¿Socialismo o produccion individual?
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¿SOCIALISMO O PRODUCCIÓN INDIVIDUAL?
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¿Socialismo o producción individual?
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¿Socialismo o producción individual?
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En «l'Humanité» del 2 de febrero de 1978, una «Carta de Moscú» informa de la campaña en favor de la parcela familiar del coljosiano que fuera recientemente lanzada por las autoridades.
«
El mantenimiento del huerto y de la ganadería familiar, escribe el artículo, ha siempre originado polémicas en la URSS. Los teóricos y muchos ciudadanos ven en éstos una supervivencia de la propiedad privada «burguesa», una fuente de beneficios individuales inmorales (¡sic!) porque escapan a las normas de la producción y la distribución colectivas». Nosotros dejaremos a los pequeños burgueses de «l'Humanité» discutir la interesante cuestión de saber si los beneficios son... «morales» o «inmorales». El marxismo, en todo caso, no plantea la cuestión en el terreno moral, sino del punto de vista de la organización social de la producción. Para él, en vez de ser una supervivencia de la propiedad privada «burguesa», la parcela individual es una supervivencia preburguesa, una forma que no solo no es socialista, sino que ni siguiera es aún capitalista.
Del punto de vista económico, el coljos es una especie de monstruo: una combinación aberrante de la cooperativa de producción con el salariado y con la producción individual arcaica. Fue establecido en Rusia como un compromiso entre el Estado, gerente de la acumulación capitalista en la industria, y el campesinado, y representa la forma menos propicia para el desarrollo de la producción agrícola. En efecto, el desarrollo de esta producción sólo se puede lograr mediante la mecanización y la extensión del sector de la producción colectiva; pero el campesino tiene más interés en dedicarse el máximo posible a su par cela personal, porque vende libremente sus productos «que pueden alcanzar cotizaciones varias veces superiores a las de los almacenes estatales que son menos caros, pero que tienen el inconveniente mayor de estar a menudo desprovistos de ellos...
».

¡Y cómo no habrían de estar desprovistos si
«
en 1975, las parcelas individuales suministraban el 31% de la carne, el 39% de los nuevos, el 59% de las patatas producidas en la Unión Soviética», si «se criaban en ellas el 18% de los ovinos y de los porcinos y el 33% los bovinos»!.
Por lo tanto, es invertir completamente el problema a firmar, como lo hace el órgano del PCF, que
«
las explotaciones agrícolas cooperativas (...) no siempre logran satisfacer las necesidades alimenticias de la población y que la parcela familiar compensa en cierta medida esta carencia».
En realidad, es la existencia misma de la pequeña parcela la que produce esta carencia, y su producción no puede compensarla ya que no puede aumentar sino en muy débiles proporciones.

«Poner un signo de igualdad entre el trabajo minucioso del cuadradito de tierra familiar y los vastos campos coljosianos o sovjosianos sería un contrasentido. Dei mismo modo, no se puede comparar el número de horas pasadas a hacer crecer este tubérculo aquí o allá»,
escribe «l'Humanité»
(1). En efecto, es evidente que la productividad del trabajo obtenida en los «vastos campos» trabajados con máquinas o en la crianza industrial es incomparablemente superior a la del trabajo individual. Y si, a pesar de esto, la parte proveniente de las parcelas es tan grande dentro de la producción total, ¡quiere decir que los coljosianos le consagran un tiempo enorme! Si el 59% de las patatas son producidas en las parcelas familiares (sin hablar siquiera de las frutas y hortalizas, para las cuales la proporción debe ser aún mayor), esto significa que el trabajo colectivo, aunque sea con una técnica un poco moderna, no está siendo utilizado más que para la producción de cereales y de los productos agrícolas que sirven como materias primas industriales. Y este trabajo colectivo debe ser considerado como una «obligación fatigosa» por los coljosianos apurados por volver a escarbar sus parcelas individuales, que son mucho menos rentables técnicamente, ¡pero cuánto más rentables financieramente para ellos!

Esto no impide concluir, a «l'Humanité», contra toda verosimilitud, que
«
la diferencia considerable de productividad entre lo individual y lo colectivo habrá contribuido, sin discusión posible, a la preferencia de que goza hoy el primero».
Pero de todas maneras se deben buscar justificaciones al hecho de que
«
considerada a menudo como un mal necesario, suprimida incluso algunas veces (?), la parcela familiar de los campesinos soviéticos recibe hoy en día diplomas de civismo y estímulos».
La realidad es muy simple. El capitalismo ruso tiene necesidad de aumentar la producción agrícola, pero, por un lado, no puede consagrar a la modernización y al equipamiento de la agricultura las inversiones que requeriría dicho aumento, y, por otra, no se atreve a atacar las relaciones arcaicas en la producción individual y los privilegios de los campesinos, por temor a las reacciones violentas. En pocas palabras, continúa la misma política agraria de 1930, la que compra el apoyo del campesinado en detrimento de los «ciudadanos», como dice «l'Humanité», es decir, del proletariado; en cuanto a los cuadros políticos y técnicos del Estado, ellos pueden, en el caso en que sus almacenes «especiales» se encuentren desprovistos de los mejores productos, pagarse los del mercado libre.

¿Cómo hacer para empujar el aumento de la producción agrícola sin invertir y sin desestabilizar el campo? El único medio es incitar a los campesinos para que aumenten su producción individual. De ahí que los ideólogos rusos se deben entregar a las más diversas contorsiones para teorizar la parcela. Trud, órgano de los sindicatos rusos citado por «l'Humanité» escribe que las parcelas, huertos frutales y crianza individual constituyen
«
una parcela del bien colectivo (sic) porque alimentan a mucha gente tanto en la ciudad como en el campo».
¡Según este criterio, las explotaciones capitalistas de la Beauce, a los inmensos dominios del Middle West forman parte también del «bien colectivo»! Las contorsiones del Trud no solo son risibles, son además reveladoras: ¡ellas nos muestran que el campesino ruso está apenas saliendo del estadio en el cual producía esencialmente para su propio consumo! Es evidente que hablar de «socialismo» en estas condiciones es puro delirio.

«Continuando aún», como dice «l'Humanité», Trud afirma que si bien la tarea número uno es desarrollar los coljoses y los sovjoses, no se puede dejar de lado el hecho de que la
«
economía individual auxiliar responde plenamente a las relaciones de producción socialistas (sic) y es por esto que el Estado tiene interés en sostenerla y en verla desarrollarse».

Aquí, hasta el periodista de «l'Humanité» se siente obligado a reaccionar:
«
Este último razonamiento no deja de intrigar pues puede aplicarse tanto al artesanado como al pequeño comercio privado».
El stalinista de turno parece ignorar que in nueva constitución rusa amplía efectivamente el radio de acción de la
«
pequeña empresa privada de campesinos no asociados y de artesanos»
y que extiende su estatuto al sector
«
de los servicios y actividades de otro tipo fundadas exclusivamente en el trabajo individual de los ciudadanos y de los miembros de sus familias» (2).
Sin tomar en cuenta que el PCF, ardiente defensor de los campesinos, artesanos, comerciantes, empresarios y hasta de los pequeños y medianos capitalistas «no-monopolistas», no se encuentra en una posición cómoda como para jugar a las sutilezas...

Para terminar, «l'Humanité» esboza el cuadro de las contradicciones en las que se debaten los rusos: la parte del sector individual estaría
«
en regresión regular desde hace algunos años»; «la prensa y los sociólogos (sic) distribuyen buenas o malas notas a los responsables locales según que ellos ayuden o descuiden a los particulares. Al mismo tiempo, se registra in aparición de una tendencia contraria al objetivo perseguido: más y más jóvenes (...) renuncian a la parcela familiar (...) este desinterés hace más necesario un aumento rápido de la productividad agrícola colectiva»...
y como resultado, ¡ el Estado fomenta las parcelas individuales! Por lo tanto, los huertos y la crianza familiar tienen
«
todavía un buen futuro por delante».

Resulta evidente que para el capitalismo ruso la persistencia de este importante sector arcaico y precapitalista constituye una carga pesada. Inmoviliza en los campos a una fracción importante de la población activa, impide la elevación de la productividad en la agricultura, bloquea la producción agrícola, la urbanización y la proletarización, en pocas palabras, frena la acumulación de capital. Pero, por sobre todo, ridiculiza sin discusión las pretensiones de 50 años de «construcción del socialismo»: He aquí un «socialismo» que no solo no ha abolido las relaciones capitalistas de producción, la producción de mercancías por el trabajo asalariado y la acumulación del capital, sino que ni siquiera ha logrado sobrepasar y eliminar las relaciones precapitalistas, la producción mercantil simple por el productor individual. En el XXII° congreso de fines de 1961, Jruchev había anunciado «el pasaje al pleno comunismo en los 20 a 30 años a venir». Como nosotros ya lo dijéramos en ese entonces, la realidad desmiente las fanfarronadas: ¡en vez del pasaje al comunismo, el capitalismo ruso está obligado a «rendirle honores a la parcela familiar»!

Notes:
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  1. Es decir, la producción promedio obtenida por hora de trabajo. No se la debe confundir con el rendimiento del suelo, que es la cantidad de producto obtenido por unidad de superficie: en un huerto de 100 m2 en el cual se cuide cada planta durante horas, este rendimiento puede ser evidentemente elevado, con una productividad muy débil. Por lo demás, la noción de rendimiento carece de sentido en el caso de muchas crianzas (aves, conejos cerdos, etc. que no exigen, por así decirlo, casi nada de terreno. [back]
  2. Articulo 17. «La nueva constitución soviética: otro paso adelante en el camino de la confesión de in naturaleza capitalista de la URSS», «El Programa Comunista», n° 25. [back]

Source: «El Programa Comunista», N° 31, Junio-Setiembre de 1979, pp. 76-78

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