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REPÚBLICA SUDAFRICANA: DEL APARTHEID A LA DEMOCRACIA, LA MISMA ESCLAVITUD PARA LOS PROLETARIOS
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Content:

República Sudafricana: Del apartheid a la democracia, la misma esclavitud para los proletarios
Los trabajos precedentes
Una escala en la ruta hacia las indias
La riqueza minera
Primer método: el apartheid
Segundo método: el gobierno negro
Una gran tradición de clase
El trasfondo económico del traspaso
Continúa el vaivén de la crisis
La burguesía negra a prueba
Por luchas de clases y no de razas
Notes
Source


República Sudafricana: Del apartheid a la democracia, la misma esclavitud para los proletarios

Los trabajos precedentes
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(1) Nuestro Partido ha seguido siempre con atención el desarrollo económico e histórico en el África austral, y de modo especial en Sudáfrica, debido a que en ese área geohistórica se trata del único país con una elevada producción y concentración industrial, y en el que como consecuencia de precisas causas históricas, las divisiones en clases coinciden prácticamente con las divisiones de raza.

El presente informe agrupa y sintetiza trabajos precedentes, confirmando nuestras inmutables posiciones teóricas actualizándolas con los datos más recientes tras el primer mandato electoral una vez terminado el apartheid, mandato electoral que se distingue por la elección democrática del primer presidente negro, Nelson Mandela, en 1994.

En el artículo aparecido en los números 13 y 14 de «Il Programma Comunista», de 1956, con el título. «Relaciones de clases y razas en Sudáfrica», y en otro aparecido en los números 25 y 26 del mismo año titulado: «El anticolonialismo y nosotros», se aclara y remacha el concepto por el cual el carácter de la explotación racial perpetrada contra las masas negras no venía dado por una presunta inferioridad de la población de color respecto a la blanca, sino por un indispensable factor económico del régimen capitalista, con profundas raíces en Sudáfrica.

Escribíamos:
«
La lucha secular contra el imperialismo británico heredado por la burguesía sudafricana, y precisamente por la parte de la misma descendiente de los boers, está inspirada por los intereses y las ideologías de la conservación capitalista. Necesariamente sólo puede explicarse con las formas del nacionalismo burgués, el cual se traduce indefectiblemente, en el caso de Estados plurirraciales, en un descarnado racismo (...). Para quien sabe leer la historia, la situación original existente en Sudáfrica revela el auténtico contenido de la revolución burguesa industrial. La mentalidad empresarial del inglés sudafricano aborrece el esclavismo que tanto apasiona al afrikaner. Mientras este último, heredando los prejuicios agrarios de sus antepasados boers, pide el aislamiento de los negros en «reservas» y eleva a ideal la completa separación de las razas, ¿qué es lo que mueve al héroe de los paladines del antiesclavismo y de la «igualdad» de las razas? No es precisamente la filantropía ni tampoco las creencias religiosas. El empresario sudafricano quiere que el negro sea «libre», o sea libre para venderle a él su propia fuerza de trabajo. Quiere que el negro bantú se transforme en obrero asalariado, productor de plusvalía en su empresa. Junto a él está el financiero de la City que invierte miles de millones en las minas de diamantes o de oro. De esta forma las divergencias que dividen a los dos grandes grupos de la clase-raza dominante sudafricana ayudan a comprender el verdadero significado de la «libertad» y la «igualdad» de los burgueses».

Merced a estos conceptos los comunistas revolucionarios podemos comprender los estrechos márgenes democratoides de todos los movimientos antiapartheid, de igual forma que nos permiten prever que la elección de Mandela, figura carismática de la comunidad negra, con su programa de transición y de reconciliación, tampoco evitaría la explotación y la miseria de los negros. Nosotros hemos defendido siempre la necesidad de la revolución proletaria contra el capitalismo sudafricano que ha hecho de la segregación racial un factor económico indispensable.

La profunda crisis capitalista mundial que tuvo su culminación en 1974 provocó también en Sudáfrica revueltas y choques de clase, bien disimulados siempre bajo el cómodo manto de la opresión racial, a partir de los motines de Durban en 1972-1973 contra el aumento de la carestía de la vida, hasta la sangrienta revuelta de Soweto en 1976. Estos hechos fueron comentados en la prensa del partido por una serie de artículos y por el texto completo de la Reunión de trabajo de octubre de 1976 «Desarrollo económico y social de los países del Africa austral», publicado en los números 28/29/30/31 de «Il Partito Comunista», seguido en los números 32/33 por el análisis de los acontecimientos en la vecina Rhodesia.

Con aquel extenso trabajo y junto a nuevos materiales comenzaremos a continuación un breve estudio que recoge los periodos esenciales de toda la historia sudafricana, en la que los cambios económicos y sociales conducen necesariamente a cambios políticos que culminan en la política del apartheid: la acción feroz de la burguesía local contra las masas proletarias negras.

Una escala en la ruta hacia las indias
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Estos periodos pueden ser agrupados en tres: el primero, desde 1652 a 1867, va desde la fundación de la colonia de El Cabo por parte de la Compañía Holandesa de las Indias Orientales, hasta el descubrimiento de los grandes yacimientos mineros; el segundo llega hasta la segunda guerra mundial; el tercero va desde la guerra hasta nuestros días. Por el momento es prematuro afirmar, ya que nada nos autoriza a mantenerlo, tal y como confirman los datos económicos actuales, que se pueda hablar de un cuarto periodo a partir de 1994.

La necesidad de una vía marítima segura hacia los mercados de las Indias, China y Japón empujó a las potencias marítimas europeas a la búsqueda de fondeaderos protegidos y permanentes donde hacer escalas para aprovisionarse de víveres y reparar los navíos, tareas absolutamente necesarias en viajes que duraban 7 y 8 meses. La zona del Cabo de Buena Esperanza era un lugar ideal en un amplio territorio costero que no ofrecía muchas alternativas. Durante el primer y largo periodo de dominio holandés hasta la guerra europea de 1794, la Compañía de las Indias llevó a cabo una política de fuerte control de la pequeña colonia obstaculizando su expansión y colonización tierra adentro.

Las poblaciones que vivían en el perímetro sudafricano antes de la colonización europea se dividían en dos razas: hotentotes y bosquimanos, mientras que la bantú, que actualmente representa un gran porcentaje de la población negra, emigró del norte de África a través de un larguísimo periodo que, iniciado antes de la colonización, llega, como demuestran los combates que sostuvieron los boers, hasta el año 1800. Los bosquimanos y los bantús poseían una organización social tribal, los primeros se sustentaban de la recolección y de la caza careciendo de la agricultura y de la ganadería y eran necesariamente grupos nómadas muy pequeños, mientras los bantús poseían una organización social más elevada basada en las tribus, comunidades altamente centralizadas cada una con su propio nombre, territorio y un jefe con poderes transmitidos hereditariamente. Las principales actividades económicas eran la agricultura que realizaban las mujeres y la ganadería que era cosa de los hombres. El jefe de la tribu subdividía el territorio tribal el lotes adscritos a cada núcleo familiar reservando una parte para los pastos comunales.

Por lo tanto tenemos unas poblaciones constituidas por unas pequeñas entidades distribuidas en un territorio tan grande como cuatro veces Italia, sedentarios en una mínima parte, independientes entre sí, que nunca se han integrado en una presunta nacionalidad negra sudafricana ni la han constituido. Este aspecto, aparentemente marginal, fue hábilmente aprovechado para responder a la pregunta acerca de quiénes eran los nativos, quiénes fueron los primeros colonizadores estables y a quién le correspondía la propiedad de la tierra, con unos límites históricos relativos, sobre todo tras el descubrimiento de los inmensos yacimientos mineros.

Exterminados los bosquimanos y muy reducidos los hotentotes quedaron las poblaciones bantús y los herederos de los colonos boers e ingleses. Desde el principio las poblaciones negras locales rechazaron trabajar para la Compañía, que a la vista de esto decidió importar esclavos de Java, los cuales se integraron rápidamente mediante matrimonios interraciales, y sucesivamente esclavos negros de Angola y de la costa malgache, iniciando de esta manera la población negra estable de la zona de El Cabo.

Durante el periodo de las guerras europeas Inglaterra ocupaba las colonias holandesas en Ceilán y Ciudad del Cabo donde llevaba a cabo una política tendente a conceder facilidades a los colonos y a firmar pactos con las poblaciones negras con el fin de evitar choques que le habrían obligado a aumentar su propio aparato militar invirtiendo sin obtener beneficios. Percantándose de la importancia estratégica de la colonia promovió la ampliación de los asentimientos mediante la llegada de nuevos colonos, predominantemente ingleses, la distribución de territorios con una base semipermanente con arrendamientos basados en la fertilidad del suelo y la construcción de una serie de ciudadelas que representaban la primera y auténtica forma organizada de la colonización.

Desde 1800 comenzó el choque entre los boers y el poder británico. Los primeros defendían una legislación que obligase a los negros a trabajar a su servicio en un régimen de semiesclavitud, sin tener derecho a la posesión de la tierra, y además fomentando la rebelión de las tribus con las que Inglaterra quería mantener buenas relaciones. Por el contrario la política inglesa de la abolición de la esclavitud, que se puede considerar como completamente realizada en 1838, la negación de ayudas militares inglesas a los colonos, la búsqueda de nuevos territorios y la inseguridad de la frontera oriental provocó la gran emigración de los boers que trajo consigo la colonización de la parte norte de Sudáfrica y la sucesiva formación, no sin grandes choques, de dos repúblicas libres.

Desde aquel momento Sudáfrica se dividió en dos partes distintas: una septentrional boer y otra meridional británica, caracterizadas por exigencias sociales distintas que llevaban a relaciones diversas con los indígenas, formalmente libres pero obligados a una relación de sumisión que tendría como consecuencia unas condiciones económicas de un nivel bajísimo. En el norte se aplicó una política basada en la sumisión racial, que permitía mantener al mínimo la retribución de los nativos empleados en las grandes factorías o al servicio de los colonos, en el sur por el contrario unas libertades mayores permitieron al imperialismo inglés más libertad de movimientos respecto a las tribus locales, incluido el derecho de voto a las personas de color a partir de las elecciones de 1854.

La riqueza minera
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El segundo periodo de la historia económica y política de Sudáfrica arranca en el descubrimiento de enormes yacimientos de minerales preciosos, que evidentemente provocaron un cambio radical en la política inglesa, la cual ante la perspectiva de grandes negocios, tiende a organizar el subcontinente bajo un único gobierno sometido a Inglaterra. Paralelamente se reforzaba el nacionalismo de las repúblicas independientes y otras potencias intentaban entrar en la partida.

Oro y diamantes, además de atraer a enormes masas de inmigrantes, abrieron las puertas a los capitales europeos que permitieron la organización a escala industrial de la extracción minera. Este imprevisto choque contra el modo de producción capitalista desbarató, desde 1884, el sistema económico de las repúblicas, todavía agrícola y pastoril. Las mayores Compañías, para asegurarse la estabilidad de la gigantesca inversión necesaria y para obtener una mayor eficiencia, empezaron a formar trust, entre los cuales empezó a tomar relieve la Compañía de Rhodes, que intentaba construir una gran federación sudafricana y un eje ferroviario, y por tanto el control territorial, desde El Cairo a Ciudad del Cabo. No tardaron en estallar las inevitables guerras contra las repúblicas boers que en 1902 perdieron formalmente su independencia convirtiéndose en colonias británicas.

Las guerras anglo-boers representan el choque entre dos modos de producción: el capitalista moderno y el agrícola - pastoril. El conflicto y la victoria inglesa representa no tanto el aplastamiento de la nacionalidad boer a favor del imperialismo británico, como la manifestación del proceso que ve la transformación del agricultor boer en comerciante e industrial, el nacimiento de las ciudades, de las fábricas, de un verdadero tejido productivo y mercantil nacional. En breve el conflicto anglo-boer representa la gestación del moderno estado sudafricano que se completa en 1910, si bien con una autonomía parcial.

La nueva producción minera, la naciente industria manufacturera y un comercio exterior cada vez más grande cambian necesariamente las relaciones con las poblaciones indígenas, que pasa de una fase de defensa contra las correrías y el nomadismo incontrolable a una imperiosa necesidad económica para explotar intensivamente la mano de obra a un precio bajísimo. Puesto que el problema de la mano de obra estaba ligado al de la propiedad de la tierra en manos indígenas, el democrático Partido Laborista dio inicio a la política del apartheid, cuyas características económicas saltaron a la vista en seguida.

En 1913 se dictó una ley, Nactives Land Act, que dividía el país en zonas reservadas únicamente a los indígenas y otras destinadas sólo a los europeos; se establecía el principio de que la residencia de los africanos fuera de sus áreas asignadas sólo podía justificarse mediante una relación laboral con patronos y empresarios blancos. Es decir, se crearon reservas equivalentes al 7'3% del territorio sudafricano, verdaderos almacenes de fuerza de trabajo a bajo costo en zonas alejadas de los centros mineros, sin ferrocarriles, en terrenos estériles, pantanosos o desérticos, de los que se extraía la mano de obra estrictamente necesaria. Todo asalariado negro debía llevar consigo la «cartilla», sellada mensualmente por el patrón, ya que circular sin ella fuera de la reserva tribal asignada por el gobierno o por la empresa capitalista, suponía poder ser arrestado inmediatamente. Según cálculos fiables parece que durante todo el periodo del apartheid se produjeron unos 18 millones de arrestos de este tipo.

Puesto que la fuerza de trabajo blanca era reducida, sobre todo obreros cualificados y técnicos, desde 1911 se estableció una Colour Bar, es decir una relación fija, inicialmente de 3,5 obreros de color contra 1 blanco, sucediendo algo parecido con las pagas. Esta relación se irá repitiendo según las necesidades del capital alimentando constantemente la separación de clase entre los proletarios de todas las razas, organizados sindicalmente en diferentes sindicatos.

Sudáfrica participó junto a Inglaterra en la Primera Guerra mundial con la pretensión de ampliar hacia el oeste, a costa de Alemania, sus límites obteniendo la independencia completa, objetivos estos que no obtendrá completamente pero a cambio obtendrá ventajas para potenciar su aparato productivo y comercial durante bastantes años.

En 1922 estalló una violenta agitación obrera como consecuencia de la caída brusca en el precio del oro pasando de 130 a 90 chelines la onza: la Cámara de Minas en su intento por limitar las pérdidas decidió reducir el jornal, despedir a 4.000 obreros blancos para sustituirlos por mano de obra negra que aceptaba salarios diez veces inferiores, y llevar la Colour Bar a la relación de 1 blanco por 10,5 bantús. Los «pequeños blancos», como eran llamados los proletarios europeos o sudafricanos blancos carentes de recursos y dispuestos a trabajar en lo que fuese, también llamados «blancos pobres», se echaron a la calle en número de veinte a treinta mil entablando duros enfrentamientos con la Camara de Minas, incluso con intervención de la artillería. En el transcurso de una semana la revuelta fue liquidada con un balance de 230 muertos y casi 1.000 heridos entre los mineros blancos. La huelga fracasó también debido a que los bantús continuaron trabajando, impidiendo la formación de un frente único de lucha de clase, repitiendose lo sucedido en 1920 cuando 60.000 mineros negros se pusieron en huelga por aumentos salariales y reclamando la posibilidad de acceder a trabajos cualificados no teniendo ningún apoyo de los sindicatos mineros blancos.

Este episodio demuestra claramente que el racismo sudafricano descansa sobre unos precisos fundamentos económicos cuya única finalidad es la de mantener lo más bajo posible el valor de la fuerza de trabajo: lo demuestra la facilidad con la que no han dudado en masacrar a cañonazos a los mineros cualificados de raza blanca en huelga, sustituyéndolos por mineros negros con unos salarios mucho más bajos.

En 1929, año de la gran depresión mundial, se dio la caída de las cotizaciones de los diamantes, debido al hundimiento del mercado americano, y la rebaja en el precio de la lana, hechos que causaron una parada general en la economía sudafricana. Pero las grandes reservas de oro, el vigor natural de su joven capitalismo y la explotación desenfrenada de la clase obrera, permitieron a Sudáfrica superar con agilidad la crisis consiguiendo incluso en 1934 nivelar la balanza de pagos y en 1938 registrar un activo de 19 millones de libras esterlinas. Todo esto gracias a la despreciada masa bantú que con su trabajo había permitido doblar el producto nacional de 1933 a 1939.

Sintiéndose muy fuerte la burguesía sudafricana reforzaba su política contra su proletariado ya prácticamente constituido por la población negra: en 1936 promulgó la Representation of Natives Act que privaba a los negros, a partir de la provincia de El Cabo y más tarde en toda la Unión, de los derechos electorales que disfrutaban desde 1853: de ahora en adelante sólo podían elegirse tres diputados de origen europeo delegados para representarles, junto a los Natives Representatives Councils compuestos por negros, en parte elegidos y en parte nombrados desde arriba. El terror a un partido de proletarios negros de inspiración comunista era muy grande. Además la nueva Natives Trust and Land Act, aumentando de 7 al 13% los territorios inalienables reservados a las tribus, junto a la prohibición para los bantús de adquirir tierras fuera de las reservas así formadas, daba la señal para la sucesiva política de los Bantustanes.

Sudáfrica participó en la segunda guerra mundial junto a los aliados con hombres y medios, aunque el suyo fue más un gigantesco cuerpo de policía que un ejército de tipo europeo. A pesar de esto, debido a su lejanía de los escenarios bélicos, reconvirtiendo parte de su aparato industrial y comprando el resto merced a sus grandes reservas, su fuerza era destacable, hasta el punto de que a finales de 1944 la aviación sudafricana constituía el 28% de la flota que combatía en el frente italiano; unidades sudafricanas participaron en la campaña de Italia y en abril de 1944 fueron las primeras en entrar en Florencia.

Alejada del teatro de guerra, Sudáfrica era una base de abastecimiento ideal y debido a esto su economía recibió un empuje gigantesco que duró todo el periodo bélico. Aparecieron nuevas industrias de producción y transformación, tanto industrial como agrícola, hasta el punto de que el producto industrial neto se cuadruplicó de 1933 a 1945 pasando de 61 a 276 millones de rands; análogamente el agrícola crecería pasando de 75 a 276 millones. El desarrollo de la producción agrícola fue tan radical que la agricultura de ese país salió de una crisis de 50 años convirtiéndose al final de la segunda guerra mundial en una de las riquezas del país.

No hemos conseguido encontrar ninguna documentación acerca de la contribución de energías y sangre arrancados al proletariado bantú para obtener estos extraordinarios resultados, pero no es difícil imaginar su magnitud.

Primer método: el apartheid
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El tercer periodo, desde la segunda guerra mundial hasta nuestros días, hay que reescribirlo completamente ya que de esta manera podemos abarcar un arco de tiempo mucho mayor con objeto de clarificar mejor los distintos episodios, los cuales vienen a confirmar la estructura y el planteamiento trazados en el informe precedente, y que tiene como conclusión un análisis de los datos económicos.

En ese trabajo se señalaba que en el reparto del PIB en los tres sectores: agricultura (7,6%), minería (12,4%) e industrial (21,6%), la suma de las últimas dos partes, o sea el 34%, colocaba a Sudáfrica entre los países industrializados, con unos porcentajes ligeramente superiores a los de Italia y un poco inferiores a los de Inglaterra. Es importante indicar que ya en 1932 el porcentaje de la producción industrial exclusivamente (13,6%) superaba al de la agricultura (12,2%); la minería estaba a la cabeza con un 24,3 por ciento. El nivel de proletarización era del 70% de la población activa contra un 51% de Italia, además la fuerza de trabajo se encontraba concentrada en las pocas zonas mineras e industriales: el 40% de los activos en el 4% del territorio. Otro dato importante era el alto porcentaje de la producción agrícola que provenía de empresas privadas de grandes dimensiones, si bien estaban poco mecanizadas, 0,9 tractores por hectárea contra 3 de Italia, debido al carácter extensivo de los cultivos.

En el tercer periodo de este último medio siglo se pueden distinguir dos segmentos temporales ligados estrictamente entre sí: el primero desde 1948 hasta 1986 durante el cual se despliega la política del apartheid, revelando después sus límites prácticos, económicos y su caída; el segundo desde 1986 hasta 1994 en que se renuncia a dicha política y se crean las condiciones para un traspaso «suave» del poder parlamentario a la mayoría negra, culminando este proceso con la elección de Mandela, estando plenamente garantizados todos los derechos económicos, políticos y de seguridad personal de los capitalistas blancos y de la pequeña y media burguesía mestiza y asiática.

En 1948 las elecciones políticas decretaron la amplia victoria del nuevo alineamiento burgués nacionalista y conservador y el frente del apartheid tuvo vía libre merced a la mayoría parlamentaria. El concepto de apartheid, un neologismo que aparece por vez primera en 1929, y que consistía en la «separación neta de carácter político y social entre los diversos componentes de la población sudafricana», fue discutido y calibrado en el periodo bélico y constituyó de hecho el verdadero eje central de las elecciones de la inmediata posguerra. Se precisó que apartheid no significaba exterminio sino separación entre blancos y negros, pero nosotros siempre hemos precisado que se trataba de una separación de clase. Obviamente el exterminio de los bantús habría significado el cierre de las fábricas, minas y empresas agrarias, y hubiese sido necesaria la inmigración de al menos diez millones de proletarios blancos, o peor aún, que la pequeña burguesía sudafricana y sus familias entrasen directamente en el volcán de la producción.

Dejaremos a un lado, por nuestra propia dignidad, las argumentaciones teológicas de las Iglesias Holandesas Reformadas locales, que obviamente han encontrado en algún pasaje de la Biblia la derivación y por tanto la justificación del diferente desarrollo, y en consecuencia de las diversas razas. Cancelar esas diferencias raciales habría significado, para los ideólogos de la City y de Sudáfrica, cancelar un designio divino, grave pecado para los seguidores del Dios Capital.

En 1949 se aprobó la Prohibition of Mixed Marriages Act y en 1950 la Immorality Amendment Act: la primera prohibía los matrimonios mixtos, la segunda todo contacto sexual entre razas distintas. En el mismo año apareció la Population Registration Act, que clasificaba a toda la población sudafricana en cuatro grupos raciales: blancos, mestizos, indios y negros, y la Group Areas Act, ley sobre las zonas de residencia que establecía para cada grupo racial el espacio geográfico que debía habitar. De hecho todo el país se dividió en dos sectores: una zona muy amplia para la población blanca, en la cual la nueva ley regulaba la residencia de los no blancos, y diez territorios nacionales, o Homelands, uno para cada una las etnias negras, paso previo a la instauración de los Bantustanes. Se reforzaron las leyes sobre los permisos de trabajo, las de la separación de los espacios públicos y la de los medios de transporte. Ese mismo año de 1950 el pequeño Partido Comunista sudafricano fue puesto fuera de la ley.

Finalmente llegó la Bantustan Authorities Act que preveía la constitución gradual de ocho territorios nacionales dentro de los cuales los negros deberían volver a su organización tribal antes de recibir la autonomía bajo la autoridad de los jefes tradicionales; fuera de estos territorios serían considerados extranjeros y clandestinos. Los límites de estas reservas, donde se pensaba trasladar a la mayor parte de los negros que habitaban en las ciudades y los centros industriales, coincidían solo parcialmente con los límites tribales tradicionales, por lo demás eran totalmente artificiales y respondían más a las necesidades del capitalismo local que a discutibles criterios étnicos.

El comienzo oficial de la independencia de los Bantustanes fue en 1976, y cierra el lento ciclo preparatorio iniciado en 1913 con la Ley sobre las Tierras Indígenas. Un primer experimento piloto se remonta a 1963 con la formación de Transkei que albergaba a 2.400.000 negros de la etnia Xhosa y el último fue el de Chiskei en 1981 con otros 500.000; en total según el plan de 1976 en los 10 Bastustanes previstos debían residir 8,6 millones de bantús sobre una población negra de 18 millones, alrededor del 47% del total.

Estos territorios tribales tenían una economía propia que llegaba a duras penas a la subsistencia y para las demás cosas; instrucción básica, sanidad, administración, policía y poco más dependían totalmente del gobierno central, hecho que llevó, debido también a la crisis económica general, a costes prohibitivos. Los datos referentes a Transkei relativos a 1972/73 nos indican las siguientes cantidades de dinero recaudado por el gobierno local: 9,1 millones de rands, o sea un 32,3% del total y 28,1 millones del gobierno central sudafricano. En 1974/75 la renta local producía 9,1 millones de rands mientras que la contribución gubernamental subió a 64 millones. Progresivamente se pusieron en funcionamiento los otros Bantustanes, no sin la dura oposición de la población negra que debía soportar esta enorme limpieza étnica.

Desde 1959 comenzaron las grandes agitaciones de los negros contra el aumento de las restricciones, agitaciones que fueron reprimidas violentamente; las más feroz de estas represiones sucedió en 1960 en Shaperville cuando la policía, presa del pánico durante una manifestación, abrió fuego sobre los manifestantes negros matando a 69 a hiriendo a varios centenares.

Esto sucedía mientras la riqueza nacional crecía aún más debido a la explotación masiva de las minas de uranio. En esta situación de euforia económica y de represión tuvo lugar el referéndum para proclamar la república independiente y el 52% de los 1.626.336 electores blancos, los únicos con derecho a voto desde 1936, votó SI, y unido a la presión de muchos países miembros, salió de la Commonwealth. El capitalismo mundial y el británico, con sanciones o cosas menores, como el ridículo embargo de armas de 1963 que fue más duro en 1977, continuaron igualmente sus negocios. Sólo se quejaban de la «concurrencia desleal» de un capitalismo que tenía la suerte de poder pagar tan poco a sus asalariados.

Desde 1961 a 1970 la policía reprimió con gran eficacia todas las organizaciones de cualquier tipo y nivel que se oponían al gobierno y los movimientos más llamativos cesaron.

Pero en junio de 1976 se repitieron violentas manifestaciones estudiantiles en las zonas urbanas y sobre todo en Soweto, el enorme ghetto negro situado en la periferia de Johannesburgo, movimientos de la pequeña burguesía negra, organizada en la Black Conscioussness (Conciencia Negra) contra el modelo de enseñanza escolástica impartido a los negros, que era inferior al de los blancos y además humillante, ligado a una ley de 1922, Apprendiceship Act, que ya desde aquella fecha reservaba a los blancos la formación profesional y por tanto la posibilidad de progresar en las empresas.

El gran movimiento de oposición negra estaba constituido por el ANC, African National Congress, fundado en 1912, originalmente de tendencia cristiana, liberal y no violento, influido también por Ghandi, que estuvo en Sudáfrica a principios de siglo, y que hasta 1949 fue un pequeño movimiento. En enero de ese mismo año estalló un violento levantamiento de indios y africanos, sobre todo zulúes, que ocasionó 150 muertos y más de 1.000 heridos. Este choque determinó un acercamiento temporal de las razas no blancas que establecieron combatir unidos al enemigo común. El ANC abandonó la línea pacifista y estableció su nueva línea que demostrará su básica inconsistencia de clase: «Acciones, no más palabras; independencia nacional en lugar de justicia». Esto se concretó en junio de 1950 con la huelga general por parte del ANC, el Partido del Congreso Indio y el Partido Comunista para protestar contra el proyecto, llevado a cabo más tarde, de ilegalizar al Partido Comunista. No sabemos nada al respecto del éxito de la huelga.

Las organizaciones comunistas surgieron en Sudáfrica de una escisión del movimiento sindical blanco que, en nombre del internacionalismo proletario, agrupó a los trabajadores contrarios a la Primera Guerra Mundial. Reagrupados en la ISL (International Socialist League), se transformó, sólo de palabra, en Partido Comunista en 1921 pero manteniéndose ajeno a la cuestión de los negros. En 1924 la nueva dirección decidió organizar también a los trabajadores de color y el partido crecería. En 1928 el Komintern envía las «Tesis sobre el movimiento revolucionario en las colonias y semicolonias» (1 de septiembre de 1928) de cara a constituir una república indígena interracial, paso previo a la constitución de un gobierno de obreros y campesinos.

Pero en 1930 se vio que todos los intentos para crear un frente único de clase chocaban contra las antiguas barreras tribales y las más modernas del capitalismo blanco. El movimiento, debido también a la segunda guerra mundial, retrocedió y en 1948 los blancos que votaron al Partido Comunista fueron solo 1.784; dos años después fue puesto fuera de la ley sin problemas y una gran parte de sus miembros pasó al ANC. A continuación vino un periodo de escisiones entre los grupos interraciales y grupos extremistas de negros hasta llegar a la revuelta de Shaperville en 1960, que fue la ocasión que el gobierno utilizó para disolver todas las organizaciones presentes encarcelando a los grupos dirigentes.

La represión policial garantizó al capital el control de Sudáfrica, si se excluyen los motines de Durban en 1972/73 contra la carestía, hasta la revuelta de Soweto en 1976. Por esas fechas comenzó en las grandes ciudades una protesta cada vez mayor y amplia mientras que los distintos grupos se unieron en 1978 en la AZAPO, Organización del Pueblo de Azania, nombre dado a Sudáfrica por los independentistas negros. Los grupos más radicales y consistentes, particularmente el ANC, que lo declaraba explícitamente, se dotan de «santuarios» para llevar a cabo la lucha armada, sobre todo en los países vecinos, bombardeados continuamente por el ejército sudafricano.

Segundo método: el gobierno negro
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La situación evoluciona radicalmente a partir de 1982 como consecuencia de una concomitancia de factores políticos y económicos internacionales que tendrán un papel importante, entre esos factores encontramos la caída del precio de oro que pasa de 850 dólares por onza en enero de 1980 a 325 en marzo de 1982 con una caída neta del 62 por ciento; además el peligro de explosión del polvorín negro y la necesidad de intercambios económicos más ágiles por parte de los países industrializados presionan para la eliminación del apartheid, condición para atenuar las sanciones. En 1982 se concede a los ghettos urbanos negros un estatuto particular para disimular las dificultades de la normativa de los bantustanes, aplicada a una población más grande y móvil de lo previsto, y, en 1983, una participación parcial y separada en el poder político a la minoría mestiza y asiática, excluyendo a los negros porque eran «ciudadanos» de los bantustanes.

El conflicto se extiende también entre los negros, y se dirige principalmente contra quienes han aceptado la colaboración, y que por lo tanto trabajan para la administración central, incluida la policía: se dan sistemáticas destrucciones de los servicios públicos en los ghettos y linchamientos de funcionarios negros y sus familias acusados de trabajar a sueldo de los blancos. Es utilizado el método de los neumáticos incendiados alrededor del cuerpo. En los grandes ghettos urbanos en el verano de 1984 y durante todo el año 1985 tienen lugar enfrentamientos por el control de los township entre ocupados y desocupados divididos por grupos étnicos. En este breve periodo de tiempo el balance es de varios centenares de muertos, una parte a manos de la policía, otra por ajustes de cuentas entre etnias distintas, enfrentadas económicamente, lo cual lleva a imponer el estado de sitio en los ghettos.

«Los principales desórdenes reprimidos por la policía han sido los de Shaperville (3 de septiembre de 1984), de Uitenhage y de los suburbios de Ciudad del Cabo (28 de febrero de 1985) en el curso de los cuales resultaron muertos cuarenta y cinco negros. Pero mucho más graves fueron los choques entre los negros. En la región de Johannesburg el 25 de septiembre y el 5 de noviembre de 1984 se enfrentaron mineros en huelga y esquiroles pertenecientes a etnias diferentes, muriendo diez de ellos. El 7 de agosto de 1985 en el extrarradio de Durban los barrios indios fueron atacados por los negros, causando la muerte a 50 personas y heridas a centenares; en diciembre del mismo año resultaron muertos sesenta negros durante los enfrentamientos que tuvieron lugar en Umbogintwini, al sur de Durban» (ibídem).

Las otras causas económicas del agravamiento de la situación son: una profunda crisis en el sector agroalimentario debida a una larga sequía; la carestía consecuente provocó el alejamiento incontrolado de los territorios tribales hacia las ciudades, el sostenimiento ya económicamente inviable e inútil a los bantustanes (que nunca fueron reconocidos como estados independientes por nadie y por tanto sus habitantes estaban privados de cualquier ciudadanía y pasaporte) y la proliferación de los bidonvilles ilegales, construidos alrededor de las ciudades, absolutamente incontrolables, constituidos por subproletarios y desarraigados de todo tipo. Unos simples rumores acerca del desalojo de estos barrios de chabolas en Crossroads y Kayelitsha cerca de Ciudad del Cabo el 18 de junio de 1985 provocaron un choque con la policía con el resultado de 16 muertos y 200 heridos.

El sistema del apartheid, convertido en algo ingestionable, corría el riesgo de poner en crisis, en el caso de que la lucha se extendiese y se radicalizase, todo el sistema económico. La burguesía sudafricana, una vez llegado el momento de escuchar los lloriqueos pacifistas, declara que es su intención aflojar la mordaza sobre el proletariado negro, primero con reformas parlamentarias y constitucionales y luego concediendo la ciudadanía sudafricana, es decir la abolición de todas las restricciones raciales a los negros, incluyendo a los ciudadanos de los Homelands que lo solicitasen. El 31 de enero de 1986 el Parlamento sudafricano anuncia el fin de la política de apartheid y la formación de una única nación verdaderamente democrática constituida por las minorías raciales en igualdad de derechos. En junio de 1986 el Consejo Europeo en La Haya solicita sanciones económicas contra Sudáfrica para presionar por la puesta en libertad de Mandela, designándolo como el jefe del nuevo comité de intereses en ese país.

Dos años después pese a todo, el gobierno prohibe la actividad política de las organizaciones antirracistas tanto negras como blancas y tienen lugar las primeras elecciones administrativas multirraciales, pero con un carácter separado, por lo que son boicoteadas por el ANC, la Iglesia anglicana y el COSATU, el poderoso sindicato creado en 1985, y mientras tanto las elecciones políticas con el mismo sistema están previstas para finales de 1989. La situación empeora y finalmente dimiten los halcones del régimen, representados desde 1978 por Botha, siendo sustituidos por las palomas, encabezados por De Klerk portando la rama de olivo, dispuestos a preparar los cambios necesarios. En pocos meses y en el siguiente mandato hasta 1994 se organiza el relevo para la mayoría negra de manera indolora, controlado y con garantías plenas para el capital local, incluyendo el acuerdo de renuncia a todo tipo de nacionalización del aparato productivo y agrario privado existente. Es preciso recordar que ya el 60% de la economía estaba nacionalizado.

La figura simbólica y garante de todo este proyecto es Mandela que es liberado (en 1990) y después premiado con el Nobel de la paz (en 1993). Paralelamente al reconocimiento legal del ANC, se procede a reducir la importancia de los partidos extremistas mediante bandas de matones que eliminan a los dirigentes más radicales; se hizo con tal ímpetu que desde 1990 más de 10.000 activistas políticos y sindicales fueron asesinados por bandas blancas, perfectamente armadas y protegidas por el ejército y la policía, tal y como demostraron posteriores investigaciones judiciales.

Mientras tanto el ANC declara su voluntad de ser un partido populista, interclasista y a favor de la reconciliación nacional, buscando dar marcha atrás respecto a sus posiciones precedentes de tendencia trotskista sobre las nacionalizaciones de los medios de producción y el control obrero, que le habían servido para atraerse al ala más combativa y radical del proletariado negro. En este periodo se da todo un florecimiento de organizaciones políticas que actúan para quedarse con una parcela de poder o negocios en la nueva era; entre ellas la Iglesia anglicana local, con Monseñor Tutú, otro Nobel de la paz, defensor de la teología de la liberación, que se convierte en una importante aliada del Frente Democrático Unido (UDF); Inkata, poderosa organización política zulú, inicialmente pacifista, reformista y nacida para defender a esa etnia, rompe más tarde con el ANC cuando éste opta por la vía interracial, la lucha armada y el apoyo de la URSS alineándose con los grupos reaccionarios llevando a cabo con sus organizaciones paramilitares vergonzosas represalias contra otros negros e indios. También resurge un Partido Comunista.

Los trabajadores están dirigidos por COSATU, surgida en diciembre de 1985, de la unificación de 34 sindicatos entre los que estaba FUSATU, federación de sindicatos industriales, y NUM que agrupaba fundamentalmente a los mineros. A diferencia de CUSA, sindicato racista inspirado en el movimiento Conciencia Negra, COSATU tiende a reagrupar a todos los trabajadores sobre una base de clase y no racial.

En 1994 se considera completada la preparación para el relevo y el 9 de mayo tienen lugar las primeras elecciones interraciales. Como estaba previsto Mandela es elegido presidente y todos aplauden a la nueva Sudáfrica de la verdadera democracia, de la reconciliación, del desarrollo y del reajuste de los enormes desequilibrios sociales, políticos y económicos, tratando de olvidar el pasado. El resultado de este primer mandato que concluye con la elección de Mbeki, un colaborador de Mandela, es muy poca cosa, como admite el mismo presidente en un informe al parlamento: ¡el 42% de los negros está en el paro!

Lo que queda claro es que la vía democrática, al no existir una vía de clase, ni allí ni en ningún sitio, por el momento puede engañar y encadenar por segunda vez al proletariado africano, principal preocupación de la burguesía nacionalista negra y blanca de todo Africa austral. Este miedo estaba claro desde hacía ya tiempo, desde la independencia de Zimbabwe y la larga crisis de Mozambique cuyo presidente, en una entrevista a «Le Monde» en 1985, advertía que una revolución en Sudáfrica sería más radical y podría tener mayores consecuencias que la francesa de 1789. Precisamente por esto la burguesía negra y blanca constituyeron un frente único contra todo el proletariado del Africa austral.

Una gran tradición de clase
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Un posterior trabajo nuestro de 1985, «Perspectivas de la Revolución en Sudáfrica» («Il Partito Comunista» nº135/1985), se centra en el desarrollo económico y en la formación de las organizaciones sindicales, trabajo completado en «Nuevos Sindicatos obreros en Sudáfrica por un Frente interracial contra el Capital» («Il Partito Comunista» nº152/1987).

El primer sindicato negro, ICU, aparece en 1919 y ya en 1920 organizó como habíamos visto, la primera huelga en la que participaron 60.000 mineros negros, los cuales no recibieron ningún apoyo de sus compañeros blancos ya que temían, como así sucedió posteriormente, que los negros les sustituyesen en el trabajo. En 1922 tiene lugar la huelga para evitar este inevitable proceso, que terminó a cañonazos tras unas semanas de enfrentamientos armados. De 1934 a 1945 se registraron 304 huelgas por aumentos salariales con 58.000 participantes; el salario medio de un negro respecto a un blanco pasa del 20% de 1930 al 27% de 1941.

Con la entrada de la URSS en la II» Guerra Mundial, el Partido Comunista Sudafricano se opuso a cualquier acción sindical que debilitase a Inglaterra y los Aliados contra Alemania, país contra el que Sudáfrica tenía viejos contenciosos respecto a Namibia, y maniobró a favor de la escisión en la gran central sindical negra CNETU (Council of Non-european Trade Unions). Por el contrario la minoría que salió para fundar la PTU (Progressive Trade Union) argumentaba correctamente que los trabajadores no tienen nada que ganar ayudando al gobierno para que triunfe en su guerra. A pesar de las medidas adoptadas al tratarse de un periodo bélico, el número de días de huelga en el periodo 1940-45 se dobló respecto a 1930 culminando con la gran huelga de 100.000 mineros negros en 1946, que motivó la intervención del ejército y que se saldó con la muerte de 12 proletarios.

Nada más acabar la guerra comienza la política del apartheid y la fuerte represión pero la lucha de clase no se detiene y las escasas fuerzas obreras con un mínimo de organización en 1955 se reagrupan en el SACTU que organiza inmediatamente luchas por un salario mínimo de una libra esterlina diaria. Esta organización crecerá hasta los choques de Shaperville en 1960 que ocasionaron 69 muertos y centenares de heridos, pero después, pese a no ser puesto fuera de la ley formalmente, como sucedió con el ANC, el sindicato se disolvió tras el inmediato arresto de 160 militantes.

El desarrollo industrial de la posguerra fue intenso aumentando enormemente el ejército de trabajadores, que se diversificó claramente entre simples trabajadores negros, que aumentaron su número, y aristocracia obrera exclusivamente blanca. Los cifras de este incremento son elocuentes: en 1951 había 742.000 trabajadores inscritos, de los que 360.000 eran negros y 250.000 blancos, en 1972 de un total de 1.650.000, 950.000 eran negros y 340.000 blancos.

La paz social se rompe en 1972 a partir de una huelga en una pequeña fábrica textil que se une a la lucha de los conductores de autobús, que cada día garantizan el transporte de centenares de miles de trabajadores desde los barrios negros a las fábricas, el resultado de esas luchas es el aumento salarial del 33 por ciento; el periodo de lucha se extiende durante dos años movilizando a todo el país en los sectores industriales y servicios.

La crisis económica de 1975, superada por el capitalismo sudafricano gracias a sus fuertes reservas, provocó no obstante un consistente empeoramiento en las condiciones de vida del proletariado, en quien repercutieron todos los males. En 1973 el 80% de los proletarios recibía salarios insuficientes y de 1971 a 1975 los parados crecieron a un ritmo de 11.000 al mes. Siguieron fuertes subidas de precios en alimentos básicos como el maíz. En los bastustanes la situación era catastrófica y la miseria se extendió: el 89% de los niños estaba infraalimentado y 1 millón de personas vivían de la caridad.

Esta concatenación de huelgas determinó la reorganización sindical. En 1969 sobrevivían 13 sindicatos con 16.000 afiliados; en 1973 se formarían otros 17, pero será la gran crisis de los años 80, como expresión local de la crisis mundial, lo que determine un reforzamiento gigantesco de los afiliados: 35.000 en 1977; 360.000 en 1981; 550.000 en 1983 y 1.500.000 en 1984.

Los sindicatos que aparecen, excepto la CUSA que está influenciado por el movimiento Conciencia Negra, no establecen ninguna diferencia racial y, pese a las grandes diferencias retributivas y laborales, también están abiertos a los trabajadores blancos, una minoría de los cuales milita en ellos, si bien la presión social que sufren hacía inestable su adhesión. Pese a las cifras hay una gran fragmentación con tantos sindicatos, casi al nivel de uno por cada empresa; basta con observar que el sindicato más fuerte, el FOSA, creado en 1979, en 1983 reagrupaba a 109.000 obreros en 490 fábricas, esta situación hacía improbable una acción de lucha general continua.

El movimiento de concentración de las fuerzas obreras comienza con las tres organizaciones mayores: la FOSATU en el sector industrial, la NUM en el sector minero y la CUSA. Esta última, junto al problema racial, tiene el de la aceptación legal, a lo cual se opone afirmando que pese a no estar autorizada oficialmente es aceptada en las empresas tanto por los trabajadores como por la patronal; estos dos argumentos impedirán su adhesión a la COSATU, que aparece en junio de 1985 como resultado de la fusión de las otras organizaciones.

La creciente necesidad de mano de obra cualificada y de técnicos por parte de la industria local se había cubierto con la inmigración de técnicos blancos, pero en los años 80 este saldo se transforma en negativo y las estimaciones indicaban la carencia de unos 750.000 técnicos. Esta fue una justificación económica válida para ir aflojando la segregación racial. Otro determinante económico fue que los bajos salarios y el régimen de segregación de los negros obstaculizaban la formación de un mercado interno sostenido por los consumos del proletariado.

El artículo aparecido en el nº152/1987 de «Il Partito Comunista» saludaba el nacimiento y consolidación de COSATU, que en el momento de su aparición contaba con medio millón de afiliados, que pagaban regularmente las cuotas, doblando en poco tiempo el número de afiliados al terminar el proceso de unificación. Los militantes de la organización tenían claro que el eje de la emancipación de los trabajadores no era la superación de la opresión racial ya que los ejemplos recientes de Mozambique, Zimbabwe, Angola y Zaire, donde el poder estaba en manos de la burguesía negra local, mostraban claramente a negros que oprimían y explotaban a otros negros y que la condición de la clase obrera allí era incluso peor que en Sudáfrica. El mayor obstáculo para la unificación de todo el movimiento obrero sudafricano se encontraba en las profundas diferencias económicas existentes entre los trabajadores blancos y no blancos, organizados precedentemente en distintos grupos tendentes a conservar sus ventajas.

El programa de la COSATU se centra en cuatro puntos fundamentales de defensa clasista:
1) salario mínimo garantizado en todo Sudáfrica;
2) reducción de la jornada laboral a 40 horas semanales sin reducción de salario ni de las pagas extraordinarias;
3) organización de los parados en un sindicato afiliado que se provea de un fondo de subsistencia y asistencia médica gratuita;
4) eliminación del pass-book o permiso de trabajo que funcionaba como un pasaporte interno, que en 1986 se sustituirá por un único documento de identidad para todos los ciudadanos de Sudáfrica.

La primera huelga general, organizada para celebrar el 1º de Mayo en 1986 tuvo un enorme seguimiento, hasta el punto que las fuentes oficiales del mayor conglomerado minero-industrial (Anglo-Americano) denunciaba la ausencia al trabajo del 83% de los trabajadores; la segunda huelga general, convocada para recordar los sucesos de Soweto tuvo un seguimiento similar.

Una espina clavada en COSATU ha sido la organización zulú Inkata que lucha por el predominio de esa etnia proponiendo un programa de oposición al grupo blanco, portador del capitalismo destructor de la vieja sociedad, y se dirige a los estratos rurales más atrasados, fomentando los odios raciales y trabaja para organizar un sindicato propio en oposición a COSATU. Ha llegado a provocar graves enfrentamientos sobre todo contra los indios.

En poco tiempo COSATU ha reforzado su propia posición dentro de la sociedad sudafricana convirtiéndose en la correa de transmisión del ANC entre los trabajadores, principalmente en el periodo precedente a las elecciones multirraciales, que prevén también mejoras para los trabajadores negros. Después, cuando el ANC ha abandonado las reivindicaciones radicales y el programa de nacionalización del aparato productivo y de las grandes empresas agroalimentarias, y más tarde, en el periodo de Mandela, cuando se ha congelado el plan de redistribución de tierras, pero sobre todo con la aplicación del IVA sobre los productos alimentarios básicos, COSATU ha reivindicado una mayor autonomía del ANC en lo que respecta al tema económico. La gran organización sindical ha vuelto a retomar sus lazos con el SACP (Partido Comunista Sudafricano) de cuyas filas proviene Mbeki, quien dimitió de sus filas prudentemente antes de las elecciones de 1994 para convertirse en vicepresidente, y ahora en sucesor de Mandela.

El trasfondo económico del traspaso
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El capital mundial ha seguido atentamente el desarrollo de la situación en Sudáfrica y numerosos centros de estudios económicos han ofrecido información puntual del desarrollo de la economía en ese país durante la transición que ha llevado a la elección pacífica de Mandela. En realidad estos trabajos tan documentados no nos describen las dificultades de un cambio social sino la degradación del curso capitalista en aquel país; no es la «nueva democracia» quien ha nacido con pocas energías sino que es el proceso de producción y circulación de las mercancías y de los capitales quien muestra toda su senilidad.

El antes, durante y después de Mandela nos han sido descritos minuciosamente como el proceso de una terapia según la cual una nueva medicina, el fin del apartheid, ha sido utilizada in extremis para salvar del estado de coma permanente a un enfermo grave al que no se sabe como salvar; no obstante, su agonía, pese a su lentitud y a ciertas recuperaciones, es irreversible, y sólo cesará cuando la revolución proletaria, con su necesario acto de fuerza, lo entierre para siempre.

Sigamos analizando la crisis económica en Sudáfrica, reflejo de la crisis mundial, a través de las relaciones económicas aparecidas puntualmente de manera anual en «Problèmes Èconomiques».

En 1990 es elegido De Klerk y, con las debidas precauciones, es puesto en libertad Mandela. Por esas fechas la población de la República Sudafricana era de unos 31 millones, excluyendo a los 4 millones de los bantustanes más grandes, considerados independientes a todos los efectos, y de esos 31 millones 5 millones eran blancos, 3 millones de mestizos, 1 millón de asiáticos y 22 millones de negros. Actualmente la población se estima en 40 millones tras la inclusión de los bantustanes en el estado central, lo cual ha hecho subir a 30 millones la población negra. La temida fuga de una parte de la clase dirigente blanca sólo se ha registrado a un nivel bajísimo. También se ha estimado la presencia de más de 1 millón de clandestinos negros provenientes de países limítrofes, que llegan a Sudáfrica buscando un trabajo. Según «Le Monde Diplomatique» de marzo de 1999, el fenómeno era tan amplio que
«
las autoridades han intensificado la caza a los inmigrantes clandestinos venidos sobre todo de los países vecinos; han sido detenidos 100.000 durante los primeros ocho meses de 1998».

Los datos ofrecidos en la relación de 1992 del banco Parisbas son elocuentes: hablan de un país que tiene asegurada la autosuficiencia alimentaria, exporta un 20% de su producción agraria con una tasa de crecimiento de la producción alimentaria superior a la tasa de aumento de población. El hecho de que sus ingentes exportaciones estén constituidas principalmente por materias primas, el 58% del total, más que por productos industriales y manufacturas, sitúan pese a todo a Sudáfrica entre los países en vías de desarrollo, cuya economía está fuertemente ligada a los precios de las materias primas, calculados en las grandes capitales financieras de la burguesía, y por lo tanto muy expuesta a las crisis de sobreproducción capitalistas. Una prueba de ello es que la tasa de crecimiento en el periodo 1974/81 cae al 2,4%, alcanzando el 0% en 1981/84, subiendo al 1,9% en 1984/88, al 2,1% en 1989 y en 1990 vuelve a caer al 0,9 por ciento. Sus exportaciones están constituidas además por un 29% de productos manufacturados y un 3% de productos agroalimentarios. La población activa se estima en 13 millones de los que 8 millones están registrados, 2,5 millones no lo están, 1 millón vive de manera autosuficiente y el millón y medio restante está desempleado.

Según estos confortantes parámetros la tasa de desocupación sería del 10% de toda la población activa, valor que contrasta irremediablemente con los del 40% de otras fuentes. Como ha indicado Mandela en su relación parlamentaria como conclusión a su mandato, la tasa de paro ha alcanzado el 42 por ciento. Probablemente París intenta atraer capitales a Sudáfrica para lo que, utilizando sistemas de cálculo distintos, presente un cuadro más optimista.

Las inversiones internas en el periodo 1985/90 equivalen al 20% del PIB y se reparten en 7,6% públicos y 12,2% privados de los que una buena parte son los fondos de pensiones privados que de momento no pueden operar en el extranjero. En 1990 el activo de los fondos de pensiones era de 21.000 millones de dólares y el de los seguros a largo plazo de 43.000 millones, equivalente a la mitad del PIB anual estimado en 128.000 millones. Antes del fin del apartheid las desinversiones extranjeras, sobre todo de EEUU como medida de presión sobre el gobierno central sudafricano, han sido sólo de fachada y se trata únicamente de transferencias de propiedades a sociedades de conveniencia. El peso de las materias primas pesa enormemente sobre la economía sudafricana, y por consiguiente, sobre las inversiones financiaran extranjeras: pero, a pesar de la cambiante marcha de sus cotizaciones, la balanza comercial está en activo y el valor del PIB per cápita ha aumentado.

Esta es la situación al inicio de la concertación entre De Klerk y Mandela: según los datos del ejercicio financiero de 1985 aparece que el PIB de Sudáfrica como masa es 1/7 del italiano y 1/3 como valor per cápita; trasladado a Africa siempre como masa es igual al de todos los países del Magreb más Egipto, que tienen una población mayor.

En 1994, al término del mandato preparatorio de De Klerk, el departamento de finanzas para Africa del Sur de Zurich redactó un detallado informe sobre la economía sudafricana que fue publicado en síntesis en Problèmes Èconomiques» en octubre de aquel año. Estimaba en 40 millones la población de todo el país tras la unificación de los bantustanes bajo el gobierno central, establecía en un 2,4% la tasa de crecimiento anual medio de la población, cuya composición racial era la siguiente: 76% negros, 13% blancos, 8,6% mestizos y 2,6% de asiáticos.

La economía sudafricana tras el fin de las sanciones económicas ha podido desarrollar libremente el sector financiero que se ha desplegado ampliamente tanto en el mercado interno como en el externo, reforzando de esta maneras los sectores extractivos y manufactureros. Para prevenir una eventual fuga masiva de capitales se ha introducido la cláusula de que los bancos sudafricanos puedan exportar capitales en una medida equivalente al ingreso de capitales externos. En 1995 este límite estaba en 10 millardos de rands y se estimaba en 150 millardos la cifra de los capitales que dejaron el país en ausencia de controles sobre los cambios.

La recesión iniciada en 1989 ha tocado el nivel más bajo en 1992 para remontar débilmente en 1993. No ha causado una considerable caída del PIB real pero ha sido duramente soportada por la población a causa de un significativo aumento del desempleo y ha sufrido una tasa de inflación media en ese periodo del 14 por ciento. El IVA ha subido del 10 al 14% y esta medida se ha sentido particularmente en los alimentos básicos, mientras las tasas de interés bancario han subido del 12 al 17 por ciento.

A medida que el proceso de transferencia del poder se lleva a cabo de manera lineal y pacífico también la relación de paridad entre el rand y el dólar comercial y financiero se acerca a la paridad, signo éste de estabilidad y tranquilidad para hacer buenos negocios, e, incluso devaluándose, la diferencia entre el rand comercial respecto al financiero baja del 38% de 1985 al 21% de 1993.

En conjunto las exportaciones están en constante aumento, en 1993 fueron de 79,5 millones de rands y superaron en un 27% a las importaciones; el 32,5% de estas exportaciones tienen como destino Europa, el 18% Asia y el 8,5% América. Las importaciones siguen el mismo flujo con una relación un poco distinta: el 45% de las mismas viene de Europa, el 26,5% de Asia y el 16% de América; la diferencia se da principalmente, en lo que respecta a las exportaciones, en el continente negro, donde Sudáfrica exporta sin casi reimportar. Por sectores el comercio exterior ofrece las siguientes cifras según datos de 1993: piedras preciosas y semielaboradas un 12,7%; metales básicos 12,4%; minerales 10,6%; productos químicos 4,2%; maquinaria 3,5%; vehículos y equipos de transporte 3,4%; papel 2,4%. Los productos alimenticios en conjunto constituyen el 4% de las exportaciones.

Continúa el vaivén de la crisis
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Basándose en este análisis el ANC, lanza, al celebrarse las primeras elecciones interraciales que lo llevan inevitablemente al poder, un programa de reconstrucción y desarrollo económico de 39 millardos de rands en 5 años (el PIB de 1994 fue de 422 millardos). El partido de oposición más fuerte, el National Party, objetó obviamente que estas cifras eran irrisorias hablando de una mayor: 600 millardos de rands. Prácticamente el NP ha contabilizado las deudas económicas pendientes con el proletariado sudafricano ya que su detallada lista incluye aspectos básicos: instrucción obligatoria y gratuita para todos los jóvenes, lucha contra el analfabetismo entre los adultos, sanidad universal y medidas a favor de la maternidad y la infancia, alimentación de los menesterosos, salario mínimo garantizado, viviendas, agua potable, electrificación, reducción del IVA en los productos básicos, redistribución de la tierra y pago de las expropiaciones en terrenos afectados por la minería. Esta es sólo una parte de la lista completa de los 23 puntos del programa y de los costes relativos que el NP cree necesarios para resolver las presentes injusticias. Nos complace ver como estos señores tienen el valor de cuantificar el remedio mínimo de su secular robo de las riquezas de la tierra y de plusvalía al proletariado.

Según un informe del IFO, instituto de estudios económicos de Munich (Alemania es el primer socio comercial de Sudáfrica con un 16,7% de sus exportaciones), el año 1995 desde el punto de vista financiero ha sido un año positivo ya que la tasa de crecimiento ha subido hasta el 3,5% a pesar de una caída del 15% de la producción agrícola a causa de la sequía y del 3,5% de la producción minera. El problema más preocupante es el de la producción de oro, debido tanto a la constante disminución en la cantidad de mineral en ejercicio, que ha pasado de las 1.000 toneladas de 1970 a las 522 de 1995, como a la bajada en sus cotizaciones; esto ha provocado el cierre de las minas menos rentables, a pesar de que la devaluación del rand ha favorecido las exportaciones.

Terminada la sequía la agricultura retoma su crecimiento y su aportación a las exportaciones; la producción manufacturera crece un 7,5% respecto al año precedente, la renta per cápita aumenta un 2,5% en 1995 produciendo una ampliación del mercado interno del 5%, principalmente dirigido a los bienes inmuebles y los automóviles. A causa de la continua devaluación del rand la balanza comercial con el extranjero se deteriora notablemente también debido al fuerte crecimiento de las importaciones, del 20% en volumen y del 29% en valor, atenuada parcialmente por un aumento de las exportaciones del 16% en volumen y del 245 en valor.

Las grandes reservas de oro y de divisas han mitigado el golpe pero se han reducido al nivel de cubrir 7 semanas de importaciones. El curso del rand respecto al dólar sigue siendo muy variable y es el reflejo de la incertidumbre sobre la incapacidad de la nueva e inexperta clase dirigente negra para controlar la situación, considerada inestable a pesar de la euforia del primer momento y la coyuntura económica que todavía es favorable. Prueba de ello es que desde febrero a abril de 1996 unos rumores acerca de una grave enfermedad de Mandela hizo caer un 16% el rand.

Todos se preguntan, también nosotros pero con unas esperanzas y perspectivas distintas de ellos, qué sucederá cuando la crisis económica muestre toda su dureza.

A pesar de los positivos resultados económicos no ha habido un aumento del empleo: entre junio de 1994 y 1995 ha sido inferior al 1%, correspondiente a 44.335 nuevos puestos de trabajo en los sectores no agrícolas cuando cada año se presentan pro primera vez en el mercado de trabajo 700.000 nuevos jóvenes. Esto es todavía más grave si se considera que en 1995 debido a restricciones presupuestarias se han reducido 32.000 puestos de trabajo en las administraciones regionales. A pesar de que el trabajo negro, precario y sin garantías, absorbe una buena parte de esta fuerza de trabajo, las estimaciones más optimistas hablan de un 35% de desocupados e infraocupados.

Como promesa electoral se ha anunciado una revisión general de la legislación laboral, pero no se dice nada acerca del salario mínimo. Gracias al bajo coste del trabajo por unidad de producto, ha habido un aumento de productividad del 2,6% y la inflación ha descendido, en 1995, del 11% al 6,9% mientras el IVA permanece en el catorce por ciento. Esto quiere decir que una vez más la clase obrera no ha sacado ninguna ventaja de la coyuntura favorable y ha debido soportar el peso del saneamiento económico. Basta con pensar que a comienzos de 1994, poco antes de la elección de Mandela, el presidente saliente De Klerk, como gesto de buena voluntad, decidió anular las deudas que los ghettos urbanos negros tenían con las administraciones municipales en lo que respecta a agua, luz, recogida de basuras y otros servicios urbanos; dos años más tarde el mismo Mandela admite que la cifra de tales deudas había subido a 2 millardos de rands, y eso a pesar de que el menos del 10% de la población usaba «regularmente» los servicios públicos. Además el Estado solo ha construido 12.000 viviendas frente a las 50.000 construidas durante el último año de apartheid.

Al mismo tiempo en el ámbito de las relaciones entre las clases, los problemas más discutidos a la luz del nuevo texto constitucional han sido los referentes a las restricciones a la legislación sobre la propiedad de la tierra con el fin de evitar una reforma agraria radical y, en materia laboral, la inclusión del derecho al cierre patronal en contraposición al derecho ya reconocido a la huelga. Tras convocar la huelga general el 30 de abril de 1996, la COSATU, apoyada por Mandela, dio marcha atrás al obtener garantías de ser atendidas sus peticiones, pero deberá aceptar una solución legal de compromiso.

La acumulación de problemas, las contradicciones económicas y las continuas cesiones ante los intereses del gran capital han obligado a la camarilla de Mandela a retirar, tan sólo dos años después, el ya de por sí débil programa económico pre-electoral presentando un segundo programa que en un plazo de 10 años preve un crecimiento anual del 6% y la creación de 500.000 puestos de trabajo anuales, basándose en las previsiones del aumento de las exportaciones, oro excluido, en un 10% anual. Estas perspectivas favorables las ofrece el hecho de haber sido admitida Sudáfrica en el SADC, una comunidad económica de libre cambio de 12 países del Africa Austral, en la que el PIB sudafricano es 4 veces superior al de los otros 11 países juntos, a los que ahora puede exportar sin restricciones y acuerdos recíprocos, siendo las importaciones mínimas, con una relación de 6 a 1 y que aumenta cada vez más.

En vez de las nacionalizaciones presentadas en la campaña electoral ahora por el contrario se habla de privatizaciones de las empresas nacionales con sus consiguientes planes de reestructuración que siempre significan despidos y aumento no de salario sino de explotación. Estos planes que ya han empezado a ponerse en marcha han provocado una serie de huelgas salvajes, desconvocadas bajo la promesa de un control sindical y el mantenimiento de los puestos de trabajo.

La burguesía negra a prueba
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Todos estos buenos resultados para el capital han permitido a Mandela, en la primavera de 1996, efectuar una gira política por Europa con el fin de atraer inversiones en Sudáfrica y mostrar que el proceso de formación de una clase dirigente y de una burguesía negra prosigue, si bien lentamente y con incertidumbres. Se habla mucho de la transferencia del poder a los negros, pero en verdad los capitales no han cambiado de propiedad y los nuevos dirigentes negros en las empresas tienen un poder limitado en lo que corresponde a cuestiones de gestión y no de control de las inversiones, control que siguen manteniendo sólidamente los viejos dirigentes.

Las pocas empresas regidas exclusivamente por negros, inicialmente en el campo de la producción y la distribución de cerveza y bebidas diversas de origen americano, tras un breve periodo de expansión han entrado en una grave crisis y algunas han quebrado. En un primer momento se ha tratado de un intento de Pepsi Cola de penetrar en el país y quitar cuota de mercado a Coca Cola utilizando para este fin la imagen y la presencia de personajes del mundo del espectáculo y del deporte de la comunidad negra americana. Posteriormente en todos los sectores económicos, y donde ha sido necesario con cierta presión, se ha producido la incorporación de cuadros directivos negros. Hasta hace 20 años los negros no tenían ningún derecho de propiedad, de residencia permanente y de acceso a los capitales y al crédito a gran escala, e incluso en 1990 ninguna empresa detentada o gestionada por negros cotizaba en la Bolsa de Johannesburg, mientras que ahora 17 empresas de un total de 625 cotizantes están controladas por negros con una capitalización total de 28,4 millardos de rands.

En este proceso de formación y ampliación de una pequeña y media burguesía negra los sindicatos desarrollan un papel activo de mediación burguesa: por una parte defienden los intereses de los trabajadores contra los enormes contrastes existentes, y por otra emplean una buena parte de sus fondos en la creación de una clase dirigente negra mediante la adquisición de cuotas societarias en las empresas. Ninguna transacción con miras a este aumento de poder para los negros se ha llevado a cabo sin una intervención económica de los sindicatos, que de este modo, además de obtener el nombramiento de cargos de su agrado, se convierten cada vez más en verdaderos y propios socios empresariales. Ya veremos que pasará cuando el desarrollo de la crisis imponga los consabidos planes de reestructuración.

Al concluir el mandato presidencial de Mandela, en junio de 1999 el cuadro que resume el estado de las mejoras para la gran masa proletaria negra es desolador y describe la situación en un país en el que la casi totalidad de la población, a pesar de las grandes potencialidades económicas, vive en enormes y miserables barrios-ghetto en las afueras de las grandes ciudades o en centros periféricos donde faltan los servicios básicos de luz, agua y alcantarillado.

Según las fuentes gubernamentales se han construido solamente 500.000 nuevas viviendas, se han creado 10.000 nuevas escuelas, se ha llevado el agua potable a 3 millones de personas (a menudo se trata de una simple fuentecilla pública), electricidad para 2 millones, teléfonos para 1.700.000 y ambulatorios y pequeños hospitales. La inflación ha bajado al 8% con un paro del 42% entre los trabajadores negros y del 4% entre los trabajadores blancos.

No obstante los últimos datos sitúan el PIB de Sudáfrica en 125 mil millones de dólares, igual al 45% del total de Africa y al 75% de toda la región subecuatorial. A escala mundial el peso desciende notablemente al 0,5% mientras que a nivel europeo a grosso modo es parangonable a Bulgaria y Ucrania.

Actualmente no hay grandes progresos a nivel económico, por otra parte bastante difíciles en este contexto de crisis económica a escala mundial, y según otros datos la situación, pese a permanecer bajo control a causa de la fase positiva de instauración de la democracia, sólo ha realizado modestos progresos desde el punto de vista económico debidos al incremento de los intercambios comerciales, que ya no están sujetos a las restricciones de las sanciones económicas. Entre estos intercambios está la venta de armas, cifrada en 216 millones de dólares en 1997, un 34% más respecto a 1996; desde 1994 esta industria ha exportado por valor de 600 millones de dólares con una cartera de 92 clientes en todo el mundo y se ha convertido en el segundo sector de exportaciones manufactureras, pese a dar trabajo sólo al 1% de la mano de obra industrial.

Pero la continua caída del precio del oro amenaza con el cierre de casi la mitad de la minas en activo, que actualmente deben extraer el mineral entre 2.000 y 4.000 metros de profundidad con unos costes muy elevados, sin contraprestación salarial ya que los bajos salarios de antes están subiendo ligeramente.

La fuerte tasa de desempleo es causa de una considerable criminalidad y las estadísticas a este respecto son impresionantes: según el Instituto de Estudios sobre Seguridad, cada día se registra una cincuentena de muertes violentas, la tasa más alta del mundo y seis veces superior a la de Estados Unidos. La pena de muerte fue abolida en 1995 entre grandes debates, un año después de la elección de Mandela; en la época del apartheid Sudáfrica detentaba el récord de ejecuciones capitales en el mundo occidental y actualmente, y según «Le Monde Diplomatique» de marzo de 1999:
«
La inseguridad ha favorecido el desarrollo de una floreciente industria de la seguridad privada. Las casas de los blancos acomodados se han dotado de sistemas de alarma. El último grito en esta materia es instalar un lanzallamas opcional en el automóvil. Las sociedades privadas - 300.000 personas entre agentes y empleados - disponen de efectivos muy superiores a los de la policía (134.000 agentes). E incluso entre los negros se asiste a la proliferación de policías privadas».

A nivel internacional Sudáfrica se presenta como una potencia subcontinental en fase de expansión y que no rechaza la intervención armada exterior «por motivos de seguridad interna», como sucedió en Lesotho en septiembre de 1998 cuando el ejército sudafricano recibió la orden de intervenir para poner fin a los graves desórdenes aparecidos en ese minúsculo país debido a las manifestaciones de una parte de la población y del ejército que protestaban por los pucherazos electorales. Este hecho fue comentado en nuestra prensa de partido como la confirmación de una continuidad de Sudáfrica como garante del orden imperialista en el Africa austral. Realmente existe por parte de Sudáfrica el interés de anexionarse este pequeño reino, independiente desde los tiempos de la colonización inglesa, para poder realizar un proyecto hidráulico a gran escala y de esta manera suministrar agua a toda la región potenciando la agricultura y la ganadería.

Por luchas de clases y no de razas
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Nuestras previsiones sobre este breve periodo son las siguientes: un reforzamiento del «poder negro» y la culminación de la borrachera democrática - que esperamos breve - especialmente entre el proletariado negro, usada como antídoto temporal frente a la profunda miseria de la clase obrera. Hablamos de antídoto y no de vacunación porque no se vive de democracia sino que se muere: cuando esta mentira caiga surgirán grandes luchas de clase y no de raza.

Se dará la consolidación de una clase dirigente negra, en este caso particularmente agresiva y arribista, que en un tiempo brevísimo agotará su dinamismo para convertirse en rentista, conservadora y al servicio del gran capital. Se hará notar un cierto dinamismo para reforzar su aparato productivo y comercial en el área subcontinental, con una previsible extensión hacia el norte, a través del SADC, hacia las grandes riquezas del Congo, ex-Zaire, y de sus estados satélites, Uganda, Ruanda y Burundi. Estas líneas de expansión ya están en marcha, y dejando a un lado la crisis general mundial, a corto y medio plazo es posible que se lleve a cabo; todo lo más puede retrasarse u obstaculizarse por la violenta y prolongada explosión de la cólera proletaria.

Hasta el momento no tenemos la medida exacta de lo que se mueve amenazadoramente en la base de la economía capitalista sudafricana, como por ejemplo las genuinas organizaciones clasistas, seguramente distintas de las que a comienzos de los Años Veinte escribieron en sus banderas «proletarios blancos de todos los países, uníos». Una cosa está clara; cuando en esa parte del continente africano estalle la chispa de la reanudación de la lucha de clase, será de un rojo tan vivo e intenso que encenderá todo el fuego de la fuerza proletaria.

Notes:
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  1. Informe expuesto en la reunión general de Turín, octubre-1999 [back]

Source: «La Izquierda Comunista», n. 12, mayo 2000

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