, incluyendo hasta los aperos, ropa y objetos preciosos. Incluso el nomadismo y las migraciones temporales se organizaban por rutas y zonas de descanso preestablecidas, que tenían muy en cuenta la seguridad y la utilización ecuánime de los recursos de los oasis.

La dominación turca provocó una consistente demolición de estas formas de comunismo primitivo, con la confiscación de tierras a favor del patrimonio estatal, y al principio de la dominación francesa la situación era de 6,5 millones de hectáreas (5 en las zonas costeras más 1,5 en el Sahara) como propiedad indivisa entre las tribus árabes, frente a 9 millones de ha. bajo distintos conceptos: 1,5 como patrimonio turco, 3 de terrenos incultos como propiedad común de todos los fieles de Alá, 3 como propiedad privada de los bereberes desde la época romana y 1,5 de propiedad turca adquiridos a bajo precio por el Estado. De estas cifras se deduce que el 42 % de las tierras y sus recursos era gestionado según las antiguas formas de producción del comunismo primitivo que persistían, frente a un 58 % administrado por el conjunto de formas posteriores. Estos porcentajes también nos muestran de forma numérica la intensidad de la rapiña de tierras comunales y de patrimonio estatal llevada a cabo por el capitalismo francés.

La fórmula de civilización estudiada en París se basaba en la progresiva y consistente requisación de las mejores tierras y florestas en favor de compañías francesas, la imposición de tributos onerosos, la ruptura de los antiguos vínculos tribales mediante la imposición acelerada de la propiedad privada parcelaria para los campesinos, y el sólido asentamiento de colonos europeos.

La reforma agraria de 1863–73 establecía que de los 700 territorios de las tribus árabes, 400 debían ser divididos según tres niveles de propiedad; el de la propia tribu, el de sus ramificaciones o cabilas y por último la parcela individual. La extensión variaba según las dimensiones de la tribu: podían ser de entre 1 y 4 ha. o llegar a las 100 y hasta 180 ha.

Por la misma época 400 000 ha. pertenecían en cambio a los franceses, requisadas o expropiadas a precios de ocupación, y de ellas 120 000 estaban concentradas en manos de dos compañías: la «Argelina» y la «Setif», que simplemente las arrendaban a los nativos, quienes las seguían cultivando según los antiguos sistemas pero obstaculizados por las nuevas relaciones sociales.

Las inversiones de capital en el campo para una «agricultura racional» se convirtieron en papel mojado en París; en realidad tan solo se buscaba la apropiación de la tierra, de sus productos y la usura.

El capitalismo inglés, al destruir con su explotación colonial las antiguas formas de producción, ocasionó en la India en 1866 una tremenda carestía y, por la misma causa, 10 años más tarde el capitalismo francés en Argelia provocó otra análoga con una mortandad impresionante. Desde París se hizo ver la causa de tal desastre en la todavía escasa difusión en la nueva colonia de la propiedad privada, pues ésta habría permitido a los argelinos, a través de más trabajo o de la firma de hipotecas, o incluso de la venta de la parcela, la formación de garantías contra futuras carestías, por lo que el proceso de destrucción de las antiguas normas tribales fue intensificado, dando como resultado el inicio de las primeras emigraciones importantes hacia la Turquía asiática de todos aquellos a los que se les expropiaron las propiedades comunes primero y las parcelarias después.

La penetración económica y demográfica que siguió fue tan intensa que en 1906 en la Francia de ultramar, granero del país, los colonos europeos eran el 13 % de toda la población y en 1947, dos años después del final de la Segunda Guerra Mundial, Argelia, por la importancia de sus recursos alimenticios, energéticos y estratégicos, se declaró territorio metropolitano francés.

La revolución anticolonial, también genera en este país norteafricano una lucha durísima a partir de 1954.

En 1962 Argelia se hace independiente después de ocho años de luchas y feroces represalias que enfrentaron a 160 000 militantes del FLN contra 550 000 militares franceses entrenados con dureza para la ocasión, con tal dureza que como informamos en un artículo nuestro, «Estalinismo y Argelia» («Programma Comunista», № 21/1958)
«En Rouen 600 de los llamados a filas rechazan salir del cuartel para ir a servir a Argelia, un alcalde comunista (el de Petit Quevilly) se encarga de arengar a los revoltosos, y como resultado, a pesar de algún incidente que otro entre la policía y los obreros que montaban guardia en el cuartel, a las 2 de la mañana los soldados finalmente pueden partir en vehículos especiales. Hacía falta un representante del proletariado para conseguir lo que los policías no podían».

Como consecuencia de los enfrentamientos armados, las represalias, las torturas, las deportaciones y emigraciones forzosas, se produjo un descenso demográfico en torno al 10 % de la población, que en 1962 se redujo a 10 millones de habitantes, después de la retirada de los militares y civiles franceses que quedaron y que fue rápida durante 1963, excepto en la base naval de Mers el-Kebir y en las centrales nucleares del Sahara.

Bajo el nuevo gobierno nacionalista se inician las primeras reformas económicas, definidas falsamente como socialismo, esto es: nacionalización de la tierra y posteriormente de las compañías petrolíferas americanas y las industrias francesas. La propiedad privada, la renta de la tierra y la financiera, los bancos, los intercambios en moneda contante y sonante, mejor si es en divisa fuerte, todo, sigue estando en su lugar, como corresponde a toda economía capitalista, aunque sea joven y con algunos sectores productivos básicos y de servicios sociales bajo control directo estatal.

El resultado de la política argelina en estos últimos 30 años se puede resumir fácilmente en estas líneas extraídas del artículo «Hacia una economía de guerra» («Le Monde Diplomatique», agosto 1992):
«De hecho, Argelia ha heredado del viejo sistema colonial una especialización económica fundamentada en la exportación de productos primarios para intercambiarlos por bienes manufacturados. En 1964, por ejemplo (dos años después de la independencia), las materias primas y los productos agrícolas representaban el 98,5 % de las exportaciones totales. Sólo las materias primas constituían, en la misma fecha, el 59,4 % de las exportaciones, y la parte de los hidrocarburos dentro de las materias primas, era el 90,6 % (…). Por el lado de las importaciones, la parte de los productos manufacturados (instalaciones y bienes de consumo) llegaba, también en 1964, al 76 % de las importaciones; y entre estos productos manufacturados, los bienes de consumo representaban el 60,5 % del total.
Treinta años después la economía continúa basándose únicamente en la exportación de materias primas; que se reducen prácticamente a los hidrocarburos, y en la fuerte importación (…) de productos alimenticios. En 1989, la parte de los hidrocarburos en el total de las exportaciones alcanzó el 96 % (contra el 12 % en 1961) mientras que la parte de los productos alimenticios y manufacturados en el total de las importaciones alcanzó, en el mismo año el 91 % (contra el 94 % en 1961).
Ahora Argelia se ha convertido en un país prácticamente mono-exportador y el programa de industrialización a pasos forzados entre los años 1965–79, basado en el elevado coste del petróleo, que en 1979 se pagaba a 40 dólares el barril, y en el alto tipo de cambio de la moneda americana, comprendía proyectos muy a menudo improvisados y mal calculados. Con la posterior caída en la cotización del crudo y del dólar se ha agravado la situación, y la economía argelina se ha atado más fuertemente a la de los países europeos, con los que realiza el 75 % de sus intercambios»
.
En diciembre de 1988 nosotros escribíamos:
«Este inesperado empobrecimiento constriñe a Argelia a revisar el propio modelo de desarrollo, basado en algunos grandiosos centros industriales que debían sacar al país del subdesarrollo. Toda la industria siderurgia, refinerías, cementeras, metalmecánicas – por supuesto comprada en el exterior y normalmente a crédito – se muestra muy pronto poco remunerativa, teniendo en cuenta también los costes de gestión y funcionamiento al depender estas fábricas de la importación continua de piezas de repuesto, técnicos capaces de hacerlas funcionar, etc.»

El resultado fue que los costes de este proceso de acumulación acelerada fueron cargados a la cuenta de los proletarios argelinos; ¡aumentó el hierro pero disminuyó el pan!.

Los acuerdos y protocolos adicionales de carácter proteccionista firmados con la CEE desde 1976 al 1988, reducen al país a simple suministrador de hidrocarburos, con suministros regulares y precios establecidos. Además, queriendo que el país magrebí haga de válvula de escape para los productos agroalimentarios e industriales europeos, se practica el dumping (venta por debajo del coste) con precios tan bajos que repelen sobre todo a la temidísima competencia americana.

En el marco de estos acuerdos Francia puede presumir de precios de favor y cláusulas de salvaguardia, que persiguen sobre todo favorecer el empleo de asalariados franceses y las rentas de sus agricultores, a quienes da incentivos para la exportación y facilidades de todo tipo.

La operación de estrangulamiento de la economía argelina y el empobrecimiento progresivo de las masas más desfavorecidas se completa con el hecho de que todas las ayudas económicas de la CEE están dirigidas exclusivamente al mantenimiento de la exportación e importación y muy rara vez al desarrollo de las instalaciones productivas.

Además, la práctica de la competencia desleal del dumping y el consiguiente fracaso de la reforma agraria de 1973, ha acelerado la huida en masa del campo y ha hecho derrumbarse la producción local.

La particular atención que la CEE presta a Argelia se basa en el hecho de que un eventual conflicto de larga duración en la zona del Canal de Suez, y la inestabilidad de los suministros de gas de Rusia, hacen al país magrebí esencial para la continuidad del abastecimiento de hidrocarburos. El mal vender las excedencias europeas de productos agrícolas, aliviando los depósitos de almacenes nacionales y comunitarios, así como algunos programas de cooperación, se convierten en buenas inversiones «con un buen rendimiento».

La crisis capitalista avanza y devora lo que queda del sistema económico argelino; en 1988 se autoriza a las empresas públicas, las antiguas sociedades de Estado, a constituir sociedades mixtas con socios extranjeros; al año siguiente se eliminó todo tipo de vínculo como obligación.

En abril de 1990 una ley sobre el crédito avanza en la apertura total, o mejor dicho, en la capitulación ante los capitales extranjeros, que pueden operar directamente sin la atadura del 51 % del control argelino, pudiendo reexportar libremente productos, capitales y beneficios, además de abrir bancos propios.

Seguidamente se autoriza a mayoristas y concesionarios extranjeros a importar y vender directamente en Argelia, acabando así con el monopolio estatal del comercio exterior.

El 30 de noviembre de 1991, una ley sobre hidrocarburos autoriza a sociedades exteriores a participar hasta con una cuota del 49 % en la explotación de los yacimientos en activo, y en la exploración de nuevos en la zona de Hassi Messaoud, previo pago del «ticket de entrada», que Argel valora en total en algunos millardos de dólares. De este modo se cree poner remedio a las «fracasadas ganancias» de 40 millardos de dólares, debido al abandono de los programas de revalorización del gas natural deseado por el presidente Chadli Benjedid; una quincena de compañías se abren paso hacia delante, entre ellas, además de la oferta adelantada por la Total de 600 millones, llegan a Argelia dos sociedades petrolíferas japonesas.

Frente a la real y más veces declarada imposibilidad por parte argelina de pagar los intereses de las deudas con el exterior, el FMI presenta la acostumbrada receta: restricción de la demanda, en particular la de las importaciones, e incremento de las exportaciones. Una ley de 20 de junio de 1992 elimina puntualmente las subvenciones estatales a los bienes de primera necesidad, a menudo importados: en ese año los productos alimenticios importados constituían el 25 % del total de las importaciones; sólo la sémola, la leche y la harina se benefician todavía de una ayuda parcial.

Pero la amplitud de la crisis argelina es tal, que el programa de «economía de guerra» lanzado por el primer ministro Belaid Abdesslam apenas elegido en junio de 1992, es decir, apretarse el cinturón al menos durante 3 años y relajarse después de haber pagado la cuota de las deudas, 3 ó 4 millardos de dólares al año, es de todas maneras insuficiente.

En febrero de 1994 parte de Argel un ulterior aviso de insolvencia a pesar de los esfuerzos impuestos a los argelinos, que han permitido devolver 32 millardos en 4 años: la cuota del primer trimestre de 1994 es de 1,5 millardos sobre un total anual de 9,3.

Mientras tanto, después de otro cambio de primer ministro, la deuda externa subió a 26 millardos de dólares, y el pago de las cuotas absorbe el 80 % de las exportaciones; lo que les queda no llega a 2 millardos, es decir, la mitad de lo presupuestado. En estas condiciones no es posible ninguna inversión, y el destino de otras 400 empresas que necesitan capitales para modernizar las instalaciones parece cada vez más claro que será el cierre.

Como media las fábricas trabajan al 50 % de su capacidad potencial, el desempleo sube al 20 % de la población activa, la inflación galopa al 30 % anual, el precio del petróleo baja a 16 dólares el barril mientras que el cambio franco francés/dinar que oficialmente es de 1 a 4, en el mercado negro llega a ser 1 a 12.

Francia, que con sus 30 millardos de francos se complace del 50 % de la deuda, quiere gestionar el saneamiento económico propuesto por el FMI teniendo en cuenta su gran implicación, mientras Japón, que reclama el 25 % de la deuda, no acepta una reestructuración o anulación de una parte de la deuda; Argelia, por su parte, espera una condonación de 6 millardos de dólares de deuda pública adquirida con la CEE como «contribución a la seguridad energética de los Doce».

La solución impuesta por el FMI el 10 de abril de 1994, siempre va en el mismo tono: devaluaciones del 40 % del dinar, reducción de los puestos de trabajo con 200 000 despidos, programa de reestructuración de la deuda y nueva sustitución del primer ministro, lo cual tiene lugar con puntualidad al día siguiente. La UGTA, Unión General de Trabajadores Argelinos, se hace oír tan sólo para desmentir que haya dado su consentimiento preliminar al plan del FMI, considerado como inevitable tanto por el ministro de economía Benachenou como por la CAP, la patronal argelina.

Por las informaciones de la prensa no parece que el sindicato, tras ello, haya movilizado en modo alguno a los trabajadores, los desempleados y las masas más débiles, por una defensa aunque sea mínima de las ya míseras condiciones de vida argelinas, como en cambio si hizo, muy a su pesar, en 1988, en las huelgas contra la congelación salarial. Muy probablemente la UGTA ya no tiene crédito entre los trabajadores, y el margen de maniobra lo controlan ahora distintas organizaciones fundamentalistas y paramilitares de más peso: FIS, GIA, MIA, los escuadrones paramilitares de la muerte OJAL y los grupos armados de la mafia argelina dedicada al contrabando de armas y droga, a los que se les a atribuido más tarde el asesinato del presidente Boudiaf.

Completamos esta reconstrucción con las informaciones de «Le Monde Diplomatique», con los datos suministrados por los anuarios del «Calendario Atlante De Agostini» y con los boletines estadísticos de la ONU.

En el decenio 1984–94 la población argelina aumentó de 18 a 23 millones, más 1 millón de emigrantes, según las tablas De Agostini; mientras que las estimaciones ONU (enero 94) para el periodo 1983–92 señalan un crecimiento de 20 a 26 millones. Ambas fuentes denuncian «censos y perspectivas demográficas irregulares» (!), en cualquier caso en un periodo corto la población crece en cerca del 30 %, que equivale al 3 % de media anual y que hace aumentar la densidad de 7 a 9,6 habitantes por km², y que no dice mucho vista la enorme extensión de las zonas desérticas; sin embargo, fijándonos en la población urbana, del 40 % en 1980, subió al 50 % en el 87, y después en 1990 cayó, por efecto de la crisis, al 45 %.

La población activa sube de 4,3 a 6 millones y la parte que se dedica a la agricultura cae poco a poco hasta el 23,8 % del total en 1991.

El registro de las zonas agrícolas, tan apreciado por los agrimensores franceses del siglo pasado, revela que los terrenos incultos en el 84 eran 190 millones de ha., equivalentes al 79,8 % del total y en el 94 aumentaron al 81,7 %.

Las tierras de labor y arboricultura (7,5 millones de ha.) han aumentado del 3,1 % al 3,2 %: un raquítico incremento de 94 000 ha. en diez años, quizá gracias a los tan cacareados proyectos de cooperación. Los prados y pastos permanentes han caído del 15,1 % al 13,1 % de un total de 31 millones de ha.. La floresta y los bosques (4,7 millones de ha.) crecen del 1,8 % al 2 %.

En resumidas cuentas las bocas a dar de comer y los terrenos incultos crecen así: 6 millones de argelinos y 3,6 millones de ha. de desierto, o bien, ¡por cada nueva boca que alimentar, le corresponde media ha. más de desierto gracias a las «reformas socialistas»!.

Es difícil asombrarse después de que hemos dicho que el PNB per cápita del 84 fue de 2389 dólares y de solo 2020 en el 91, cifra a pesar de todo alta si la comparamos con el vecino Marruecos con igual población, cuyo PNB per cápita es sin embargo la mitad, con 1030 dólares, ya que en este otro país magrebí no intervienen las ventas petrolíferas que para Argelia son considerables.

Para mejor comprensión comparemos Argelia con USA: los datos de 1990 nos indican que tanto en el sector del gas natural como en el del petróleo crudo la relación de producción, en volumen, es de aproximadamente 110: 49 contra 488 millardos m³ de gas y 37 contra 369 millones de toneladas de crudo. Nos encontramos aproximadamente la misma relación tanto en la población (26 contra 248 millones de habitantes), como en (para desgracia del proletariado y las clases oprimidas argelinas) el PNB per cápita: 2020 contra 22 560 dólares en 1991.

A causa de los «censos» y «perspectivas demográficas irregulares» no sabemos con cuantos dólares hoy los proletarios argelinos pueden comprarse la sémola para el cuscús, teniendo en cuenta que los datos suministrados por el FMI para 1992 indicaban una considerable caída a 1515 dólares per cápita, por debajo de los 1776 de Túnez, mientras Marruecos sube ligeramente a los 1042 per cápita. («Problèmes économiques», febrero 1994).

En este agravamiento progresivo de las condiciones materiales de supervivencia, en ausencia de una verdadera y profunda dirección de la lucha económica por parte de la UGTA, y no obstante los serios enfrentamientos que han costado centenares de muertos en octubre de 1988 con la posterior declaración del estado de sitio, las fabulosas energías de los trabajadores y desocupados argelinos toman el camino distinto al de la genuina lucha de clases y se arrodillan en las alfombras de las mezquitas.

En febrero de 1989 un referéndum para una nueva constitución da paso al multipartidismo; 6 meses después el FIS es reconocido legalmente y en junio de 1990 obtiene una victoria aplastante en las elecciones municipales.

En mayo y junio de 1991 hay intentos de huelga a ultranza organizados por el FIS y se extienden a todo el país, las revueltas del pan han creado escuela; se encarcela a los principales jefes del FIS en el intento de dispersar el movimiento, pero en la primera vuelta de las elecciones en diciembre del mismo año se obtiene este resultado: el FIS consigue 188 escaños; el FLN (el viejo partido único del gobierno heredero de la lucha anticolonial), 15; el FFS (Frente de las Fuerzas Socialistas), 25 y los independientes de signo vario, 3.

A continuación se suceden los acontecimientos más conocidos: al presidente en funciones se le destituye y se le sustituye por el HCE (Alto Comité de Estado) que anula la segunda vuelta de las elecciones, decreta el estado de excepción y disuelve el FIS.

Para comprender mejor este movimiento que se define, actúa y es reconocido como hijo del viejo FLN y no como un partido político, y que además no tiene un preciso programa político y económico para gobernar, hace falta tener en cuenta otras consideraciones.

Las tablas estadísticas nos dicen que desde 1962, año de la proclamación de independencia, la población ha pasado de 10 a 26 millones, esto quiere decir que ⅗ de argelinos han nacido en los últimos 30 años. Cada año entran en el mercado de trabajo 300 000 jóvenes y el 25 % de la población activa está ya desempleada. Además, con el agravamiento de la situación económica y las obligaciones impuestas por el FMI, otros 200 000 trabajadores corren el peligro de ser despedidos, y la industria primaria ha dejado de funcionar regularmente.

La falta de viviendas alcanza un nivel dramático: el gobierno preveía durante 10 años la construcción de 100 000 alojamientos por año, pero ha realizado 20 000 en total, y para satisfacer las necesidades haría falta hacer para el año 2000 más viviendas que las que tiene ahora todo el país; es decir ¡5 500 000!.

De las viviendas existentes 600 000 están deshabitadas por razones de especulación; en los barrios pobres la mayor parte de las casas son poco más que cobertizos o ruinas, sin ventanas y con el techo caído, sin servicio y sin agua y, en la mayor parte de los casos, en una habitación vive una familia entera. La casa es el argumento más eficaz para el reclutamiento del FIS. Faltan hospitales y escuelas, mientras los ricos indudablemente prefieren mandar a sus hijos a las escuelas francesas o al extranjero, a Francia, Suiza o Estados Unidos.

En esta situación que continúa empeorando y sin vislumbrarse esperanza alguna, la única solución para muchos jóvenes es la de marcharse:
«uno de cada diez está disgustado y no cree en mejorar, querría dejar Argelia e ir a otros países, sin embargo 27 millones de argelinos no pueden expatriarse, esto es así» («Le Monde Diplomatique», marzo 1993).

A la parte de jóvenes sin reservas que se queda en Argelia no le queda más que luchar:
«¿Hay cosa peor a lo que acostumbrarse? (…) Arriesgando por arriesgar no hay nada que perder al jugarse la vida estando armados» («Le Monde Diplomatique», mayo 1994).

Es desde los grandes enfrentamientos de octubre 1988 que «la plaza» se identifica con el movimiento islámico y la lucha política va siendo sustituida cada vez más por la armada, que va perdiendo el carácter de acción terrorista, y que sin embargo implica el control de ciudades menores enteras y de territorios periféricos.

«Los tres principios del fundamentalismo islámico: la modernidad laica es la causa de los males y los gobiernos que actúan en esa dirección son los únicos responsables; el único remedio es la rebelión de las vanguardias de creyentes; y la guerra santa es la culminación de la lucha, han representado la única esperanza para las masas argelinas privadas de las auténticas organizaciones clasistas y revolucionarias comunistas.
Lemas y consignas simples movilizan con eficacia; El Corán con sus preceptos de caridad, justicia y solidaridad para los pobres se convertirá en la nueva constitución; de esta manera ya no habrá necesidad de policía, pues el control de la moralidad y la aplicación de la ley religiosa serán llevados a cabo en las mezquitas; todos los fieles son combatientes y por tanto parte del ejército que puede ser reducido; los impuestos serán eliminados y sustituidos por los zakat, los impuestos religiosos según la tradición coránica. Con el ahorro presupuestario obtenido se podrá dar una aportación a las mujeres, a las cuales se les pedirá que dejen el trabajo y que se ocupen exclusivamente de la familia»
(«Le Monde Diplomatique», febrero 1992).

Es oportuno recordar a quienes con jactancia centroeruropea comentan estos programas que el año siguiente a estas declaraciones, el blasonado y semisocialista gobierno francés proponía, para resolver su crisis, el salario a las amas de casa como incentivo para dejar libres puestos de trabajo en Francia.

La adhesión al FIS crece día a día y tras su desarticulación la rebelión estalla y la respuesta es una represión durísima; el que quisiera el enfrentamiento estará contento con los resultados: sólo en los dos primeros años de conflicto civil se cuentan oficialmente 3000 muertos y miles son los que están en prisión o campos de concentración en el Sahara. La lista de muertos ha crecido después desorbitantemente, alcanzando a mediados de 1996 la cuota 50 000.

Las autoridades y el ejército promulgan decretos antiterroristas como la creación de cuerpos especiales (15 000 militares en las brigadas de intervención), la reducción a 16 años de la edad penal, toque de queda, detenciones por ser sólo «sospechoso o simpatizante», tortura y condena a muerte (en un año han sido dictadas 368 sentencias capitales y 26 activistas del FIS han sido ajusticiados).

La desarticulación de los combatientes del FIS con las detenciones de los jefes más carismáticos y organizativos y los asesinatos generalizados han hecho que inevitablemente los grupos de activistas en libertad se dispersen y se fraccionen, quedando a merced de sí mismos, sin unidad entre ellos y sin dirección centralizada.

Se intentan imponer nuevas jerarquías y tiene lugar una nueva distribución general de las fuerzas en activo que han sido neutralizadas en otros frentes.

Según una serie de tablas y cuadros sacados de «Rivista Marittima» (abril 1992), que analiza el conjunto de las marinas militares locales desde Gibraltar a Suez, las Fuerzas Armadas argelinas en teoría están compuestas de 125 500 efectivos en activo y 150 000 reservistas concentrados en un 95 % en el Ejército, y han absorbido en 1991 como presupuesto de defensa 660 millones de dólares, que equivale a un gasto per cápita de 25,1 dólares, es decir, el 1,2 % del producto nacional bruto per cápita, que en ese año era de 2020 dólares.

Los mandos de las fuerzas armadas están distribuidos en tres grupos: generales provenientes del viejo ejército francés, sólidamente anclados en sus puestos de mando heredados del viejo aparato colonial, un grupo de comandantes moderados formado después de la independencia, y que en estos últimos tiempos se les ha llamado a veces para dirigir el estado de excepción, alejándoles después, y un tercer grupo de nuevos oficiales, ya en su momento adversario del «socialismo de Boumedienne», que desde 1986 auspiciaba la formación de un estado islámico y que cuenta en su interior con algunas figuras eminentes del FIS. «Le Monde Diplomatique» de mayo 1994, que nos ha permitido hacer la recomposición sobre los mandos militares, habla sin embargo también de
«una guerra sucia: desde las incursiones letales y punitivas de la marina y la aviación, al empleo del napalm, a los raids de castigo y las torturas».
El enfrentamiento es por tanto generalizado y está extendido a todo el territorio y es grande el temor a una división en feudos militarizados, especialmente después de la división y proliferación de grupos armados, que con los de la mafia argelina controlan ya algunas zonas y territorios descentralizados.

Responsable de una línea durísima de represión y deportaciones es el llamado «Partido de Francia» que tenía a través del primer ministro Reda Malek, depuesto el 11 de abril 1994, los hilos del poder. Cinco de sus ministros, entre ellos el de interior y responsable de la represión Salim Saadj, que durante la guerra de liberación pasó largo tiempo en el ejército francés, eran declaradamente de sentimientos antiárabes y antiislámicos. Según la «Stratègie des islamistes» («Le Courrier International», febrero 1994) el Partido de Francia, apoyado por intelectuales, políticos, bereberes, francófonos y hasta algún «comunista», que en conjunto han hecho frente común contra el FIS, apelaba continuamente a Francia para que interviniera directamente en las cuestiones argelinas. París, a su debido tiempo recordará esta petición de ayuda; por el momento contrapesa las decisiones del FMI con el Club de París, un organismo económico internacional de acreedores públicos que actúa bajo su dirección, a diferencia del club de Londres que está formado por acreedores privados. Organizaciones secretas ligadas a este «partido» han conseguido otras veces provocar enfrentamientos del ejército y policía contra el FIS y se considera que están incluso dentro de sus fracciones.

La Organización de los Jóvenes Argelinos Libres, OJAL, con el rapto de un profesor de matemáticas de fama mundial, ha hecho acto de presencia y es acusado de hacer el trabajo sucio por encargo del poder.

En el frente opuesto el despliegue de fuerzas es fluido y ligero, prescindiendo de las potentes organizaciones mafiosas y criminales que, beneficiándose de la situación, reclutan jóvenes para una guerra santa muy particular y por cuenta propia mediante el contrabando y tráfico de todo tipo de armas y drogas.

Es generalmente reconocido que la suspensión de las elecciones y el arresto de los dirigentes del FIS fue para el poder argelino un grave error: de hecho, pensaban que después de algunos años de imposibles intentos de gobernar, su poder caería por sí solo, a parte de que los dirigentes políticos y organizativos que han sobrevivido en la cárcel, ahora ya no tienen ninguna influencia sobre los grupos externos, y aun liberándoles no estarían en disposición de retomar el control de la situación.

El FIS no ha sido nunca una organización con una estructura y un programa, está dividido en corrientes, una de ellas, próxima a los Hermanos Musulmanes egipcios de tendencia moderada, se propone una inserción en el aparato del Estado para sopesar las cosas desde dentro del sistema; esta corriente está representada por Abissi Madani, jefe histórico del FIS.

La otra corriente del imam Alí Benhadi, «el hombre que hace temblar al poder solo con el sonido de su voz», es más radical, sin una dirección planificada puede sobrevivir más fácilmente y más tiempo clandestinamente, precisamente porque la iniciativa se deja a estructuras móviles, autónomas y bien armadas. Es esta organización la que encuentra más consenso y complicidad en las fuerzas militares, donde las deserciones se multiplican día a día.

Las armas se consiguen en asaltos a los cuarteles y comisarías o a través de desertores que dejan el ejército para pasar a las filas del FIS,
«se multiplican los sabotajes y se golpea cada vez con más dureza a las fuerzas del orden. Dentro del ejército las deserciones prosiguen después de la reciente y espectacular deserción de varias decenas de cadetes de la escuela militar de Cherchell». («Le Monde», febrero 1994).

Por otra parte, muchos chavales temen por su vida y por la de sus familiares porque los Ikhwans (hermanos) han prohibido a los jóvenes hacer el servicio militar, por una parte está el terror de la represión y por la otra el miedo de venganzas y extorsiones.

El FIS es mantenido, en este periodo, por dos formaciones militares: el MIA (Movimiento Islámico Armado) y el GIA (Grupos Islámicos Armados).

En conjunto se estima que en todo el país operan 650 grupos armados compuestos al menos de 12 hombres; algunos de ellos están formados exclusivamente por mujeres.

Su estructura clandestina es extremadamente descentralizada; las decisiones son tomadas a nivel de grupos de barrio e incluso de manzana, y se adopta el mismo tipo de guerrilla que hace 30 años el FLN usó contra el ejército francés, la técnica del triángulo.

Cada militante conoce sólo a otros dos miembros de la red pero ignora el grado en la jerarquía, si es detenido debe resistir sin hablar 24 horas incluso bajo tortura, para permitir a los otros dos militantes esconderse en lugar seguro y avisar del peligro a toda la red.

A la división en grupos autónomos reducidos por motivos de seguridad se ha unido la debilidad de los dirigentes por disensiones internas, por lo cual la realidad presenta una maraña de bandas que operan independientemente las unas de las otras sin una verdadera coordinación.

Las redes que mantienen grupos armados difunden un periódico clandestino de propaganda y son financiadas en parte por Irán y Sudán después de la ruptura con Arabia Saudita durante la guerra del Golfo, pero la mayoría de la financiación proviene de los robos en oficinas postales y bancos.

La diferencia entre los dos grupos se funda en los objetivos a golpear: el MIA, considerado moderado, actúa exclusivamente contra los representantes del poder sacrílego y sus cómplices. Este grupo sucesor de su homónimo afgano, creado por los legendarios hermanos Buyali en la época de Chadli Benyedid, ha reaparecido bajo la dirección de los nuevos jefes Chebouti y Meliani y, a pesar de las divergencias con los viejos dirigentes en la cárcel o en el exilio, apoya al FIS.

El GIA, asentado en Tiaret en la región interior de Mitidja, más extremo y radical, apunta sus armas contra periodistas, escritores e intelectuales varios, religiosos moderados, y feministas, pero sobre todo contra los extranjeros no musulmanes a los cuales en noviembre de 1993 lanzó un ultimátum para que dejaran el país.

En sus filas hay hombres y grupos especialmente entrenados para la guerrilla que se han formado y han adquirido experiencia en Afganistán con los mujaheddin, en la guerra contra los rusos. Su jefe Sid Mourad «el afgano» fue abatido a primeros de marzo de 1994 en Argel en un enfrentamiento armado. El GIA propone respecto a la mujer la extensión del haram (prohibición) a todas las esferas de la vida social y privada.

Después de la marcha del 22 de marzo de 1994 en la capital contra el terrorismo y por la tolerancia, en la que había participado un grupo de estudiantes universitarias que se oponían entre otras cosas a la obligación de llevar el velo, la respuesta fue rotunda e inmediata: dos franceses asesinados y posteriormente dos estudiantes universitarias acuchilladas.

El clima de terror se ha extendido a todo el territorio y a la población; hay estado de excepción del poder y estado de excepción islámico. En los muros se pegan estos enunciados:
«Leed esta octavilla y pasadla a otros. Romper esta octavilla y estaréis muertos. Ahora ninguna actividad es consentida después de las 15 h. Si trabajáis estáis de parte del faraón (nombre dado al poder infiel). No provoquéis las iras de los mojaheddin».

Hay numerosos puestos de control y falsos puestos de control donde muchos militares y policías han perdido la vida; pensando que se encontraban frente a colegas han exhibido la placa identificativa y han sido matados y decapitados.

Existe la fundadísima sospecha de que dentro del ministerio de justicia hay simpatizantes de los movimientos islámicos ya que a muchos prisioneros después de la detención se les vuelve a dejar libres o se les ayuda a fugarse; por esto algunos grupos de intervención han decidido no capturar más prisioneros y proceder con ejecuciones sumarias sobre la marcha.

La última novedad de la represión por parte de las fuerzas especiales antiterroristas, llamadas ninja por su uniforme de samurais, es presentarse en la puerta de las casas situadas en las zonas controladas por los islamistas y haciéndose pasar por mujaheddin piden asilo; al que lo da se le mata inmediatamente.

La población (tenemos que usar este término vago e interclasista ya que el encuadramiento de las clases es confuso y variable) en parte simpatiza con estos movimientos islámicos y en parte vive en una pasividad que roza la complicidad, y poco se sabe de lo que pasa y de cuantas son las «zonas liberadas».

Otra parte aspira a una democracia laica y teme que el FIS en el poder provocaría una fuga de técnicos indispensables para la reconstrucción, y una vuelta atrás económica y cultural. También se estima que 3 ó 4 millones de argelinos huirían, y la comunidad bereber, que representa el 20 % de la población, podría oponer resistencia al dogmatismo doctrinario islámico y pudiera pasar a la lucha armada.

La crisis continúa con atentados cada vez más atrevidos y devastadores; el GIA exige al gobierno francés que ponga fin a todo tipo de ayuda al poder argelino, que en el plano económico significa una financiación de 5 millardos de francos que no han faltado nunca, y a continuación se produce el desvío de un avión francés. La comunidad internacional, es decir, la banda de asesinos al por mayor, con USA a la cabeza, reclama represiones todavía más incisivas, que no tardan en llegar, y la temida quiebra del ejército no se produce, más bien mejora sus intervenciones contra el terrorismo.

Vuelve la farsa electoral después de represiones y mediaciones internacionales, pero solo cuando se sabe seguro que el electorado no está ya a favor de los grupos extremos del fundamentalismo. La crisis, el terror y un acuerdo de propaganda del régimen, que intenta parangonar al FIS con el partido nazi y al GIA con las SS, producen sus efectos.

Las elecciones de noviembre de 1995, en las que no participan el FIS, que sufre continuas divisiones internas, el FFS (Frente de las Fuerzas Socialistas) y una buena parte del FLN, vuelven a confirmar el cuadro de poder vigente y tratan de presentar un país que ha superado una gran crisis política; la económica en cambio se ha ampliado a pesar de la consistente aportación de los ingresos petrolíferos.

Los vínculos económicos con Francia han aumentado, ya que han venido a llenar el vacío dejado por otros países, y por consiguiente ha aumentado la dependencia argelina del capital francés.

Después del asesinato de siete frailes franceses, defensores del diálogo para la paz, y del obispo de Orán, decidido opositor, el GIA padece fuertes contrastes internos y recortes en la financiación por parte de las sociedades caritati – vas islámicas en Europa, que ahora son fuertemente controladas por existir la sospecha de ser financiadoras del terrorismo.

Los atentados en Argelia, en bares y centros de diversión, que a primera vista pueden ser objetivos contra la corrupción occidental, a menudo se revelan como acciones de extorsión y autofinanciación contra los propietarios que no pagan el «impuesto islámico».

Sin embargo, es evidente que no se ha producido un reforzamiento numérico o el apoyo generalizado a las formaciones fundamentalistas, señal de que el proletariado argelino en definitiva no ha reconocido en ese movimiento la oportunidad de atacar a su verdadero enemigo: la explotación capitalista. Que no es poco en un momento completamente contrarrevolucionario como el actual.

En el Gran Magreb

El Gran Magreb, también llamado el Magreb francófono tras la intensa colonización francesa, comprende Mauritania, el Sahara occidental, (ex Sahara Español, anexionado por Marruecos en 1975 después de la retirada de España), Marruecos, Argelia, Túnez y Tripolitania, que ahora se encuentra comprendida dentro de Libia. Es lógico pues preguntarse si el movimiento islámico integrista que se ha desarrollado con tanta intensidad en Argelia, en el centro desde el punto de vista geográfico, puede suscitar interés y extenderse a toda la zona.

También en estos países de «Al Magrib», el poniente, en un primer periodo de independencia nacional post-colonial se presentó la cuestión de una unidad política, económica y militar sobre la falsa línea del panarabismo egipcio de los años 60. Pero, al igual que con los intentos de Nasser, tampoco aquí se fue más all de las grandes declaraciones de principio, por el contrario, enseguida surgieron diferencias entre los países magrebíes fronterizos, que han provocado la ruptura de relaciones diplomáticas durante varios años.

A fin de cuentas cada país entendía el Gran Magreb como una simple extensión territorial de las propias fronteras en detrimento de sus propios vecinos: las miras expansionistas de la Libia de Gaddafi tendían a la anexión de Túnez; Marruecos con la ocupación militar de dos tercios del Sahara occidental, donde se encuentran los yacimientos más importantes de fosfatos naturales, de ahí que se convierta en el tercer productor mundial igualado con China tras los USA y la ex URSS, potencia su extensión hacia el sur, mientras que Argelia intenta una penetración en el Sahara occidental al sur de las fronteras de Marruecos, la zona frente a las islas Canarias riquísima en fosfatos, sobretodo con el objetivo de obtener también una salida al Atlántico, cortando así el camino a Marruecos por el sur.

En esta situación la vigorosa guerrilla dirigida por el Frente Polisario (Frente popular para la liberación del Saguia el Hamra y Río de Oro, la mayor parte del ex Sahara español) de 1976 a 1982 para la constitución de la RASD (República Arabe Saharaui Democrática) en su momento solo le sirvió a Argelia, único país que la reconoció en función antimarroquí; la suerte de los aproximadamente 200 000 saharauis de mayoría nómada, como del resto, incluidos también los Tuareg, que para los intereses de los grandes centros económicos valían lo mismo que el dos de picas, ha sido jugada como un simple descarte sobre la mesa diplomática en la que también han participado los USA y Francia.

Mauritania, el país más debil y más pobre del grupo, inicialmente ocupó la parte del ex Sahara español que de momento no interesaba a Marruecos, quien mientras tanto ultimó la construcción del «muro defensivo» para defender el Sahara «útil», el de los fosfatos con relativas infraestructuras; pero en 1979 se retira de toda la zona que ocupó durante solo cuatro años.

Al final, como no podía ser de otra manera, los intereses parciales y limitados de los varios grupos económicos nacionales han erigido barreras infranqueables para cualquier forma de unidad, incluidos los efímeros reclamos supranacionales de la umma cor nica.

Si se hubiese llevado a cabo la unidad del Gran Magreb a través del empuje de una burguesía aguerrida y din mica, obligada a un progresivo proceso de centralización, y por tanto mediante la unificadora constitución de grandes grupos financieros e industriales, se habría formado también un proletariado magrebí consistente, capaz de asestar significativos golpes al adversario de clase.

Pero estas también eran y siguen siendo «flojas burguesías árabes, puestas demasiado tarde en la arena de la historia, expresión de economías débiles totalmente dependientes del mercado mundial», además el integrismo islámico no se mueve hacia ninguna forma estable y consistente de concentración de fuerzas, y lo que eventualmente aporta es solo consecuencia de la crisis capitalista, oculto y trastornado sin embargo por el reclamo a una mítica edad de oro de la supremacía de las leyes coránicas.

El problema de la unidad del Gran Magreb se remonta, ya sea bajo la forma de CEE y Nafta o también del inestable MCA (Mercado Común Árabe entre Egipto, Jordania, Siria, Irak y Kuwait) y bajo el modo de producción capitalista, a otras condiciones económicas y productivas muy distintas.

Por eso ahora hemos de considerar uno por uno los países, poniéndoles juntos en las tablas y cuadros estadísticos que recabamos con el objeto de sintetizar una determinada rea geográfica.

Respecto a Marruecos, Argelia y Túnez, los datos publicados por Problèmes économiques № 2361/1994, provienen de las estadísticas del FMI actualizadas hasta 1992, mientras que para Libia y Mauritania se hace referencia a los datos aportados por la «Atlante De Agostini» 1994 y el boletín estadístico de la ONU 1/1994, si bien los datos económicos de estos dos países llegan hasta 1988.

País Población (millones) P.N.B. (millardos US$) P.N.B. per cápita (US$)
Argelia 26,4 40,0 1515
Marruecos 26,5 27,6 1042
Túnez 8,5 15,1 1776
Libia 4,3 22,3 5186
Mauritania 2,1 0,9 428
Total Magreb 67,8 105,9 1562

El total del Gran Magreb nos muestra un valor ya consistente de población, pero también su debilidad económica si se considera que el PNB per cápita de esta zona, 1562 dólares USA, est muy por debajo del PNB per cápita medio mundial, que en 1975 era de 1665 dólares y en 1983 subió a 2529 dólares, como ya hemos recogido y comentado en el volumen editado por el Partido «Il Corso del capitalismo mondiale», en las páginas 230–234 y en las tablas publicadas en el n.36 de Comunismo.

Para comprender mejor el valor del PNB per cápita de los países magrebíes, en los cuadros estadísticos vemos que para el mismo año es prácticamente idéntico al de Tailandia y más de 12 veces inferior al de Italia.

Marruecos, una relativa estabilidad

La grave crisis de Marruecos estalló en 1983: desde ese momento no ha podido hacer frente a sus deudas y en 1985 se da el momento más crítico, momento en el que la relación entre deuda externa y PNB alcanzó el 136 %.

Después de la inmediata intervención del FMI, del Club de París y del Club de Londres, con el acostumbrado programa de «ajustes estructurales» y renegociación de la deuda, la relación entre deuda externa y PNB cayó en 1992 a «solo» el 75 %, como muy bien han podido constatar las masas más pobres y los emigrantes famélicos, súbditos de su majestad Hasán II, en nombre y por cuenta de la mucho más importante majestad Dólar USA. Solamente la relación del servicio de la deuda (los intereses «facilitados» más la restitución de la parte prorrateada de la deuda) respecto a las exportaciones se haido al 28,5 %, cifra alta pero inferior al pesado 77 % de Argelia ese año, y que posteriormente ha subido al 80 % a principios de este año.

El programa de «liberalización» de la economía, como el adoptado por Argelia hace algunos años, que ha producido los resultados bien conocidos, también se centra aquí en dos frentes: desmantelamiento de los mecanismos de formación y regulación de los precios (sobre todo para los de carácter alimenticio, farmacéutico y de primera necesidad: el 80 % de los productos manufacturados y el 90 % de los agrícolas tienen precios libres) y drástica reducción de los aranceles aduaneros, que en Marruecos han caído del 400 % al 40 % del precio de las mercancías importadas.

Todas las restricciones a las importaciones han sido abolidas, incluyendo sobre todo las relativas a la entrada de capital exterior, con el objetivo de favorecer a los inversores extranjeros que, partiendo de los 85 millones de dólares invertidos en Marruecos en 1988, han penetrado progresivamente en la economía de ese país, llegando a los 500 millones de dólares en 1992, preponderantemente destinados sin embargo al sector turístico y sus servicios. Paralelamente el programa de privatización y reestructuración (es decir, despidos) de las empresas públicas de 1990 no se ha iniciado hasta 1992, tras la pausa forzada de la guerra del Golfo, en la que Marruecos participó con un numeroso contingente de infantería de primera línea como carne de cañón en las trincheras del desierto iraquí.

Los ingresos marroquíes provenientes del comercio exterior se basan en tres fuentes, a diferencia de Argelia que como hemos visto se basa exclusivamente en la exportación de hidrocarburos. La entrada de moneda fuerte se produce mayoritariamente por la venta de fosfatos y otros minerales brutos o semielaborados así como de productos agrícolas, 43,5 % del total, el turismo de masas con sus servicios cuenta con el 29,7 %, mientras que las remesas privadas de los emigrantes constituyen el 25,8 % del total. Según los centros internacionales financieros esta situación puede permitir a Marruecos afrontar su crisis con una cierta tranquilidad, tanto es así que las inversiones extranjeras han aumentado casi seis veces en cuatro años.

Sin embargo, añadimos nosotros, los precios de los minerales no los pone Rabat, y los fosfatos de la ex URSS, segundo productor mundial, se venden rebajados, como casi todas las demás mercancías rusas, para hacer frente a la crisis del ex imperio; las remesas turísticas han disminuido sensiblemente a causa sobretodo de la crisis en Europa, así como las remesas de los emigrantes, por lo que la solución a la crisis marroquí se apoya de hecho en tres pilares muy inestables y directamente ligados a la marcha de la crisis mundial y europea en particular.

Además, las escasas inversiones industriales extranjeras se componen esencialmente de instalaciones de ensamblaje, debido a los bajos salarios locales, mientras la industria pesada est insuficientemente desarrollada.

Por último, pero no por importancia, la población activa en total es de 8 millones, el 20 % est desempleada y el 36,7 % est ligada a la agricultura, la cual est fuertemente condicionada por los inconstantes registros pluviométricos naturales, ya que las instalaciones para regar artificialmente, los cultivos tempraneros de invernadero a gran escala para la exportación y en general la agricultura industrializada son todavía muy escasos. Además en los últimos dos años una grave sequía a golpeado a Marruecos y ha provocado consistentes pérdidas agrícolas.

En conclusión, la crisis marroquí, si no tan grave como la de la vecina Argelia, est pasando por el sólito camino deseado por el FMI, que no va hacía su saneamiento económico y reforzamiento productivo, sino hacia su lento y progresivo debilitamiento y sometimiento respecto a los centros financieros internacionales.

Si el fundamentalismo islámico de las organizaciones argelinas traspasase las inciertas fronteras entre los dos países y estallase con igual violencia contra los turistas y los inversores extranjeros, se produciría, como en Egipto, un apreciable perjuicio económico, una fuerte aceleración de la crisis y un marcado empeoramiento de las condiciones generales de vida.

La contención de la violencia integrista es quiz el único problema que preocupa seriamente a la clase dirigente marroquí, la cual por el momento sólo se empeña en operaciones de «vigilancia preventiva», debido a que el fundamentalismo islámico en Marruecos est prácticamente ausente de la escena pública, y solo est presente en algunas facultades universitarias de Casablanca como movimiento religioso moderado y reformador.

Según «Le Courrier International» n. 2/1994, en Marruecos hay principalmente cuatro movimientos islámicos ligados a otros tantos jefes espirituales, según la clásica concepción de las escuelas coránicas. El más importante de estos grupos es conocido como Ad Adl van-Ihsan (Justicia y beneficencia), y su inspirador el anciano Abdessalam Yassin después de haber estado varias veces en las prisiones del rey Hasán II se encuentra en retiro obligatorio en la ciudad de Salè. La adhesión a este grupo conlleva la aceptación de tres noes: no a la violencia, no a la obediencia al extranjero y no a la clandestinidad.

Identificándose con los Hermanos Musulmanes egipcios por ensalzar la invulnerabilidad de los combatientes islámicos, su alianza natural con el pueblo y sobre todo el espíritu de sacrificio extremo, el imanmarroquí reclama la formación de un Estado Islámico Nacional en espera de que maduren las condiciones para la constitución del Califato Federal, que reagrupar los distintos Estados islámicos, una enésima versión de la unidad panarabista con base religiosa.

La acostumbrada joya con el objetivo de desencaminar y confundir a las masas marroquíes oprimidas y explotadas:
«La depresión económica encender el fuego que destruir todos los dogmatismos materialistas. Las ideologías ya est n muertas, una nueva era est por nacer, el crepúsculo de la civilización atea en el horizonte de nuestros tiempos anuncia el sol del Islam» (A. Yassin).

Túnez, entre crisis y fundamentalismo

La economía tunecina apunta desde hace tiempo con un plan moderado hacia la diversificación productiva, con el objetivo de escapar de la trampa de la producción y financiación basadas en la exportación de un único producto. Por el contrario, las estimaciones prevén que a corto y medio plazo Túnez ser importador neto de hidrocarburos, mientras que ahora exporta parte de ellos, por tanto el proceso de industrialización deber hacer frente al recibo energético, que seguramente no se calcular según los preceptos coránicos sino los de Wall Street.

La población activa tunecina es de 2,8 millones y el 23,5 % est ligada a la agricultura, porcentaje similar al argelino pero muy inferior al marroquí. La aportación de divisas que se necesita para la autofinanciación de la producción se basa en un 65 % en la exportación de mercancías (por orden de importancia) del sector textil, minero-energético y agro-alimentario. Después sigue el turismo y sus servicios con un 23,5 % y las remesas de los emigrantes con el 9,3 %.

La relación entre deuda externa y PNB en 1992 se redujo respecto a los años precedentes y fue el 55 %, la menor de los tres países.

La relación entre el servicio de la deuda y las exportaciones se ha contenido, bajando al 19 %, también el valor más bajo de los tres Estados magrebíes. Debido a estas condiciones Túnez todavía no ha corrido seriamente el riesgo de no poder hacer frente a sus acreedores externos, y las políticas económicas en favor de los capitales extranjeros, encabezados por Francia, comenzaron ya en 1986, no obstante siempre acompañadas por las sólitas acciones de liberalización de la economía, que han provocado también en este país revueltas del pan y emigración a Europa.

Con esta situación relativamente estable y tranquila las tablas del FMI muestran un crecimiento real del PNB a partir de 1987; en el período 1990–92 la media anual del trienio fue del 6,7 %, mientras el aumento de los precios al consumo ha descendido del 8 % al 6,6 % del último período. Estos resultados hacen que se exalten los economistas burgueses por los milagros de la economía de mercado liberalizada, pero aquí, precisamos nosotros, se trata de un sistema productivo joven y en crecimiento, y la crisis debida a la caída tendencial de la tasa de ganancia est todavía relativamente lejos.

En Túnez («Le Courrier International», 2/1994) el desempleo afecta a un tercio de los trabajadores no especializados, pero también a técnicos medios y cuadros superiores, sin olvidar las decenas de miles de empleados despedidos por sus convicciones integristas y actividades sindicales, mientras que el bloqueo de los salarios y la liberalización de los precios, a despecho de las estadísticas tranquilizadoras del FMI, han producido un empeoramiento de las condiciones de vida de los trabajadores, aunque no sean tan devastadoras como en los otros países magrebíes.

También aquí, el movimiento sindical ha recorrido la sólita vía hacía la completa integración en los mecanismos estatales, convirtiéndose tras su último congreso en un simple instrumento de la Administración de los Asuntos Sociales. El presidente de la república tunecina, general Ben Ali, autoproclamado sucesor de Burghiba, ha encargado abiertamente a la dirección ejecutiva del sindicato, la tarea de amordazar a los trabajadores, hacerles callar y suprimir todo espíritu de resistencia.

Las amañadísimas últimas elecciones presidenciales y parlamentarias de abril de 1989 han seguido manteniendo el sistema de candidatura única, tanto para el presidente como para el partido único, detentador de todos los escaños en el parlamento, hecho que en sí hace más eficiente y menos costosa la gestión del régimen de la dictadura burguesa, pero que hace estremecerse a los demócratas puros que sufren, no por el hambre, sino por el ¡estrangulamiento de las libertades!

En esta situación y en ausencia de genuinas organizaciones sindicales y políticas de clase, a pesar de la tradición de las precedentes luchas del proletariado tunecino, en este caso el reclamo del FIS ha sido fuerte. De hecho, el MTI (Movimiento de Tendencia Islámica) habría conseguido, según admiten también los órganos oficiales, el 17 % de los votos en las recientes consultas, cifra significativa pero baja respecto al 82 % del FIS en Argelia en la primera, y última, vuelta electoral de 1991. La estrategia gubernamental es combatir a fondo este movimiento y alejarlo del país con el objetivo de desmembrar su principal opositor y al mismo tiempo hacer demostraciones ejemplares a los otros movimientos que se oponen a la manera de actuar de Ben Ali, empleado modelo del FMI.

Actualmente el MTI ha sido sustituido por el grupo En-nahda, constituido en junio de 1993 después de la dispersión en varios países europeos de los dirigentes del viejo movimiento, y propugna la genérica transformación de la sociedad a través del Islam. Aunque es de reciente formación ya se le acusa de estar implicado en el intento de asesinato del presidente Ben Ali, publica en París un semanario en lengua árabe, «El Moutaouasset», que, por su solidaridad hacia los oprimidos, los demócratas puros de París han prohibido editar y difundir, además de obligar al arresto domiciliario a Salak Karkar, uno de los máximos dirigentes tanto de la vieja como de la nueva organización.

En octubre de 1995, el presidente francés Chirac concluía su visita de Estado, felicitándose con el colega Ben Ali por la respuesta adecuada que había dado al desafío fundamentalista, debido también al hecho de haber cuadriplicado el número de policías.

Mauritania, hacia el África más pobre

Mauritania presenta un aspecto decididamente diferente y más complejo. Debido no solo a su posición geográfica, sino sobre todo a su bajo PNB per cápita y las divisiones étnico-sociales en su interior, nos conduce más hacia los problemas del África subsahariana que hacia el Magreb.

Este Estado, ex colonia francesa e independiente desde 1960, tras un breve periodo inicial de asentamiento, ha vivido una serie prácticamente bienal de golpes de Estado y luchas por el poder, hasta llegar al de 1984, con el que el coronel Taya concentró en su persona los cargos más importantes.

Actualmente, en teoría, Mauritania es una república democrática islámica multipartidista, gobernada por los miembros del Partido Republicano Democrático y Social, con 67 de los 79 escaños del parlamento. Pero la realidad es esta: hasta julio de 1980 no fue abolida la esclavitud, y aún hoy el grupo dominante bereber posee esclavos negros y mantiene un rígido control sobre las minorías de color, causa segura de un futuro enfrentamiento racial-económico.

El PNB per c pita, estimable en 428 dólares, es muy bajo, además, más del 22 % de la población es nómada y lleva con el ganado el sustento de forma itinerante, una situación ciertamente incómoda pero ciertamente menos oprimente que la de las masas que emigran a la ciudad por hambre, expropiación o estado de semiesclavitud.

Ha habido algunos atentados serios y esporádicos contra religiosos y estudiantes, tras los cuales fueron echados del país inmediatamente un grupo de integristas argelinos, presuntamente pertenecientes al FIS, ya que no han llegado noticias de otras organizaciones o declaraciones. Según las autoridades locales el problema ha sido resuelto definitivamente con la eliminación física o la expulsión de los sospechosos.

Tras una primera consideración parece que el destino de este Estado, como hemos dicho al principio, no va a guardar relación con el de las economías magrebíes sino más bien con el de toda el África Negra, que sintetizamos con algunas cifras sacadas de un artículo reciente del «New York Times» que apareció resumido en «Repubblica» el 4–8–94.

«Excepto Sudáfrica, en 1991 el PNB de todo el continente subsahariano ha sido el 1 % del mundial, y los intercambios comerciales del 2 % de todo el tráfico mundial, es decir, un subcontinente abandonado a la deriva; 600 millones de habitantes viven distribuyéndose una renta igual a la de Bélgica, que tiene en cambio solo 10 millones; desde 1980 la economía de este rea decae a un ritmo del 2 % anual, hasta el punto de que hoy entre las 20 naciones más pobres del mundo 18 son africanas, mientras que la población crece de forma cada vez más incontrolada, tanto que de 1950 a 1990 se ha triplicado, pasando de 220 a más de 600 millones de personas».

Todo gracias a las maravillas de la economía de mercado, de la explotación burguesa y del modo de producción capitalista.

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Como una primera síntesis final de los tres países principales del Magreb resultan los siguientes puntos:

1) Los movimientos islámicos de oposición a los grupos de gobierno no plantean de ningún modo la cuestión, para nosotros fundamental, del abatimiento violento de la dictadura burguesa, y la superación del actual modo de producción capitalista, sino que, si bien reivindican obviamente una mejora de las condiciones generales de vida de los estratos más pobres de la población, miran hacia atrás en la historia en dirección a una mítica edad de oro generalizada y garantizada por la supremacía de las leyes coránicas.

2) Todos estos movimientos, hasta hoy, tienen un fuerte carácter nacional y no reivindican ninguna forma de coordinación internacional, sino que cada uno sigue, según la antigua tradición islámica, a su propio jefe carismático proveniente en la mayoría de los casos de los distintos centros religiosos. Los contactos entre los grupos de los distintos países se dan prevalecientemente con ocasión de salidas del país por motivos de defensa táctica. Por el contrario, las policías magrebíes y europeas se coordinan en la labor de control, tanto de los grupos locales como de las partes de ellos que han traspasado las fronteras.

3) Francia continúa con su mandato internacional de gendarme de África, y sigue jugando un papel importante en las políticas financieras dirigidas al Magreb. En Francia viven y trabajan 1 200 000 personas con pasaporte magrebí, de las cuales la mitad son marroquíes.

4) La crisis económica argelina por la caída del precio de los hidrocarburos es insanable sin los continuos apoyos de los centros financieros internacionales y no da señales de remitir.

5) La situación de Marruecos, aunque con una crisis económica considerable, es la más tranquila y no hay presentes grupos integristas armados, mientras que en Túnez, con una crisis menos grave, hay una notable adhesión a los movimientos islámicos con organizaciones ya activas.

6) La conjunción, al menos entre las formaciones argelinas y tunecinas en el caso de una guerra civil en Argelia, en el estado de cosas actual, parece una eventualidad muy remota.

7) La gran ausente en el Magreb, que sepamos nosotros, es la organización de clase del proletariado comunista con su programa revolucionario dispuesto a tomar el control de la guerra civil.

El libro verde de Gaddafi

Libia, según la definición de la reforma constitucional de 1977, es ya una república islámica, socialista y popular, pero, dejando a un lado los juegos de palabras, tanto por el aislamiento como por el embargo internacional tras la negativa de Gaddafi a conceder la extradición de dos ciudadanos libios, según los investigadores ingleses implicados en un sanguinario atentado a un avión británico, se sabe muy poco sobre la validez de los datos económicos que tenemos hasta 1988 y sobre las oposiciones al régimen estatal.

Libia se hace independiente en 1951; en 1969 un golpe militar de jóvenes oficiales, dirigido por el coronel Muammar el-Gaddafi depone al rey Idris I. Sin asumir ningún cargo público, Gaddafi se atribuye el poder supremo de «guía de la revolución». En 1973 Gaddafi declara el islamismo vía para la revolución social, también llamada «Tercera teoría universal». En 1976 se proclama la «República popular árabe de Libia» basada en el Corán. Con la reforma constitucional de 1977 Libia asume la denominación de «Jamahiriya árabe libia socialista popular» (Jamahiriya significa literalmente movimiento de masas) y se instituye un sistema de gobierno popular directo en cuya cúspide se encuentra el Congreso general del pueblo, que elige un secretariado de siete miembros cuyo secretario es en la práctica el Jefe de Estado, así como a un Comité general equiparable a un Consejo de ministros. Gaddafi continúa siendo «guía de la revolución».

El libro guía para esta Jamahiriya es el libro verde, que nosotros hemos leído en la versión en italiano editada en Trípoli por el Centro de Investigación y Estudios sobre el libro verde. El texto se articula en tres partes: la primera, «solución del problema de la democracia, el poder del pueblo»; la segunda «solución del problema económico, el socialismo»; y la tercera «base social de la Tercera teoría Universal».

En la primera parte se desarrolla la tesis de que la democracia de hecho no existe, porque con el existente sistema de recuento de votos, a una gran parte de la minoría (el 49 % derrotado por el 51 %) siempre se le excluye de las decisiones, por lo que en el fondo las democracias hechas con el molde parlamentario son regímenes dictatoriales disfrazados. El partido es la dictadura actual: para la sociedad la lucha de los partidos tiene el mismo efecto negativo que la lucha tribal o sectaria. El sistema político de clase también es erróneo porque representa solo a una parte del pueblo. Una parte no debe dominar nunca todo, ya que a la larga se produciría un continuo movimiento circular en el cual el que toma el poder como libertador, con el tiempo se haría opresor, hasta que un nuevo libertador se alza para aplastar a los opresores en un sistema que continuaría indefinidamente. Casualmente se pone como ejemplo a la clase obrera, que después de haber tomado el poder sería combatida por clases muy parecidas a las abolidas.

La solución es simple:
«Es derecho de los pueblos proclamar solemnemente el nuevo principio: Ninguna representación en lugar del pueblo».
La representación es un engaño; la solución es la democracia directa; no existe democracia sin congresos populares y comités populares en todos los sitios. Las masas no tienen más remedio que luchar por abatir todas las falsas democracias como quiera que se denominen.

La democracia es el control del pueblo sobre sí mismo y se practica a través de congresos populares de base de todos los ciudadanos, que elige cada uno su secretaría, que a su vez se reúnen para formar otros congresos populares no de base y de esta manera, a través de elecciones internas con un sistema piramidal, se llega a la cúspide del congreso general del pueblo, que se reúne una vez al año y elige un secretariado de siete miembros y un secretario, es decir, las máximas autoridades del Estado.

De cuales son las competencias, límites, poder, uso de la fuerza coercitiva y las armas, aquí no se habla. En realidad todo esto se asemeja a una forma híbrida entre los antiguos consejos familiares-tribales y los modernos comités de distrito a los que se deja manejar los asuntos de menor importancia o como máximo expresar los pareceres y opiniones sobre las grandes cuestiones, que después siempre se deciden en la tienda de Gaddafi.

Esta es la gran novedad donde todas las dudas encuentran acogida y todas las cuestiones se resuelven apelando a la ley natural de la sociedad, constituida por la tradición que a su vez est comprendida en la religión. La religión por lo tanto es una confirmación del derecho natural y es el instrumento de gobierno, que debe seguir la ley natural de la sociedad.

Como se ve, no es algo tan revolucionario y novedoso para una sociedad hasta ayer agro-pastoril, donde todavía eran muy fuertes los vínculos de las formas comunistas de la vida tribal, incluidos los de la propiedad indivisa del suelo y del agua, y que debido a sus recursos petrolíferos ha sido arrastrada al torbellino de la producción capitalista, para la cual las demás formas no cuentan o son solo asuntos internos.

La segunda parte, sobre la solución del problema económico, se centra en el hecho de que ha habido importantes e históricas evoluciones sobre la solución del problema del trabajo y su coste, como las normas que limitan la renta y que prohiben la propiedad privada transfiriéndola al Estado, pero todavía no ha sido resuelto definitivamente el de los trabajadores-productores que siguen siendo asalariados, si bien en el aspecto normativo se han hecho grandes mejoras. La política salarial no obstante supone
«intentos artificiales de reforma, más próximos a la beneficencia que al derecho de los trabajadores»,
aunque es una sana norma que quien produce debe consumir, el asalariado, aunque gane mucho,
«es como un esclavo del patrón que permanece subordinado a él temporalmente, y tal esclavitud se manifiesta mientras trabaje subordinado a cambio de una compensación. Esto independientemente del hecho de que el que da trabajo sea un individuo o el Estado» (…) «La solución definitiva est en la abolición del salario y en la liberación del ser humano de este tipo de esclavitud: y esto significa el retorno a las normas naturales que han definido las relaciones antes de la aparición de las clases, las diferentes formas de gobierno y las legislaciones elaboradas por el hombre (…) De estas normas naturales nació un socialismo natural basado en la igualdad entre los elementos que confluyen en la producción económica».

Por tanto una repartición igualitaria del producto entre los individuos a los que les corresponde una parte proporcional (no est claro como se consideran las herramientas, los animales, las materias primas y maquinaria) y
«así se pone en marcha un sistema socialista al que se somete todo el proceso productivo basado en esta forma natural».

Por el contrario
«las teorías históricas precedentes se han ocupado del problema económico solo desde el punto de vista de la situación de los factores productivos y los salarios respecto a la producción, sin conseguir aclarar la esencia de la producción misma (…) La clase obrera est en disminución gradual y continua, conforme evolucionan la tecnología y las ciencias (…) y ser absorbida progresivamente por el proceso productivo. En cualquier caso el hombre en su nueva forma seguir siendo siempre un elemento fundamental del proceso productivo».

En el libro verde la relación necesidad-libertad se explica afirmando que la libertad del hombre es incompleta si sus necesidades dependen de otro hombre, ya que la satisfacción de tales necesidades hacen que un hombre esclavo sea explotado por otro hombre. La vivienda, necesidad insuprimible, debe ser propiedad de quien la habita; la libertad acaba cuando se debe pagar alquiler, por tanto todos los programas de viviendas estatales no son la verdadera solución.
«Nadie tiene el derecho de construir una casa más aparte de la propia y la de sus descendientes para arrendarla; ídem para los animales de transporte y trabajo y los vehículos de motor; propietarios si, arrendadores no».
Por lo que respecta al sustento, en la sociedad socialista no debería haber asalariados sino asociados, y las asignaciones necesarias para todas las adquisiciones deben provenir de la parte proporcional como asociado y no como asalariado. Además,
«la tierra no es propiedad de nadie pero se permite a todos explotarla, disfrutando sus beneficios mediante el trabajo, la agricultura y el pastoreo»

Los ejemplos que siguen definen un socialismo en el que se reafirma la figura del trabajador individual, o asociado en cooperativas, que trabaja, produce y consume para las necesidades personales y las de la propia familia, sin servidumbre doméstica, considerada la peor de las esclavitudes, que posee solo su casa, el camello o el automóvil y tiene ahorros necesarios para satisfacer las necesidades primarias de su familia. Tener de más significa sustraer a los demás, sumirlos en la necesidad y por tanto privarles de la libertad.

Para nosotros es la descripción de una sociedad parca de campesinos, artesanos y socio-productores pequeño burgueses con un nivel de acumulación apenas sobre cero.

Estas son las solemnes conclusiones en el terreno económico:
«La transformación de las sociedades contemporáneas, de sociedades de asalariados a sociedades de socios, es fatal consecuencia dialéctica de las tesis económicas en contraposición existentes en el mundo de hoy, y también es fatal consecuencia de las injusticias inherentes al sistema salarial (…) El paso final es la llegada de una nueva sociedad socialista, donde el beneficio y la moneda desaparecer n. Esto se verificar transformando la sociedad en una sociedad totalmente productiva, donde la producción alcanzar un nivel tal, como para satisfacer las necesidades materiales de todos los individuos de la sociedad. En esta fase final desaparecer automáticamente el beneficio y ya no habrá necesidad de la moneda. Reconocer el beneficio significa admitir la explotación».

La tercera parte, sobre la base social, nos ilustra el conjunto de relaciones entre la familia, la tribu, la nación, las relaciones con las otras naciones, las religiones y los papeles naturales del hombre y la mujer
(«No hay diferencia en los derechos humanos entre hombre y mujer y entre adulto y niño. Pero no hay igualdad completa entre ellos para los deberes que deben asumir»).
También hay sitio para las minorías (a los dos millones de inmigrantes en Libia se les dedica además un trocito) y los negros:
«ahora tendría que llegar la época de dominación de la raza negra, pues las otras ya lo han hecho».
Sigue sobre la abominable educación coercitiva de tipo occidental, que con sus programas oficiales limitan la sed de saber; a la música, las artes y el deporte visto en los estadios se les despacha así:
«A los pueblos beduinos no les importa el teatro ni los espectáculos, porque trabajan duro y son del todo serios en la vida. Llevan una vida seria, y por eso se burlan de la recitación. Las comunidades beduinas no asisten pasivamente a los espectáculos que otros interpretan, sino que practican las diversiones o los juegos de forma colectiva, porque sienten la necesidad de ello y lo hacen sin explicaciones».

Se debe agradecer al «guía de la revolución» el no haber sacado a bailar ni a Marx ni a Lenin, así como no haber desfilado con las notas de la Internacional y haber creado su parco socialismo sobre la base de las tradicionales reglas sociales de las antiguas sociedades beduinas, como si quisiese parar el tiempo en una pretendida edad de oro islámica hecha con trabajo y rigor moral sobre la base de la pequeña propiedad privada que incluye sin embargo las ventajas de la industrialización.

Las riquezas acumuladas por la nacionalización de los recursos petrolíferos han sido en parte redistribuidas en forma de discretos servicios sociales, productos alimenticios con precio tasado, programas de irrigación, etc. También es verdad que la plusvalía arrebatada a los dos millones de inmigrantes como asalariados y empleados del servicio doméstico, la peor de las esclavitudes, a alguien ir a parar.

No hay datos económicos suficientes para interpretar la verdadera estructura económica libia, es decir, el tipo de empresas, la división de los empleados en cada sector económico, el grado de mecanizaciónagrícola, el nivel de desempleo, el papel de las multinacionales y las empresas extranjeras como contratas, etc., por lo que este libro verde se queda como un folleto propagandístico de buenas intenciones, mientras la economía real no va seguramente hacia el pretendido socialismo islámico ni tampoco hacia el socialismo bolchevique de Lenin. La crisis general capitalista ya ha traspasado las fronteras libias.

El polvorín Egipcio

Con el desarrollo de la crisis económica, Egipto sigue los mismos pasos que los otros países árabes económicamente débiles, y en general que todos los del Tercer Mundo, diseñados e impuestos por el Fondo Monetario Internacional a través de las acostumbradas y bien conocidas «medidas de reajuste estructural».

Sin embargo, dos factores de carácter geoestratégico intervienen a favor de la situación egipcia: 1°. Egipto es el único Estado que hace de puerta en las comunicaciones terrestres entre África y Oriente Medio; 2°. En su territorio se encuentra esa importantísima vía marítima de 161 km por la que transita el 14 % de todo el tráfico mercantil internacional por mar.

Estos dos factores, que forman parte de la más compleja y amplia cuestión militar en Oriente Medio, han sido suficientes para que los americanos y europeos hayan estado rascándose el bolsillo durante más de medio siglo, y conseguir continuos aplazamientos en las devoluciones de la deuda. El imperialismo americano en particular no podrá nunca renunciar al control directo de este importantísimo fulcro estratégico, sobretodo después del fracaso sufrido en Irán con la consiguiente pérdida de las bases y del apoyo garantizado por el sha Reza de Persia, su fidelísimo aliado títere.

Debido a estos dos aspectos, a las desamparadas y explotadas masas egipcias, aparte de los comunes abusos que soportan, se las ha de considerar prisioneras y rehén de la clase dirigente local, ya que son utilizadas para defender con su sacrificio humano estos dos importantes «bienes de la Nación», como ha sucedido ya en el pasado en descabelladas operaciones militares.

El regalo del Nilo, como era conocido Egipto antiguamente por basarse exclusivamente en sus inundaciones, encierra dentro de sus confines políticos 1 millón de km² incluidos los 59 200 km² en Asia. La mayor parte de este territorio es completamente desértico, mientras que la parte habitada y cultivada es de solo 55 000 km², que equivale a 118 del total, esto es una superficie el doble de la isla de Sicilia, sobre la que sin embargo viven según el último censo, 56 millones de individuos. Esto hace que la densidad de población real sea 1018 habitantes por km² de territorio útil, en contraste con la puramente media aritmética de 58 habitantes por km². Por tanto El Cairo, según el último censo oficial de 1986, con sus 6 millones de residentes y una increíble densidad de 28 300 habitantes por km², es digna capital de un Estado sobremasificado. No obstante, según las últimas estimaciones de agosto 1993, la población total alcanza los 58 millones, mientras que la del Cairo, la ciudad más grande de África, se estima en 15 millones. Solamente en el infernal barrio cairota de Imbaba, de poco más de 2 km², «viven» un millón y medio de egipcios, lo que significa poco más de 1 m2 de espacio por persona, incluyendo calles, el piso de las viviendas y las azoteas.

En la Ciudad de los Muertos, señalada en todas las guías turísticas por su «resaltante paisaje», esto es, un ex cementerio mameluco delimitado por muros, entre millares de tumbas, construcciones y monumentos fúnebres «reciclados» viven más de medio millón de personas todavía más abandonadas, muchos, prófugos de la zona del Canal que se fugaron durante la guerra de 1973 por la reconquista de la plena soberanía sobre este ¡importantísimo bien nacional!

Egipto es el segundo país africano por población después de Nigeria, y el tercero por PIB después de Sudáfrica y Argelia, con 32 millardos de dólares en 1992; el PIB per cápita sin embargo ha descendido bastante bajo, hasta 570 dólares: hay que recordar que en 1970 era de 200 dólares per cápita y subió a cerca de 700 en 1987.

Los principales apartados de la economía egipcia tienen que ver con la agricultura, materias primas, petróleo y derivados, remesas de los emigrantes, turismo en masa, los peajes del Canal de Suez y ayudas y financiaciones internacionales facilitadas de modo particular.

La agricultura egipcia es agraciada por excepcionales condiciones geo-climáticas: proverbial fertilidad natural del suelo, sol continuo e inviernos cálidos, terrenos llanos, de fácil acceso y agrupados en torno al Nilo de irrigación total casi ilimitada, ésta regulada después de la construcción de la presa de Asuan, la cual sin embargo retiene considerablemente la bajada natural del limo, un fango fertilísimo transportado por el río en sus periódicas crecidas, obligando así a los agricultores a recurrir a los fertilizantes industriales. ¡El necesario precio del progreso!, justifican hipócritamente los grandes economistas de todas partes.

El terreno cultivado en Egipto es de 2,7 millones de hectáreas equivalentes a la mitad del territorio útil, incluidos los oasis pero obviamente excluidos los desiertos: los terrenos sometidos a la práctica de la inundación anual del Nilo se quedan solo en 400 000 hectáreas, mientras que el resto es irrigado de modo permanente con obras de regulación hidráulica.

Estas obras de irrigación y las condiciones climáticas hacen posible tres cosechas al año y determinan consecuentemente una particular práctica y rotación de cultivos caracterizada por variedad y terminología particular: «Shitui», o bien los principales cultivos de invierno de grano, judías, cebada, habas, cebollas, lino, etc.; «Sefi», los estivales de algodón, «el oro blanco de Egipto», arroz, maíz, mijo, caña de azúcar, cacahuetes y sésamo; «Nilj», o el de la inundación del Nilo, son los cultivos otoñales del arroz, maíz y mijo.

Como consecuencia la superficie sembrada es mucho más extensa que la sometida a cultivo, la producción de frutas y hortalizas es continua, la cría de animales de trabajo, de corral, para carne y para leche está extendida. A pesar de esto, como no es de extrañar en el mundo de la producción capitalista, también existe para Egipto el dramático problema de la autosuficiencia alimentaria.

Resumimos de un dossier de «Problèmes économiques» de marzo 1994 sobre la economía egipcia una serie de datos para ilustrar en síntesis la situación. La agricultura asegura el 20 % del PIB total y absorbe más de un tercio de la población activa. El PIB agrícola creció a un ritmo medio del 2,7 % anual en los años 60, pasó al 3,5 % en los 70 después de la entrada en funcionamiento de la presa de Asuan, para descender después al 2,5 % en los años 80, es decir, a valores inferiores a 20 años atrás. No en vano hay que tener en cuenta el consistente incremento demográfico, recordando que en 1950 Egipto contaba solo con 20 millones de personas, es decir, que en solo 40 años la población casi se ha triplicado.

A continuación veremos las iluminadas explicaciones del FMI y las consiguientes maniobras de reajuste estructural.

En lo que respecta al empleo en la agricultura en los años 60, sin tener noticias a disposición mucho más actualizadas, pero que de cualquier manera siguen siendo significativas considerando el buen nivel productivo alcanzado en aquel periodo, extraemos unas líneas de «Islam y capitalismo», de M. Rodinson.
«En realidad, después de 1880 y la ocupación inglesa, con la intensificación del cultivo del algodón que tendía a hacerse monocultivo, se da un desarrollo de la explotación de las tierras con mano de obra asalariada. Según el censo de 1907, el 36,6 % de la población rural activa ya estaba compuesto por obreros agrícolas. En 1958–59, la cifra de campesinos sin tierra ascendía al 74 % de la población rural. Se trataba de asalariados en potencia, que no tenían de hecho otros recursos; pero, de los 14 millones de individuos representados por ese porcentaje, de los que 10 millones se pueden considerar hábiles para el trabajo, solo 3 millones eran asalariados regularmente. A tal cifra habría que añadir los propietarios de los microcultivos, que solo pueden vivir siendo empleados por los propietarios más favorecidos, es decir 215 000 cabezas de familia o un total de 1 075 000 campesinos, cerca del 5 % de la población rural. Por la misma fecha, se estima en un 56 % de la superficie de los latifundios (más de 20 feddans) la parte que no estaba arrendada, sino directamente explotada por el propietario, o lo que es lo mismo trabajada por asalariados».

Más allá de las extrañas definiciones de los asalariados en potencia que para nosotros, viendo luego la descripción, son puros proletarios agrícolas, el cuadro de los años 60 nos muestra 4 millones de asalariados agrícolas, entre proletarios y pequeños propietarios ciertamente en vías de proletarización, que trabajan más de la mitad de las grandes haciendas agrícolas, verdaderas fábricas a cielo abierto.

Volviendo a la situación actual, los datos nos dicen que las inversiones públicas en agricultura han disminuido en los últimos 25 años, mientras que ahora con la puesta en marcha de las medidas del FMI, con las nuevas inversiones, se quiere aumentar la producción agrícola, que crece al 3 % anual, poco más que el crecimiento demográfico, que por ahora se ha estabilizado en el 2,7 % tras las elevadas tasas de años precedentes. En otras palabras, que si todo marcha bien se seguirá consumiendo, mejor dicho pasando hambre, como hasta ahora.

La agricultura es el sector donde a partir de 1987 la liberalización económica ha sido más intensa; y bien que se ven los efectos. Se ha empezado a suprimir los controles sobre la variedad de los cultivos, sobre los precios fijados en origen, sobre la comercialización de las mercancías agrícolas y han empezado los programas de privatización de las empresas agrícolas estatales y de las actividades paraagrícolas. También aquí la falsa formulita, «menos Estado, más mercado» ha incrementado la riqueza de algunos y la miseria de otros muchos.

La liberalización permaneció parcial por mucho tiempo. La producción agrícola, programada y sometida al régimen de precios fijados por el Estado y la rotación de cultivos para las mercancías alimenticias (arroz, maíz, cereal, algodón), con el objetivo de proveer a bajo costo a las ciudades y las industrias, ha sido sustituida poco a poco por cultivos de forraje, sin fijar los precios y sin vincularlos a nada, como sustitutos de los de alimentación humana. El fenómeno se extendió hasta el punto de hacer que los impuestos para el herario cayeran en concepto de tales mercancías de 5,5 millardos de liras egipcias de 1985 a 1 millardo en 1991.

Además los «ajustes» programados desde el 92 prevén la drástica reducción de las subvenciones a la producción para alimentación animal, fertilizantes y pesticidas, excluyendo los que se usan para el algodón; la comercialización de estos productos pasa al sector privado y la liberalización de toda la producción agrícola debería ser completada en 1995. Por otra parte las políticas del FMI tienden a realizar incrementos de productividad sobre el suelo ya cultivado, más que a aumentar la superficie a través de saneamientos, regadíos y demás obras. Haciendo esto el desierto podrá seguir avanzando a pesar de los ingentes esfuerzos, incluido el de la Esfinge, para pararlo. Pero de esto los sabiondos de las altas finanzas no se preocupan, hasta que obviamente no se convierta en una ocasión para especular.

Ellos calculan que la disponibilidad comercial de las mercancías aumentará del 20 % al 40 % solamente mejorando las simientes, introduciendo nuevas variedades e híbridos, modernizando la recolecta que disminuirá pérdidas y derroches, y por fin racionalizando la irrigación, hoy prácticamente sin ningún coste, introduciendo tarifas adecuadas sobre el consumo que limitarán «los abusos». Al mismo tiempo los trabajos de manutención hidráulica, saneamientos y drenajes pasarán gradualmente a ser cargados a los productores.

El Faraón capitalismo no llega a estar a la altura de los faraones de precedentes formas de producción cuya máxima preocupación era la defensa del territorio y el mantenimiento de las obras hidráulicas, tareas reservadas a la unidad central. De este modo, introduciendo el pago del agua y los impuestos al regadío se limitarán las producciones que necesitan de gran cantidad de agua, como la caña de azúcar, pero sobre todo del arroz, tradicionalmente un alimento básico; por tanto menos agua, menos arroz, más hambre.

Las cifras para la autosuficiencia alimenticia en general han ido empeorado y solo en algunos sectores, según los triunfalistas informes del FMI, se han producido desaceleraciones y alguna recuperación, pero en general siempre bajo el nivel de la autosuficiencia. Un ejemplo representativo es el cereal: en 1960 la producción nacional cubría el 66 % del consumo, en 1987 cae al 22 %, para remontar al 45 % en 1991.

Otra acostumbrada directriz del FMI está relacionada con la limitación del consumo alimenticio. Según estos obesos genios y sus bien cebados plumíferos las «subvenciones para limitar los precios producen despilfarros (azúcar y pan sobretodo) porque el precio del pan se queda solo en un cuarto de su valor». Según ellos, aunque sea pronto para considerar que la dependencia alimenticia egipcia este definitivamente atenuándose, las perspectivas de incremento de la productividad y desaceleración del crecimiento demográfico tenderían a acreditar una solución favorable. En otras palabras: ¡producid más, comed pagando al precio de mercado y parid con extrema moderación! ¿Cuántas licenciaturas, masters y stages han hecho falta para semejante conclusión?

Mientras tanto Egipto sigue siendo uno de los primeros países importadores agrícolas del mundo con un enorme déficit comercial: En 1990–94 las exportaciones agrícolas han sido el 5,8 % del total de las exportaciones, mientras las importaciones alimenticias (cereal, harina y maíz) resultaban ser el 23,5 % del total de las importaciones. Estas cifras nos muestran como, a pesar de las potencialidades y los incrementos de producción, lo bien enraizadas que están el hambre y la miseria capitalistas.

No consuela, ni mata el hambre, ocupar el primer puesto en el mundo en 1990 por rendimiento en la producción de arroz. Además la producción del algodón, el oro blanco de Egipto, considerado el mejor del mundo en calidad, ha sufrido una caída del 40 % en 20 años. La causa está, según los señores doctores de siempre, en los bajos precios impuestos por el Estado a los productores, los cuales en los últimos años han preferido pagar las multas antes que continuar el cultivo. Hace falta precisar que muchos de estos pequeños productores fueron obligados por estos bajos precios a cultivar cereal, otros productos agrícolas, y pasar a la producción hortícola, seguramente más remunerativa y más nutritiva que el algodón, mientras que solo las grandes empresas podían mecanizar la producción. La superficie cultivada a caído por tanto a la mitad en 25 años, comprometiendo así el suministro a la industria textil nacional que emplea 386 000 personas.

Esto, como otras situaciones, no es debido al «más Estado, menos mercado», es decir a la injerencia de la máquina estatal en la economía, sino a las leyes generales y necesidades de la producción capitalista, como Marx describió ampliamente con motivo de los procesos de concentración y centralización de la producción en este modo de producción en el libro primero del «Capital» en el capítulo XXIII, «La ley general de la acumulación capitalista».

El programa americano para la reestructuración de la producción algodonera prevé por una parte un plan de financiación de 620 millones de dólares, por otra incluye la total apertura a las importaciones «para que entre en juego la competencia», además de la fluctuación de los precios de venta a los hiladores pareja a los costes reales de producción y ligados a la marcha general de los precios internacionales, y total eliminación de todo control estatal.

En el sector de los minerales el programa internacional contempla la apertura al capital privado nacional y extranjero para la investigación y explotación de los no despreciables recursos, actualmente poco aprovechados a excepción del hierro, manganeso, fosfatos y carbón. El plato fuerte se refiere sin embargo a los hidrocarburos, sector en el que Egipto tiene una larga tradición; las primeras exploraciones se remontan a 1884 mientras que la producción a gran escala se empezó en 1911.

Actualmente, debido a la producción récord de 1991, es el 16º productor mundial y exporta la mitad de la producción, mientras que la exportación del gas todavía no se prevé al ser usado cada vez con más frecuencia, además de para el consumo doméstico, en las instalaciones industriales y centrales termoeléctricas en sustitución del petróleo. El producto o mejor dicho la renta en moneda extranjera para las arcas estatales ha sido de 1312 millones de dólares en 1991, cifra considerable y que supone el 40 % de las exportaciones petrolíferas.

También en este sector el FMI se ocupa de luchar contra los despilfarros energéticos debidos como de costumbre, «a los bajos precios internos regulados» que deberán ser por tanto adecuados al nivel de los internacionales. El precio de venta de los carburantes y del gas a las centrales termoeléctricas estaban fijados en el 9 % de los internacionales y han aumentado progresivamente. Como consecuencia las tarifas eléctricas a las familias, que en 1992 cubrían solo el 58 % de los costes de producción, deberán adecuarse a los costes reales, limitando además el consumo y los derroches. ¡Los señores doctores saben que cuanto más pobres más derrochan, y no solo los egipcios!

Los ingresos derivados del Canal de Suez representan la segunda fuente de moneda extranjera para el país después de las remesas de 2,5 millones de emigrantes en el exterior, equivalente al 11 % de toda la población activa, empleados en un 93 % en los países vecinos árabes de Oriente Medio, la mayor parte con contratos temporales. El año récord en los ingresos derivados de los peajes sobre el tráfico marítimo por el Canal fue 1992 con unos resultados de 1,9 millardos de dólares, el doble que en 1985.

La política tarifaria beneficia a los barcos de gran tonelaje; el tráfico anual fue de 16 629 unidades equivalentes a 45 mercantes por día y a un total de 370 millones de toneladas de mercancías en tránsito. Con el objetivo de reducir el tráfico de los grandes petroleros en favor de los porta contenedores (los superpetroleros actualmente no pueden transitar por límites de anchura y calado) se está potenciando el oleoducto que transportará todo el flujo de petróleo entre el mar Rojo y el Mediterráneo.

Los trabajos para hacer que la profundidad útil del Canal pase de 16 a 17 metros antes de que acabe el año tendrán unos costes equivalentes a 300 millones de dólares, equivalentes a los ingresos de dos meses de ejercicio, mientras que el proyecto inicial de 1,2 millardos para permitir el paso de barcos hasta las 270 000 toneladas de capacidad bruta, contra las 150 000 actuales, es considerado prohibitivo.

Otra parte importante de la economía egipcia es el turismo de masa internacional y el de gran lujo de los países árabes, que encuentran en Egipto un país tolerante respecto a las rígidas leyes coránicas. En el ejercicio turístico 1989–90, último año de crecimiento, 2,8 millones de extranjeros se gastaron en Egipto un total de 3,5 millardos de dólares. Después la guerra del Golfo provocó una caída del 14 % en el ejercicio 90–91. La temporada siguiente 91–92 registró una reactivación hasta casi los valores precedentes, pero con el ataque armado a un crucero en octubre de 1992 y la posterior campaña terrorista del 92–93 lanzada por el grupo Gamaa al Islamiya (Asociación Islámica) se produjo el hundimiento de los ingresos derivados del turismo, valorados en 700 millones de dólares menos en el 93. Actualmente la caída equivale al 40 % del total de los ingresos turísticos globales, con una pérdida de 200 millones de dólares al mes. Para reactivar el flujo turístico los cruceros y los autocares en dirección al Mar Rojo viajan en convoyes escoltados, mientras que para el sur se aconseja el transporte aéreo.

Los ambiciosos y previsores programas del Banco Mundial, prevén producir, una vez que haya vuelto la calma, un flujo de 4,5 millones de turistas al año en el 2000, para lo que hará falta construir 40 000 nuevas habitaciones de hotel. Nosotros nos felicitaríamos si los habitantes de los barrios de Imbaba y la Ciudad de los Muertos abandonasen sus tugurios dignos de los peores pasajes dantescos, y se apropiaran, armas en mano, de todas las comodidades de 5 estrellas que la dictadura capitalista les niega.

Otro capítulo importante en las cuentas egipcias es la financiación internacional concedida, equivalente al 18 % del PIB. El servicio de esta deuda, actualmente 50 millardos de dólares, o sea el 150 % del PNB, ha absorbido el 23 % de los ingresos corrientes en 1992–93 y caerá, siempre según el FMI, al 7,5 % en el 95–96; esto por supuesto conteniendo el consumo y el despilfarro.

Inmediatamente después de la guerra del Golfo, en Egipto, que estaba al borde del colapso, empezó un periodo favorable, gracias a la «desinteresada generosidad americana». De hecho la participación en la intervención militar contra Irak ha servido para cancelar la mitad de la deuda exterior, pero con la firma de los acuerdos de paz con Israel ya había comenzado un flujo de ayudas americanas equivalentes a tres millardos de dólares al año. Al final los USA han conseguido que los países árabes ricos financien un plan quinquenal de ayudas por 18,5 millardos para reducir la miseria, causa probada del terrorismo, en los pueblos y oasis egipcios.

A pesar de estas oportunidades la crisis egipcia es muy amplia: el analfabetismo (hecho que en sí al comunismo revolucionario no le perjudica, ya que puede comprender menos un licenciado burgués que un proletario analfabeto) afecta al 50 % de la población, el mismo porcentaje que la escolarización de la franja de edad entre los 12 y 16 años. Los recientes programas de reajuste han acabado ya con la norma vigente por la cual, con objetivo de favorecer la enseñanza superior, el Estado aseguraba a cada licenciado egipcio un puesto en la administración pública, decisión que, junto a las que han provocado otras pérdidas de puestos de trabajo, ha provocado enfrentamientos en el Cairo.

La población activa egipcia, según datos de 1991, se calculaba en 15 millones, de los que 9,6 estaban empleados en el sector privado; 1,8 en las empresas públicas y 3,6 en los colectividades públicos. El plan 93–97 prevé la creación de 3,2 millones de nuevos puestos de trabajo de los cuales 1,5 millones en la agricultura, 700 000 en los servicios para la producción y 1 millón en servicios sociales.

Esto sobre el papel, mientras que en la calle hay 3 millones de desempleados la mitad de los cuales están en la capital, según las estimaciones más optimistas la tasa de desempleo es de un 20 %, mientras otras, que incluyen a los emigrantes que trabajan solo temporalmente en el extranjero, señalan porcentajes mucho más elevados que llegan hasta el 50 %. Está de más mencionar los triunfalistas resultados conseguidos con el FMI en el último periodo respecto a la reducción del déficit y la inflación, la estabilidad de los tipos de cambio y la desaparición del relativo «mercado paralelo» (es decir cambio del dólar en el mercado negro fuera del control bancario), así como el aumento de las reservas. La miseria creciente, que en parte se encauza hacia el terrorismo, reprimido con extrema fiereza, desmienten estos resultados.

Con este nivel de crisis económica, agravada notablemente por la imperante y descarada corrupción en todos los niveles, el mito del paraíso más allá de la muerte prometido por el Corán ha atraído también aquí las energías de parte de las masas desheredadas egipcias, desviándolas, sobre todo por causa de la ausencia de verdaderas organizaciones clasistas, hacia el terreno de la salvación moral y religiosa de la sociedad, baluarte que oculta la explotación capitalista. Las causas económicas solamente, aunque graves y enraizadas como en Egipto, son por sí solas insuficientes, si falta la adecuada intervención del partido comunista revolucionario y de los sindicatos de clase, para lanzar la decisiva batalla que haga caer al capitalismo, la verdadera causa que origina todos los males y sufrimientos en la actualidad.

Actualmente la constitución egipcia veta la formación de partidos basados en la religión y la discriminación sexual, además de los que se considere ser una copia de los ya existentes. Esta norma es considerada por el actual grupo dirigente intocable, con el objetivo de impedir la legalización de los partidos religiosos islámicos, evitando por tanto, como en el caso del FIS en Argelia, perder el poder a través de «elecciones libres y democráticas». Así pues esto no hace más que radicalizar las oposiciones, aumentar los enfrentamientos e implicar en ellos también a organizaciones moderadas. Como consecuencia se revela superficial la escusa de impedir la formación de partidos islámicos, en oposición a los coptos que inevitablemente se formarían, para impedir contrastes internos, como está sucediendo en Argelia ahora entre fundamentalistas y bereberes.

El intento de crear un canal de diálogo, ideado por el ministro del interior A.H. Moussa, a través de los encuentros de un comité de sabios que incluye algunos jefes espirituales fundamentalistas, ha sido inmediatamente bloqueado tras el encuentro Clinton-Mubarak de abril 1993, con la escusa de que el Estado no puede dialogar con los fuera de la ley; el ministro por tanto fue rápidamente destituido.

Las organizaciones islámicas también están aquí fragmentadas y divididas respecto a los objetivos a perseguir; sin embargo están extendidas por todo el territorio, tienen una formación militar «afgana», puesta en práctica tanto en los ataques a barcos y centros turísticos así como a las altas esferas del Estado, y hasta en el asalto al World Trade Center de Nueva York.

Entre los moderados el grupo los Hermanos Musulmanes es el más antiguo, como ya hemos mencionado, y hasta el momento están por una solución «a la sudanesa», es decir no sería indispensable que estuvieran religiosos en el poder pero sería necesario un gobierno de clara inspiración religiosa. En Sudán el jefe de Estado es el general Bechir, mientras que la autoridad suprema es un jefe religioso, el jeque Turabi, solución que se vislumbra ahora también para Argelia después de la excarcelación de los jefes del FIS. Los Hermanos Musulmanes están próximos y son aliados del Partido del Trabajo de matriz nacionalista y «socialista» que se ha orientado hacia posiciones fundamentalistas. Los Islamistas Independientes tienen un enfoche menos radical y se basan en el pluralismo político y las mayorías parlamentarias. Por el contrario, los dos grupos Gamaa al Islamiya, o Al-gamaat (Asociación Islámica) y El-Jihad consideran indispensable el uso de la fuerza para realizar una verdadera república islámica.

La represión contra los grupos armados fundamentalistas es durísima: desde 1992 ha habido más de 350 muertos en diversos enfrentamientos, entre los que hay que contar 10 turistas extranjeros y un millar de heridos, mientras que en las cárceles están recluidos oficialmente más de 10 000 prisioneros políticos para alguno de los cuales está ya preparada la horca.

En el torpe intento de limitar la influencia fundamentalista en todos los aspectos, el gobierno ha prohibido a las estudiantes llevar el velo durante las actividades escolares sin el consentimiento escrito de los padres y ha tomado medidas disciplinarias con los profesores que presionen induciéndolas a cubrirse la cabeza.

Los grupos más radicales, los «afganos», por su moderno entrenamiento y experiencia en esa guerra, con su vuelta al país tras su desmovilización se han convertido en elementos de fuerte desestabilización. Egipto, Yemen, Túnez, Argelia y Sudán se han visto en un principio faltos de preparación para contener este imprevisto efecto boomerang. Esta situación se ha hecho particularmente grave en Egipto por obra del grupo El-Jihad que en Afganistán ha estrechado fuertes lazos con el FNI (Frente Nacional Islámico) sudanés y utiliza Sudán, a pesar del cambio parcial de rumbo del régimen señalado por la entrega del terrorista internacional Carlos, como una base para sus movimientos.

El mantenimiento económico de los fundamentalistas egipcios llegaba a través del príncipe saudita y hombre de negocios Osama bin Laden, que creó en Pakistán la base de Peshawar para el entrenamiento de los combatientes islámicos, financiando así indirectamente el terrorismo en Egipto. No todos los combatientes que llegaban allí eran convencidos fundamentalistas, sino que una buena parte de estos eran simples desempleados egipcios, también de la pequeña burguesía, que buscaban trabajo en Arabia Saudita pero que tenían escasas posibilidades de trabajar, permisos de poca duración y de vencimiento próximo.

Es evidente que miseria, desempleo y una paga segura han sido reclamos más fuertes que los religiosos, y muchos de estos jóvenes mercenarios, después de un intenso entrenamiento de tres meses de tipo militar e ideológico, han pasado de las posiciones de los Hermanos Musulmanes a otras más radicales. Algunos informes recientes del gobierno egipcio indican que de los miles de emigrantes que han ido a combatir a Afganistán, no más de 600 están todavía activos, de los que 150 han vuelto a Egipto y 70 han sido detenidos. Las mismas estimaciones gubernamentales calculan que hay 15 000 militantes islámicos con edad comprendida entre 18 y 35 años. Otra parte sin embargo se encuentra en Europa y Estados Unidos donde han encontrado asilo político. Entre estos se encontraba también el jeque ciego Abdel Rahman, un nuevo Jomeini, considerado como el inspirador del atentado al World Trade Center, que en su momento obtuvo la protección americana a cambio del envío de algunos centenares de fidelísimos combatientes integristas contra los rusos en Afganistán.

Los grupos menores se han desplegado a nivel de enfrentamiento armado, pero como para los otros países vistos precedentemente, cada uno de ellos se mueve sin coordinación con otros grupos nacionales o extranjeros, constante límite político y estratégico de estas formaciones que amordazan y dirigen hacia las vías muertas de los vetustos Estados teocráticos las poderosas energías de las masas oprimidas árabes.

Sin embargo, el verdadero enemigo que se encontrarán enfrente, en caso de un consistente reforzamiento propio, no será Mubarak y sus verdugos, que por el momento contienen todavía al terrorismo fundamentalista, sino los múltiples intereses económicos y estratégicos del imperialismo americano, para la defensa de los cuales USA considera que debe intervenir con su gigantesca maquinaria bélica donde quiera que sean puestos en peligro. Los americanos no pueden permitir una situación similar a la que todavía se mantiene en Argelia, o aún peor, a la iraní, ya que la explosión del polvorín egipcio involucraría con su amplitud a todo Oriente Próximo, comprometiendo seriamente sus grandes negocios y su poder en toda la zona. Estas particulares precauciones, dando continuidad a los actuales equilibrios internacionales, inspirarán las respuestas a la violenta explosión de la revolución comunista, peligro mucho más temido que el fundamentalismo islámico.

El fundamentalismo en Sudán

El desarrollo del fundamentalismo y su actual gestión del poder en Sudán están ligados a dos recientes y particulares factores. En primer lugar a la añosa guerra contra el Movimiento Popular para la Liberación de Sudán y sus formaciones militares dirigidas por el Coronel Garang, por la abrogación del uso de la Sharia (las leyes coránicas) en la vida pública y por la autonomía, después cambiada por independencia, en las regiones meridionales de Sudán.

El segundo aspecto reside en el hecho de que el actual grupo dirigente, después de admitir todos los principios fundamentalistas para dirigir el país, consecuentemente ha transformado Sudán en tierra de asilo y protección a cualquier combatiente perseguido en otro sitio, entrando así en la lista negra de países «de alto riesgo».

El conflicto en las provincias del Sur ha provocado evidentemente el hundimiento económico y productivo de este país, del que se pueden sacar algunos datos breves.

Un vasto territorio de 25 millones de km², desértico e improductivo solo en una tercera parte: en el centro del país hay fértiles llanuras aluviales que han hecho de Sudán un discreto país productor de algodón; el 62 % del territorio está compuesto por pastos y sabanas arbóreas. Las estimaciones de 1992 hablan de 26,5 millones de habitantes, el 40 % de los cuales son árabes, el 30 % población nilo-etiope y el 10 % nómada. La población activa es de 8,5 millones, el 60 % ocupada en la agricultura.

En agosto de 1955 con el amotinamiento del Equatoria Africa Corps, en el sur del país, se inician las luchas por la independencia de Sudán que la obtiene rápidamente algunos meses más tarde. La estabilidad nunca fue alcanzada y se suceden golpes de Estado y guerras civiles. En 1971 oficiales de extrema izquierda intentan tomar el poder. La respuesta del Coronel Nimeiry que detenta el poder es la ejecución de los dirigentes del poderoso partido comunista local. El año siguiente en Addis Abeba se firman los primeros acuerdos entre los rebeldes del sur y autoridad central de Jartum, el comienzo de una inútil colección de trozos de papel.

En 1983 el régimen del coronel Nimeiry decide aplicar la ley coránica, la Sharia, en la gestión del Estado, mientras en el sur vuelve a prender con mayor vigor la rebelión del MPLS, que después se propaga al norte provocando al final la caída del régimen militar en 1985. A continuación tienen lugar otras «elecciones libres y pluralistas», pero cuatro años más tarde aparece la enésima junta militar, esta vez dirigida por el general Bashir, y se produce la disolución de todos los partidos incluido el Frente Nacional Islámico. Se encarcela indistintamente a todos los dirigentes incluido el jeque Turabi, inspirador del golpe de Estado y gran guía carismática islámica.

Actualmente sin embargo quien ejercita realmente el poder en Sudán son los militantes civiles, militares y religiosos del FNI, colocados en todas las escalas en los 26 estados recientemente creados en el cuadro de la política de descentralización del país, Bashir detenta el poder solo nominalmente, mientras que de hecho puede hacer muy poco, y es en cambio el jeque Turabi quien coordina las directrices estatales.

Tampoco aquí el frente fundamentalista es compacto y además de la contraposición entre moderados y radicales se da el alejamiento, después castigado con metralletas en las mezquitas de los «afganos», de algunas sectas, entre las cuales la rigurosa wahhabita, que denuncia a la junta de gobierno por utilizar el fundamentalismo para objetivos de poder personales.

Las Fuerzas de Defensa Popular, organizaciones militares del FNI, la guardia seleccionada del régimen, constituidas para vigilar al ejército regular después de las últimas depuraciones, se han convertido en la punta armada para la islamización y arabización forzada del sur y el gobierno les atribuye el mérito de los recientes éxitos contra el MPLS.

En realidad estas victorias parciales se han dado después de la caída en mayo 1991 de Mengistu que había concedido a los separatistas utilizar Etiopía como una segura vía de huida. Desde aquella fecha los enfrentamientos han tenido éxitos alternos y nunca estables, mientras el coste de esta guerra interna ha ascendido para las fuerzas gubernamentales a cerca de 2 millones de dólares al día.

El sur es ahora ya totalmente dependiente de las ayudas extranjeras, mientras que solo en el último periodo han empezado también en el norte los problemas de autosuficiencia alimenticia, que había sido alcanzada en 1991 gracias a la gran extensión del cultivo de cereales y obras de canalización.

Con el salario mínimo mensual ahora solo se puede comprar 2,5 kg de carne o 10 l. de carburante.

La hipótesis de dividir en dos Estados el país, entre norte y sur, no es practicable ya que todas las oposiciones todavía existentes están a la desbandada y no logran unirse ni siquiera bajo la guía del MPLS.

En esta situación Francia trafica en apoyo al gobierno de Jartum e intenta mitigar la dura posición americana que querría echar a Sudán del FMI, cortándole así toda financiación internacional, mientras ya está en marcha el embargo de la Unión Europea. Ya en agosto del 93 hubo una disposición de suspensión del Fondo tras un rechazo sudanés de garantizar el pago de los intereses de la deuda externa, que actualmente asciende a 16 millardos de dólares más varios atrasos de cerca un millardo.

La reciente detención y extradición a Francia del «terrorista internacional» Carlos es ciertamente fruto del mercadeo diplomático, como deferencia a las presiones americanas. Estados Unidos en efecto no quiere que Sudán se transforme realmente en un segundo Irán y a cambio de su «desinteresada generosidad» pretende que el gobierno africano renuncie a su política de apoyo a las formaciones terroristas internacionales.


Source: «La Izquierda Comunista», № 8–12, 1998–2000

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