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LAS CAUSAS HISTÓRICAS DEL SEPARATISMO VASCO


Content:

Las causas históricas del separatismo vasco
El marxismo ante el problema nacional y colonial
El caso irlandés
Los vascos. ¿Un origen misterioso?
Los vascos en la Antigüedad
Consideraciones acerca de la lengua vasca
El País Vasco en la Edad Media
Las Guerras Carlistas y el fin del régimen foral
El industrialismo y sus consecuencias
La irrupción del proletariado moderno: terremoto social
Fuerismo y Conciertos económicos
Nacionalismo vasco y movimiento obrero
De la Dictadura de Primo de Rivera la II° República
La II° República y el «Problema Vasco»
La Guerra Civil en el País Vasco
La posguerra en el País Vasco
EKIN-ETA: de los comienzos a la I° Asamblea
Las luchas obreras y su repercusión dentro de ETA hasta la V Asamblea
ETA: desde la V asamblea hasta la muerte de Franco
De la muerte de Franco al Estatuto de Guernica
Guerra Sucia contra ETA. Conexiones internacionales
Desde el Estatuto hasta hoy. Perspectivas futuras
Notes
Source


Las causas históricas del separatismo vasco

Nuestra corriente ha sostenido siempre que los medios tácticos que el Partido puede emplear en determinadas áreas históricas y sociales, deben estar previstos y codificados en claras reglas de acción. La teoría del materialismo histórico permite al Partido revolucionario proletario, al Partido Comunista, prever los acontecimientos históricos en sus grandes líneas generales, evitando así un peligroso empirismo táctico que forzosamente influiría muy negativamente sobre la organización y el curso de la misma lucha proletaria. Hacer lo contrario, es decir buscar nuevas vías imprevistas, desconocidas por el conjunto del Partido, equivaldría, y de hecho así sucedió con la III° Internacional, a quebrar la monolítica estructura teórica y programática del Partido.

Es por tanto una necesidad vital para el movimiento revolucionario que ese rigor doctrinal y programático se plasme en líneas tácticas que no contradigan su naturaleza, determinada por la finalidad suprema de nuestro combate, la sociedad sin clases, por lo que en todo momento estas líneas tácticas siempre deben estar subordinadas al objetivo final, que es quien en última instancia las determina inexorablemente.

El abandono de estos principios marxistas básicos ha supuesto para el movimiento obrero internacional la más terrible de sus derrotas históricas. La mayor responsabilidad recae, sin lugar a dudas, sobre el estalinismo y su política de reniegos continuos y traiciones consumadas. No hay ni una sola de las grandes cuestiones sociales planteadas por la sociedad contemporánea, que no refleje la concienzuda y meticulosa tarea de falsificación llevada a cabo por ese ejército de contrarrevolucionarios profesionales.

Los planteamientos mecanicistas del oportunismo traidor en la así llamada cuestión nacional y colonial, muestran, y actualmente la guerra yugoslava constituye la enésima prueba de ello, cómo la burguesía y sus agentes una y otra vez intentarán confundir a los proletarios para que derramen generosamente su sangre, planteando como un fin en sí mismos unos objetivos que no son en modo alguno los históricamente suyos.

El marxismo ante el problema nacional y colonial

El oportunismo ante la cuestión nacional se ha presentado siempre bajo dos formas. La primera ha negado que la constitución del Estado nacional fuera uno de los factores históricos decisivos a la hora de consolidar los fundamentos del orden burgués contra el antiguo régimen feudal y eclesiástico. Ya Marx y Engels tuvieron que combatir contra estos planteamientos, incluso dentro de sus propias filas, que en un contexto europeo de revolución burguesa antifeudal consideraban a las nacionalidades y a las luchas de liberación nacional como prejuicios caducos. Recuérdese la polémica surgida en el seno de la Internacional, tal y como reflejan las cartas de Marx a Engels con fecha 7 y 20 de junio de 1866.

La segunda forma, que ha causado más perjuicios al movimiento obrero que el indiferentismo de la primera, reconoce en la formación del Estado nacional burgués un elemento de progreso histórico frente a formas sociales caducas, pero aplica mecánicamente este principio allí donde la forma burguesa es ya un hecho consumado e irreversible, y allí donde la lucha antifeudal y anticolonial está legitimada históricamente, difunden en las masas proletarias el sagrado respeto a una ideología nacional patriótica y popular, totalmente idéntica a la de sus aliados burgueses.

Ya desde los tiempos del «Manifiesto» encontramos expuesta la posición marxista acerca del apoyo proletario a la burguesía revolucionaria en lucha contra el antiguo régimen feudal:
«En esta etapa, los obreros forman una masa diseminada por todo el país y disgregada por la competencia. Si los obreros forman masas compactas, esta acción no es todavía consecuencia de su propia unión, sino de la unión de la burguesía, que para alcanzar sus propios fines políticos debe – y por ahora aún puede – poner en movimiento a todo el proletariado. Durante esta etapa, los proletarios no combaten, por tanto, contra sus propios enemigos, sino contra los enemigos de sus enemigos, es decir, contra los restos de la monarquía absoluta, los propietarios territoriales, los burgueses no industriales y los pequeños burgueses. Todo el movimiento histórico se concentra, de esta suerte, en manos de la burguesía; cada victoria alcanzada en estas condiciones es una victoria de la burguesía».

Por tanto, al existir ya desde 1848 la doctrina y el partido del proletariado, existe la explicación teórica de las luchas nacionales a la luz del determinismo económico, y en ella se establecen los límites y las condiciones de tiempo y lugar para el apoyo a las insurrecciones y a las guerras estatales de independencia nacional.

Marx y Engels establecieron estos límites en el área europea occidental (exceptuando a Inglaterra, país ya plenamente capitalista) desde 1848 a 1871, fecha en la que el aplastamiento de la Comuna de París por parte de dos ejércitos nacionales enemigos, puso de manifiesto la coalición de todas las burguesías europeas contra el proletariado y el cierre definitivo de las luchas de liberación nacional en ese área geohistórica.

No obstante, hay un caso, el irlandés, que no se cerrará definitivamente, con sus bien conocidas deficiencias, hasta bien entrado el siglo XX, y al cual Marx y Engels dedicaron una gran atención, pues en efecto Irlanda podía considerarse como la primera colonia inglesa, y la influencia de esta cuestión sobre el movimiento obrero inglés era determinante:
«La clase obrera inglesa no hará nada mientras no se separe de Irlanda. La palanca debe ser aplicada en Irlanda. De ahí que el problema irlandés tenga tan gran importancia para el movimiento social en general» (Marx. Carta a Engels del 10 de diciembre de 1869).

El caso irlandés

La referencia irlandesa es obligada por dos razones: en primer lugar nos suministra un ejemplo histórico, vivido y analizado directamente por Marx y Engels, de una lucha anticolonial y de liberación nacional en sus aspectos más claramente definidos, y en segundo lugar sirve para desenmascarar analogías que interesadamente se han establecido entre la historia irlandesa y la de otras zonas de Europa (País Vasco) y que presuntamente ofrecerían unas características de opresión nacional y colonial similares a las irlandesas.

Desde tiempos remotos Irlanda fue un territorio apetecido por toda clase de pueblos invasores. En las Islas Británicas, al remoto sustrato étnico preindoeuropeo, se le unieron las invasiones célticas que asimilando a la primitiva población aborigen suministraron un elemento étnico claramente diferenciado de los posteriores elementos invasores (germanos). Es en algunas zonas de Gran Bretaña (Escocia y Gales) y sobre todo en Irlanda donde la germanización de los aborígenes planteó más dificultades. La historia escrita irlandesa es la historia de las invasiones y de la resistencia a las mismas. Caerá definitivamente bajo el yugo inglés en el siglo XVII, y el burgués republicano Cromwell, abrirá las puertas a una particular limpieza étnica en la isla que continuará siglos después. La ocupación militar transformó a Irlanda en la primera colonia inglesa, impidiendo un desarrollo normal del comercio y de la industria.

Las bases para la posterior ruina económica de Irlanda y la masiva huida desesperada de millones de sus habitantes se fueron sentando durante estos años de máxima opresión y feroz represión de los levantamientos nacionales.

Así describe Marx, en uno de sus numerosos textos sobre la cuestión irlandesa, las raíces económicas de una verdadera opresión nacional y colonial:
«d) Irlanda engañada y humillada al máximo. 1692 – 4 de julio de 1776. (año) 1698. El parlamento anglo-irlandés votó (como colonos sumisos) por orden de la madre patria un impuesto prohibitivo para la exportación de artículos de lana irlandesa al extranjero. 1698. En el mismo año, el parlamento inglés gravó la importación de productos irlandeses a Inglaterra y Gales con un impuesto alto y prohibió totalmente su exportación a otros países. Inglaterra aniquiló las manufacturas de Irlanda, despobló sus ciudades y echó a la población de nuevo al campo» (Marx. «Proyecto de una conferencia sobre el problema irlandés». Dictada el 16 de diciembre de 1867 en la Asociación Cultural de Trabajadores Alemanes).

Más tarde incluso el campo sería un lujo demasiado grande para los campesinos irlandeses, tal y como refleja Marx citando al periódico irlandés «The Galway Mercury»:
«La gente va desapareciendo rápidamente de la tierra en el oeste de Irlanda. Los landlors de Connaught están tácitamente combinados para desarraigar a todos los pequeños ocupantes, contra quienes se emprende una guerra regular y sistemática de exterminio… Diariamente se practican en esta provincia las más desgarradoras crueldades, cosa de la cual el público no tiene conciencia alguna» (Marx. «The New-York Daily Tribune», 22 de marzo de 1853 y «The People’s Paper», 16 de abril de 1853).
Por eso a medida que iba desapareciendo la población, iba aumentando el número de cabezas de ganado propiedad de los terratenientes. Los datos que nos suministra Marx son esclarecedores:
«III. EL PROBLEMA DE LA TIERRA. DISMINUCIÓN DE LA POBLACIÓN.
1841 – 8 222 664 habitantes; 1866 – 5 571 971 habitantes. En 25 años una disminución de 2 650 693. 1855 – 6 604 665; 1866 – 5 571 971. En 11 años una disminución de 1 032 694. No sólo disminuyó la población, sino que al mismo tiempo aumentó el número de sordomudos, ciegos, inválidos, dementes e imbéciles con relación al conjunto de la población. Aumento del número de reses entre 1855 y 1866 […] Por consiguiente, aproximadamente un millón de cabezas de ganado vacuno, porcino y ovino, sustituyó a 1 032 694 irlandeses. ¿Qué ocurrió con estos irlandeses? La estadística de emigración nos da la respuesta«
(Marx. «Proyecto de un discurso no pronunciado sobre el problema irlandés». 26–11–1867).

Esta emigración de los irlandeses desposeídos se dará sobre todo hacia Inglaterra y América. En Inglaterra es conocido el recelo con el que eran recibidos estos emigrantes por competir a bajo precio con los obreros ingleses. La Internacional dirigida por Marx y Engels, luchó decididamente en pro de la independencia de Irlanda y contra los recelos nacionales entre los trabajadores de ambos lados del Canal de San Jorge, pues éste era un requisito previo para la revolución social anticapitalista en Inglaterra.

Pero la atención de Marx y Engels no se centró única y exclusivamente en Irlanda. Su condena de las infamias colonialistas en África y Asia, y su apoyo a las luchas de liberación nacional en el siglo XIX (Polonia, Italia…), son de sobra conocidos, como lo es la crítica que dirigieron a la dirección burguesa de estos movimientos europeos (el irlandés incluido), poniendo en guardia al proletariado acerca de quién será el verdadero enemigo una vez que el estado nacional burgués sea una realidad. El peligro para la clase obrera se encontraba en sacrificar por esos intereses nacionales, una fuerza proletaria que estuviese ya desarrollada en base a un plan autónomo de clase, admitiendo que la doctrina y la política de la liberación nacional es un fin en sí misma, y forma eternamente un patrimonio común a burgueses y proletarios.

Como se ha señalado anteriormente este ciclo, en la Europa occidental y continental, se cerrará en 1871, precisamente tras el aplastamiento de la primera forma estatal proletaria que se dio en la historia: la Comuna de París. Desde este momento, los comunistas sólo tienen una perspectiva histórica en este área: la dictadura del proletariado.

Por lo tanto, y a modo de breve resumen, estos son los puntos básicos que todo revolucionario marxista debe defender en esta cuestión:
– La organización social y estatal feudal constituye un obstáculo para la formación de la nación unitaria moderna burguesa.
– La unidad nacional es una necesidad histórica ya que el mercado interior único, la abolición de los estamentos feudales, el derecho positivo común para todos los ciudadanos, la existencia de una lengua nacional (¡importantísimo medio de producción!) son condiciones previas para el triunfo futuro del comunismo.
– El proletariado y sus organizaciones apoyan a la burguesía en la lucha por la liberación nacional, en un contexto de revolución antifeudal y anticolonial, por la implantación del modo de producción capitalista.
– En presencia de un marco social capitalista y mercantil, rechazo del proletariado de cualquier fórmula nacional y reivindicación política de la dictadura del proletariado y de la revolución comunista internacional.

El cierre definitivo de las luchas de independencia nacional en todo el área Europea ha dejado, no obstante, en pie, numerosos problemas menores. La persistencia de estos problemas, más que el agudizamiento de presuntas opresiones nacionales pone de manifiesto el grado de influencia que ideologías caducas y reaccionarias tienen sobre sectores, a veces considerables, de la clase obrera. Largos años de contrarrevolución han tenido como resultado, no sólo la inexistencia física del partido en casi todo el mundo, sino también el auge de movimientos antiproletarios que agitando la hoy falsa bandera de la liberación nacional han conseguido hacer pasar objetivos puramente burgueses, como si fuesen de interés proletario.

El nacionalismo vasco reúne estas características.

Los vascos. ¿Un origen misterioso?

No han escaseado ciertamente quienes han dedicado no pocos esfuerzos a la ardua tarea de buscar los orígenes de tal o cual grupo étnico. Y en la medida que una lengua ha quedado aislada de la familia lingüística que la agrupa, se recurre a teorías fantasiosas, que tienen más puntos en común con la mística que con la ciencia. Buscar los orígenes de los vascos equivaldría a buscar los orígenes de los pueblos indoeuropeos o de cualesquiera otros agrupados lingüísticamente. ¿Alguien puede afirmar taxativamente cuál ha sido el origen del primitivo lenguaje indoeuropeo, que agrupa a lenguas tan distantes como el sánscrito o el irlandés? Evidentemente la cuestión se simplifica mucho si se comprende que la especie humana forma una red inextricable, en la que todas las líneas están unidas entre sí. El cruce de distintas especies es estéril, por incompatibilidad genética, pero el cruce de razas es fecundo, por lo que tiene mucho más sentido científico y cabal hablar de los procesos evolutivos de la especie humana, más que hablar de los orígenes (dialécticamente negados) de éste o aquel grupo étnico particular. No obstante es un hecho innegable que unos grupos y otros poseen elementos diferenciadores, tanto en los rasgos fiso-anatómicos como en los medios de producción y superestructurales, pero estos elementos van siempre ligados a la adaptación al medio ambiente circundante, que es en definitiva el que condiciona sus relaciones económicas, sociales y religioso-culturales.

El elemento más claramente diferenciador de los vascos es indudablemente su lenguaje, cuya peculiaridad consiste en no haber sido emparentado oficialmente todavía (y no es un caso único) con ninguna familia lingüística conocida. Este factor ha sido uno de los pilares sobre los que se ha fundado el nacionalismo vasco y su consecuencia política, el separatismo tanto de Francia como de España y la pretensión, en realidad más propagandística que real, de formar un presunto estado nacional vasco.

El medio físico condiciona al hombre, y esto es válido también para los pueblos misteriosos. Hasta el momento no tenemos elementos de juicio para afirmar que los hombres del paleolítico que habitaban la cornisa cantábrica, eran los antepasados directos de una parte de los habitantes actuales. Pero sí podemos afirmar que el medio físico en el que desarrollaban su actividad ha proporcionado un modo de vida común al de otras zonas con características similares. Es más, en toda la zona franco-cantábrica, y en sus aledaños, la arqueología nos suministra elementos comunes a los de otras zonas de Europa: grupos humanos cazadores-recolectores, que habitaban en chozas y cuevas y que en estas últimas han dejado significativos restos de su peculiar manera de expresar sus anhelos y temores. En el País Vasco encontramos preciosas muestras de tal arte en las cuevas de Ekain, Santimamiñe o Alcherri, entre otras.

El así llamado patriarca de la etnología vasca, el cura Barandiarán, niega que durante la prehistoria el territorio vasco haya sido invadido por pueblos distintos al autóctono, explicando los cambios culturales, por contacto con otros grupos humanos, por lo que nos encontraríamos ante el pueblo más antiguo de Europa. Evidentemente lo que se esconde tras estas teorías es la afirmación de la pureza racial para sustentar las teorías nacionalistas, negando la existencia de algo a lo que ningún pueblo de la Tierra se ha podido sustraer: el mestizaje.

Los demás períodos prehistóricos posteriores (neolítico, metales, etc.) nos ofrecen un panorama en el País Vasco, muy similar al que ofrecen las demás áreas peninsulares y europeas. No obstante, los monumentos megalíticos vascos presentan diferencias entre ellos, ya estén situados al sur (zona más bien llana, agrícola) o al norte (zona montañosa). Los del sur suelen ser más grandes y complejos en su elaboración, y en su interior se han encontrado restos más ricos en variedad y elaboración que los del norte. Tanto los restos pertenecientes al periodo neolítico como a la primera edad de los metales llevan la impronta de la influencia europea y peninsular.

Esto, obviamente sintetizado al máximo, es cuanto nos ofrece la arqueología prehistórica en Vasconia, y es hora ya de referirnos a las primeras fuentes históricas escritas.

Los vascos en la Antigüedad

Las referencias de los autores clásicos sobre los vascos, como en general sobre todos los pueblos que habitaban el norte de la Península Ibérica no son muy numerosas. No obstante se han conservado valiosísimos testimonios de primer orden que nos ofrecen una visión muy ajustada a la realidad en la que vivían aquellos grupos humanos.

La orografía y la climatología del norte peninsular confieren a esta región geográfica un carácter más o menos uniforme, en cuanto a medios de vida para los grupos humanos se refiere. Su montuosidad y su régimen pluvial determinaron una estructura económica que a razón de cuanto nos dicen los cronistas greco-romanos se podía englobar dentro del estadio medio de la barbarie con un marcado régimen matriarcal. La base económica de estos grupos humanos montañeses era esencialmente pastoril-agrícola y recolectora, de tal forma que el pan se fabricaba a base de las bellotas recogidas y molidas. Este terreno tan accidentado impuso una agricultura rudimentaria y pobre en variedad. Esto lo suplían los montañeses con frecuentes incursiones contra sus vecinos meseteños situados más al sur, ricos en grano y ganado.

Algunos autores clásicos, evidentemente prorromanos, cuentan que ésta fue la causa que pretextaron los romanos para declarar la guerra a los pueblos del norte (las famosas Guerras Cántabras), con el objetivo de proteger así a sus hipotéticos aliados. Algún autor moderno (Schulten) relaciona estas guerras con la insurrección de Aquitania en los años 29–28 a.d. C., ya que existe constancia histórica de vínculos estrechos ( ¿tal vez de tipo gentilicio?) entre Aquitanos y Cántabros. Pero al margen de esto, una razón suficientemente poderosa como para declarar la guerra a cántabros, astures y galaicos, era la existencia de importantísimos yacimientos de hierro (Cantabria) y de oro (Asturias). El sometimiento de las poblaciones nativas era el primer paso para la explotación comercial de estos recursos mineros y para suministrar la mano de obra esclava necesaria. La gran repercusión que tuvieron estas guerras cantábricas, hizo que esta región, hasta entonces incógnita para el mundo civilizado de la época, empezase a ser conocida.

A medida que la romanización fue progresando, estos pueblos fueron perdiendo parte de su fisonomía étnica y lingüística original, incapaces de contener por razones materiales el imparable y arrollador, pero a la vez civilizador, peso del latín, vehículo instrumental de la superioridad productiva y cultural del esclavismo romano.

Pero no todos los pueblos del norte sufrirían este proceso en la misma medida. Una serie de tribus conocidas más tarde con el nombre genérico de vascones, conservarán durante más tiempo su idiosincrasia étnico-lingüística. Los vascones, según los antiguos textos clásicos, eran los habitantes de lo que hoy constituye la totalidad de Navarra, una parte de Guipúzcoa, Logroño y Aragón. Junto a ellos habitaban una serie de pueblos tales como los autrigones, caristios y várdulos, que ocuparían el resto del actual País Vasco y buena parte de las regiones limítrofes.

Es un mito defendido interesadamente por los nacionalistas, la afirmación de la derrota romana ante los vascones. Pero lo cierto es que todo el sur del territorio vascón, rico en agricultura y ganadería, fue ocupado por Roma. El norte montañoso y con escasos recursos no atrajo el interés de los romanos, que tuvieron en Pamplona (Iruña en vasco, la «ciudad» por autonomasia), su límite urbano norteño de importancia. La participación de los vascones en el mundo romano no fue ciertamente escasa, del tal forma que aparecen menciones sobre soldados vascones sirviendo en las legiones romanas en los confines del imperio, y participando en los avatares políticos y en las guerras civiles tan comunes en la historia romana.

Consideraciones acerca de la lengua vasca

La dominación romana y la progresiva adopción del latín abrirían una fractura lingüística en el territorio de los vascones, pues junto al territorio vascón del sur romanizado quedaba la parte norte, en la que la influencia romana no fue tan intensa. Un fenómeno similar se dio en la otra vertiente de los Pirineos, en Aquitania, aunque cambiando las coordenadas geográficas, ya que en este caso la influencia latina tenía dirección norte-sur. Esto haría que la lengua y la toponimia vascas, junto al mayoritario elemento no indoeuropeo, incluya gran cantidad de préstamos latinos y romances, y en mucha menor medida célticos.

Algunos lingüistas afirman que la lengua vasca la configuran en realidad una serie de dialectos, emparentados entre sí, pero distintos unos de otros, de tal forma que muchas veces era imposible que se entendieran entre sí hablantes de distintos dialectos. Es, en cierto modo, un fenómeno análogo al existente entre las lenguas románicas o entre otros grupos lingüísticos conocidos. Lo cierto es que en fechas recientes, la Academia de la Lengua Vasca, en su Congreso de Aránzazu de 1968, y teniendo en cuenta estas diferencias dialectales, aprobó oficialmente los criterios para unificar artificialmente estos dialectos estableciendo el euskera batua, o vascuence unificado, basado en gran parte en el guipuzcoano.

Ya hemos comentado anteriormente que el vasco o los dialectos vascos, no han podido ser incluidos oficialmente, hasta la fecha, dentro de ninguna familia lingüística. Con otras lenguas, como el etrusco o el ibérico, por ceñirnos al occidente europeo, sucede algo parecido. La diferencia es que los dialectos vascos han seguido siendo lenguas vivas, si bien su área de uso ha ido restringiéndose, ciñiéndose al mundo rural con el paso de los siglos, debido a la existencia de otras lenguas que sí eran claros vehículos de relaciones productivas modernas, es decir, las lenguas románicas con las que convivía.

Pero el hecho de que oficialmente el vasco no haya sido incluido aún dentro de ninguna familia lingüística conocida no es una causa como para afirmar que nunca pueda establecerse dicha clasificación.

Decía Marx en la «Miseria de la Filosofía», hablando de los trabajos de Rodbertus, que la primera condición para toda crítica es la ausencia de un criterio preconcebido. Muchos científicos, en materia lingüística, al igual que sucede con las demás ramas de la ciencia, tienen un límite establecido en sus investigaciones por sus propios intereses políticos, y en definitiva, de clase. De ahí que una cuestión, que aparentemente debería presentarse como inocua, el estudio comparativo de la lengua vasca, haya suscitado desde siempre intereses contrapuestos.

El marxismo no necesita, por cierto, servirse del argumento lingüístico para justificar la validez o no de una hipotética lucha nacional, ya que la lengua en sí misma no es más que un medio al servicio de las relaciones de producción, y éstas en el País Vasco, donde el arcaísmo y el modernismo siempre han convivido desde fecha remota, no se han fosilizado nunca, al contrario, han mostrado siempre un dinamismo del que han carecido, por circunstancias históricas que se verán en su momento, otras zonas presuntamente opresoras. Desde este punto de vista es como hemos abordado, con los materiales disponibles hasta la fecha, y contrastados convenientemente, estas consideraciones sobre el vascuence para confrontarlas con las manipulaciones de los amantes del exclusivismo racial.

Por simple deducción lógica, las lenguas más afines al euskera o vascuence deberían hallarse cerca de su área geográfica de difusión. Este área, la del vascuence propiamente dicho, no era ni mucho menos la actual. La toponimia de las regiones aledañas al País Vasco oficialmente reconocido ofrece elementos comunes con la vasca. Pero lo cierto es que fenómenos onomasiológicos de este tipo se dan prácticamente por toda la Península Ibérica, y también fuera de ella. ¿Una expansión vasca primitiva o más bien existencia de una familia lingüística pre-indoeuropea, de la cual el vascuence es el único representante actual en el occidente europeo? Todo parece indicar que se trata efectivamente de lo segundo.

A principios del siglo XIX, Wilhelm von Humboldt fue uno de los primeros que, con rigor hegeliano, intentó aproximarse científicamente al tema de la clasificación del vascuence. Con anterioridad otros autores habían abordado esta cuestión, pero con una metodología que más tenía de mística que de científica, utilizando los textos bíblicos como soporte de sus teorías e incluso inventando neologismos propios, inexistentes en la lengua hablada, para otorgar al vascuence un carácter culto del cual carecía (los curas Erro y Larramendi).

Humboldt hace una exhaustiva y pormenorizada exposición de la toponimia y la onomástica prerromanas extraída de los textos clásicos y establece, si bien nunca con un carácter absoluto, interesantes y sugestivas etimologías con la ayuda del vascuence.

Para Humboldt el vascuence:
«No pertenece a ningún grupo de pueblos aislado, desgajado de lejanos continentes, sino a un antiguo tronco de pueblos, ampliamente esparcidos, íntimamente entrelazados en los primitivos destinos de la Europa occidental» («Primitivos pobladores de España y lengua vasca», pág. 193. Ediciones Minotauro. Madrid 1959).

Con posterioridad a Humboldt, los lingüistas parecían encontrarse en un callejón sin salida. Era cierto que las hipótesis planteadas por Humboldt y por otros autores, eran sólidas, pero se encontraban con un hecho irrefutable: las inscripciones peninsulares en lenguas prerromanas no indoeuropeas, no sólo no se podían traducir con ayuda del vascuence actual, sino que ni siquiera se podían transcribir. Fue el arqueólogo Gómez Moreno el primero en transcribir en 1920 los textos en alfabeto ibérico a caracteres latinos. Pero pese a este grandísimo avance las inscripciones en la asíllamada lengua ibérica siguieron sin traducción posible.

Recientes investigaciones (denigradas sin argumentación válida alguna por los círculos vinculados al nacionalismo vasco) han puesto de manifiesto la posibilidad de traducción de algunos de estos epígrafes. Veamos un ejemplo.

En la Sierra de Gádor (Almería) se encontró en una mina de galena, en el año 1862, una plancha de plomo con la siguiente inscripción, leída de derecha a izquierda tal como sigue:
l° línea: UDUORUDUINOMSTARIENMÜ IIIIIIIII
2° línea: BISTEÜLESKEMSTARIENMU IIIIII
3° línea: EKOÜLESKEMSTARIENMÜ IIII
4° línea: ENÜLESKEMSTARIENMÜ III

Evidentemente esto no se corresponde, en apariencia, a ninguno de los dialectos vascos conocidos, por lo que a simple vista su traducción resultaría imposible. Pero si esas extrañas y largas palabras se segmentan la traducción no sólo es factible, sino que incluso es plenamente coherente con el lugar del hallazgo arqueológico. Se trataría de un balance de masas en una mina de galena, actividad que sería en gran parte responsable de la deforestación de esa parte del sureste español, ya que la fundición del mineral supuso el empleo de enormes cantidades de carbón vegetal, único combustible conocido en la época apto para tales tareas. Los posteriores análisis químicos de las escorias encontradas en fundiciones antiguas han confirmado la gran aproximación del balance ibérico y de la traducción con ayuda de los dialectos vascos.

1° línea: UDUORU – uduri, cisco, carbón muy menudo en alto navarro y labortano; DUIN – duin, justo, suficiente, ajustado, en vizcaíno; OM – on, provecho, beneficio, ganancia, bien, en vasco; ST (A) (O) – zto, abundante, copioso, en vizcaíno; ARI – ari, hilo, filón, veta en vasco; EN – en, partícula de genitivo en vasco; MÜ – muin, meollo, médula en vasco.

La segmentación sería por lo tanto: UDUORU / DUIN / OM / ST / ARI / EN / MÜ IIIIIIIII. Y su traducción tal como sigue: 'Extracto de la veta rica. Aprovechamiento de las medidas de cisco, 9'. Las restantes líneas se traducirían empleando idéntica metodología.

Por lo tanto, y a medida que las investigaciones vayan avanzando sin criterio preconcebido, quedará en evidencia lo absurdo que es plantear como algo definitivo y sin apelación, al estilo de las verdades eternas del iluminado Dühring, la existencia de un pueblo sin conexión en el espacio y en el tiempo.

Los avatares históricos de los dialectos o lengua vasca han sido los de una lengua marginal, relegada al mundo rural y a menudo asociada antaño con la ignorancia y el embrutecimiento debido a esto, pero al contrario de cuanto ha sucedido con el irlandés (perseguido y castigado su uso por el invasor inglés) el vasco no ha sufrido nunca una rigurosa prohibición oficial, ya que incluso tras la exaltación de los «valores de la raza y de la lengua españolas» durante los primeros años de la dictadura fascista de Franco, lo cierto es que ya en los años 50 se dio cierta apertura a la difusión escrita en vascuence, y ya en los años 60 empiezan a aparecer las primeras ikastolas, escuelas en lengua vasca.

Es innegable el hecho de que el vascuence ha sufrido un proceso de marginación debido al hecho, apuntado antes, de no haber podido servir como vehículo de nuevas fuerzas productivas, ya que su lugar fue ocupado en primer lugar por el latín, y luego por sus variedades dialectales. Estos factores económicos son los que han ido propiciando el paulatino retroceso del vasco, tal y como sucedió en el valle navarro del Roncal, donde el dialecto propio, el roncalés, ha desaparecido debido a la importancia de la transhumancia ganadera hacia el sur de Navarra y el contacto y superioridad técnica de las lenguas romances. Otros factores económicos igualmente importantes para determinar el retroceso del vascuence fue la repoblación de amplios territorios ganados a los moros y el descubrimiento y colonización de América, tareas en las que participaron no pocos vascos, por no hablar de la más moderna emigración, factor de importancia económica donde lo haya.

Respecto a la literatura escrita en lengua vasca, su desarrollo ha sido reciente. Los primeros textos (en 1545 aparece el libro de poemas de Bernard Dechepare) están escritos en dialecto labortano (Labourd, Francia) y siempre por curas. Será a partir del siglo XVIII cuando el guipúzcoano, gracias al comercio de ultramar, y al declive comercial de Labourd, cobre mayor fuerza literaria, que siempre será marginal en comparación con la literatura en romance. En el siglo XIX hay un auge de la literatura profana frente a la religiosa, reflejo en la lengua vasca de los contrastes cada vez más vivos entre la dinámica burguesía de las ciudades y un mundo rural anclado en relaciones arcaicas. No es por eso ciertamente casual el apoyo, constatable igualmente hoy en día, dado por los curas al potenciamiento del vascuence. Y esto por intereses de dominación de clase. Para el clero, el euskera de las gentes sencillas e ignorantes es una lengua a proteger frente a la irrupción de otras lenguas extrañas, ya que de esta manera se les protege de la contaminación ideológica exterior, manteniendo el dominio material e ideológico de las clases dominantes y de la Iglesia:
«Nuestra lengua posee aún otra virtud y otra ventaja más. Así como la sólida muralla rodea el prado o la viña, así se alza nuestra lengua en los confines del País Vasco. Ella protege nuestras acendradas creencias, nuestros buenos hábitos y todas las antiguas costumbres, al mismo tiempo que aleja de nosotros las falsedades de los vecinos, sus torpes acciones y las semillas dañosas y extranjeras» (Arbelbide, «Igandea edo Jaunaren Eguna. El domingo o el día del Señor». Citado por Ibon Sarasola, «Historia Social de la Literatura Vasca», pág. 71).
Este mismo autor cita otra interesante alocución del obispo Freppel a otro pueblo presuntamente oprimido, los bretones:
«Gardez votre langue: elle sera une garantie pour vos mœurs et un préservatif pour votre foi» (Conservad vuestra lengua: será una garantía para vuestras costumbres y una protección para vuestra fe).

Ya hemos visto, a grandes rasgos, cual ha sido el curso pasado del euskera o de los dialectos vascos. La manipulación histórica en esta cuestión ha sido permanente desde la aparición del movimiento nacionalista a finales del siglo pasado, pues precisamente la cuestión de la unicidad de la lengua constituye uno de los pilares básicos de la epopeya nacional vasca, epopeya que no es en modo alguno un producto histórico, ya que ha sido creada manipulando groseramente la Historia para ponerse al servicio de ideologías caducas y archirreaccionarias.

El País Vasco en la Edad Media

El hundimiento del Imperio Romano y la irrupción violenta y a la vez regeneradora para un mundo decadente, de las tribus germánicas, tuvo los efectos característicos de un fuerte cataclismo social. La revuelta campesina de las bagaudae, que tuvo una incidencia general, sobre todo en la provincia Tarraconense y en el territorio vascón, fue en cierta medida la expresión de un descontento social que surgecoincidiendo con los estertores de una forma social agónica.

Al igual que sucedió con los romanos, los nuevos invasores germánicos demostraron poco interés por ocupar un territorio montañoso y pobre en recursos. No obstante la zona sur vasca, fue ocupada militarmente por los visigodos, levantando fortificaciones para defender esta rica zona agrícola y ganadera, de las incursiones de los montañeses. Tal será el origen de la fortaleza de Victoriacum, que más tarde daría su nombre a la capital alavesa, Vitoria, fortaleza defensiva erigida tras derrotar a los vascones en el año 581.

En este periodo medieval primitivo, el cristianismo, surgido en Oriente sobre el tejido social del esclavismo romano, poco a poco irá desplazando los antiguos ritos paganos prerromanos. Es una característica, no sólo del País Vasco, sino de todas las zonas montañosas del norte peninsular, la pervivencia de estos ritos, cuya imagen, evidentemente distorsionada, ha llegado incluso hasta nuestros días. Pese a algunas versiones interesadas, lo cierto es que la cristianización del País Vasco, exceptuando la zona sur romanizada, fue lenta y tardía. Aún en el siglo XII el relato de un peregrino francés a Compostela, Aymeric Picaud, nos muestra un Saltus Vasconum (la montaña pirenaica navarra) nada piadoso con los cristianos. Es lógico que unas zonas que permanecieron al margen de las grandes corrientes económicas y sociales de la Antigüedad, se mostrasen más refractarias a admitir una ideología y unas creencias propias de un sustrato social del cual carecían.

De esta convivencia entre el cristianismo del sur que avanza, y el paganismo al norte que retrocede, han quedado interesantes reflejos en la literaturaoral vasca. Así en las leyendas, los paganos o gentiles (gentillak) se presentan como seres con poderes extraordinarios y a menudo maléficos. También no deja de ser significativa la designación que en algunas zonas del País Vasco se emplea con respecto a los monumentos megalíticos, llamándoles Jentilleche (casa de los gentiles) o bien Jentilarri (piedra de los gentiles).

Llegará posteriormente la invasión-liberación (no se explica de otro modo su meteórica conquista de casi toda la Península) musulmana, ocupando Pamplona en el año 732. Más tarde, recobraría parcialmente su independencia, lo que sería el primer paso para la formación del futuro reino de Navarra, manteniéndose tributaria durante algún tiempo de los musulmanes. Será la invasión musulmana y la reconquista cristiana posterior, lo que dará una fisonomía particular al Medievo español que no comparte con ningún otro país de Europa. Marx lo expone como sigue:
«En la formación de la monarquía española se dieron circunstancias particularmente favorables para la limitación del poder real. De un lado, durante el largo pelear contra los árabes, la península iba siendo reconquistada por pequeñas partes, que se constituían en reinos separados. Durante ese pelear se adoptaban leyes y costumbres populares […] la lenta redención del dominio árabe mediante una lucha tenaz de cerca de ochocientos años dio a la península, una vez totalmente emancipada, un carácter muy diferente del que presentaba la Europa de aquel tiempo». (Marx. «La España Revolucionaria». «New York Daily Tribune», 9 de septiembre de 1854).

Es en este periodo donde se plasman y adquieren carácter de futura ley, las libertades locales, los FUEROS, que junto al surgimiento de nuevas unidades estatales (los distintos reinos peninsulares unificados más tarde en una monarquía absoluta), y la decadencia de las ciudades, condicionarán el devenir histórico no sólo del País Vasco, sino de toda España. Como reconoce Marx:
«A medida que declinaba la vida comercial e industrial de las ciudades, se hacían más raros los intercambios internos y menos frecuentes las relaciones entre los habitantes de las distintas provincias, los medios de comunicación se fueron descuidando, y los caminos reales quedaron gradualmente abandonados. Así la vida local de España, la independencia de sus provincias y de sus municipios, la diversidad de su vida social, basada originalmente en la configuración física del país y desarrollada históricamente en función de las diferentes formas en que las diversas provincias se emanciparon de la dominación mora y crearon pequeñas comunidades independientes, se afianzaron y acentuaron finalmente a causa de la revolución económica que secó las fuentes de la actividad nacional» (Marx. «La España Revolucionaria». «New York Daily Tribune», 9 de septiembre de 1854).

Paralelo a este proceso de atomización local foralista, se da el de la transformación del latín vulgar en los nuevos y dinámicos dialectos romances, que en Vasconia, surgiendo en zonas de bilingüismo de difícil delimitación, estrecharán cada vez más el cerco impuesto al vascuence por el latín. El romance se convierte en vehículo de comercio, en emblema lingüístico del desarrollo de las villas y ciudades. De tal forma que los comerciantes y los nobles vascos pronto empiezan a olvidarse del vascuence, símbolo plebeyo y vulgar, y en las cortes de Navarra y Castilla sólo se hablará romance. Incluso se utilizará la cuestión de la lengua como discriminante social, ya que se exigirá saber leer y escribir en romance para acceder a cargos públicos. Este tipo de disposiciones encerraba una doble trampa ya que los campesinos de habla romance tampoco sabían leer y escribir en su propia lengua materna, con lo cual el acceso a esos cargos públicos quedaba reservado siempre a las clases dominantes. Además, una clara prueba de la pérdida progresiva del carácter abierto que tuvieron las primitivas instituciones locales medievales en el País Vasco y en el resto de España, lo tenemos en la instauración de la elegibilidad a partir del dinero que se tenía. Así, en la villa de Azpeitia, en Guipúzcoa, a finales del siglo XV eran concejables 300 vecinos, de un total de 3000. En el siglo XVIII, con 5000 vecinos sólo eran concejables unos 50.

En este periodo medieval el País Vasco oscilará entre una y otra de las dos grandes unidades estatales influyentes en su territorio: Castilla y Navarra. Reflejo de ambas tendencias serán las guerras banderizas, que serán de esta forma algo más que una simple guerra entre clanes señoriales, como las que se daban en otras zonas de España o de Europa. La ayuda prestada por el poder Real de Castilla a las ciudades para contrarrestar la influencia nobiliaria se plasmará en la institución de las Hermandades, que en las provincias vascas serán un instrumento de primer orden para poner freno a la arbitrariedad señorial. La realeza favorecerá igualmente la fundación de villas con régimen especial, y no tardará en surgir la rivalidad entre estas villas de protección real y las anteiglesias, villas menores junto a los jaunchos o señores locales, y en este enfrentamiento se encuentra, en parte, el germen de las guerras carlistas del siglo XIX en el País Vasco.

Pese a la argumentación ofrecida en contra por los nacionalistas, lo cierto es que de la unión de las provincias vascas a Castilla, se beneficiaron enormemente el comercio en general y las clases dominantes en particular. El mantenimiento de los fueros locales y provinciales otorgó a las principales villas y ciudades vascas un instrumento poderosísimo para originar una primitiva acumulación de capital que posteriormente las convertirán en una de las zonas económicas e industriales más potente de España, si bien nunca se pudieron redimir del carácter atrasado que presentaron frente al desarrollo de otras ciudades europeas. Así mientras en Castilla la insurrección de las ciudades (La Guerra de las Comunidades en 1521) frente al absolutismo, redujo considerablemente el alcance económico de los fueros, sentando las bases para una ignominiosa decadencia económica y social, las provincias vascas tuvieron en el mantenimiento del régimen foral un factor de crecimiento económico de primer orden. Pero más tarde, con el surgimiento de nuevas relaciones productivas, capitalistas, este régimen foral se transformará en una traba para el desarrollo económico y social.

El estudio del contenido de los fueros pone de manifiesto las grandes ventajas económicas que ofrecían a las provincias vascas. Su estructura interna no sufre en realidad grandes modificaciones a lo largo de la existencia del régimen feudal, ya que surgen y mueren con él tras el advenimiento del moderno régimen capitalista. Echemos una breve ojeada a las ventajas del régimen foral, sin olvidar su ámbito restringido y su incompatibilidad con un mercado nacional unitario moderno. A la libertad de comercio y las barreras arancelarias junto a las aduanas internas, se le unen las exenciones aduaneras de cara al exterior y una menor presión fiscal. Las garantías personales también eran notables: instauración del habeas corpus, prohibición de confiscar los bienes del acusado. Los bienes son inembargables por deuda que no «proviniese de delito». Prohibición del tormento a los presos salvo herejía, lesa majestad, falsificación de moneda y sodomía. Régimen militar especial: exención del servicio militar en tiempos de guerra (así se contaba con una masa de jóvenes intacta,en un periodo de guerras permanentes, para prevenir invasiones desde Francia)…

Será la supresión de este régimen foral, incompatible ya con las necesidades del moderno capitalismo, pero que era sumamente ventajoso para un sector de las clases dominantes vascas (la burguesía rural o jaunchos) lo que provocará un enfrentamiento armado, que no será un enfrentamiento nacional, como presenta la historiografía de cariz nacionalista, sino un choque social, de clases con intereses económicos contrapuestos.

Las Guerras Carlistas y el fin del régimen foral

Como hemos apuntado anteriormente, el País Vasco es una zona en la que modernidad y arcaísmo han coexistido desde tiempos remotos. Mientras que por un lado encontramos un desarrollo considerable en ciertas ramas de la industria (ferrerías famosas en toda España desde los siglos XV y XVI, e industrias navales), por otro, encontramos elementos agrarios de marcado arcaísmo, esto sobre todo en las zonas montañosas que imposibilitaban la adaptación en la misma medida de los avances técnicos originados en las grandes extensiones agrícolas de las zonas llanas.

Serán algunas villas principales las que, al amparo del especial régimen Real y foral que disfrutaban, empiecen a destacarse económicamente sobre el resto. Entre ellas Bilbao y San Sebastián (Donostia en vascuence). De ahí que el odio de los jaunchos y de las anteiglesias contra estas ciudades haya sido constante durante siglos. Antecedentes de estos conflictos, anteriores a las guerras carlistas ya aparecen en las machinadas del siglo XVIII. Es durante este siglo cuando se va a ir gestando un malestar en ciertos sectores sociales vascos, aquellos que quedaban excluidos de los grandes negocios de ultramar o que se veían afectados especialmente por ciertas medidas adoptadas durante el reinado de Carlos III (traslado de aduanas y aumento de la presión fiscal). Un factor importante digno de tenerse en consideración, y que ayudaría a comprender el estado de ánimo de un sector de la clase dominante rural (jaunchos) en este periodo, sería el hundimiento de las exportaciones de productos relacionados con el hierro debido a la competencia internacional, sobre todo sueca. Desde la Edad Media estos jaunchos fueron los propietarios de una gran parte de las ferrerías vascas, y férreos defensores del mantenimiento del régimen foral que les otorgaba un régimen muy favorable de cara a su mercado natural, el español. La supresión del régimen foral por parte del liberalismo burgués, pondráa la jaunchería en pie de guerra.

Igualmente el campesinado, no sólo vasco, sino de otras zonas de España se alzará contra el liberalismo, pero por razones muy distintas a las del moderno proletariado. Las medidas desamortizadoras no contribuyeron a satisfacer la sed de tierra del campesinado pobre español, (para eso habría sido necesaria una Gran Revolución, pero España no era Francia), y la gran cantidad de tierras ofrecidas al mercado fueron a parar en su mayor parte a quienes poseían el dinero necesario para comprarlas, es decir, a la burguesía y a los grandes propietarios, que empeoraron la situación de los arrendatarios al aumentar las rentas. Junto a los terrenos eclesiásticos fueron expropiados muchos terrenos comunales, que contribuían a hacer más llevadera la áspera y miserable vida campesina. No fue ciertamente ajeno el País Vasco al revolucionamiento burgués de las relaciones de producción. El campesinado pobre, verdadera carne de cañón de las reaccionarias pretensiones del carlismo, vio en éste la única posibilidad de retorno a una precaria estabilidad que el liberalismo en su versión hispana le negaba. Una serie de medidas de tipo fiscal y económico impuestas por los gobiernos liberales constituyeron en realidad el mejor banderín de enganche para la causa carlista. La burguesía y las ciudades se enfrentaban al campo, y este enfrentamiento llevaba implícito el fracaso de la burguesía liberal española para vincular históricamente los intereses de un campesinado mayoritario a los del movimiento de las ciudades. Así lo recoge Marx, citando al nada sospechoso de revolución general Morillo:
«[…] si las Cortes [de 1820–23] hubieran aprobado la ley de los derechos señoriales y desposeído, en consecuencia a los grandes de sus fincas rústicas en favor de las multitudes, el duque [el Duque de Angulema que dirigió la expedición absolutista de los «Cien mil hijos de San Luis»] se habría enfrentado con amenazadores ejércitos, nutridos de fuerzas patrióticas que se habrían organizado espontáneamente, como sucedió en Francia en circunstancias análogas« (Marx. «La España Revolucionaria». 21 de noviembre de 1854).

Del mismo texto extraemos esta otra citación que Marx reproduce del libro «Guerra Civil en España», escrito por el general San Miguel en 1836:
«Los numerosos decretos de las Cortes encaminados a mejorar la situación material del pueblo no podían dar con tanta rapidez los resultados inmediatos que requerían las circunstancias. Ni la reducción de los diezmos a la mitad ni la venta de las fincas de los monasterios contribuyeron a mejorar la situación material de las clases agrícolas inferiores. La última medida, por el contrario, al poner la tierra de manos de los indulgentes frailes en manos de los calculadores capitalistas, empeoró la situación de los antiguos arrendatarios, debido a la elevación de las rentas, con lo que la superstición de esta numerosa clase, instigada ya por la enajenación de los bienes de la Iglesia, obtuvo más pábulo por el impacto de los intereses materiales lesionados».

De esta forma, en 1833 el choque político entre las dos formas sociales se traduce en choque militar, comenzando la así denominada I° Guerra Carlista al morir Fernando VII, ese rey al que
«le tenía sin cuidado jurar en falso, ya que disponía siempre de un confesor presto a concederle la plena absolución de todos los pecados posibles» (Marx).
Pero en España, la revolución burguesa llevará, paradójicamente, el sello monárquico. Marx explica esta paradoja como sigue:
«Debido a las tradiciones españolas, es poco probable que el partido revolucionario triunfara, de haber derrocado la monarquía. Entre los españoles, para vencer, la propia revolución hubo de presentarse como pretendiente al trono. La lucha entre los dos regímenes sociales hubo de tomar la forma de pugna por intereses dinásticos opuestos. La España del siglo XIX hizo su revolución con ligereza, cuando pudo haberle dado la forma de las guerras civiles del siglo XIV. Fue precisamente Fernando VII quien proporcionó al partido revolucionario y a la revolución un lema monárquico, el nombre de Isabel, en tanto que legaba a la contrarrevolución a su hermano Don Carlos, el Don Quijote de los autos de fe» (Marx. Ibidem).
De aquí el nombre de carlistas para designar a los partidarios de la reacción antiliberal y clerical, y el de isabelinos para designar a los liberales, que en un primer momento recibieron el nombre de cristinos en referencia a la regencia de María Cristina.

En el País Vasco el desarrollo de la I° Guerra Carlista puso de manifiesto el enfrentamiento, gestado desde hacía mucho, entre Bilbao, San Sebastián, Pamplona, Vitoria… por un lado, frente a las villas menores y las aldeas. Donostia cumplía en Guipúzcoa el papel que Bilbao desempeñaba en Vizcaya:
«San Sebastián vivió durante casi un siglo, en franca pugna con el resto de la provincia. Guipúzcoa era principalmente agrícola. San Sebastián principalmente marítima y comercial. Los elementos directores de San Sebastián habían hecho sus fortunas con el ejercicio del comercio. Los prohombres de Guipúzcoa eran los mayores terratenientes de la provincia, poseedores de los grandes vínculos heredados. Los donostiarras eran suministradores. Los guipuzcoanos, consumidores. San Sebastián quería las aduanas en la frontera como lo estaban entonces durante el trienio constitucional [1820–23, ndr]. Guipúzcoa las quería en el Ebro y el tránsito libre con Francia. San Sebastián necesitaba la unificación política. Guipúzcoa se aferraba a sus instituciones autónomas. San Sebastián era proteccionista. Guipúzcoa librecambista. San Sebastián liberal y progresista. Guipúzcoa absolutista» (José Múgica, «Carlistas, Moderados y Progresistas», citado por Juan José Solozabal, «El primer nacionalismo vasco», pág. 266. Tucar Ediciones. Madrid).

Ciertos documentos de la época muestran claramente el carácter burgués y comercial de las grandes ciudades vascas y su choque con el mundo rural, y dan, en gran medida, la explicación a la primitiva acumulación de capital que se realizó en el País Vasco. Así, la «Memoria justificativa de lo que tiene expuesto y pedido la ciudad de San Sebastián para el fomento de la industria y comercio de Guipúzcoa», redactada en 1832, precisamente en un periodo de contracción comercial debido a la pérdida de las colonias americanas, tras examinar los títulos de propiedad, señala que:
«[…] los gastos de la primera adquisición se costearon o por un ferrón emprendedor, o por un comerciante establecido en América, o por un navegante, que en la clase de maestre, de capitán, de general, de gobernador de alguna Isla o Provincia, hizo su caudal que trajo al país, o por un prelado o clérigo que debió acaso su carrera, si no su Dignidad, a los medios y a los servicios de sus parientes empleados en la navegación o en el comercio, o tal vez por algunos de los empleados en los dominios inmensos de la corona de Castilla, que no ha mirado como advenedizos a los naturales de este país, sino como a hermanos de los demás españoles. Hemos examinado bastantes títulos de esos, hemos hallado que su origen es siempre alguno de los que van indicados, y estamos por ver uno solo en que conste que los beneficios de la agricultura hayan provisto los fondos para alguna adquisición de importancia, o para uno de los desmontes, construcciones y fábricas de consideración« («Memoria…» pág. 35–36. Citado por Solozabal, op. cit., pág. 268).
Este texto, redactado en la víspera de la I° guerra carlista, pone de manifiesto, además, el temor de la burguesía vasca a quedarse aislada ante la hostilidad, cada vez más manifiesta del mundo rural circundante, plenamente consciente de que su destino está ligado al del resto de la España liberal y burguesa.

Pero la «Memoria» también recoge el sentimiento antiforal existente:
«El hecho es que no hay ni puede haber comercio ni industria en el estado actual de cosas; que sin comercio no puede subsistir esta Ciudad; que el único medio de obtener esta manera de subsistir, es consentir en una mudanza administrativa, y entonces la verdadera cuestión es la siguiente ¿ha de mantenerse el sistema presente que destruye el comercio imposibilitando en el hecho su ejercicio, o ha de consentirse en una mudanza de resguardos que deje expedita la facultad de comerciar; ha de sacrificarse la existencia de las clases comercial e industrial a la conservación de las prácticas del país, o ha de sacrificarse alguna de esas prácticas a la conservación de los comercios e industrias? […]» (pág. 114. Solozabal, op. cit., pág. 270).

Bilbao y San Sebastián, por su gran influencia económica, fueron desde el comienzo de la primera guerra carlista un objetivo prioritario. Fue en Bilbao donde el genio militar del general carlista Zumalacárregui, fracasó ante la bien defendida capital liberal, en cuyo sitio, en 1835, perdería la vida, y el carlismo a su mayor estratega militar. El asedio y la resistencia bilbaína tienen un contenido simbólico de primer orden, ya que ilustra perfectamente el fracaso de un viejo mundo que se desmorona ante la solidez inconmovible de nuevas relaciones productivas.

La guerra continuaría con algún que otro episodio de fugaz peligro para la capital del reino, Madrid, que en 1837, tuvo a los carlistas en sus mismas puertas. Por lo que respecta al País Vasco, en 1839el Acuerdo de Vergara serviría como fórmula de compromiso en la que se reconocían ciertos aspectos del régimen foral en Navarra y en el País Vasco. A esto se opondrá la burguesía donostiarra, ya que no se daba una solución válida al problema de las aduanas ni se contrarrestaba el gran peso político de los jaunchos en las juntas provinciales guipuzcoanas. Bilbao se mostrará más proclive al pacto, ya que el carecer de una ubicación fronteriza terrestre y el hecho de haber sufrido un durísimo asedio que influyó muy negativamente en la marcha de su economía, le predisponían al compromiso ante el peligro, en realidad más infundado que real, de una nueva guerra contra la jaunchería y una masa campesina hostil. En realidad el espíritu del Acuerdo de Vergara era el de atacar a fondo la estructura del régimen foral, manteniendo una fachada de conservación del mismo, para acallar los recelos de la masa social del carlismo. De ahí que la burguesía liberalno se pronunciase directamente contra los Fueros, pero de hecho los fue privando progresivamente de contenido ya que una serie de disposiciones forales, importantes, pero anacrónicas en un marco social y económico cada vez más capitalista, fueron suprimidas. Así sucedió con el servicio militar que se hizo obligatorio como en el resto de España; los impuestos que harían que se revisaran los privilegios fiscales vascos; la derogación de ciertos derechos ciudadanos incompatibles con una constitución burguesa (según la ley foral solo los hidalgos ricos podían ser elegidos para los cargos públicos); supresión del pase foral (una protección contra los abusos del poder central, clara reminiscencia medieval que chocaba contra el centralismo, necesario para el régimen burgués); y la aplicación del régimen judicial español y el traslado de las aduanas, situándolas en la frontera con Francia.

La incompatibilidad del sistema foral con las necesidades del mercado nacional e internacional era, pues, manifiesta. Pero no obstante serían necesarias otras tres décadas para que el sistema foral fuese definitivamente liquidado en 1876, tras finalizar la II° y última guerra carlista.

Mientras tanto, la particular revolución burguesa española proseguía su lento avance. Ya hemos visto cómo explicaba Marx el carácter dinástico del liberalismo español:
«Bajo tales banderas se llevó la lucha desde 1831 hasta 1843. Luego hubo un final de revolución, y a la nueva dinastía se le permitió probar sus fuerzas desde 1843 hasta 1854. De este modo, la revolución de julio de 1854 llevaba implícito necesariamente un ataque a la nueva dinastía; pero la inocente Isabel estaba a cubierto, gracias al odio concentrado contra su madre; y el pueblo festejaba no sólo su propia emancipación, sino la emancipación de Isabel, liberada de su madre y de la camarilla» (Marx, «La revolución en España», «New York Daily Tribune», 18 de agosto de 1856).
Pero pronto se demostró qué intereses defendían realmente Isabel II y las clases sociales que amparaban su mandato:
«En 1856, el velo había caído, y era ya la misma Isabel quien se enfrentaba con el pueblo mediante el golpe de Estado que fomentó la revolución. Con su fría crueldad y su cobarde hipocresía se mostró digna hija de Fernando VII, el cual era tan dado a la mentira que, a pesar de su mojigatería, jamás pudo convencerse, ni con la ayuda de la Santa Inquisición, de que personajes tan eminentes como Jesucristo y sus apóstoles dijeran la verdad» (Marx, «La revolución en España», «New York Daily Tribune», 18 de agosto de 1856).
Marx expone igualmente el papel desempeñado por el ejército como instrumento de la burguesía liberal, un ejército que en 1856 ya había concluido su misión revolucionaria. De ahí la conclusión de Marx:
«La próxima revolución europea encontrará a España madura para colaborar con ella. Los años de 1854 a 1856 han sido fases de transición que debía atravesar para llegar a esta madurez». (Marx, «La revolución en España», «New York Daily Tribune», 18 de agosto de 1856).
«New York Daily Tribune» Paralelamente a esto, la transformación de la arcaica estructura económica española empezaba a tomar cierta envergadura, y el País Vasco no podía sustraerse a la tónica general. No obstante los conflictos que conllevó la coexistencia del régimen foral con las necesidades del moderno capitalismo, tuvieron su reflejo en el parlamento. Los jaunchos, que no habían perdido su representatividad, prueba de que seguían conservando gran parte de su influencia económica y política, acogiéndose a la ideología del fuerismo, clamaban contra una serie dedisposiciones que, según ellos, atentaba contra los intereses vascongados. Una de ellas fue la Ley de Instrucción Pública del ministro Claudio Mollano, que imponía una enseñanza unificada. Los jaunchos exigían que fuesen las Diputaciones (controladas por ellos), las que nombrasen a los maestros. La pretensión era obvia: se trataba de manejar un arma ideológica de primera magnitud, la escuela, para ponerla al servicio de unos intereses de clase determinados y de esta manera contraponerla al avance de nuevas y perniciosas ideas. Los temores de los jaunchos, que en este sentido eran los de la burguesía española y europea, estaban fundados, pues un espectro recorría Europa:
« ¿Veis asomar en el horizonte, hacia la parte del Mediodía, un espectro sangriento y monstruoso? Pues ese espectro es la Revolución, con sus atavíos de socialismo, del cual ya hemos visto hasta ahora algunos engendros. Si ese espectro llega a ser cuerpo, si ese espectro avanza, estad seguros de que la Reina, los hombres de bien, la sociedad que se trate de destruir, encontrarán uno de los núcleos de resistencia en las Provincias vascas» («Discurso del diputado fuerista Barroeta Aldamar en 1864». Citado por Maximiano García Venero, «Historia del nacionalismo vasco», pág. 213).

No obstante ciertos aspectos del modernismo si serán bien vistos por la jaunchería. Es el caso de la construcción del ferrocarril en las provincias vascas. En 1846 y en 1849 hubo alzamientos carlistas en Cataluña y Valencia (los matiners) sin despertar ningún entusiasmo en el País Vasco y Navarra. La concesión del ferrocarril a Vizcaya tuvo lugar en 1845. En 1860 tuvo lugar un levantamiento carlista en San Carlos de la Rápita, Andalucía, dirigido por el mismísimo pretendiente Carlos VI en carne y hueso. Este alzamiento, que fracasó estrepitosamente, no fue secundado tampoco en lo más mínimo por sus correligionarios vascos y navarros. Precisamente debido a la concesión, en 1860 estaba en plena construcción la línea férrea Madrid-Irún. La complicidad de los carlistas norteños con el gobierno liberal no es de extrañar, ya que las ventajas económicas que el ferrocarril traía consigo no eran nada desdeñables, ni siquiera para los más refractarios al progreso. De cualquier modo cabe preguntarse cuál era la fuerza social de los jaunchos para poder arrastrar en beneficio propio, ingentes masas campesinas. La respuesta se encuentra en las relaciones de tipo caciquil, fenómeno que se dio por toda España pero agudizado por la cuestión de los fueros en el País Vasco. El jauncho o cacique, era el influyente propietario rural, y sus relaciones con sus vecinos, eran las de todo propietario con sus arrendatarios:
«Si se analizan una serie de contratos de arrendamiento de mediados del siglo XVIII en la zona de Azpeitia, se observa rápidamente que los inquilinos de los caseríos estaban sometidos a condiciones que recuerdan en mucho a las ‹corvées›. El inquilino de un caserío cualquiera del mayorazgo de Loyola comenzaba por pagar las décimas al patrono de la iglesia (que era el mismo señor de Loyola) y una cantidad fija en especie que gravaba su producción; después, además, debía trabajar para el señor, haciéndole carbón, vigilándole sus viveros, plantándole árboles o llevándole la mitad de las manzanas del año a la plaza que aquel o su administrador le señalasen» (Alfonso de Otazu y Llana, «El igualitarismo vasco: mito y realidad», pág. 389–390).

Hay otra versión interesadamente descafeinada de las relaciones entre propietarios y arrendatarios, que nos presenta un panorama idílico donde la crudeza de las relaciones económicas es sustituida por un irreal paternalismo:
«Aquí el propietario lejos de ser un tirano del colono, es un protector, un amigo, un padre […]. El paño de lágrimas del inquilino es siempre el propietario [sic] que le auxilia en sus necesidades, le consuela y visita en sus enfermedades, le defiende cuando se ve atropellado [ ¿por quién? ndr] y le aconseja cuando tiene necesidad de consejo» (Antonio de Trueba, «Organización Social de Vizcaya en la primera mitad del siglo XIX», pág. 612. Bilbao 1870. Citado por Solozabal, op. cit., pág. 250).
Evidentemente esto no es más que una manera harto grosera de disimular la explotación económica del colono por el propietario, que constituye la razón de ser económica de este tipo de relación en cualquier lugar de la Tierra.

A la situación de opresión por parte de los jaunchos en la que vivían gran parte de los arrendatarios y pequeños campesinos propietarios vascos, se añadió el cataclismo social provocado por la pérdida de los terrenos comunales y los efectos de la gran industria capitalista sobre la frágil estructura de la industria rural. Sin embargo, fue fácil para los señores locales, desviar la tensión social con ayuda de los curas, hacia el enemigo liberal, en un proceso que recuerda, en cierta medida, a La Vendée durante la Gran Revolución francesa. Fue en esta ocasión donde por vez primera la conservación de la lengua vasca se mostró como un factor político de primer orden, ya que los jaunchos y los curas se dirigían a la masa campesina en su lengua materna, la única que entendían, lo cual unido a la capacidad de presión económica de los propietarios, en un periodo donde el aumento de la población hacía escasear las casas y la tierra, y a la incapacidad, señalada antes, de la burguesía liberal para ligar sus intereses con los del campesinado, hizo que el carlismo y los intereses sociales que lo sustentaban, contasen con unas masas campesinas dispuestas a todo con tal de volver al sistema foral genuino, que el menos les garantizaba una existencia, mísera pero estable.

Las amenazas constantes para el régimen foral y las clases beneficiadas por él, se plasmaron, tras la «Revolución de 1868» y el acceso al trono español de Amadeo de Saboya, en la Segunda Guerra Carlista, que continuó después de la abdicación de Amadeo de Saboya, el primer rey huelguista, como ironizaba Engels. En ella, vemos una repetición del drama social que tuvo lugar treinta años antes, aunque en esta ocasión, hubo mayor participación en el bando carlista de sectores de la pequeña burguesía arruinada. Las capitales vascas y Pamplona, como en 1834, se mantuvieron liberales, mientras que el resto del territorio apoyó en masa al carlismo. El bilbaíno Miguel de Unamuno refleja en su magistral «Paz en la guerra» la polarización de la sociedad vasca en este periodo, ligando los intereses de las clases enfrentadas a los avatares de dos familias, los Arana (liberales) y los Iturriondo (carlistas). Los fundamentos ideológicos de estos últimos los expresa bien Unamuno:
« ¿Qué es lo que esperaban cuando la sociedad se derrumbaba, les amenazaba el caos y se acercaban las aguas del diluvio; cuando estaba la religión de sus padres oprimida, la patria ultrajada, la monarquía legítima vilipendiada y amenazada la propiedad; cuando se lamentaba el sacerdote mendigando su sustento, gemía la virgen del Señor y los amos de negros de Puerto Rico eran amenazados en sus intereses?¡Vencer o morir!».
Tal era el estado de ánimo que movía a las masas carlistas, y que produjo la aparición de fenómenos atávicos de fanatismo criminal, como las partidas guerrilleras del Cura Santa Cruz, que en realidad no fueron sino la expresión desesperada de un régimen condenado por la historia a desaparecer.

Las guerras carlistas fueron liquidadas definitivamente en 1876, y es a partir de este periodo cuando, una vez suprimidos los obstáculos forales para la industrialización, la gran acumulación de capital realizada por la burguesía vasca se plasme en un desarrollo vertiginoso de la actividad industrial y comercial. Ello supondrá el triunfo definitivo del mundo moderno y mercantil sobre una sociedad rural tradicional, y la aparición de nuevos conflictos de clase y sus exponentes políticos.

El industrialismo y sus consecuencias

Como apuntábamos en la primera parte de este trabajo, la derrota militar del carlismo y de los intereses clasistas por él representados, despejó el terreno para una profunda transformación económica y social del País Vasco. Será éste un proceso que no involucrará por igual a cada una de las provincias vascas, ya que primeramente serán Vizcaya y en menor medida Guipúzcoa, los territorios que asistan a un mayor desarrollo industrial.

Las fuentes del desarrollo industrial vasco en esta etapa tienen sabor a hierro. Desde los tiempos históricos, con la invasión romana, los yacimientos de mineral de hierro cantábricos fueron objeto de atención. No obstante, lo abrupto del terreno y en consecuencia la escasez de grandes vías de comunicación impidieron la explotación masiva de estos yacimientos por Roma, que buscó minas más accesibles en otras zonas de Hispania y del Imperio.

Ya en plena sociedad industrial capitalista, el hierro vizcaíno, pobre en fósforo, fue comprado masivamente por la industria siderúrgica europea, en especial por la inglesa, no siendo escasa ciertamente la aportación de capitales extranjeros, sobre todo ingleses, a la industria minera vasca. Este activo comercio proporcionó a los propietarios de las minas una gran acumulación de capital, favorecida por las medidas del gobierno de Madrid, como por ejemplo, una nueva reducción de los impuestos a la exportación de hierro, adoptada nada más terminar la guerra carlista en 1876[1]. Poco a poco las riendas del poder económico y político van pasando plenamente a manos de este sector de la alta burguesía vasca, que va ligando sus intereses de manera indisoluble con el resto de la oligarquía española y también europea. Este doble hecho, la acaparación del poder económico y del poder político en detrimento de los derrotados jaunchos, será uno de los factores primordiales para el surgimiento de la ideología nacionalista. Pero de esto hablaremos más adelante.

A medida que crecía la demanda de minerales de la industria europea, crecía igualmente la producción de hierro vizcaíno. En tan sólo 10 años (1870–1880), con el paréntesis forzoso de la tercera guerra carlista, la producción de hierro pasa de 250 000 toneladas a 2 683 000. Semejante incremento trajo consigo el desarrollo progresivo de una industria de transformación, en especial siderometalúrgica, y una mejora y ampliación de las vías de comunicación, en especial de los ferrocarriles y de los puertos. Precisamente el puerto de Bilbao se va a convertir en esos años en uno de los principales puertos españoles.

Este periodo va a otorgar al País Vasco el mayor incremento demográfico, la máxima densidad en vías férreas, la máxima inversión y acumulación de capital y el máximo desarrollo en la matriculación de buques de toda España… ¿No es éste un caso atípico de colonialismo? Como hemos visto ya, el marxismo establece que el aspecto principal que caracteriza a un régimen de explotación colonial es precisamente la imposibilidad material de que la colonia pueda desarrollar sus fuerzas productivas propias en un sentido moderno y capitalista, debido a la opresión ejercida por la metrópoli. Teniendo en cuenta esto, todo el andamiaje teórico que sustenta el presunto carácter colonial del País Vasco y también de Cataluña se derrumba ante la realidad material, mostrando de esta forma su verdadero carácter antihistórico y antideterminista.

La irrupción del proletariado moderno: terremoto social

La abundancia de trabajo en las minas vizcaínas atrajo a numerosos proletarios de otras regiones españolas, los maketos[2], sobre todo de las zonas limítrofes, que huyendo de la miseria secular del campesinado pobre ibérico aspiraban a mejorar sus condiciones de existencia. En las minas de Vizcaya encontraron, sí, mejores jornales que en otras zonas mineras españolas, pero esto iba acompañado de brutales condiciones de trabajo y de existencia fuera del tajo.

El panorama de feroz explotación reinante en aquellos años terribles en las minas vizcaínas, es una copia del que reflejaba Engels, cincuenta años antes en su clásico libro sobre la situación de la clase obrera inglesa. Tras sufrir una durísima jornada de trabajo (que sólo tras la huelga minera de 1890 se rebajó a 10 horas) los trabajadores eran amontonados en barracones o debían alojarse en chabolas carentes de las más mínimas condiciones higiénicas. Así describía estos tugurios infectos el periódico bilbaíno «El Nervión» con fecha 14–10–1894:
«Habitaciones de tablas con cuartos reducidos, donde viven hacinados seres humanos, sin luz apenas, pues las ventanas son estrechísimas; en el interior de aquellas viviendas la vida se hace insoportable a los cinco minutos, tal es el hedor que allí se siente».
Junto a esto, el pago en muchos casos se efectuaba a través de unos vales con los cuales los mineros debían comprar obligatoriamente en las cantinas de la empresa, originándose de esta forma abusos y fraudes de todo tipo (truck-system).

En un primer momento, las primeras reacciones obreras contra la bestial explotación capitalista las configuraron, tal y como recoge el «Manifiesto», luchas aisladas que pronto pusieron en evidencia la necesidad de una organización más amplia. Luchas pioneras de este tipo aparecen ya en 1872, con la huelga de los obreros de la fábrica Nuestra Señora del Carmen en Baracaldo, o la huelga de panaderos de Bilbao en 1884, derrotada al emplearse al ejército para sustituir a los huelguistas. Las movilizaciones obreras que tuvieron lugar en 1890 y su éxito parcial, contribuyeron en gran medida a impulsar el desarrollo en Vizcaya del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), enucleado alrededor de una figura carismática, el toledano Facundo Perezagua Pérez. Éste, debido a represalias patronales y a las recomendaciones del máximo dirigente socialista, el siempre reformista Pablo Iglesias, se trasladó al País Vasco desde Madrid con el objetivo de crear nuevos núcleos socialistas[3].

La gran huelga de 1890 merece un breve comentario por ser el primer episodio reivindicativo de gran envergadura que sacudió el panorama social vizcaíno de aquellos años. El movimiento se originó el 13 de mayo espontáneamente en la cuenca minera, muy próxima a la capital vasca, Bilbao, demandando la supresión de los barracones, del truck-system, la readmisión de obreros despedidos y la jornada de 8 horas. Los mineros impidieron, a través de grandes piquetes, la incorporación de esquiroles al trabajo, extendiendo la huelga a los centros metalúrgicos bilbaínos. En la fábrica La Vizcaya, hubo una refriega con las fuerzas del orden burgués produciéndose un muerto y varios heridos. La respuesta obrera fue la radicalización del conflicto decretándose la huelga general, por primera vez en Vizcaya, en todo el sector minero y fabril. Del carácter espontáneo y de las carencias organizativas de este generoso movimiento dan fe las declaraciones del cónsul inglés en Bilbao:
«los mineros estaban completamente desprovistos de fondos que les permitiesen mantenerse» (Citado por Juan Pablo Fusi en «Política Obrera en el País Vasco», 1880–1923, pág. 92).
La mediación de Perezagua y los socialistas trajo consigo la renuncia a la acción directa proletaria y la negociación de un laudo, que pese a todo se mostraba ligeramente favorable a los trabajadores, aunque los asquerosos y odiados barracones, cuya eliminación exigían los mineros, no desaparecieron.

Este movimiento huelguístico asustó tanto a la burguesía (grande y pequeña) que sus órganos de prensa lo reflejaron muy claramente:
«El daño está en que los trabajadores han aprendido que por caminos semejantes a los que ahora han tomado es por donde pueden esperar alguna consideración y justicia» («El Imparcial» (entrecomillado nuestro, ndr) 28–5–1890, Fusi, op. cit., pág. 95).

De cualquier forma, muy pronto pudo comprobar la burguesía que, en lo que a la dirección del PSOE se refería, sus temores eran en gran parte infundados. Aprovechando el encarcelamiento de Facundo Perezagua, el ala ultrarreformista del PSOE manifestaba así sus intenciones, tras un intento de copar la dirección del partido en Vizcaya:
«El partido socialista es un partido naciente, que antes que todo quiere la legalidad y no perturbar el orden ni exterminar a los burgueses, como estos suponen» dejando claro que: «somos enemigos de los disturbios y no queremos que éstos partan del partido socialista» (José Aldaco en un mitin en Bilbao el 14–6–1891, «Noticiero Bilbaíno»«El Imparcial» 16–6–1891. Fusi, op. cit., pág. 126).
Muy pronto, esta será la línea dominante en dicha organización, propiciada además desde la dirección del partido y acatada por todos, incluso por Perezagua hasta su ruptura en 1921 para formar, junto a otros escindidos, el Partido Comunista de España.

De todas maneras la actitud de los socialistas vascos en este primer periodo, de cara a los trabajadores, tuvo que ser por fuerza distinta de la mantenida por el Comité Nacional de Madrid. La razón de este hecho estriba en que Madrid, pese a tratarse de la capital del Estado, no dejaba de ser un mero centro burocrático-administrativo con pocas industrias, mientras que Bilbao reunía, al igual que sucedía con Barcelona, todos los requisitos que la convertían en la capital industrial del norte peninsular, y por tanto en centro activo de un movimiento obrero poco controlado organizativamente por el Partido Socialista, y por ello mismo demasiado tendente a la acción directa. Pero tanto en Vizcaya, como en Cataluña, como en Madrid, el virus del cretinismo parlamentario había penetrado profundamente dentro del partido socialista español. Y desde 1891, tras el Congreso de Bilbao, la política del partido estará supeditada al resultado electoral, dando progresivamente un valor de fin en sí mismo a lo que se planteó en un principio como un medio, dirigiendo y sacrificando las luchas obreras en aras de este objetivo, siguiendo en esto las grandes corrientes degenerativas que empezaban a afectar por igual, a casi todos los grandes partidos socialistas europeos.

Los primitivos núcleos socialistas vascos no tardarán en extenderse desde Vizcaya a la vecina Guipúzcoa. Así, en San Sebastián y en Eibar se crearán los primeros centros socialistas guipuzcoanos, dándose la circunstancia de que más tarde será Eibar, con su especializada industria de armamento, uno de los puntos fabriles con mayor afiliación sindical proporcional de toda España. No obstante los choques de clase entre proletariado y burguesía, en este primer periodo, no alcanzarán en Guipúzcoa la virulencia registrada en Vizcaya. Diversos factores influirán en ello, pero uno de importancia, sin lugar a dudas, será la inexistencia de minas y barracones dándose por tanto una estructura urbanística diferente, lo cual posibilitaba que muchos de los obreros de las fábricas y talleres, que eran de origen campesino, siguiesen manteniendo en parte su modo de vida tradicional fuera del trabajo.

En enero de 1892, el incumplimiento por parte de los capitalistas del laudo dictado por el general Loma en 1890, motivó una nueva huelga espontánea que pronto sería encauzada por los reformistas del PSOE. La combatividad de los trabajadores se vió saboteada en aras de la política electoral mantenida por la dirección del partido. De esta manera, la política conciliadora de la dirección será la única política oficial también entre los socialistas vascos, de tal forma que en 1894, el PSOE aborta una huelga minera, conduciéndola dentro de los cauces de la «legalidad»[4].

Fuerismo y Conciertos económicos

En otro apartado hemos hecho mención a las incontestables ventajas que las leyes forales otorgaron desde la Edad Media a las provincias vascas, pero la irrupción del mercantilismo capitalista hizo que muchas de estas leyes forales chocasen abiertamente con las necesidades del nuevo modo de producción. A la hora de hablar de fuerismo hay que hacer una clara distinción entre el fuerismo defendido por los grandes capitalistas vascos y el otro que presentará un cariz más popular. El fuerismo de la gran burguesía vasca no será otra cosa que la obtención de mayores ventajas económicas y fiscales del gobierno de Madrid, aprovechando para ello la negociación de los Conciertos económicos desde el año 1878. Estos Conciertos económicos consistían en otorgar libertad a las Diputaciones provinciales vascas para recaudar impuestos, estando obligadas a entregar al gobierno una cantidad pactada previamente. Ni que decir tiene que, tal como sucede hoy día, estos Conciertos económicos favorecían a los industriales y a los comerciantes más ricos. Los impuestos que afectaban a las actividades industriales y comerciales eran mucho menores que los que gravaban otras actividades, sobre todo las relacionadas con el mundo rural.

El proceso de acumulación capitalista en el País Vasco a finales del siglo XIX, propició una rápida concentración de poder económico y político en manos de un restringido número de burgueses[5], cuyos intereses chocarán frontalmente no sólo contra los del proletariado industrial, sino también con los de otros sectores de una burguesía media y pequeña que no estarán para nada conformes con el reparto de la plusvalía arrancada a los obreros. En un primer momento, tras la derrota del carlismo, estos sectores de jaunchos descontentos, con el apoyo de una masa campesina abrumada por impuestos y deudas, van a agruparse alrededor del planteamiento fuerista. Este será el fuerismo de cariz popular al cual nos hemos referido con anterioridad.

Uno de las principales demandas políticas de estos fueristas, será la reivindicación de la vuelta al status quo anterior a 1876 (e incluso a 1839). Se hacía patente que estas reivindicaciones reaccionarias no eran sino el reflejo político de la insatisfacción que entre los jaunchos provocaban los Conciertos Económicos pactados entre la oligarquía industrial y financiera vasca y el gobierno de Madrid, su aliado natural. Expresión material de este descontento serán los disturbios de carácter fuerista acaecidos en el verano de 1893. La causa hay que buscarla en la pretensión del ministro de Hacienda, Gamazo, de aumentar las contribuciones fiscales en el próximo Concierto Económico con las provincias vascas, la reorganización militar y el consiguiente traslado de la Capitanía General de Vitoria a Burgos. Hubo varios muertos y heridos en Alava y San Sebastián.

Será a partir de este fuerismo, heredero directo del carlismo que, pese a ser derrotado militarmente aún sobrevivía ideológicamente, donde empiecen a madurar los planteamientos que más tarde, en 1895, cobren cuerpo político a nivel organizativo con la creación del Partido Nacionalista Vasco (PNV).

La evolución de estos núcleos de fueristas bizkaitarras, promotores intelectuales de una ideología propiamente nacionalista con una fuerte retórica separatista[6], es lo que pretendemos sintetizar a continuación.

Nacionalismo vasco y movimiento obrero

Bizkaitarras (vizcaínos) se denominarán en un primer momento, y no es para nada casual la elección de este nombre. Ya hemos visto que fue precisamente Vizcaya la zona de Vasconia donde más crudamente se mostrarían los efectos del moderno capitalismo industrial y de sus antagonismos de clase. El frágil equilibrio del mundo rural vasco saltaba de esta manera hecho pedazos ante la irrupción de las nuevas fuerzas productivas y de los componentes clasistas que le eran propios. Por eso, la añoranza de un ambiente rural idílico es algo que marcará, de manera determinante, esta primera etapa del nacionalismo vasco y de toda la producción intelectual y artística que la acompañe.

Un fuerte componente anticapitalista aparece en los primeros años de la organización nacionalista vasca. Pero se tratará de un anticapitalismo muy particular, ya que por un lado las críticas hacia el industrialismo serán ásperas y frecuentes, pero por otro, y no podía ser de otra forma tratándose de la burguesía media y pequeña, la irresistible atracción del mundo de la explotación y de la ganancia tendrá sus efectos. Por eso, no es difícil encontrar juicios del género:
«¡Plegue a Dios que se hundan en el abismo los montes de Bizkaya con su hierro!¡Fuera pobre Bizkaya y no tuviera más que campos y ganados y seríamos entonces patriotas y felices!» (Sabino Arana, «¡Claridad!» en «Bizkaitarra», № 19, 20–1–1895);
y junto a esto aparecen actividades bastante lejanas no sólo de Euskadi[7], sino también de las apacibles labores campesinas, como la especulación en Bolsa y la aventura industrial de los hermanos Arana (los fundadores oficiales del PNV, entre otros) con su sociedadminera Abertzale (Patriota) situada en plena Maketonia, concretamente en las Minas del Ibor en Navalmoral de la Mata, provincia de Cáceres.

Además, en las críticas acerbas que se lanzaron en aquellos años contra el capitalismo desde los sectores nacionalistas, quedan patentes dos cosas: la primera, la impotencia de esos sectores de la burguesía (los fueristas-nacionalistas) que llegaban tarde al reparto del pastel, y por otro un feroz odio antiproletario, que con plenos caracteres xenófobos y racistas, recaerá sobre los proletarios explotados que habían acudido a Euskadi desde Maketonia.

Uno de los aspectos más característicos del nacionalismo vasco, si bien actualmente se presenta convenientemente maquillado por razones electorales, es la oposición frontal a los obreros de otras regiones y a sus movilizaciones para mitigar la brutal explotación que sufrían. El clarividente nacionalista Engracio de Aranzadi nos explica, con rigor científico, el verdadero origen de la emigración maketa a Vizcaya (con analogías históricas incluidas):
«Aquella invasión del siglo V, tan vivamente manifiesta por los historiadores, vemos reproducirse hoy, bárbara y salvaje como aquella, pero con la esencial diferencia de ser ésta empujada por Satán, cuando la germana fue dirigida por la admirable y sapientísima Providencia Divina» («Bizkaitarra», № 35, 5–9–1895).
Tras equiparar a los obreros con las huestes de Pedro Botero, (como haría Franco 40 años después), será ahora Sabino Arana quien reproche a los capitalistas el haber propiciado la invasión maketa enla plácida Euskadi:
«Con esta invasión maketa, gran parte de la cual ha venido a nuestro suelo por vuestro apoyo [¡sic!], para explotar vuestras minas y serviros en los talleres y en el comercio, estais pervirtiendo la sociedad bizkaina, pues cometa es ése que no arrastra consigo más que inmundicia y no presagia más que calamidades: la impiedad, todo género de inmoralidad, la blasfemia, el crimen, el librepensamiento, la incredulidad, el socialismo, el anarquismo… todo ello es obra suya» («Claridad», «Bizkaitarra», 20–1–1895).

Como prueba de la invasión maketa, Sabino Arana («Obras Completas», Tomo I) efectuará por estas fechas, una minuciosa indagación sobre la pureza e impureza racial de una villa asaz emponzoñada étnicamente como Bilbao:
Apellidos más comunes (habitantes que lo llevaban en Bilbao en 1893):
Euskéricos: Echevarría 716, Aguirre 369, Arana 349, Zabala 290. Total 1724.
Españoles: García 995, Fernández 892, Martínez 864, González 786. Total 3537.

La meticulosa y trascendente investigación (ejemplo de actividad intelectual al servicio de las limpiezas étnicas) viene a remachar, según Arana, con argumentos numéricos el carácterinvasor de los maketos. Pero lo cierto es que la terminación en EZ o IZ de muchos apellidos castellanos no representa otra cosa que «hijo de…». No se nos interprete mal: un hijo de Fernando llevaría como apellido Fernández, un hijo de Martín, Martínez, y así sucesivamente. Las fuentes documentales medievales del País Vasco y Navarra, nos muestran un panorama patronímico lleno de tales ejemplos (¡y de Garcías!), prueba irrefutable de cuanto se afirmaba en la primera parte de este trabajo, acerca de la transformación del latín vulgar en territorio vasco hasta configurar una serie de lenguas románicas, cuya convivencia con los dialectos vascos es datable desde hace muchos siglos. Evidentemente no iremos rebatiendo una por una las falsificaciones de todo tipo sobre las que los hermanos Arana y sus compinches han construido in vitro la epopeya nacional vasca, entre otras cosas, porque las bases de tan ardua tarea ya se han establecido en la primera parte de este trabajo.

Lo que sí seguiremos viendo será el papel antiproletario y antisocialista jugado por los bizkaitarras, y por la misma dirección del Partido Socialista, en cada una de las fases de su desarrollo organizativo, fases que van a estar determinadas por la coyuntura económica y social española.

No era de extrañar que, careciendo de organismos genuinamente clasistas, los planteamientos xenófobos y plenamente racistas de los nacionalistas, provocasen en los obreros provenientes de otras regiones un sentimiento de odio y aversión hacia todo lo vasco. Los dirigentes del Partido Socialista se hicieron partícipes de ello, y una vez más demostraron no estar a la altura de la doctrina y del programa del marxismo revolucionario. Es cierto que muchos obreros de origen vasco estaban mejor considerados por los patronos, pero este fenómeno,allí donde se daba, no tenía ninguna connotación racial o étnica. Una parte de los obreros vascos, sobre todo de origen campesino y sometidos a la influencia secular de los curas, se mostraron en un primer momento, más dóciles y sumisos con los patronos, y esto abriría la primera brecha entre ellos y los trabajadores provenientes de otras zonas de España. Esta división fue fomentada por las aberrantes teorías de los bizkaitarras y por la inadecuada réplica del partido socialista, que en lugar de llevar a cabo una política de acercamiento entre todos los trabajadores, sin atacar a la lengua materna de los obreros vascos, cayó en la trampa tendida por los nacionalistas.

Veamos como planteaba Sabino Arana el «entendimiento» entre trabajadores nativos y foráneos:
«Los baserritarras [los proletarios vascos de origen campesino, ndr] […] ¿habían de unirse y asociarse con la hez del pueblo maketo, si corrompido en las ciudades, más degradado en sus campos?».
Y respondía dirigiéndose a ese obrero vasco baserritarra:
«si realmente aspira a destruir la tiranía burguesa […] ¿dónde mejor que en el nacionalismo, que es la doctrina de sus antepasados, la doctrina de su sangre, podrá conseguirlo? Y si aun del partido nacionalista se recela y se teme que haya en su seno diferencias entre burgueses y proletarios, entre capitalistas y obreros, ¿por qué los obreros euskerianos no se asocian entre sí, separándose completamente de los maketos y excluyéndoles en absoluto, para combatir contra esa despótica opresión burguesa de que tan justamente se quejan? ¿No comprenden que, si odiosa es la dominación burguesa, es más odiosa aún la dominación maketa?» (Sabino Arana, «Las pasadas elecciones», «Baserritarra», № 5. 30–5–1897).
Frente a este intento claramente hipócrita de dividir a la clase trabajadora, los dirigentes del PSOE respondieron, en la mayoría de los casos, con una política de crítica poco dialéctica no sólo del reaccionario nacionalismo vasco, sino también, y lo que es peor, de oposición abierta a todo lo vasco, lengua incluida. Este fatal error de valoración teórico-táctica arrojaría a muchos obreros vascos en manos de los nacional-clericales, y sus consecuencias perdurarán, como veremos más adelante, incluso hasta hoy día.

Dentro de esta pugna político-electoral entre el PSOE y los bizkaitarras, y sobre todo, debido al temor que suscitaban entre los burgueses de todo género las masivas y a menudo violentas movilizaciones obreras, se abrió un debate dentro del PNV para buscar la manera de afrontar esta cuestión. Sabino Arana designó a su joven pupilo Tomás Meabe para que estudiase el socialismo, con el objeto de conocerlo mejor y asestarle así golpes más certeros. Esa tarea de estudio dio sus frutos, y poco más tarde Meabe abandonaría las filas nacionalistas integrándose en el Partido Socialista, donde por cierto, se convertiría en uno de sus más activos propagandistas, aunque tendiendo con excesiva frecuencia a un anticlericalismo simplón que muy poco tenía que ver con la crítica marxista del fenómeno religioso.

A finales del siglo pasado, y debido a la guerra de Cuba y Filipinas, el gobierno español reprimió todos los intentos de separatismo. De esta manera el gobierno civil de Vizcaya cierra el periódico «Bizkaitarra» y llega a encarcelar a varios de los líderes nacionalistas, entre ellos a Sabino Arana. De cualquier forma el trato que recibían no era ni mucho menos el ofrecido por el Estado burgués a los obreros. El semanario socialista bilbaíno «La lucha de clases» (№ 5, 28–9–1895) ironizaba acerca de este trato de favor, reflejo evidente de que pese a todo, los bizkaitarras no dejaban de ser unos hijos díscolos de la burguesía: «[…] Son tan buenos ‹nuestros› representantes que no pueden ver una injusticia. Los chicos de la prensa también les apoyan y piden clemencia por ellos. Es que a los periodistas les irrita también toda arbitrariedad. Verdad es que cuando son obreros y socialistas los perseguidos injustamente, ni los diputados se conmueven, ni la prensa se preocupa de ellos. Verdad es, también que los chicos del Euskeldun[8] pertenecen a distinguidas familias. Y todavía hay clases«.

No obstante, pese al clima de guerra abierta en Cuba y Filipinas, y las cada vez mayores tensiones con el futuro supergendarme mundial, lo cierto es que el PSOE pactó la paz social con el gobierno, no saboteando la guerra y practicando un platónico pacifismo, a cambio de ciertas mejoras en las condiciones de trabajo para la clase obrera. Dicha paz social se romperá en 1898, con gran pesar de los reformistas, con la reanudación de las luchas obreras debido a la crisis económica y las carestías consiguientes. Con motivo de la huelga de los obreros de la Diputación vizcaína, en marzo de 1898, los dirigentes del PSOE adoptaron la siguiente postura:
«Nosotros somos los primeros en lamentar esta forma de hacer las huelgas, pues si los obreros de la Diputación, por sí y ante sí, declaran una huelga, ellos solos deben continuarla, contando únicamente con el apoyo moral y pecuniario de todos los obreros de las minas, que debieran seguir ocupados en los trabajos» («La Lucha de Clases», 19–3–1898).
Se trataba, y no era el primer caso, de una huelga espontánea decidida libremente, en esta ocasión por los obreros de la Diputación y que se salía del marco establecido por los reformistas que no era otro que el mantenimiento a ultranza de la paz social, y allí donde estallaban las luchas espontáneamente, tomar rápidamente su dirección para que los obreros no fuesen nunca más allá de los límites marcados por la estrategia electoral del partido. Así, y pese al evidente pucherazo llevado a cabo por los grandes caciques vascos Chavarri y Martínez Rivas en las elecciones de marzo de 1898, la dirección socialista se mostraba firme en sus convicciones:
«El camino de la violencia no debemos recorrerlo nunca, ni jamás debemos abandonar el ejercicio de nuestros derechos» («El Socialista», 8–4–1898).
Posición remachada meses más tarde por el patriarca del socialismo hispano, Pablo Iglesias, ya que según él, la burguesía:
«se debe convencer de una cosa: que nosotros no tratamos de arrebatarle el poder por los medios que ella empleó, la violencia y la sangre, sino por medios de derecho» (Declaraciones al periódico bilbaíno «El Liberal», 4–10–1898).

Desde el final de la, por razones obvias, breve guerra entre España y los Estados Unidos, una oleada de huelgas sacudió todo el país hasta el año 1903. En julio de 1899, se planteó la huelga general en Vizcaya ante el despido de unos trabajadores en Altos Hornos. La negativa de la dirección del PSOE a extender la huelga hizo que este movimiento reivindicativo terminase en una completa derrota obrera. Esto se tradujo en una notable deserción de los trabajadores de la organización sindical socialista, la UGT. Los bizkaitarras, por su parte, dejaron muy clara su postura respecto a este conflicto:
«[…] no podemos menos que vituperar la conducta cobarde y hasta criminal seguida por los huelguistas« («El Correo Vasco», № 15, 18–6–1899).

Pese a los miserables intentos de los reformistas, en octubre de 1903 estalla una formidable huelga minera que provoca la instauración del Estado de Guerra en toda Vizcaya. Se produjeron, entre incidentes de todo tipo, las consabidas acciones anticlericales que tanto han caracterizado al movimiento obrero español, y así la imagen de Santiago fue desfigurada, San Antonio fue arrastrado, y San Lorenzo acabó flotando en las nada recomendables aguas de la ría bilbaína.

Los trabajadores consiguieron paralizar completamente Bilbao, y un gigantesco piquete de 3500 mineros impuso el paro en Altos Hornos, pese a estar custodiados por efectivos militares. Un laudo del general Zappino, llegado expresamente desde Madrid, decretó la abolición de los inmundos barracones donde eran hacinados los mineros y el pago semanal de los jornales, aunque el laudo fue respetado, como era habitual, de manera un tanto irregular por la patronal minera.

La respuesta de los nacional-clericales no se hizo esperar. Así, al viejo estilo de los ultramontanos carlistas trabucaires, los concejales del PNV en el Ayuntamiento de Bilbao, presentaron una moción solicitando que:
«los representantes de la propiedad, de la banca, de la industria, del comercio y del trabajo tengan la competente autorización del Estado para armarse, bien por distritos […] bien aisladamente […]» («La lucha de clases», № 471, 28–11–1903).

Vemos que ante el peligro obrero, los nacionalistas no titubean lo más mínimo para reclamar la autorización del Estado opresor español y constituir bandas blancas armadas para enfrentarse a los trabajadores. Poco más de un año antes, es cuando se produce un acontecimiento que ha llamado mucho la atención de cuantos han estudiado la trayectoria política del dirigente nacionalista Sabino Arana: su presunta conversión al españolismo, acaecida poco antes de su muerte. Superando los estrechos límites del personalismo a los que nos tiene acostumbrados la historiografía burguesa tradicional, el marxismo nos enseña que, por encima de los vaivenes de este o aquel personaje con relevancia histórica, aparecen fuerzas sociales ante las cuales el individuo se presenta no como sujeto, sino como objeto. Dicho esto, podemos comprender la conversión de Sabino Arana enmarcándola en un contexto de grandes movilizaciones obreras, ante las cuales las solas fuerzas del nacionalismo se muestran impotentes. Pero esto por sí sólo no explica el milagro. También las sustanciosas mejoras obtenidas con los Conciertos Económicos harán que progresivamente una parte de los sectores burgueses beneficiados, representados por un sector del PNV, vayan perdiendo parte de su inicial retórica separatista. De igual manera cesarán las fuertes diatribas contra el industrialismo, el cual ahora será designado como «el fruto del genio vasco»[9]. Será a partir de estas fechas cuando el nacionalismo vasco oficial inicie una trayectoria que lo ligue estrechamente, y no podía ser de otro modo, a los avatares de la política española.

Estos primeros años del siglo XX, como estamos viendo, fueron años de una intensa actividad reivindicativa de la clase obrera en Vasconia. A la huelga general de 1903, de la cual ya hemos hablado, podemos añadir una peculiar huelga de inquilinos en Baracaldo-Sestao en mayo de 1905. Este episodio es una aleccionadora muestra del eficaz funcionamiento de la solidaridad clasista del proletariado vizcaíno en aquellos años, y un ejemplo más para la clase obrera española e internacional. Para evitar una serie de desahucios, las mujeres proletarias de Baracaldo se unieron, extendiendo esta acción espontánea por las fábricas de la zona. Los vecinos bloquearon las calles con todos los enseres y muebles disponibles, produciendo tal estado de alarma entre la burguesía que se decretó el Estado de Guerra. Una vez más la ultrarreformista dirección del PSOE, mostraba su función de bomberos sociales:
«Con ser muy justo lo reclamado por los inquilinos baracaldeses, no es de tal magnitud que con ello pueda comprometerse a toda la clase trabajadora de la región» («El Noticiero Bilbaíno», 24–5–1905).
Por lo visto, a los ojos de los reformistas, la declaración del Estado de Guerra, era un episodio de muy escasa relevancia. Tal actitud de claro esquirolaje les valió a los concejales socialistas el merecido abucheo de las mujeres de Baracaldo y la crítica de los grupos anarquistas locales. Junto a esto, la política del PSOE sirvió para que en toda la zona de Baracaldo-Sestao, no tuviese seguimiento la huelga general del 20 de julio de 1905, la primera que el PSOE convocó en toda España.

Un seguimiento mucho mayor tuvo la huelga general de agosto-septiembre de 1906 que, planteada en un principio como una huelga de solidaridad contra el despido de un trabajador del ferrocarril de Triano (propiedad de la Diputación vizcaína), se convirtió en un gigantesco movimiento a favor de la jornada de 9 horas, añadiendo una serie de reivindicaciones de carácter salarial y contra el truck-system, que pese a todos los intentos de los trabajadores por abolirlo, continuaba existiendo. La huelga traspasó los límites vizcaínos, y se extendió por la vecina Cantabria, y concretamente en Castro Urdiales se registraron violentos enfrentamientos entre los trabajadores y las fuerzas del orden burgués, con el resultado de 2 muertos y 6 heridos. Los nacionalistas, una vez más, mostraron su tradicional modo de enfocar la cuestión obrera:
«Suponiendo que la razón estuviera por completo de parte de los trabajadores (que no lo está por ningún lado que se mire la cuestión), no era ésta la ocasión propicia para exigir nada de los patronos […]».
«Hay en la presente lucha factores ocultos que cambian la faz de la cuestión; hay aquí, como en la cuestión religiosa, más que lucha de intereses y de ideales, lucha de razas, lucha de pueblos. Aquí se tira a invalidar a Bilbao, a Bizkaya, debido al odio que hacia nosotros sienten…» («La huelga general. Odio sangriento», «Aberri», № 17, 25 de agosto de 1906).

En 1907, un Real Decreto prohibiría el truck-system, pero los patronos recurrieron a sus economatos a crédito, de tal forma que nadie podía competir con ellos. Se trataba de una nueva versión del truck-system, pero sin la componente coercitiva que caracterizaba el modelo anterior. Entre los mineros vizcaínos y los trabajadores portuarios y carreteros, llegaría de nuevo la respuesta frente a la vil explotación burguesa de la mano de una gran huelga general en agosto de 1910, que venía a confirmar cuanto ha defendido el marxismo revolucionario: en el régimen capitalista todas las conquistas obreras son efímeras.

El verdugo Canalejas decretó el Estado de Guerra en Vizcaya, pero el conflicto se extendió a otras provincias, ante la impotencia de los reformistas del PSOE por evitarlo. Se declararon huelgas de solidaridad en Gijón (Asturias), Barcelona, Zaragoza… Finalmente, y ante la intransigencia de los mineros vizcaínos, una ley del 27 de diciembre recogía la jornada de 9 horas en las minas españolas. Veinte años de violentas luchas y represiones sangrientas fueron necesarios para que, pese a los continuos sabotajes de los reformistas, se pudiese rebajar en una hora la jornada de los trabajadores de las minas, pero no por ello se rebajo la intensidad de la explotación, de tal forma que los mineros debieron ir de nuevo a la huelga un año después.

Este ambiente de continua agitación obrera llevaría a los nacionalistas a fundar su propia organización sindical, plenamente pro-patronal, inspirada,¡cómo no!, en la doctrina socialde la Iglesia católica:
«Con ocasión de la huelga actual [la de 1910, ndr] se iba hablando de formar una asociación de obreros vascos que sirva de lazo de unión entre los obreros de este país y de medio para conseguir por las vías legales y procedimientos pacíficos las mejoras que la situación reclama, a la vez que oponer un dique al socialismo y una fuerza que desvirtúe la que suele desarrollar en sus periódicas huelgas. La asociación creemos que podía llevarse a cabo formando núcleos de 20, 30 o 40 obreros que se ofreciesen a los patronos a trabajar todos juntos o ninguno, y separados de los demás bien a jornal fijo o a destajo» («A los obreros vascos», «Bizkaitarra», № 91, 19–9–1910).

Semejante organización de esquiroles contó entre sus filas mayoritariamente a empleados de banca y comercio, e igualmente se nutriría con núcleos de baserritarras, los campesinos vascos proletarizados, que influenciados por la acción conjunta de los jaunchos y de los curas, formarían un grupo social fácilmente moldeable ideológicamente por éstos. Las pretensiones de los bizkaitarras se plasmarían en 1911 con el surgimiento de Solidaridad de Obreros Vascos (SOV), que así manifestaba sus intenciones en el articulo 2 de su reglamento:
«Tiene por objeto conseguir el mayor bienestar de los obreros vascos mediante una instrucción prácticamente eficaz que cultive sus inteligencias y eduque sus voluntades, inclinándoles al más fiel y celoso cumplimiento de sus deberes como obreros y como vascos: fomente entre ellos un vigoroso impulso de mutua y preferente protección y socorro, con consciencia de las aspiraciones legítimas del trabajo en la producción, y haga defensa de ellas por cuantos medios sean compatibles con la legalidad, hasta verlas realizadas, moldeando todos los actos en los principios de la moral cristiana» (Citado por Maximiano García Venero, «Historia del Nacionalismo Vasco», pág. 345–46).
No obstante el éxito de este sindicalismo clerical fue tan sumamente reducido que durante la huelga general de 1911, sus escasos efectivos no hicieron otra cosa que esconderse, o bien ir a remolque forzado de las masas de huelguistas, y es que difícilmente podían acaparar el interés proletario con un credo que predicaba la concordia social en una sociedad claramente polarizada por los conflictos de clase:
«Y lo que precisamente quiere esta sociedad [SOV, ndr] es que los obreros y patronos laboren más unidos, desterrando ese odio de clases predicado por el socialismo» («La huelga general», «Bizkaitarra», № 144, 30–9–1911).

El estallido de la Primera Guerra mundial, y la neutralidad española, ofrecería a la burguesía vasca unas buenas posibilidades de negocio que fueron lógicamente aprovechadas al máximo. Así, en 1914 había en Vizcaya 58 sociedades por acciones, que serían 219 en 1918. No sería ciertamente ajeno el PNV a la división de la burguesía española en germanófilos y aliadófilos, en función de los intereses comerciales establecidos con uno u otro bando. Así Aranzadi representaría al sector aliadófilo y Luis Arana al germanófilo. Las divergencias motivadas por esto, debieron ser de gran calibre, ya que provocaron, como veremos más adelante, incluso una escisión en el PNV. No sería la primera de importancia, ya que antes de la guerra mundial,en 1910, un grupo de escindidos del PNV formaría Aberri eta Askatasuna (Patria y Libertad), organización de carácter aconfesional y pequeño burgués con aires progresistas, y que tuvo una existencia efímera.

El final de la guerra mundial tuvo consecuencias económicas inmediatas en la economía española y, por supuesto en el País Vasco. Las navieras vascas, que aumentaron enormemente sus beneficios aprovechando la neutralidad española en la guerra, vieron caer, al terminar la matanza europea, sus ganancias de manera vertiginosa. A ello contribuyeron la caída drástica de los fletes, la subida en el precio del carbón, las luchas reivindicativas de los trabajadores portuarios y además la competencia creada por la intervención masiva de navíos norteamericanos. El gobierno español intervendría una vez más en apoyo de los capitalistas navieros vascos autorizando la libertad de importación de cierta clase de buques, sin pago de los derechos arancelarios.

Pero lo que motivaría un acercamiento cada vez más estrecho de los nacionalistas hacia el gobierno de Madrid será la efervescencia proletaria ante los ecos que llegaban de la Rusia Roja, y el consiguiente pánico de la burguesía ante la amenaza revolucionaria, por lo que se planteaba la necesidad de afrontar todos juntos el peligro. Para ello, el PNV adoptará un nuevo nombre, menos vinculado a las veleidades separatistas de sus orígenes, y pasará a llamarse Comunión Nacionalista Vasca. Pero aquellos sectores de jaunchos desplazados del poder real, y por la misma razón intransigentes ante cualquier innovación, reaccionarán conservando el viejo nombre del partido. De tal forma los escisionistas seguirán llamando a su organización Partido Nacionalista Vasco, que pasará a estar dirigido por Elías Gallastegui y Luis Arana (el hermano de Sabino Arana), y teniendo como órgano de prensa el semanario «Aberri» (Patria), que a mediados de 1923 pasaría a diario[10]. Pocos meses después llegaría el conocido coup d’État del general Primo de Rivera y una nueva fase se abrirá en la situación política española.

De la Dictadura de Primo de Rivera la II° República

El golpe de estado del general Primo de Rivera no fue más que la respuesta de la burguesía ante los retos planteados en lo económico y en lo social. Se trataba ante todo de posibilitar la paz social y garantizar de ese modo el normal desarrollo de la economía y de los negocios, alterados por una agitación obrera que crecía incesantemente atizada por la crisis de posguerra y la guerra de Marruecos.

Como ya se ha señalado en otras partes de este trabajo, la neutralidad española en la Primera Guerra mundial tuvo unas consecuencias sumamente ventajosas para la burguesía. Pero el fin de la contienda y la plena incorporación de las potencias al mercado mundial, libres ya de las necesidades bélicas, mostraron muy pronto el carácter sumamente débil y atrasado de la economía española, incapaz de competir mínimamente a nivel internacional. Por eso, y demandado urgentemente por todos los sectores económicos patronales, el proteccionismo a ultranza del nuevo régimen fue la solución en lo económico, y la prohibición y persecución de las organizaciones obreras que no se plegaron (como sucedió con el PSOE y la UGT) a las nuevas condiciones fueron las medidas adoptadas en lo social. Primo de Rivera fue recibido como el salvador de la patria por todos los sectores de la burguesía, asustados por el cariz que iban tomando los acontecimientos: derrota de la contrarrevolución interna y externa en una Rusia todavía revolucionaria; agitación obrera internacional; en España huelgas y algaradas y respuesta armada de núcleos obreros de inclinación anarcosindicalista a la represión laboral y a los atentados terroristas de los matones a sueldo de la patronal, sobre todo en Barcelona. Su condición de Capitán General de Cataluña, hacía que Primo de Rivera se mostrase especialmente sensible a las demandas de la burguesía catalana, que reclamaba medidas urgentes y drásticas ante el clima de semiguerra civil que se vivía en Cataluña.

Por lo que respecta a la situación en el País Vasco, el golpe de Primo de Rivera gozará de la bendición de casi todos los sectores patronales, exceptuando a una pequeña burguesía que venía arrastrando su descontento desde hacía décadas. Ya hemos visto en la parte II° de este trabajo la escisión que se produjo en las filas del nacionalismo vasco por estas fechas. Recordaremos que por un lado los sectores nacionalistas partidarios del mantenimiento del status quo dirigido desde el odiado Madrid cambiarán el viejo nombre del partido (PNV) por el de Comunión Nacionalista, mientras que la pequeña burguesía insatisfecha se escindiría manteniendo las siglas de siempre junto a la reivindicación separatista y publicando el semanario «Aberri». Tras el golpe de Primo de Rivera «Aberri» fue suspendido, y para burlar la censura del régimen debió aparecer con un nuevo nombre, «El Diario Vasco», omitiendo cualquier referencia al Partido Nacionalista. Y así, mientras las actividades de la Comunión Nacionalista centradas en los aspectos meramente culturales y lingüísticos vascos son toleradas, 34 locales del PNV en Vizcaya fueron clausurados, y su máximo líder, Elías Gallastegui, debió exiliarse. Dejando a un margen el recurso a la actividad terrorista, que por estas fechas no será utilizado, Eli Gallastegui y los aberrianos constituyen el núcleo precursor más claramente definido en lo ideológico, primero de ETA, y posteriormente del así denominado Movimiento de Liberación Nacional Vasco.

Al igual que sucederá 30 años más tarde, esa pequeña burguesía vasca, incapaz de integrarse con un papel propio en la vorágine de la acumulación capitalista, tratará de llamar la atención de la clase obrera, acercándose a sus problemas, pero desde su óptica particular, no viendo en el proletariado más que un instrumento al que utilizar con arreglo a sus propias finalidades de clase, plenamente burguesas en cuanto a la forma y al contenido.

La política económica de la Dictadura de Primo de Rivera supuso para los grandes bancos y la empresas siderúrgicas vascas la obtención de los mejores resultados conocidos hasta la fecha[11]. Daremos como cifra de referencia la relativa a la producción de acero que de 1920 a 1930 se incrementó en un 235 por ciento. Estos resultados son extrapolables a la práctica generalidad de las actividades económicas a nivel nacional, y ello explica la relativa paz social que reinará en España durante el periodo primorriverista. Pero esta tónica de prosperidad para la burguesía se truncará en 1930–31, y el régimen caerá de la misma forma que llegó, y pese al apoyo de una gran burguesía como la vizcaína, que siempre ha visto colmadas sus aspiraciones por parte de TODOS los regímenes políticos imperantes en España hasta nuestros días. La crisis de los mercados internacionales en 1930–31 obligará a nuevos enfoques en el campo económico y político. Los capitalistas harán que caiga sin demasiado estrépito la Dictadura de Primo de Rivera y se abrirá paso un periodo de transición conocido como la Dictablanda, que preparará la sustitución tranquila y sin sobresaltos de una monarquía que ya no era útil como pantalla política, y que ante los ojos de las grandes masas de la población se presentaba como un régimen apolillado por la crisis y la corrupción.

La II° República y el «Problema Vasco»

La crisis económica de 1930–31 se dejó sentir de manera harto significativa en el País Vasco, que seguía siendo, junto a Cataluña, la región más industrializada de España. La siderurgia y la construcción naval, dos de los sectores claves dentro de la estructura productiva vasca, se vieron especialmente afectados por la crisis. No es casualidad que sea precisamente en este periodo cuando las reclamaciones de carácter regionalista acompañadas de Estatutos de Autonomía adquieran mayor virulencia. La cuestión autonómica será utilizada con suma habilidad además para confundir a unas masas proletarias de por sí bastante confusas con el colaboracionismo del Partido Socialista, el falso apoliticismo de los anarcosindicalistas y el aventurerismo zigzageante de un PCE sin base marxista alguna y al servicio de la política contrarrevolucionaria dictada desde Moscú.

El análisis superficial, y por otra parte tendencioso de la cuestión, explica este fenómeno de radicalización regionalista como la respuesta a la opresión de las minorías nacionales por parte del régimen de Primo de Rivera. Dejando al margen los aspectos lingüísticos[12], tan manidos desde entonces hasta nuestros días, es incuestionable que la aparición de estos fuertes movimientos pro-estatutos de autonomía en Cataluña y en el País Vasco estaba ligada a los efectos que la crisis capitalista de 1929–31 tuvo en la pese a todo débil estructura industrial española de aquellos años. Prueba de esta afirmación es la debilidad de la reivindicación nacionalista en Galicia, una región en la cual la industrialización todavía tardaría algunas décadas en dejar sentir sus efectos, y que carecía de una pequeña y media burguesía con la fuerza suficiente como para que se escuchase su petición de participar bajo la bandera del autonomismo en el reparto de la plusvalía arrancada al proletariado.

Tras la llegada de la República en 1931 (por cierto, la localidad guipuzcoana de Éibar sería la primera en proclamarla), la coalición republicano-socialista se hace con el poder, continuando con las directrices aprobadas en el Pacto de San Sebastián de agosto de 1930. Los nacionalistas vascos[13] no se integraron en dicho pacto en parte por el carácter laico que lo inspiraba, y sobre todo porque no satisfacía sus demandas económicas, planteadas como una vuelta «al régimen anterior a 1839». Y al hacer esto evidentemente no hacían sino satisfacer demagógicamente a su masa electoral, que todavía añoraba las indudables ventajas que representó en su día y en su contexto histórico el régimen foral para esas clases sociales.

Como hemos visto en la segunda parte de este trabajo, el régimen de los Conciertos Económicos en Vasconia se instituiría en 1878, tras la derrota militar del carlismo, como hábil medida compensatoria del gobierno de Cánovas del Castillo tras la pérdida de los fueros de raíz medieval que habían sobrevivido en la región vasca. Dichos Conciertos Económicos se mantuvieron en las tres provincias vascas y Navarra durante el régimen de Primo de Rivera y la Segunda República hasta la caída del País Vasco en poder de las tropas franquistas en 1937. Durante la existencia del régimen republicano el PNV reclamará para el País Vasco un estatuto autonómico similar al aprobado para Cataluña. Existirán algunas iniciativas de carácter autonomista que no llegarán a prosperar, como el llamado Estatuto de Estella en 1931 y otras en 1932 y 1933. Las fricciones entre el gobierno central republicano y los nacional-clericales vascos debido a la cuestión del Estatuto de Autonomía y el alcance económico-político del mismo, fueron en ocasiones de carácter sumamente violento, y se registraron incidentes armados entre militantes del PNV y partidarios de la República. De cualquier manera estos choques ocasionales nunca fueron más allá de un límite preestablecido por ambas partes ya que el enemigo común, el proletariado, poco a poco iba perdiendo la confianza inicial que le hicieron depositar en la república burguesa las organizaciones que decían representarlo. Los acontecimientos de octubre de 1934[14] vinieron a confirmar que la política del gobierno «derechista» de LerrouxGil Robles no era sino la continuación de la política antiobrera y represiva de la coalición entre partidos republicanos y el PSOE. Conociendo sus orígenes y trayectoria no creemos que cause estupefacción a nadie la posición de los nacionalistas vascos acerca del intento insurreccional de octubre de 1934, ya que fueron totalmente contrarios a dicho movimiento de la clase trabajadora. Así, uno de sus más cualificados representantes, el Sr. Aguirre declaraba con ánimo exculpatorio:
«En la Revolución de Octubre no hemos tomado parte, ni hemos tenido contacto espiritual ni material… Ni nos solidarizamos con aquel movimiento protestando de los asesinatos, vilipendios y villanías cometidos en Asturias y Guipúzcoa» («La Voz de Guipúzcoa», 26–11–1935, Citado por J. P. Fusi Aizpurua en «El Problema Vasco en la II° República»).
Pese a la oposición del PNV, la organización sindical nacionalista, la filo-patronal STV[15], se vio arrastrada muy a su pesar por el movimiento insurreccional. De esta manera STV no quedaba en evidencia ante unas masas obreras que, pese a carecer de una dirección auténticamente revolucionaria, se mostraban sin embargo dispuestas a defenderse de manera intransigente de los ataques de la patronal y su estado. De la dureza de los enfrentamientos que tuvieron lugar en zona vasca durante la insurrección obrera de 1934, nos da una idea la posterior ocupación militar de toda la zona minera de Vizcaya y de la zona industrial de la ría bilbaína y la represión ejercida en las localidades más industriales de Guipúzcoa.

Pocos meses antes del movimiento insurrecional de Octubre, el Partido Comunista español creará su filial vasco, el Partido Comunista de Euskadi. Desde sus orígenes, el PCE había gozado de cierto seguimiento obrero sobre todo en Vizcaya, y en las elecciones de 1933, cosechó 13 000 votos en Vizcaya y Guipúzcoa. El dato posee valor en cuanto que permite reconocer el alejamiento progresivo de sectores de la clase obrera, disconformes con la política colaboracionista del PSOE. Desgraciadamente para la clase obrera española e internacional el fondo de la política del PCE, plenamente estalinizado, no era otro que el mantenimiento del orden establecido, siguiendo las directrices impartidas por una Internacional y un estado ruso, completamente perdidos ya para la causa de la revolución mundial. De esta forma, el PCE se dedicará a recitar de manera totalmente mecánica y fuera de su contexto real, siguiendo el dictado de Moscú, la posición de Lenin sobre la autodeterminación de las nacionalidades oprimidas incluyendo dentro de las mismas, a vascos, catalanes, gallegos «y a cuantas nacionalidades estén oprimidas por el imperialismo de España [sic]». El POUM, que de la misma manera carecía de una base marxista, tampoco escaparía al mecanicismo en la «cuestión de las nacionalidades en España», planteando que su culminación debería pasar de manos de la pequeña burguesía a las del proletariado. Sin profundizar mucho más en esta cuestión, que relegaremos a posteriores estudios del partido, sí remacharemos el carácter plenamente capitalista y burgués de las relaciones de producción en España desde finales del siglo pasado, pese a su conocido carácter atrasado y retardatario. Por lo tanto, en presencia de un contexto social e histórico semejante un verdadero partido marxista revolucionario sólo podía incluir en su bandera una tarea emancipadora: la liberación de la clase proletaria a través de la revolución social anticapitalista internacional.

La falta de esta perspectiva provocará la participación de los partidos y las organizaciones así llamadas proletarias y comunistas en los Frentes Populares junto a otras fuerzas declaradamente burguesas y clericales, como sucederá en el País Vasco, asumiendo totalmente sus plantemientos reaccionarios de defensa de la propiedad privada y del régimen burgués republicano. Será precisamente en el País Vasco donde resalten con suma claridad los desastrosos efectos para la causa del proletariado de dicha política frentepopulista.

La Guerra Civil en el País Vasco

Tras una serie de titubeos iniciales, el PNV decidió mantener su neutralidad electoral en los comicios generales de febrero de 1936, que dieron la victoria al Frente Popular. De poco servirían las recomendaciones de la curia vaticana para que los nacionalistas vascos se aliasen a la CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas). En este sentido los máximos dirigentes nacionalistas se mostraron sumamente cautos al no apoyar de manera abierta a la CEDA lo cual habría traído consigo una mayor animadversión por parte de la allí numerosísima clase trabajadora y un peligroso alejamiento de la misma base electoral nacionalista respecto de sus dirigentes. En los meses previos al estallido de la guerra civil, la situación social en España mostraba características cada vez más preocupantes para la estabilidad del orden burgués. La victoria del Frente Popular detendría momentáneamente las reivindicaciones proletarias inmediatas, pero superada la fase de impasse inicial, aquellas no tardarían en presentarse, a menudo de manera virulenta, pese a los repetidos intentos de estalinistas, reformistas, POUM y de la dirección de la CNT-FAI por canalizarlos en un sentido institucional. La política seguida por estas organizaciones durante los tres años que duró la contienda no hizo sino continuar con las directrices antiproletarias marcadas ya tras la victoria del Frente Popular en febrero de 1936.

La fase previa al estallido de la guerra tuvo, por lo que respecta al País Vasco, unas características de auténtica polarización social. Las aspiraciones autonomistas de una gran parte de la sociedad vasca fueron recogidas en el programa del Frente Popular. Se hacía creer a todos los sectores sociales descontentos que la obtención del ansiado Estatuto de Autonomía constituiría una especie de panacea universal para todos los males que aquejaban a la sociedad. Otro punto que igualmente contribuyó a la victoria del Frente Popular en Vasconia fue la incorporación en su programa electoral de la prohibición de los desahucios rústicos. Sabemos que en estas elecciones hubo un descenso notable del voto nacionalista y de la derecha españolista, y es casi seguro que una cierta responsabilidad en el descenso del voto nacionalista la tendrían los responsables de estos desahucios rurales, los propietarios o jaunchos, muchos de ellos vinculados al PNV. El peso del factor rural en el País Vasco por estas fechas todavía era muy grande, de la misma forma que era variada su división social en función de la propiedad de la tierra. El voto nacionalista era más numeroso en las zonas rurales vascófonas y con un régimen predominante de pequeña propiedad o arrendatarios, sometidos a un régimen de despiadada expoliación por parte de propietarios, impuestos, hipotecas y agravado por la falta de infraestructuras y comercialización rentable de sus productos. Esto explica que el descenso del voto nacionalista vaya ligado, como se apuntaba antes, a la existencia de numerosos propietarios rurales en las filas nacionalistas. Por contra, la mayoría de los propietarios rurales más acomodados, los kulaks vascos y los terratenientes del sur vasco-navarro, orientarán sus posiciones políticas hacia el carlismo, que ahora se presentaba como un movimiento de orientación burguesa ultraconservador y profundamente contrarrevolucionario. Los braceros agrarios, muy abundantes en las zonas latifundistas del sur vasco-navarro, darán sus votos mayoritariamente al Frente Popular alentados por las promesas electorales de éste. Por provincias los propietarios y arrendatarios de Vizcaya y Guipúzcoa se orientarán hacia el nacionalismo, pese a la caída electoral de éste en 1936, mientras que por el contrario en Alava y Navarra serán partidarias mayoritariamente de un carlismo adaptado a los nuevos tiempos. Más adelante veremos las consecuencias que esto traería consigo durante la guerra civil y posteriormente.

La posición del PNV antes y durante la guerra civil no ofrece ningún lugar a dudas en cuanto a su carácter auténticamente contrarrevolucionario y antiobrero. Unos meses antes de comenzar la guerra, el órgano oficial de los nacionalistas vascos, «Euzkadi», en un artículo rubricado por un viejo conocido nuestro, Don Engracio de Aranzadi, dejaba suficientemente claras sus ideas para no dejar el menor atisbo de ambigüedad de cara a su electorado, fervorosamente católico:
«Si hay un sentido verdaderamente antirrevolucionario en Euzkadi, ése se halla en el Partido Nacionalista Vasco»; «todo lo que aquí tiene un sentido revolucionario no es vasco»;
«sólo el nacionalismo y nada más que el nacionalismo ha hecho labor antirrevolucionaria; al nacionalismo debéis el que no sea roja, el que no sea socialista, el que no sea comunista toda la masa obrera de Vizcaya»;
«público y notorio es que en Vizcaya, como en Euskadi entera, el único enemigo eficiente del izquierdismo es el Partido Nacionalista Vasco» (Engracio de Aranzadi, «El deber del suicidio», «Euzkadi», 17–1–1936. Citado por Fusi, op. cit., pág. 130–31).
Que no se trataba de un exabrupto aislado lo prueban la serie de editoriales con el mismo tono que aparecieron en ese órgano nacionalista a finales de ese mismo mes de enero y principios de febrero. Por lo tanto, y como hemos podido comprobar, no se puede acusar de incoherencia al PNV, que pondrá en marcha, como veremos a continuación, todos sus recursos para evitar cualquier iniciativa proletaria que ponga en peligro la paz social y el orden capitalista. Y para ello, como sucede en todo drama histórico, se hacía indispensable el miserable pero siempre necesario papel del felón. Tal honor le correspondió a unos organismos llamados obreros, comunistas y socialistas que no sólo colaborarán en tareas de gobierno con un partido que se declara abiertamente hostil a ellos, sino que además ponen en sus manos los mecanismos de poder y represión que garantizarán la aplicación de toda una serie de medidas antiproletarias y abiertamente procapitalistas. Pero serán los mismos acontecimientos de la guerra civil en el País Vasco, los que muestren nuevamente y con una prueba marcada a fuego sobre la piel sangrante de la clase obrera, el papel mil veces contrarrevolucionario no sólo del nacionalismo vasco, sino del posibilismo en sus vertientes estalinista, socialdemócrata o anarquista.

Como es sabido el alzamiento militar, urdido en colaboración con el gobierno republicano, fracasó en la mayoría de las principales ciudades y zonas industriales españolas ante la reacción inesperada de las masas proletarias que se armaron espontáneamente derrotando a los sublevados. Desde ese momento, y en ambas zonas contendientes, todos los esfuerzos y maniobras de carácter político y militar estarían encaminados en una única dirección: desarmar al proletariado y derrotarlo. Esto adoptará en las provincias vascas y Navarra rumbos diferentes, según la fuerza del proletariado en las zonas en cuestión.

Ya se comentó con anterioridad que en Alava y Navarra el carlismo renovado era la fuerza política predominante y es allí donde desde el primer momento triunfan los fascistas. Las consecuencias se notarán inmediatamente: unas 6000 personas serán asesinadas en Navarra, incluyendo entre ellas a algunos miembros del PNV para los que la ambigüedad electoral de su partido supuso su perdición individual. En Alava triunfarán igualmente los fascistas y muchos nacionalistas alaveses se unirán a ellos, unos para salvar el pellejo y los más porque ven que ha llegado el momento de decidir entre el fascismo o la amenaza del proletariado en armas, optando consecuentemente por la opción mas afín a su credo político, es decir, la fascista, y eso en una provincia como Alava, entonces escasamente industrializada y donde mostrar inclinaciones contrarrevolucionarias no entrañaba ningún riesgo, sino más bien todo lo contrario[16].

Sin embargo en Vizcaya y Guipúzcoa fracasa el golpe fascista, debido a la decidida oposición del proletariado, pero poco va a durar la preponderancia obrera. La formación de una Junta de Defensa, que incluirá a un representante de la CNT, y posteriormente la formación del Gobierno Autónomo Vasco, será el paso decisivo de la contraofensiva capitalista allí donde los militares habían sido derrotados por los obreros. No tardarán en aparecer las tensiones entre el partido del orden burgués (PNV, Frente Popular) y los comités obreros que se distancian de las directrices de sus máximos dirigentes. En San Sebastián el fusilamiento de fascistas por parte de los obreros, en respuesta al bombardeo aéreo y naval de la ciudad, provocará la dimisión de los miembros del PNV del Departamento de Gobernación en la Junta de Defensa de Guipúzcoa. Pero más tarde dentro de esta misma Junta predominará el criterio del PNV, según el cual toda resistencia sería inútil, por lo que se entregará al general fascista Beorlegui la ciudad de San Sebastián sin ninguna resistencia. Previamente había sido ocupada Irún, ciudad fronteriza, el 4 de septiembre de 1936 tras una desesperada resistencia de los obreros mal armados, que abandonados a su suerte incendiaron la localidad antes de la entrada de las tropas fascistas. La entrega de San Sebastián sin disparar un tiro tuvo grandes repercursiones estratégicas ya que el ejército fascista pudo avanzar unos 60 kilómetros teniendo en el punto de mira a la capital vasca, Bilbao.

El análisis de las operaciones militares y de las medidas políticas adoptadas por el gobierno de coalición vasco pone de manifiesto que los nacionalistas vascos y el Frente Popular hicieron cuanto estuvo en su mano para propiciar la derrota de los trabajadores. De cualquier modo para llevarlo cabo aparecerían divergencias entre ellos a la hora de elegir el método adecuado. Pero una cosa estaba clara, se trataba de defender a toda costa el orden establecido y en eso estaban de acuerdo todos los sectores políticos nacionalistas, desde los oficialistas a los independentistas de la Federación de Mendigoizales. Así lo manifestaba Luis Arana, cualificado representante del sector más crítico con la línea oficial pro-españolista del PNV:
«Era nuestro deber en esta lucha, que no es nuestra, que no es de nuestra raza, que no es de nuestra ideología, el mantenimiento del orden en nuestra casa, en nuestra Bizcaya, en nuestra Euskadi» (Citado por Francisco LetamendiaOrtzi»), «Breve Historia de Euskadi», pág. 179. Editorial Ruedo Ibérico).

El testimonio de alguien tan poco sospechoso de simpatías revolucionarias como el cónsul británico en Bilbao es harto elocuente acerca del verdadero espíritu reinante entre los nacionalistas vascos:
«Por lo que he oído, los vascos lamentan profundamente su compromiso político del mes pasado [¡no unirse a Franco¡ ndr]… Me han dicho, además que la Junta no logra convencerlos para que envíen destacamentos a defender San Sebastián» («Public Record Office of Great Britain», 1936, W 9528/62/41. Citado por S.G Payne, «El nacionalismo vasco, de sus orígenes a ETA», pág. 230, nota 34).
La insistencia de los representantes en Madrid del PNV para que las Cortes (Parlamento) republicanas aprobasen el Estatuto de Autonomía no escondía otro objetivo que la creación de un cuerpo paraestatal en el País Vasco con el objetivo de proteger la propiedad capitalista y acabar con los «excesos» de los obreros armados. No llevaron a cabo sus propósitos en un primer momento por estar en inferioridad de condiciones con respecto a los trabajadores armados. Escuchemos a este respecto el testimonio, igualmente libre de toda sospecha, del mismísimo embajador inglés en España, Henry Chilton:
«Cuando yo dejaba Zarauz el 1 de agosto, un dirigente nacionalista vasco quiso entrevistarse conmigo y me informó de que si bien los vascos se habían unido al 'Frente Popular' al principio del conflicto cuando éste les había prometido la autonomía, estaban ahora disgustados por los horrores perpetrados por comunistas, anarquistas, etc, en el territorio vasco, donde se había fusilado a prisioneros rebeldes a sangre fría y al azar y también a varios enemigos personales de los partidos del Gobierno. Los vascos estaban cansados del régimen soviético en Guipúzcoa y les gustaría librarse de él. Desgraciadamente, no disponen de armas y se ven, por tanto, impotentes. Con 800 fusiles podrían, al parecer, enfrentarse a las fuerzas soviéticas de la provincia. Aunque no indicó realmente que solicitaba esas armas al Gobierno inglés, la insinuación es clara […]» («Public Record Office of Great Britain», 1936, W 7908/62/41. Payne, op. cit., pág. 232, nota 38).

El Estatuto sería aprobado el 1 de octubre de 1936, y pocos días más tarde quedará constituido el primer «gobierno vasco» presidido por el nacionalista José Antonio Aguirre[17], y que contará con la participación de miembros del PCE y del PSOE. Dentro de este espíritu de «entendimiento», un delegado de la muy amarillísima STV fue enviado a Moscú en octubre de 1936 para asistir a los actos en «conmemoración» de la revolución de Octubre. Seguramente en el ánimo del pupilo del cura Larrañaga[18] se trataba de celebrar más bien el entierro definitivo de la revolución, al mismo tiempo que eran eliminados y difamados ante la clase obrera mundial los viejos bolcheviques camaradas de Lenin.

La primera disposición del gobierno autónomo vasco, fue evidentemente, garantizar el orden público. Se creó un cuerpo policial propio (la «Ertzana») al mando de Telesforo Monzón, y su actuación se hizo notar pronto:
«Se han producido casos aislados de asesinatos, obra de los anarquistas. Desde que ellos [el PNV, ndr] llegaron al poder, la situación era sin duda alguna mucho más segura» (Declaraciones del cónsul inglés en Bilbao el 8–12–1966. «Public Record Office of Great Britain», 1936, W 18036/62/41. Payne, op. cit., pág. 240, nota 9).
El episodio del asalto a la cárcel bilbaína de Larrinaga nos ilustra muy bien cual era la verdadera misión de los cuerpos policiales y militares al mando del PNV y su gobierno de coalición con el Frente Popular. El día 4 de enero de 1937 una muchedumbre obrera enfurecida asaltó la prisión de Larrinaga y otros centros de detención de la capital vizcaína, ejecutando a 224 prisioneros en respuesta a los bombardeos y crímenes fascistas. La represión del Gobierno Vasco no se hizo esperar, y 6 obreros del batallón de UGT, que fue enviado a proteger a los presos fascistas, negándose a ello, fueron condenados a muerte y ejecutados por estos hechos con la aquiescencia y aprobación de los partidos del Frente Popular. Para proteger mejor a los fascistas un batallón de gudaris (soldados vascos bajo el control estricto del PNV) fue retirado del frente (donde arreciaba la acometida del ejército franquista) siendo destinado a labores de «vigilancia» en Bilbao. Si en algo tiene razón Letamendia es cuando afirma, en su libro ya citado, que el régimen social implantado en el País Vasco era «el más derechista de la República», ya que se prohibieron tácitamente las huelgas, y se veló desde el gobierno vasco para que la propiedad de las empresas siguiese en manos de sus dueños «legítimos». Si el gobierno vasco se hizo cargo de alguna empresa fue porque sus propietarios, significativamente pro-fascistas habían huido, y el control gubernamental garantizaba la imposibilidad de cualquier proceso que oliese a expropiación obrera.

La aprobación del Estatuto de Autonomía y la creación de una policía y un ejército bajo el control del gobierno autónomo vasco tendrían unas consecuencias indudables a la hora de dividir la acción de los trabajadores en todo el Norte peninsular. De hecho, la actuación del gobierno vasco frentepopulista-clerical sirvió como muro de contención para evitar la conexión entre el proletariado asturiano y cántabro con el vasco, además de impedir que la poderosa industria siderúrgica vasca, clave para decidir la suerte de la guerra, cayese en manos indeseables. Sobre este aspecto de la guerra civil española la opinión del cónsul inglés Henderson resulta sumamente esclarecedora:
«Los vascos, según mi impresión, tienen más miedo a la agresión roja de santanderinos y asturianos que al peligro de los militares. Para impedir la infiltración de elementos indeseables del Oeste han establecido un riguroso control de su frontera con Santander» («Public Record Office of Great Britain», 1937, W 4274/1/41. Payne, op. cit., pág. 250–1, nota 36 bis).
No tenía por tanto nada de extraño que en un ambiente semejante, en el que no faltaron incluso las negociaciones a través del Vaticano, entre los nacionalistas vascos y Franco para pactar una paz separada, el subdirector del proyecto del Cinturón de Hierro (fortificaciones militares alrededor de Bilbao) fuese en realidad un agente de Franco, y que a la primera de cambio huyese con los planos secretos de las después mitificadas fortificaciones[19]. La caída del Frente del Norte era cuestión de tiempo, y su realización fue llevada a cabo meticulosamente, siendo planeada a nivel nacional e internacional, disimulándola hábilmente con alguna «ofensiva»[20].

Las tareas de retaguardia evidentemente adquirían el mismo cariz que las realizadas en el frente militar. El primer chivo expiatorio, dada su debilidad numérica en el País Vasco fue la CNT, que patéticamente, y haciendo una vez más abstracción de sus sagrados principios apolíticos y antiautoritarios, reclamó un puesto en el gobierno frentepopulista-clerical vasco. No sólo se hizo caso omiso de su petición, sino que además la imprenta del diario anarquista CNT del Norte fue entregada al partido estalinista para que publicase «Euskadi Roja». Todo empezaba a estar bien preparado para la caída definitiva de Bilbao, que si se retrasó, fue debido a la resistencia encarnizada del proletariado vizcaíno y al apoyo de unidades venidas de Asturias y Cantabria, unidades que debieron enfrentarse militarmente no sólo a las tropas de Franco, sino también a las del gobierno vasco que impidieron que se llevase a cabo una política de tierra quemada para privar a los fascistas de la industria y las instalaciones mineras vizcaínas. El resultado fue que al caer Bilbao el 19 de junio de 1937, Franco encontró prácticamente intacta la industria pesada que en pocas semanas empezó a producir masivamente suministros para el ejército fascista. La colaboración sellada entre la todopoderosa oligarquía bancaria e industrial, los jaunchos del PNV y el Frente Popular, con la activa participación de la burguesía internacional había dado sus frutos.

La posguerra en el País Vasco

Las masivas destrucciones originadas en la guerra civil tuvieron un efecto rejuvenecedor para el capitalismo hispano. Ya hemos visto que las grandes instalaciones industriales vizcaínas fueron respetadas durante la contienda, no sucediendo lo mismo con los centros urbanos. Bilbao, San Sebastián, y el ejemplo más trágico, Guernica, constituyeron campos de pruebas del moderno armamento que poco más tarde se emplearía contra el proletariado en la II° guerra mundial. Casi todas las grandes ciudades españolas involucradas en los combates sufrirían importantes destrucciones, así como las escasas infraestructuras viales y ferroviarias y de esta forma se abriría un proceso de reconstrucción y de grandes negocios al servicio de la burguesía. Todo esto acompañado del talón de hierro antiproletario del franquismo y del encuadramiento y militarización de las actividades productivas y de transporte básicas, imponiendo a la clase obrera un régimen de privaciones materiales y disciplina laboral similar al existente en los demás países de Europa y Estados Unidos, independientemente de la máscara política adoptada por el capital en cada situación particular.

Tras la entrada de las tropas de Franco en Bilbao y la desbandada consiguiente[21], la burguesía vasca pudo respirar definitivamente tranquila. El poder económico de la odiada oligarquía vasca estaba prácticamente intacto y esto la situó en un puesto privilegiado respecto al resto de la burguesía española[22].

En 1940 el régimen franquista crea el Consejo de Economía Nacional (CEN) que impartirá una serie de directrices para adaptar la economía española a la coyuntura internacional. Por eso la burguesía española presentará por un lado una imagen oficial de fervorosa admiración por el Eje italo-alemán, pero en la práctica no desdeñará tratos económicos con otros países enemigos del Eje[23]. Dicha ambigüedad durará poco, y se convertirá en proamericanismo abierto debido a la guerra fría entre los dos colosos imperialistas dominantes tras la guerra mundial: Rusia y Estados Unidos. De esta forma Mr. Marshall sí dejaría huella de su paso por la piel de toro bajo la forma de importantes préstamos en 1949 y 1950.

Pero los primeros años de la década de los 40 no verán en el País Vasco el desarrollo económico que cabría esperarse de una serie de condiciones en extremo favorables: gran capacidad de producción al estar intactos los mayores medios de producción industriales, gran demanda interna y aplastamiento del proletariado. El origen de este fenómeno no hay que buscarlo en la abolición por parte del gobierno de Franco del régimen de los Conciertos Económicos en Vizcaya y Guipúzcoa[24], sino en factores coyunturales tales como la falta de energía eléctrica, de carbón y de chatarra. Progresivamente la industria vasca irá superando esta situación, sobre todo al terminar la guerra mundial. De esta forma de las 191 empresas y 16 795 trabajadores que existían en la industria transformadora del hierro en Vizcaya en el año 1944 se pasa a 244 empresas y 20 755 trabajadores en 1950, alcanzando 513 empresas en 1956. Igualmente sucederá con el sector de la máquina herramienta, que hasta 1940 fue un sector con escaso desarrollo en el País Vasco. Hasta 1959 dicho sector iría alcanzando un cierto nivel hasta llegar al gran empujón que llegaría en 1959 deteniéndose con la aparición de la crisis general de 1975.

La guerra civil, vivida y sufrida tan intensamente en el País Vasco, originó una sangría proletaria que tuvo sus lógicas repercusiones en la contratación de fuerza de trabajo asalariada. Por eso, y tal como sucedió a finales del siglo pasado y comienzos de este que agoniza, el territorio vasco volvió a registrar un saldo migratorio favorable desde todos los puntos de España, aunque preferentemente de las zonas más próximas geográficamente. Así en el corto periodo comprendido entre 1950 y 1959, el crecimiento de la población en el País Vasco fue de casi un 23 % cuando la media española no llegaba al 9 por ciento. Por eso no resulta en absoluto paradójico que de las 17 provincias españolas que redujeron su población de 1950 a 1960, no estuviese entre ellas ninguna provincia vasca ni Navarra. Algo parecido sucedería con la renta per cápita ya que todas las provincias vascas y Navarra superarán con creces la media española.

Un aspecto característico de estos años de la política económica franquista es la progresiva marginación de aquellos sectores de Falange que realmente se habían creído a pies juntillas su programa nacionalizador[25]. Por eso, algunos sectores de la burguesía, a través de las Cámaras de Comercio e Industria, no cesarán de reclamar insistentemente cada vez más medidas liberalizadoras, protestando en ocasiones contra lo que ellos consideraban «exceso de intervencionismo». Pero pese a todo, los negocios para la burguesía vasca y sus bancos iban tomando un rumbo muy favorable, participando, muchas veces como socios mayoritarios, en la mayor parte de las grandes empresas españolas. La contrapartida estaba en la degradación de la condición obrera hasta unos niveles que llevarían a instaurar comedores en muchas fábricas para alimentar a sus trabajadores, ya que sus miserables salarios eran del todo insuficientes para alimentarse ellos y sus familias. El Estado burgués, de la mano de Falange, pretendía que la sindicación forzosa conseguiría reducir el descontento obrero provocado por estas condiciones. Así lo manifestaba Muñoz Grandes, en aquel entonces su secretario general:
«Paralelamente nos proponemos encuadrar, ya lo estamos haciendo, a todos los trabajadores en nuestras organizaciones, impulsando la sindicación, hasta convertir la sumisión actual en una fervorosa adhesión» (Conferencia citada en la nota[25]).
La fervorosa adhesión llegaría sí, en abril de 1951 pero de una forma muy distinta a la perfilada por el ilustre militar. En estas fechas se convocó una gran huelga general y alrededor de 200 000 trabajadores participarían en el País Vasco secundándola incluso en ciudades que tradicionalmentenunca se habían destacado por la magnitud de sus conflictos sociales, como Vitoria y Pamplona. Pese al sentir de los reaccionarios, el industrialismo y sus efectos ya se dejaban sentir por todo el territorio vasco. En Guipúzcoa las cosas tomaron tal cariz que el mismo gobernador civil, el barón de Benasque preparó los pasaportes para él y su familia. El recuerdo del susto que se llevaron en 1936 todavía estaba fresco en la mente de los verdugos.

El peso político de estas luchas recayó sobre los militantes del PCE, que habían recibido la consigna de permear los sindicatos fascistas. Se trataba realmente de controlar las luchas obreras para evitar la formación de movimientos de carácter autónomo que pudiesen romper un día con la línea política propugnada por los estalinistas y la oposición democrática a Franco. El PNV y su apéndice sindical prácticamente brillaron por su ausencia durante este periodo. Muchos de sus militantes, empresarios en activo, no tenían demasiados motivos de queja en lo económico, y los exiliados por sus responsabilidades políticas[26] se encontraban muy ocupados haciendo gestiones ante los americanos, hasta que éstos decidieron optar por Franco en la guerra fría dándoles la espalda. Los nacionalistas vascos mostrarán su malestar ante esta decisión de los Estados Unidos:
«Nos ha hecho daño en nuestra conciencia sencilla que quien dirigió tan brillantemente la segunda guerra mundial por salvar la democracia […] haya claudicado tanto en sus principios, que considere necesario, por lo que sea, prestar armas y dinero al ex amigo de Hitler y Mussolini» (Javier de Landáburu, «La causa vasca», 1956. Citado por Letamendia, op.cit., pág. 225).

1956 será un año clave para las luchas obreras. Durante la primavera de este año se producirá en el Norte y en Cataluña un poderoso movimiento huelguístico que conseguirá arrancar a los capitalistas una subida general de salarios que oscilará del 25 al 70 por ciento, lo que da una idea de los salarios de auténtica hambre física existentes. En este periodo, en España empiezan a soplar nuevos vientos que traerán consigo el fin de la etapa así llamada autárquica. El proceso de reacumulación capitalista posbélica estaba ya lo suficientemente maduro como para poder incorporar a la economía española plenamente en el mercado mundial. Tal madurez vendría expresada a través de la crisis económica de 1957–59. Será necesaria la realización del Plan de Estabilización, que una vez más, impondrá una serie de medidas antiobreras reduciendo la capacidad adquisitiva conseguida con las luchas de 1956.

Será en esta década de los 50 cuando se asista a la formación de los primeros núcleos de descontento entre las filas nacionalistas respecto a la política de inactividad del nacionalismo oficial. Nuevamente, como había sucedido en los albores del primer nacionalismo sabiniano, e incluso en el siglo XIX con las guerras carlistas, esta nueva oleada industrializadora posbélica sacudiría de nuevo el País Vasco. El mundo rural sufriría en gran medida los avances de la nueva industrialización. Ya en 1955 la actividad agraria sólo representaba el 12,83 % del Producto Interior Bruto vasco, e iría reduciéndose progresivamente hasta llegar al 8,1 % en 1975. El campo se irá despoblando y el precio del suelo industrial se disparará, por lo que el cultivo de la tierra en una orografía tan poco favorable como la vasca dejará de ser rentable. La ganadería se presentará como una vía de salida ante la ruina económica o la emigración a las ciudades, pero el carácter minifundista de las explotaciones y la competencia exterior hará que tampoco esta actividad resulte rentable.

El contexto socio-político de este periodo será por tanto el de una reindustrialización masiva; llegada de gran número de inmigrantes desde otras regiones de España; luchas obreras cada vez más numerosas una vez superado el primer periodo del terror franquista; ruina de la pequeña burguesía agraria y en menor medida urbana; calculada represión gubernamental de las manifestaciones culturales en vascuence e inactividad del nacionalismo oficial ante todo esto. Por tanto, elementos más que suficientes para que sectores de la pequeña burguesía insatisfecha, siempre presentes activamente en la vida política moderna vasca, empiecen a manifestar síntomas de inquietud que se plasmarán en la creación de un grupo que llevará el significativo nombre de Ekin (Hacer), y que surgirá entre los estudiantes de la elitista universidad jesuita de Deusto en 1952. Este será el núcleo dirigente de lo que más tarde se denominará Euskadi ta Askatasuna (País Vasco y Libertad), organización mucho más conocida por sus siglas: ETA.

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Resulta fundamental para la comprensión del fenómeno nacionalista en el País Vasco ligar su trayectoria política a los factores estructurales que en definitiva son los que van a condicionar su evolución. De esta forma pudimos asistir al surgimiento del carlismo → foralismo → nacionalismo, encuadrándolo en un contexto de acumulación capitalista y derrumbe de viejas estructuras socioeconómicas. Si el carlismo fue la respuesta del viejo régimen precapitalista y feudal a la irrupción del modo de producción burgués en su versión hispana, el fuerismo-nacionalismo no fue más que la respuesta de los sectores burgueses vascos marginados en esa acumulación, enfrentados por un lado a la poderosa oligarquía financiero-industrial, y por otra a un combativo proletariado llegado de casi todas las regiones de España.

Como pudimos ver en el número 6 de esta revista, durante la década de los años 50 de este siglo que se va, el País Vasco se verá sacudido por una nueva oleada industrializadora e inmigradora, en medio de la cual, de las entrañas mismas del nacionalismo vasco, surgirá ETA.

EKIN-ETA: de los comienzos a la I° Asamblea

En un primer momento el grupo EKIN (HACER) no marcó excesivas distancias en lo ideológico con su casa matriz, el PNV[27], de tal manera que esta afinidad se plasmaría en la fusión del grupo con las juventudes nacionalistas (Eusko Gaztedi-EGI) en 1956. No obstante los lazos orgánicos con el PNV se romperán pronto a medida que la situación económica y política se vaya modificando en el País Vasco y en el resto de España. Por eso en 1958 se producirá la ruptura definitiva[28]. Los motivos, presentados superficialmente como de tipo generacional, o sea, como un enfrentamiento entre los «jóvenes» deseosos de hacer algo por Euskadi y la anquilosada dirección del Partido Nacionalista Vasco, escondía en realidad la insatisfacción de una parte considerable de la pequeña burguesía vasca que recibía de plano los efectos del Plan de Estabilización franquista[29].

Los escindidos de EGI, (los componentes de EKIN junto a una serie de militantes de las juventudes nacionalistas que se unen a ellos), dan a su organización un nuevo nombre Euskadi Ta Askatasuna–ETA (País Vasco y Libertad). La nueva organización, que tanto influirá en la futura vida política vasca y española, surgirá como algo completamente ajeno a la clase obrera tanto en lo que se refiere a su problemática inmediata como a sus intereses históricos.

Los planteamientos teóricos de la primera ETA difieren muy poco de los ofrecidos por el nacionalismo oficial-PNV. La ideología que la sustentará en esta primera fase será eminentemente la de Sabino Arana[30] y los teóricos del primer nacionalismo vasco, si bien en ETA hay dos aspectos que la distinguen claramente de la línea del nacionalismo oficial: el primero, y no se trata de algo original, es el rechazo al confesionalismo católico que tanto había caracterizado al PNV y afines, y el segundo es la puesta en un segundo plano del factor racial, tan del gusto de los aranistas puros, para sustituirlo por el étnico, cuya base estaría constituida por la lengua como factor aglutinante y determinante de la idiosincrasia nacional vasca.

Teniendo en cuenta todo esto, no será extraño encontrar en los documentos de ETA de esos años una repetición de toda la mitología y las falsificaciones históricas realizadas por el nacionalismo (armonía social entre los vascos, inexistencia del feudalismo en el País Vasco, añoranza del antiguo reino de Navarra como Estado independiente vasco, la explicación de las guerras carlistas como guerras nacionales vascas, etc). En esta primera fase ETA adoptará una línea política más acorde con los planteamientos demócrata-cristianos del PNV. Así el Estado sería:
«el organismo que se ocupa del cuidado del todo, por lo que normalmente tiene que defender y proteger al pueblo en sus derechos y la mejora de sus vidas contra el egoísmo y el particularismo de los grupos o clases privilegiadas» («Principios político-constitucionales», «Cuaderno» 4, pág. 5, 6 y 8. Citado por José María Garmendia, «Historia de ETA», tomo I, pág. 46).

Su posicionamiento acerca de la fórmula de representación política está en línea con la mejor tradición aranista-doctrina social de la Iglesia:
«Siendo la familia la primera de nuestras instituciones, no sólo en el terreno económico, sino también en el civil y político, aparte de otros aspectos de alcurnia más elevada que hacen de la familia vasca el baluarte de nuestro sentido espiritual, no es de extrañar que la forma tradicional de sufragio de nuestro país haya sido la familia, según el cual el derecho al voto corresponde al Cabeza de Familia. No obstante el respeto y admiración que sentimos por todas nuestras instituciones tradicionales, creemos que en las circunstancias actuales el sufragio más apropiado para nuestro pueblo sería no el tradicional o familiar, sino el pleno o universal» («La democracia y los derechos del hombre», op. cit., pág. 48).
Salta a la vista que ETA trata de conjugar el modo de vida propio de una sociedad campesina y atrasada que ya está prácticamente en fase de desaparición total, con las «circunstancias actuales», que no son otras que las relaciones capitalistas de producción e intercambio, presentes ya por doquier en la realidad socio-económica vasca. Prueba de esta ambigüedad, que demuestra que ETA trata de adaptar la realidad a sus planteamientos políticos, cuando siempre sucede a la inversa, es su intento de mantener todavía con vida entidades que sólo pueden tener valor para los reaccionarios más impenitentes:
«Quizás se pudiera mantener el voto exclusivo del etxeko-jaun [literalmente «señor de la casa», ndr] en los pueblos pequeños, ¿pero en las ciudades? Como sugerencia indicaremos que el Partido Social Cristiano Belga, en su programa de 1945, era partidario, manteniendo el sufragio universal, de la creación de un Ministerio de la Familia que cuidaría de la salvaguardia y de la defensa de los intereses familiares en el mismo Gobierno del País» («Instituciones políticas vascas», pág. 10, op. cit., pág. 48).

Paralelamente a esta primera fase de rearme doctrinal a base de los nutritivos textos del aranismo, ETA decide pasar a la acción, que en un primer momento adoptará formas estrictamente propagandísticas. Sin embargo, poco después, su primera acción violenta, con un alcance potencialmente grande, va a ser el intento de descarrilamiento en 1961 de un tren de ex-combatientes fascistas que se dirigían a San Sebastián para celebrar el 18 de julio. Dicha acción, que resultó fallida, trajo consigo una brutal represión por parte del régimen franquista y la huida a Francia, tras su estancia en la cárcel, de los principales dirigentes de ETA.

Como se ha señalado anteriormente, esta fase inicial de ETA, previa a su I° Asamblea, se caracteriza por su defensa de la mayoría de los postulados del nacionalismo clásico en su versión más genuina, es decir, abierta y claramente reaccionaria. Muestra inequívoca de ello será su actitud frente a la inmigración y frente al comunismo.

El fenómeno migratorio se verá como una invasión extranjera motivada por razones políticas y de asimilación étnica:
«Solamente a Bilbao están llegando mensualmente más de mil extraños. Esta invasión española, bajo el enfoque gubernamental, es una maniobra organizada, cuna de españolismo y asimilación» (Editorial del «Zutik» [órgano de ETA] № 10, Caracas, pág. 1. Citado por Jáuregui Bereciartu, op.cit., pág. 102).
Si bien más tarde reconocen que:
«[…] estas pobres gentes buscan un vivir mejor que el que en España pueden conseguir« («Zutik», ibidem),
en otro documento aparecido por estas fechas declaran sin ningún género de ambigüedad que lo único que les importa realmente es el mejor funcionamiento de la industria vasca, y si es posible sin «contaminación» étnica:
«Las dificultades económicas acaso pudieran ser soslayadas con la automatización del trabajo, una de las soluciones del porvenir en plazo relativamente corto. Esto haría que la mano de obra, especialmente la no especializada, cediera paso a las máquinas, y ya que la mayor parte de los inmigrantes están encuadrados en esa categoría, su concurso en nuestro país sería innecesario» («Libro Blanco», Cuaderno: «Presente y futuro político…», pág. 100. Citado por Jáuregui Bereciartu, op. cit., pág. 103).
Partiendo de esta base, dependerá de la actitud que adopten los trabajadores inmigrantes hacia el nacionalismo vasco, el que sean considerados por ETA amigos o enemigos:
«Reconoceremos sus derechos sólo a los inmigrantes que reconozcan los nuestros» («Libro Blanco»: «Personalidad nacional…», pág. 121, op. cit., pág. 104).

Tras la guerra civil, y a raíz de la colaboración antiproletaria que llevó a cabo el PSOE en el gobierno vasco, la actitud del nacionalismo ante el PSOE cambiará de manera notable, y las invectivas, sobre todo dentro del PNV[31], se dirigirán ahora contra el comunismo en sentido genérico. Sin embargo, la posición de ETA acerca del comunismo se mantendrá en un primer momento dentro de una dinámica de atracción-repulsión. A diferencia del PNV, visceralmente anticomunista, la dirección de ETA va a mostrarse interesada en estudiar lo que se venía presentando como «marxismo», de tal forma que en 1962 publicará un Cuaderno de formación dedicado al «Marxismo». Una de sus conclusiones es que:
«El peligro del marxismo está en que presenta una visión completa, si bien falsa, de la vida. Aprovechándose del cúmulo de injusticias sociales que ha provocado y mantiene el capitalismo, presenta una doctrina que promete un futuro paradisíaco para el proletariado y en general para toda la humanidad, época en la que no existirán diferencias de clases» («Libro Blanco», Cuaderno de Formación: «Métodos de acción» (Comunismo-JOC) pág. 24, op. cit., pág. 108).
Como se ve, el fondo de la crítica de ETA al comunismo no es otro que el formulado a finales del siglo pasado por Arana contra el «socialismo», cuando lo calificaba de infortunio provocado por el capitalismo y sus injusticias.

Salvo el episodio del tren y otras acciones de carácter más simbólico que efectivo, ETA va a desarrollar en este periodo una labor de propaganda y estudio más que nada, pero careciendo todavía de un marco ideológico plenamente consolidado y de una estrategia propia en consonancia con sus aspiraciones. La Primera Asamblea celebrada en la primavera de 1962, tras las detenciones y la represión que siguió al fallido atentado contra el tren de los fascistas, servirá para hacer una especie de balance del camino recorrido por la organización. Fruto de esta Asamblea, aparecerá un documento, «Principios» que mostrará sobre todo la diversidad ideológica que por entonces reinaba en ETA, en la cual el único elemento aglutinador era solamente el aranismo. La Primera Asamblea definirá a ETA como un «movimiento», definición que cuadra perfectamente con su visión «patriótica», en la cual, como en todo proyecto nacional o popular, caben todas las clases sociales. Su visión «revolucionaria» de la praxis política sólo podía tener un sentido patriótico, y para tan magna misión estarían llamados todos los vascos. Lo que vendría después de conseguida la independenciade Francia y España, y por tanto la liberación de Euskadi, sería evidentemente un régimen democrático respetuoso con los derechos humanos, pero con una condición:
«siempre que éstos no vengan a constituir un instrumento, bien sea destinado a atentar contra la soberanía de Euskadi, a implantar en ella un régimen dictatorial (sea fascista o comunista), o a servir los intereses de grupo o clase (político, religioso, social o económico), vasco o extranjero» («Principios», pág. 1. Citado por Jáuregui Bereciartu, op. cit., pág. 144).
O sea, la vieja formulación del Estado por encima de los intereses sociales y de clase, muy en línea con los postulados demo-liberales y democristianos, que en definitiva serán los que dominen en esta Primera Asamblea de ETA. Pero nuevos elementos ideológicos harán su aparición más tarde, y entre ellos el texto «Vasconia. Estudio dialéctico de una nacionalidad», publicado en Argentina en 1963, que se convertirá en guía teórica y referencia obligada para militantes y simpatizantes del nacionalismo radical[32].

Las luchas obreras y su repercusión dentro de ETA hasta la V Asamblea

El contenido de las medidas establecidas dentro del Plan de Estabilización tenía que provocar forzosamente una vigorosa respuesta por parte del proletariado español. Los primeros años de la década de los 60 van a estar marcados por una altísima conflictividad laboral que, lógicamente tendrá una incidencia mucho mayor en los tradicionales centros industriales. De esta forma a finales de 1961 tendrán lugar en el País Vasco importantes huelgas, en particular en Beasain, Éibar, Irún y Bilbao. ETA verá en la clase obrera, a través de sus luchas, un instrumento a utilizar en sentido patriótico:
«La acción obrera es, ciertamente de la mayor importancia. Es en este frente donde deben de realizarse grandes esfuerzos […]. Sobre todo la lucha obrera debe ser una gimnástica revolucionaria. Los que en ella se ejercitan, serán cada vez más conscientes de su fuerza, y lucharán al fin, para sacudir de nuestro Pueblo la Opresión» («Zutik» s/n, dic-enero 1961, pág. 3, op. cit., pág. 170).

En mayo de 1962 se declara una formidable huelga cuya punta de lanza son, una vez más, los mineros asturianos. El movimiento se extiende a otras provincias y se decreta durante tres meses el estado de excepción en Asturias, Vizcaya y Guipúzcoa. Pero la extensión del conflicto hace que se amplíe el campo de acción de las medidas represivas, abarcando la totalidad del territorio español. La represión del régimen caerá implacablemente sobre los trabajadores produciéndose detenciones y despidos. La brutalidad de la represión franquista generará por todo el país una oleada de simpatía y solidaridad con los huelguistas. Es precisamente al calor de todos estos acontecimientos, cuando ETA va a incluir dentro de su repertorio reivindicativo la «liberación social de los vascos» junto a la tarea que le es propia como organización patriótica[33]. También será en este periodo de plena efervescencia obrera cuando va a hacer su aparición el «Vasconia» de Krutwig antes mencionado, y cuando tengan lugar discretos e infructuosos contactos políticos entre el PCE y ETA.

En 1963 nuevamente la represión franquista va a dejarse caer sobre los trabajadores en huelga. La extensión a las fábricas del País Vasco de un conflicto minero en Asturias, va a generar una fuerte oleada represiva por parte del estado burgués español. En estas circunstancias se creará en Bilbao un comité clandestino cuya misión era la de coordinar a las distintas fábricas en lucha para conseguir una unidad de acción. ETA ya participa en dicho comité, el cual hace un llamamiento a la huelga para primeros de octubre. La policía franquista desarticula en parte la dirección del movimiento, y muchos militantes obreros y de ETA son detenidos. Para ETA estas detenciones suponen un duro golpe, pues van a involucrar a una parte importante de su dirección política. Los dirigentes que logran huir a Francia publicarán en 1964 un nuevo documento orientador, «La insurrección en Euskadi» el cual no hace sino repetir las falsas tesis anticolonialistas y pro-guerra nacional revolucionaria contra España y Francia defendidas por Krutwig en su obra «Vasconia». En abril-mayo de 1964 se celebrará en Francia la tercera asamblea de ETA, que no hará sino reafirmarse en estas posiciones. Una de las grandes contradicciones de ETA, es precisamente la de considerar al País Vasco como un país avanzado industrial y económicamente, y a la vez propugnar una doctrina «liberadora» basada en los modelos anticolonialistas propios del «tercer mundo». Argelia, Vietnam… van a ser elegidos como modelos a seguir, partiendo de la base de que la «situación colonial de Euskadi» es indiscutible, y que por lo tanto sobran las demostraciones teóricas de dicha realidad.

Junto a esta línea oficial, que es prácticamente la misma que ha inspirado a ETA desde su fundación, se perfila cada vez con más fuerza en estos años, empujada por la creciente combatividad proletaria, una corriente marcadamente obrerista con tintes confusamente socializantes. Los sectores ortodoxos de ETA ven como se aproxima lo que ellos considerarán poco tiempo más tarde como un peligro de «desviacionismo españolista» y advierten de ello a la militancia y simpatizantes:
«Muchos piden el poder para el proletariado olvidando que en una nación oprimida hay que fundar el combate principalmente en lemas de carácter patriótico» («Zutik», 3° serie, № 29, mayo 1965, pág. 2, op. cit, pág. 252). Como un intento de conjugar ambas posiciones, ETA publica por estas fechas su «Carta a los intelectuales» en la cual se formulan declaraciones sobre el socialismo pero, como siempre sucede en ETA, sin entrar en demasiados detalles sobre la hipotética estructura socialista de la «nueva Euskadi independiente»[34].

Influenciada por la estrategia política antiimperialista seguida por los movimientos de liberación de los países atrasados, ETA va a efectuar un llamamiento en 1964–65 a las demás fuerzaspolíticas vascas (PNV, ANV, Enbata, EMB…) para formar un Frente Nacional. Tanto el PNV como ANV harán caso omiso del llamamiento, y sólo responderá positivamente otro grupo navarro, Iratxe, con unas características tan similares a ETA que se integrará en ella en 1965. Este año será también el de la IV Asamblea de ETA, y en ella la novedad será que se adoptará una fórmula de compromiso entre las dos tendencias, la obrerista y la nacional-colonialista, hablándose ya de «liberación nacional y liberación social» como dos aspectos de una misma problemática. El nuevo principio inspirador de ETA va a ser ahora el así llamado «acción-represión-acción» que será el que guíe el activismo de ETA a partir de entonces[35].

La detención, a finales de septiembre de ese año, de José Luis Zalbide, tras perpetrar un atraco en Vergara, coloca en la dirección de la organización a Francisco Iturrioz, exponente cualificado de la corriente obrerista. A partir de este momento, ETA va a tomar progresivamente un nuevo rumbo, que va a favorecer la participación activa de sus militantes, que pese a todo no eran muy numerosos, dentro del combativo movimiento obrero vasco, con el fin de influenciarlo y tratar de conjugar en una imposible amalgama la lucha reivindicativa proletaria con unos objetivos puramente nacionalistas y por lo tanto burgueses.

En este sentido una de las instrucciones que la nueva dirección de ETA va a transmitir a los militantes, es la de trabajar sindicalmente dentro de las Comisiones Obreras, que por aquel entonces se estaban configurando como una combativa organización sindical de base hasta que el estalinismo se hizo con su control político y organizativo. Esta línea marcadamente obrerista y sólo formalmente marxista, unida a la decisión de la Oficina Política (la dirección de ETA) de que los militantes obreros participaran en las elecciones sindicales convocadas por el régimen franquista en el otoño de 1966, abrirá la caja de los truenos, no sólo en el interior de ETA sino también en el PNV, que acusará a la dirección etarra de filocomunismo. Los sectores nacionalistas ortodoxos reaccionarán contra el peligro de desviacionismo con una de las acusaciones típicas que siempre han vertido sobre todo aquel que se acerque, siquiera tímida o confusamente a un terreno potencialmente de clase: españolismo. Así lo manifestará uno de los representantes más cualificados del sector nacionalista ortodoxo, Txillardegui (Álvarez Emparanza):
«Quienes sólo ven en Euskadi opresión social, son objetivamente españoles; cambian la estrategia vasca por la estrategia española, convierten el problema vasco en un problema español. Su posición es, por omisión, una posición española y anti-vasca. Quienes propugnan eso traicionan una vez más, esta vez por la ‹izquierda›, consciente o inconscientemente, la causa de nuestro pueblo» (Txillardegui, «Informe político a la dirección de ETA», pág. 3. Citado por Garmendia, op. cit., pág. 203).

La valoración que hace este sector nacionalista del supuesto marxismo de la dirección de ETA la expone el mismo Txillardegui de esta manera:
«En los últimos ‹Zutik› sólo se ven plantemientos marxistas. Lo cual quiere decir que hoy el marxismo es la verdad para los actuales dirigentes. Todo es por culpa de la burguesía, todo son clases, todas las críticas contra los occidentales […]. Los marxistas son en Euskadi, y en todas partes, exactamente como los misioneros budistas o cristianos, son reaccionarios en lo nacional pues carecen de sensibilidad para todos los fenómenos o dimensiones que no figuran en sus libros sagrados. Los actuales dirigentes de ETA sólo ven clases y luchas de clases. Automáticamente se vuelven ateos en religión y apátridas en lo nacional; lo cual les hace inútiles para las luchas religiosas y patrióticas, respectivamente» (Txillardegui, «Informe a la dirección de ETA», 6–3–1966, ppág. 11–12. Cit. por Jáuregui Bereciartu, op. cit., pág. 301).
Este sector nacionalista reaccionará contra la dirección de ETA publicando de manera independiente la revista «Branka» (Proa) con el fin de reorientar de nuevo a la organización hacia sus objetivos originales. Será por estas fechas cuando el ideólogo en la sombra de ETA, Krutwig, que hasta ahora no formaba parte de la organización, se integre en ella, decidido a plantar batalla a la dirección «marxista», si bien será el mismo Krutwig el que manipulando de la manera más desvergonzada a Lenin, se apoye en el análisis marxista del imperialismo para justificar su línea «tercermundista».

Con esta división política dentro de ETA tendrá lugar la V asamblea, quizás una de las más importantes de la organización ya que será aquí donde se perfile, a través de escisiones y expulsiones, la estrategia a seguir por ETA, estrategia que no ha sufrido muchas modificaciones hasta hoy día.

La V asamblea se celebrará en dos partes. La primera en diciembre de 1966 traerá consigo la expulsión de la dirección y de la mayoría del sector obrerista[36] que fundarán una nueva organización a la que denominarán ETA BERRI (ETA NUEVA). Sobre los miembros de esta organización caerá con todo su peso la sombra de la duda y la sospecha, lanzada al más puro estilo de las calumnias estalinistas por los ortodoxos de ETA, llegando al extremo de considerar a ETA BERRI como una creación del franquismo:
«Los gobiernos españoles no han perseguido a los grupos del MCE, ni ahora ni cuando se llamaban ETA BERRI, cabiendo sospechar que hasta dicho movimiento sea una creación de las propias autoridades fascistas» (Heiko Sagredo de Ihartza [nuevo pseudónimo de Krutwig, ndr] «Vasconia y la Nueva Europa», pág. 51. Cit. por Jáuregui Bereciartu, op. cit., pág. 306, nota 94).
En la segunda parte, que se celebrará en marzo de 1967, se asistirá a la consolidación del concepto de ETA como «movimiento socialista vasco de liberación nacional», y al alejamiento de la corriente encabezada por Txillardegui, corriente que se agrupará alrededor de la revista «Branka» y con la reivindicación del «Frente Nacional Vasco» como eje central de sus pretensiones políticas. Así explicará más tarde Txillardegui su «alejamiento» de ETA:
«Nosotros éramos partidarios de una lucha mucho más política, mucho menos militar, que la de los que finalmente vencieron en la V Asamblea… La guerrilla urbana y la guerrilla en general, son quizás válidas como fuerza de apoyo, pero no como sistema de liberación de un país ultraindustrializado como España. Es válida en Vietnam, pero no aquí» (Declaraciones a Jacques Kaufmann, «Mourir au Pays Basque», ppág. 139–140. Cit. por Jáuregui Bereciartu, op. cit., pág. 307.).
Lo cierto es que pese a no formar parte de la estructura de la organización, el peso ideológico de «Branka» dentro de ETA continuará siendo muy grande, pese al rechazo a las fórmulas «marxistas-leninistas» [pro chinas y pro vietnamitas] y guerrilleristas. Si algo distingue al grupo «Branka» es ser precisamente:
«… la más fiel y pura representación de la pequeña burguesía nacionalista, una pequeña burguesía que, como consecuencia de la evolución del modo de producción capitalista, cada vez se encuentra más cercada y más próxima a su definitiva desaparición y, en consecuencia, responde con una intransigencia nacionalista absoluta« (Jáuregui Bereciartu, op. cit., pág. 385).
Enmendaremos al autor de esta acertada definición, añadiendo que junto a «Branka», la misma ETA, pese a sus reclamaciones al «colonialismo», al «tercermundismo» y al «socialismo», ha constituido y de hecho constituirá hasta su desaparición, nada más que la respuesta armada de un sector de la pequeña burguesía en vías de proletarización. El hecho de haber surgido en una zona fuertemente industrializada y proletarizada, unido al particular desarrollo histórico de las provincias vascas, y a la falta de una genuina organización de clase, ha otorgado a este movimiento pequeño burgués unas características propias, pero que para nada quiebran el ya clásico análisis marxista ofrecido en el «Manifiesto Comunista» acerca del socialismo pequeño-burgués.

Coincidiendo con la V asamblea de ETA, el movimiento obrero vasco asistirá, sobre todo en Vizcaya, al amplio triunfo de las Comisiones Obreras en las elecciones sindicales. El día 30 de noviembre de 1966 comenzará en la zona de Basauri una de las huelgas de mayor duración de toda la posguerra española, la huelga de Laminaciones de Bandas, que finalizará tras la ocupación de la factoría por la Guardia Civil y el despido de 564 huelguistas. Para abortar un incipiente movimiento de solidaridad con los trabajadores de Bandas, el estado burgués desencadenará una amplia represión que acabará con cientos de trabajadores encarcelados y deportados y la declaración del estado de excepción en la provincia de Vizcaya en abril de 1967.

ETA: desde la V asamblea hasta la muerte de Franco

Una de las nuevas adquisiciones teóricas de la V asamblea de ETA va a ser el concepto del pueblo trabajador vasco. Dentro de esta categoría social estarían englobados junto a la clase obrera vasca, los campesinos y la pequeña y media burguesía, ya que ésta:
«cuando hay opresión nacional, es nacionalista. La burguesía nacional sobre todo la pequeña burguesía que colabora con el Pueblo Trabajador Vasco en nuestra liberación nacional es hoy, en su práctica revolucionaria, y, por lo tanto, parte del pueblo» (Ideología oficial de ETA. 2° parte de la V° asamblea. Citado por Garmendia, op. cit., Tomo II, pág. 16).
La influencia en la organización del modelo maoísta va a ser determinante, de tal forma que se asimilará de manera puramente mecánica, como es lo habitual en ETA, la situación de un país atrasado como China con la de España y el País Vasco plenamente industrializados y por tanto con una estructura económica y social ya archimadura para la revolución proletaria anticapitalista. Junto a esto la lucha de ETA se va a estructurar en 4 frentes: militar, económico, político y cultural. Estos «frentes» ya habían sido planteados por Krutwig en la revista «Branka» con anterioridad, siguiendo el modelo vietnamita. Y en esto Krutwig demostraba cierta coherencia ya que asimilaba el nacionalismo vasco a un nacionalismo «del tipo de los del tercer mundo».

Para suplir la fuerte pérdida de militancia sufrida tras la expulsión de la Oficina Política y el sector obrerista después de la V asamblea, ETA va a recurrir al activismo armado y a acciones con las que obtener una amplia resonancia y repercusión propagandística. Pero la derrota y expulsión de los obreristas no supondrá que ETA dé la espalda al movimiento obrero. La concentración y combatividad del proletariado en el País Vasco hacen que ETA tras la V asamblea siga participando dentro de las Comisiones Obreras para dotarlas de «espíritu patriótico». En definitiva se trataba de llevar por otro camino el mismo trabajo que estaban realizando los estalinistas del PCE, es decir, hacerse con la dirección de estos organismos de defensa económica surgidos de la misma clase obrera, para impedir en su interior cualquier posibilidad futura de lucha clasista coordinada.

En junio de 1968 tiene lugar, coincidiendo con esta fase de activismo armado de ETA, un tiroteo donde mueren un guardia civil y poco más tarde el etarra Echebarrieta. Esto y la condena a muerte en un Consejo de Guerra, del militante que le acompañaba, Sarasketa (posteriormente indultado), traerá consigo una amplia campaña nacionalista en la que participará activamente el bajo clero vasco. Siguiendo con esta línea de respuesta armada, el día 2 de agosto de 1968 tendrá lugar la acción con mayor repercusión de cuantas había realizado ETA hasta la fecha. Ese día caerá abatido en Irún el comisario de la tristemente célebre Brigada Político Social franquista, Melitón Manzanas, conocidísimo torturador de militantes obreros y de opositores al régimen. La simpatía con que fue acogida la noticia de esta muerte no sólo en el País Vasco sino en el resto de España viene recogida como sigue en la publicación «Iraultza» (Revolución) citada por Letamendía, op. cit., pág. 270:
«Melitón Manzanas era la misma personificación del imperialismo español en Euskadi […]. Su actividad se dirigió principalmente contra ETA; también era el verdugo de cualquier patriota vasco e incluso de cualquier demócrata español que cayera en sus manos. Por consiguiente, sin contradecir el significado nacional vasco del acto, su significado popular fue comprendido en el mundo y particularmente por los pueblos peninsulares».
Una parte de las acciones de ETA durante este periodo, gozaron de aceptación por parte de un sector considerable de la población y de la clase obrera en especial, y este emblemático atentado influyó en este sentido. Por nuestra parte, aclararemos que la teoría marxista del Estado y de la violencia revolucionaria, ciertamente no tiene nada en común con el atentado individual, y mucho menos si éste se realiza con finalidades de consolidación de formas sociales burguesas, caso de ETA. La autodefensa proletaria, claramente definida en cuanto a sus medios y finalidades, cuando tenga que llevarse a cabo, no será más que un eslabón de la cadena de la lucha de clase, estrechamente ligado a todo el sistema de lucha que el partido comunista debe desarrollar.

La eliminación de Manzanas y la oleada huelguística de los años 68 y 69 vuelve a repetir el esquema habitual ofrecido por el franquismo en estas circunstancias: estado de excepción en toda España y represión generalizada. La burguesía pone de nuevo en vigor el Decreto de Rebelión militar, Bandidaje y Terrorismo, creado para reprimir la oposición armada (los maquis) mantenida tras la victoria fascista en la guerra civil. Sin embargo será esta represión generalizada sobre la población la que contribuya aún más a difundir las ideas y la popularidad de ETA, como fuerza que se enfrentaba a la represión fascista sobre su propio terreno: el de la violencia armada y terrorista. Esto le granjeará a ETA por estas fechas una afluencia inusitada de militantes, sobre todo obreros y no sólo vascos de origen, y lógicamente el peso del Frente Obrero, propugnado por ETA en la V asamblea se hará cada vez más evidente. Nos encontraremos nuevamente con la eterna dualidad que se ha presentado dentro de ETA a lo largo de su trayectoria política: la diatriba movimiento obrero versus nacionalismo. Su resolución está en la base de todas las escisiones y expulsiones sufridas en esta organización desde su aparición, y un nuevo reflejo de ello será la VI asamblea.

La primera parte de la VI asamblea de ETA, celebrada en agosto de 1970, va a tener una gran repercusión, al igual que la tuvo la V, en su trayectoria futura. Se empezaba a vislumbrar ya la transición del régimen capitalista español, desde sus formas fascistas a las democráticas, y en esta ocasión todos los sectores nacionalistas ortodoxos dentro y fuera de ETA (PNV incluido) harán todo lo posible para apartar a los nuevos obreristas del control de la organización. Cuatro tendencias principales van a enfrentarse en esta VI asamblea: Las Células Rojas, más partidarias de una acción políticapresuntamente proletaria y contrarias al nacionalismo y al activismo armado; la dirección de ETA partidaria de la constitución de ETA en partido de la clase trabajadora para dirigir la revolución vasca; los partidarios de las tesis colonialistas; y los así llamados milis, partidarios de la acción armada en sentido nacionalista sobre todas las demás. Estas dos últimas tendencias serán las que se impongan, una vez más, provocando la escisión. Los escindidos tampoco harán su salida de manera unitaria. Las Células Rojas continuarán publicando la revista «Saoiak» hasta que se apaguen los ecos del 68 europeo y desaparezcan de la escena política. Por su parte la defenestrada dirección continuará la actividad política bajo las siglas de ETA VI, para distinguirse de la línea nacionalista que propugnará ETA V. Tras los procesos de Burgos[37], ETA V, la línea oficial, para aclararnos, buscará la constitución de un Frente Nacional. Las reuniones preparatorias no tendrán mucho éxito, pues además de la significativa ausencia del PNV, pronto surgirán los recelos entre los nacionalistas debido a la propuesta de los escindidos (ETA VI) de aceptar en dichas conversaciones a las organizaciones presuntamente marxistas (PCE y Komunistak-ETA Berri). La pugna entre la V y la VI asamblea se decidirá finalmente a favor de estos últimos[38]. Tras esta nueva escisión, ETA incrementará sus acciones armadas hasta culminar en la muerte de Carrero Blanco[39]. La actividad de ETA se mantendrá dentro de esta línea, que originará alguna otra escisión menor (grupo LAIA) hasta llegar al momento clave de las grandes convulsiones sociales en España previas a la muerte de Franco, y que en el caso concreto del País Vasco se traducirán en huelgas obreras generalizadas y generales, atentados de ETA y respuesta del agónico franquismo bajo las formas represivas habituales incluyendo el fusilamiento de varios militantes de ETA y FRAP (Frente Revolucionario Antifascista y Patriótico). Paralelamente a estos actos de «firmeza», realizados para satisfacer a los sectores más inamovibles del franquismo, la burguesía española empezaba a poner en marcha, con la ayuda inestimable del oportunismo político-sindical, el cambio de máscara, sustituyendo la fascista, incapaz de contener el descontento obrero, por la democrática, que se ha demostrado como sumamente eficaz.

De la muerte de Franco al Estatuto de Guernica

Tras la muy oportuna muerte de Franco, y al igual que habían hecho durante la dictadura, las organizaciones democráticas españolas pusieron todo su empeño en tratar de desviar la formidable combatividad proletaria de aquellos años hacia objetivos puramente democráticos, que en definitiva, no eran otros que reforzar la dictadura de la burguesía y del capital. Esta tarea, a priori de gran envergadura, no resultó demasiado difícil ya que la clase obrera carente de organismos genuinamente clasistas y dominada en consecuencia por la ideología democrática dominante se convirtió en dócil instrumento del enemigo de clase.

El particular curso histórico que ha marcado la región vasca, imprimió a estos primeros años de la transición un carácter muy distinto al que se daría en el resto de España[40].

La crisis económica de los 70 marcaría muy significativamente el tejido industrial y laboral vasco. Es precisamente en este periodo cuando el saldo migratorio hacia las provincias vascas empieza a estabilizarse e incluso a mostrar signo negativo a finales de esta década. El proceso de adaptación de la industria a las nuevas necesidades del mercado mundial, en el cual la economía española ya estaba plenamente inmersa, trajo consigo un aumento de la tasa de paro muy superior al de los otros países del entorno socioeconómico español[41]. Una de las principales causas sería la fuerte dependencia de la industria española del proteccionismo estatal, fiel reflejo de la débil posición del capitalismo español a nivel internacional.

Estos años de crisis llevarían a una situación crítica a muchas de las pequeñas y medianas empresas vascas, menos favorecidas por el proteccionismo estatal que los grandes grupos industriales. Éste sería el caso, por ejemplo, del sector de los astilleros pesqueros y de la máquina herramienta, sectores ambos donde el predominio de la pequeña y mediana industria era indiscutible. El descontento de esta pequeña y mediana burguesía se expresará inevitablemente a través de las formas ideológicas y políticas que le son propias. De esta manera los sectores más o menos vinculados al PNV apremiarán a éste para que presione al gobierno de Madrid al objeto de recabar también para ellos las apremiantes subvenciones estatales que recibía la gran industria. Esto obligará al PNV, al igual que ha sucedido ante otras coyunturas históricas semejantes desde la fundación de este partido clerical-burgués, a guardar ciertas formas de intransigencia para no defraudar a su base electoral[42]. Los descontentos con la política tibia practicada por el PNV, aparte de apoyar a ETA-Militar, se agruparán en la así llamada Mesa de Alsasua, primer núcleo de lo que posteriormente será la coalición electoral HerriBatasuna (Unidad Popular). En dicha coalición, creada precisamente en 1978, aparecerán viejas figuras del nacionalismo en su versión más antiobrera (Telesforo Monzón)[43], y junto a ellos una serie de organizaciones nacionalistas con verborrea socializante, vinculadas algunas de ellas directamente a ETA-Militar o a grupos empresariales cooperativistas vascos.

Una característica común a ambos bloques nacionalistas (PNV por un lado y HB-ETA Militar por otro) será hacerse eco de las demandas de los sectores burgueses que representan, dirigiendo una vez más hacia el centro de la península el dedo acusador ante los efectos de la crisis. Por eso, desde el punto de vista de las organizaciones nacionalistas vascas, el odiado centralismo de Madrid al que se acusó en su momento de genocidio etnocultural al propiciar la invasión maqueta de los años 50 y 60, sería a finales de los 70 y comienzos de los 80 responsable de la ruina económica del País Vasco.

Dentro de ETA la perspectiva de sustitución de la dictadura franquista por un régimen democrático abrirá un proceso de crisis interna. Ya hemos visto en anteriores exposiciones como la reacción de ETA ante nuevos factores coyunturales ha ido acompañada de su inevitable cortejo de enfrentamientos internos (a veces muy violentos), fracciones y finalmente escisiones.

En esta ocasión, la escisión se consumará dentro de ETA tras la celebración de su VII asamblea en septiembre de 1974. El así llamado Frente Militar se constituirá como ETA Militar (ETA-M). El resto de la organización adoptará el nombre de ETA Político- Militar (ETA-PM), dejando clara con esta denominación su voluntad de actuar ante los próximos acontecimientos políticos que se avecinaban no sólo desde una perspectiva pura y prioritariamente militar[44]. Sin renunciar en este periodo a las acciones armadas, el sector organizado alrededor de ETA-PM se mostrará más partidario de ampliar su campo de influencia sobre la clase obrera, lo que creará numerosos enfrentamientos entre ETA-PM y el resto de la comunidad nacionalista. La culminación de estos enfrentamientos será el secuestro y muerte a manos de ETA-PM del director de la empresa SIGMA, Ángel Berazadi, persona vinculada al PNV. Su muerte provocará la dimisión forzosa de los miembros de la directiva de ETA-PM implicados. Unos meses más tarde, en julio de 1976, uno de los principales dirigentes de ETA-PM, Eduardo Moreno Bergareche (alias Pertur) desaparecerá para siempre sin dejar rastro[45]. De esta forma se privaba a ETA-PM de uno de sus principales teóricos, si bien, desde el punto de vista del marxismo ortodoxo, las posiciones de Pertur no eran sino el enésimo intento de conjugar en una imposible mezcla el marxismo y la liberación nacional dentro de un área archimadura para la revolución socialista[46]. Un año más tarde, y con motivo de las elecciones generales de junio de 1977, los comandos Bereziak (Especiales) abandonarán ETA-PM en disconformidad con el planteamiento de la dirección de apoyar la participación de su brazo político-electoral Euskadiko Ezkerra (EE) en dichas elecciones. Una parte de los Bereziak se integrará en ETA-M y otra formará un nuevo grupo los Comandos Autónomos Anticapitalistas. Paralelamente a estos acontecimientos ETA-M creará su propio brazo político HASI (Herriko Alderdi Sozialista Iraultzailea – Partido Socialista Revolucionario Popular) en julio de ese mismo año. Dicho partido será uno de los componentes de la Mesa de Alsasua y posteriormente de Herri Batasuna, como ya se ha comentado anteriormente.

Resulta interesante observar los resultados electorales en las elecciones de 1977, comparándolos con los de posteriores comicios, ya que se repite en mayor o menor escala lo que ha venido siendo una constante desde finales del siglo pasado: con independencia de la variabilidad de las siglas, los distintos sectores de la sociedad vasca han ido orientando su opción política de una manera más o menos constante. Así el Partido Socialista Obrero Español, consolidado ya sin ningún género de dudas como un auténtico partido al servicio del capitalismo, se convertirá, paradójicamente, en la formación política predominante en las grandes urbes industriales con un gran número de trabajadores emigrantes, mientras que el PNV, pese a no ser siempre el partido más votado, si será el partido con mayor influencia en la sociedad vasca[47]. Los partidos netamente pequeño- burgueses (como Herri Batasuna) mantendrán una relativa importancia sobre todo en zonas del interior guipuzcoano, con predominio de pequeñas industrias y talleres en zonas predominantemente vascófonas.

Tras estas elecciones, y fruto de la campaña orquestada por las organizaciones nacionalistas, el gobierno de UCD (Unión de Centro Democrático) decretó una amnistía para los presos políticos, si bien se trató de una medida de alcance limitado, ya que los presos involucrados en acciones sangrientas quedarían al margen de dicha amnistía. Tal medida, evidentemente no solucionaría gran cosa, ya que desde el punto de vista de los nacionalistas radicales, «las causas» que llevaron a la cárcel a esas personas seguían vigentes, por lo que la vigencia de la lucha armada quedaba plenamente legitimada.

El rechazo de una gran parte de la población vasca al nuevo curso político reinante en España, quedó patente tras la celebración del referéndum constitucional en diciembre de 1978. Herri Batasuna y ETA-M mostraron su rechazo abierto a una Constitución española que sancionaba la opresión y la división de Euskadi. El muy influyente PNV optó prudentemente por la abstención, fiel a su tradicional política jesuítica, determinando con esta postura que en el País Vasco la Constitución española de 1978 no fuese aprobada mayoritariamente por la población consultada. No obstante tanto el PNV como EE (el brazo político de ETA-PM) irán aceptando progresivamente y de manera abierta las reglas del juego constitucional. De este hecho obtendría la mayor rentabilidad el PNV, mientras que por el contrario EE y ETA-PM sufrirían una pérdida de influencia que se traduciría en un crecimiento del apoyo a Herri Batasuna y a ETA-M.

Esta división de los nacionalistas, más evidente en cuanto a los medios que en cuanto a los fines, se plasmaría nuevamente con ocasión de la tramitación y aprobación mediante referéndum del Estatuto de Autonomía vasco en julio de 1979. En esta ocasión el PNV, satisfecho con las competencias aprobadas o en perspectivas de serlo[48], pediría el voto a favor del Estatuto, al igual que EE y el resto de los partidos democráticos, salvo Herri Batasuna[49]. Pese a todo, el Estatuto resultó aprobado por una exigua mayoría (el 54 %), registrándose una abstención del 40 por ciento y un 3 % de votos en contra.

Guerra Sucia contra ETA. Conexiones internacionales

No cabe duda de que la existencia de un fuerte movimiento nacional-separatista en el País Vasco constituye un eficaz muro de contención de las luchas obreras y, en situaciones concretas, un arma imprescindible contra la revolución proletaria, como demuestra la experiencia de la guerra civil española de 1936. No obstante, al tratarse de un movimiento propio de la pequeña y media burguesía, el Estado capitalista debe limitar sus acciones manteniéndolas dentro del terreno de lo asumible. Traspasado este límite el poderoso garrote estatal cae sobre el infractor, dejando muy claro que el poder real del estado pertenece a los grandes capitalistas.

Desde aproximadamente 1975 van a surgir una serie de grupos, claramente vinculados con las fuerzas de seguridad españolas, que aparte de atentar contra opositores al régimen franquista agónico y contra militantes obreros, ampliarán su campo de acción contra refugiados vascos en el sur de Francia. Entre estos grupos de asesinos al servicio del estado capitalista encontraremos a la Triple A (Alianza Apostólica Anticomunista), Guerrilleros de Cristo Rey y ATE (Antiterrorismo ETA). El hecho de que estas bandas blancas operasen dentro de Francia motivó serios conflictos con el gobierno de París, que encubriendo sus protestas como un ataque a la soberanía nacional francesa, manifestaba realmente el interés por parte de Francia de mantener su territorio como santuario etarra y obtener notables ventajas económicas con este hecho[50].

El gobierno francés ha mostrado siempre una especial lentitud a la hora de colaborar con sus colegas al sur de los Pirineos en el tema del terrorismo de ETA. Dicha actitud contrasta abiertamente con la mantenida con otros países, por ejemplo con Alemania[51], demostrando que en el terreno de las relaciones internacionales, también hay clases. Pero en enero de 1979 el gobierno español lograría un relativo éxito al conseguir que el gobierno francés suprimiera el estatuto de refugiados políticos a los etarras, aunque manteniendo el derecho de asilo[52]. Dicha medida provocaría un aparente disgusto en las filas de ETA- HB, que emprenderían una campaña destinada a atentar contra intereses franceses en España, pero no en Francia. Así se colocaron bombas en diversos concesionarios de coches y en entidades bancarias francesas de varias ciudades vascas, de la misma manera que se comenzó a incluir también como responsables de «la política represiva francesa hacia el pueblo vasco» a los camioneros y turistas franceses, que empezaron a ver sus vehículos incendiados. Pero pese a este pataleo típicamente pequeño-burgués, a la dirección de ETA-M no le interesaba para nada empeorar sus relaciones con el gobierno francés que todavía permitía una gran libertad de movimientos a los militantes de ETA. Por estas fechas, en junio de 1979, tendrá lugar la primera acción armada del grupo vasco- francés Iparretarrak (IK, los del Norte)[53]. La posterior campaña violenta de IK no será vista con buenos ojos por ETA-M, consciente de que su apoyo a los del Norte no dejaría de tener consecuencias sobre la permisividad francesa en sus movimientos. La ruptura será casi total tras el atentado de IK contra el Palacio de Justicia de Bayona en julio de 1986. ETA-M y sus organismos satélites acusarán a IK de perjudicar con sus acciones en Francia la lucha del pueblo vasco, respondiendo IK que ETA se mostraría «revolucionaria» en el sur pero «reformista» en el norte.

La política de entendimiento entre los estados francés y español continuará con altibajos tras la llegada al poder del PSOE en octubre de 1982[54]. Ante la falta de avances significativos entraron en escena los GAL, enésimo montaje estatal underground para combatir dentro del territorio francés a las dos ramas de ETA. La readopción de medidas contraterroristas de este tipo venía siendo reclamada prácticamente desde todos los sectores del partido único del orden burgués no vinculados al nacionalismo vasco. Uno de los portavoces más cualificados de este estado de opinión era Manuel Fraga Iribarne, actual presidente de Galicia, y buen conocedor de estos temas por ser él mismo un gran especialista en aplicar medidas terroristas contra la clase trabajadora española. El hecho es que las primeras acciones de los GAL (entre otros el secuestro de Segundo Marey y el secuestro, tortura y asesinato de los presuntos etarras Lasa y Zabala), aparte de unir contra estos hechosa la familia nacionalista (HB, EE y PNV) consiguió que Francia se implicase más en la lucha contra ETA, pero no desinteresadamente[55]. Será por estas fechas cuando comience la política de deportaciones de etarras por parte del gobierno de Mitterand, preferentemente a países centroamericanos y de Africa, y de nuevo el asunto de ETA servirá para que empresas francesas obtengan jugosos contratos de material bélico para equipar al ejército español[56].

Esta dinámica de transacciones comerciales con el terrorismo de ETA como fondo, será utilizada igualmente por otros países, interesados en conseguir a través de la mercancía etarra interesantes contratos con el gobierno español[57]. Pese a la disposición de grandes recursos, los ataques de los GAL demostraron que también en materia de terrorismo de Estado, España es una potencia de segundo orden. Aparte del secuestro y posterior liberación en lamentable estado de Segundo Marey, una persona completamente ajena al tema ETA, fueron asesinadas o heridas otra serie de personas que se hallaban en las mismas circunstancias que Marey, como García Goena. Estos fracasos y la presión de Francia motivaron que los GAL fuesen disueltos. Actualmente este asunto está siendo tratado judicialmente poniendo una vez más en evidencia la participación directa del aparato del estado. Éste no dudará en secuestrar, torturar y asesinar nuevamente cuando las circunstancias así lo reclamen, y quizás algún día pueda verse a los feroces enemigos de hoy unirse contra un enemigo común, actualmente ausente de la escena histórica pero llamado por un imperativo material a asumir ineludiblemente sus tareas revolucionarias.

Desde el Estatuto hasta hoy. Perspectivas futuras

La aprobación en referéndum del Estatuto de Autonomía vasco no supondrá el cese de las actividades de las dos ramas de ETA. Por el contrario las acciones armadas seguirán manteniéndose y de esta manera los partidos nacionalistas y el entramado empresarial ligado a ellos irán ampliando las cotas de autogobierno (o sea mayor participación en el reparto de la plusvalía arrancada al proletariado). Dentro de ETA P-M la aprobación del Estatuto abrirá de nuevo las puertas a un proceso de crisis interna. Tras un periodo de reflexión analizando, entre otras cosas las secuelas del fallido golpe de Estado del 23 de febrero de 1981, llegará la ruptura. Ésta se consumará en febrero de 1982 tras la celebración en Francia de la VIII Asamblea de los polimilis. El sector minoritario irá negociando su progresiva incorporación a la vida política parlamentaria a través de Euskadiko Ezkerra hasta llegar a su incorporación dentro del PSOE, mientras que la mayoría partidaria de continuar con las acciones armadas no verá más alternativa que integrarse en ETA-m o desaparecer de la escena[58].

Tras este proceso de desintegración de su más próximo rival político quedará como única expresión del radicalismo pequeño-burgués en su versión vasca ETA-m y Herri Batasuna que tratarán de canalizar dentro de una perspectiva abertzale (patriótica) todo tipo de movimiento social. Así las protestas laborales y medioambientales serán adaptadas a las necesidades políticas del discurso nacionalista en su versión radical, y lo mismo sucederá con las mujeres, los jóvenes, los parados, etc. ETA-HB crearán una infinidad de organismos satélites que se caracterizarán por estar formados por los militantes o simpatizantes del MLNV (Movimiento de Liberación Nacional Vasco).

Por lo que respecta al PNV, éste irá aumentando progresivamente su red de poder a través del clientelismo electoral, como en los viejos tiempos del caciquismo. En dicho proceso, común por lo demás a todos los partidarios del parlamentarismo, algunos compañeros de viaje se quedarán casi en la cuneta enmascarando las rupturas con motivos fútiles ¡como la defensa de los fueros medievales contra la modernizació![59].

Ante este panorama de sucio y bajo politiqueo burgués, que lo sigue siendo por más que estallen las bombas o traqueteen las metralletas, la clase obrera, tras la llegada de la democracia ha sido la gran ausente en la escena política. Carente de organismos autónomos propios y de su partido revolucionario de clase se ha convertido en un pelele en manos del nacionalismo y de los partidos del capital con siglas obreras. Los grandes procesos de reconversión industrial, con su inevitable cortejo de despidos y represión han demostrado que el poder del oportunismo (en su versión clásica o nacionalista pequeño burguesa) es aún muy grande en el País Vasco. La lucha de los trabajadores de las grandes industrias afectadas durante este proceso en los años 80 y 90 aparte de ser sistemáticamente traicionada por los sindicatos del régimen burgués, ha sido constantemente saboteada por todo el arco político radical vasco, que en la práctica se muestra como el verdadero bastón de apoyo de la política antiobrera ejercida históricamente por los jaunchos del PNV.

Los proletarios que intenten defender en el País Vasco con métodos clasistas sus propias condiciones de vida y de trabajo van a encontrar, junto a la consabida represión patrono-estatal, la represión del mundo abertzale, que calificará de españolismo cualquier acción autónoma del proletariado en ese sentido. Las perspectivas actuales de cara al futuro no parecen ofrecer un panorama en el que ETA (o sus sustitutos con armas o sin ellas) no dejen de estar presentes. El Estado de la gran burguesía vasco-española puede perfectamente asumir los costes que le origina una pequeña partida armada aunque esté respaldada por casi doscientos mil votos, pues es consciente del gran papel contrarrevolucionario del nacionalismo en todas sus versiones. La revolución social, el comunismo, el verdadero espectro que realmente aterroriza las conciencias burguesas independientemente de su grupo sanguíneo o de su configuración craneal, deberá abrirse paso a través de un mundo de mentiras impuestas a través de la manipulación y el terror de clase, dentro de los cuales el nacionalismo ocupa un lugar primordial.

Notes:
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  1. Con anterioridad, un decreto del gobierno, a partir del 1 de enero de 1863, ya había reducido los impuestos forales que casi imposibilitaban la venta de hierro fuera de Vizcaya. [⤒]

  2. Llamados así porque el mako era en la zona minera vizcaína, el hatillo donde los proletarios de otras regiones llevaban sus escasísimas pertenencias. Desde ese momento, el término maketo, ha sido empleado con carácter despectivo por los nacionalistas vascos para referirse a quienes no son originarios de Vasconia. [⤒]

  3. En junio de 1886 se constituyó la Agrupación Socialista de Bilbao. [⤒]

  4. Esta política plenamente conciliadora será recogida como sigue por el periódico bilbaíno «El Nervión» (1–5–1897):
    «Se ha ido modificando bastante aquella actitud semirrevoltosa en que el partido socialista obrero se colocó para pedir la aprobación de las reformas escritas en su bandera… Tales procedimientos han sido abandonados»
    ¡Y de manera irrevocable! [⤒]

  5. El peso en Madrid de este sector de la burguesía vasca será tan grande, que el gobierno impondrá un fuerte proteccionismo arancelario para favorecer la competitividad del acero vizcaíno en el mercado interno español, su mercado natural. Así lo manifestará claramente la Liga Vizcaína de Productores (la patronal) en un informe presentado al Congreso de Diputados con fecha 21–10–1894, y en el cual se dice que la industria:
    «necesita imprescindiblemente de todo el mercado español, que es de suyo muy pequeño, pues de seguir privado de él […] las condiciones de producción son tan fatales que conducen sin remedio a su completa ruina». [⤒]

  6. «El fuerista para serlo de verdad, ha de ser necesariamente separatista» (Sabino Arana. «Fuerismo es separatismo», «Bizkaitarra» № 8, 22 de abril de 1894). [⤒]

  7. Neologismo inventado por Arana para designar al territorio que él consideraba como vasco. La simbología empleada por los nacionalistas vascos tiene su origen en las invenciones de los hermanos Arana y sus cofrades, como sucede con la ikurriña, la bandera vasca, y con la depuración lingüística e histórica. [⤒]

  8. «Euskeldun Batzokija». Sociedad patriótica antecesora directa del PNV (ndr). [⤒]

  9. «Ved abiertas y arrancadas las entrañas de la tierra, taladrados los montes, refrenados los violentos ímpetus de la mar, surcadas las aguas por un sinnúmero de navíos, velada por el humo la azul atmósfera, convertido en luz y en fuerza el salto de las fuentes […]. Todo es obra del vasco» (Sabino Arana, «Conócete a ti mismo», «Euzkadi», № 3, septiembre de 1901).
    Compárese este nuevo enfoque con las maldiciones apocalípticas que lanzaba el Arana de los primeros años del nacionalismo, contra el industrialismo capitalista. [⤒]

  10. 10. El temor ante la amenaza revolucionaria constituía un elemento común a todas las tendencias del nacionalismo vasco. Así en «Aberri» (20 de julio de 1923) se afirmaba:
    «Los pueblos cultos saben hacer revoluciones; los pueblos incultos no saben hacer más que grandes carnicerías. España es uno de los pueblos más atrasados del globo, y la revolución que España hiciera sería un modelo de salvajismo y de venganzas sangrientas. Si no nos preparamos, si seguimos indiferentes, cuando llegue el momento no podremos apartarnos y nos hundiremos con España en el precipicio que se abre a sus pies» («Aberri», 20 de julio de 1923). [⤒]

  11. Señalemos el famoso discurso de F. de Echevarría en Bilbao, en 1926, en nombre de la Liga Vizcaína de Productores, felicitando al nuevo régimen por las directrices económicas adoptadas. Directrices que, dicho sea de paso, ella misma había propuesto al gobierno de Primo de Rivera. [⤒]

  12. El gobierno de Primo de Rivera prohibió la utilización a nivel oficial de cualquier lengua distinta al castellano. No obstante ya desde 1926 todas las lenguas habladas en España estaban legalmente autorizadas para ingresar de pleno derecho en la Academia de la Lengua. [⤒]

  13. En noviembre de 1930 la Comunión Nacionalista y el Partido Nacionalista Vasco vuelven a fusionarse con las siglas de siempre. El nuevo PNV contará con la base social habitual: campesinos, pescadores, obreros de procedencia y habla vasca, clero y pequeña y media burguesía. Su línea política tampoco ofrecerá demasiadas novedades: independentismo nebuloso, ramalazos xenófobos, y sobre todo defensa a ultranza de la propiedad privada y anticomunismo exacerbado. También, y como había sucedido en 1910 con Aberri eta Askatasuna (Patria y Libertad), una parte de la pequeña burguesía intelectual laica y urbana formó Eusko Abertzale Ekintza (Acción Nacionalista Vasca), grupo político del tipo de Acció Catalana que nunca llegaría a eclipsar mínimamente la influencia del PNV. [⤒]

  14. El ambiente insurreccional ya se respiraba en el ambiente, y de nuevo, como siempre había hecho en situaciones semejantes desde los tiempos de Sabino Arana, el PNV clamó contra la gran burguesía reprochándole que:
    «ni en sus minas ni en sus fábricas dejaron en años y años ni el rastro de una escuela católica; que entregaron minas y fábricas en manos del socialismo […]; que con su egoísmo, su ambición, con su afán inmoderado de riquezas, con el abandono en que tuvieron el cuerpo y el alma de los obreros, hicieran todo, todo, absolutamente todo lo necesario para que los humildes se apartaran de sus creencias […]. ¿Con qué derecho tronais ahora hipócritamente contra los ‹extremismos revolucionarios›?» («Euskadi», 22 de septiembre de 1934. Citado por Payne, «El nacionalismo vasco, de sus orígenes a ETA», pág. 201). [⤒]

  15. En 1933, SOV adoptará las siglas STV (Solidaridad de Trabajadores Vascos), sin que este cambio afecte para nada a su línea político y sindical amarillo-blanqueante. [⤒]

  16. No deja de ser significativo que hasta el 18 de septiembre de 1936, el general Mola, jefe del ejército fascista del norte, no disolviese las organizaciones nacionalistas vascas. [⤒]

  17. Prescindiendo de la teatralidad, obligada por razones electorales, el juramento de su cargo por parte de Aguirre, pronunciado en vascuence y castellano, no deja de tener una significación muy especial para valorar la participación del PCE-PSOE en dicho gobierno autónomo. El solemne juramento reza así:
    «Ante Dios humillado, en pie sobre la tierra vasca, con el recuerdo de los antepasados, bajo el árbol de Guernika, juro cumplir fielmente mi mandato». [⤒]

  18. Líder espiritual de STV. [⤒]

  19. De cualquier modo la posesión de estos planos secretos no haría sino poner aún más de manifiesto para los mandos fascistas la escasa efectividad de unas fortificaciones cuya preparación realizaron ingenieros civiles sin ninguna experiencia militar. [⤒]

  20. La única «ofensiva» del ejército vasco se llevó a cabo en noviembre-diciembre de 1936 contra la capital alavesa, Vitoria, que estaba en manos fascistas. El objetivo inmediato era la toma de Villarreal de Alava, lo cual facilitaría la caída de Vitoria. Desde el punto de vista militar resulta increíble e inconcebible que el ejército vasco, apoyado por unidades asturianas y santanderinas, siendo muy superior en número y armamento, y que contaba además con cobertura aérea, no consiguiese rendir Villareal, defendida por poco más de 600 fascistas y escasa artillería. Desde el punto de vista político, que es el que en definitiva marca la estrategia militar, este hecho se explica por las características mismas de la «ofensiva». Ésta se llevó a cabo para lavar la imagen de inactividad que el gobierno vasco empezaba a suscitar entre las masas. Por otra parte la caída de Vitoria habría supuesto un respiro para Madrid, atacada por Franco, lo cual no era recomendable desde ningún punto de vista, ni para Franco, ni para el PNV ni para el Frente Popular. Todos contaban con una caída rápida de Madrid, pero el proletariado de la capital resistió. [⤒]

  21. Se calcula que alrededor de 200 000 personas huyeron al extranjero desde el País Vasco. [⤒]

  22. «Para los intereses de la industria vizcaína, además de la construcción naval y la construcción de material ferroviario, han de ser en extremo beneficiosos los trabajos que se emprendan de acuerdo con el plan preparado por el Sr. Ministro de Obras Públicas, la construcción de carreteras y puertos, que incluye la construcción de grúas, puentes metálicos, hormigoneras, apisonadoras, herramientas, etc» (Declaraciones de Alfonso Churruca, presidente del Centro industrial de Vizcaya al «Diario Vasco», Febrero de 1939. Citado por Lorenzo Espinosa, op. cit., pág. 48). [⤒]

  23. En abril de 1940 y abril de 1941 Gran Bretaña concedió importantes préstamos a la España franquista. [⤒]

  24. Tras la caída de Bilbao en poder de las tropas fascistas, el régimen de los Conciertos Económicos fue abolido en Vizcaya y Guipúzcoa, como castigo a estas provincias «traidoras» por no secundar el «Alzamiento Nacional», siendo conservado por contra en Alava y Navarra. De cualquier forma esto no tuvo más que una repercusión puramente propagandística, ya que tan radical medida punitiva no influyó para nada en la buena marcha de los negocios y en el desarrollo de la actividad industrial de Vizcaya y Guipúzcoa. [⤒]

  25. Ya en 1940 el general Muñoz Grandes (secretario general de Falange Española Tradicionalista) mostraba inequívocamente las pretensiones del régimen a este respecto:
    «Hemos de cuidar muy esmeradamente, no sólo de respetar, sino de sostener y fomentar por todos los medios la iniciativa privada como factor principal de la economía». (Conferencia pronunciada en el Instituto de Estudios Políticos, Madrid 1940. Citado por José María Lorenzo Espinosa en «Dictadura y dividendo. El discreto negocio de la burguesía vasca», pág. 26. Ed. Deusto, 1989). Y José María de Areilza lo expresará de manera mucho más alusiva hacia esos sectores nacionalizadores de Falange:
    «Sin la iniciativa privada, todo el empeño autárquico, que es en síntesis industrialización creciente, quedaría reducido a una mera elucubración teórica. La iniciativa privada, el empresario, el industrial o el fabricante español, es quien ha de llevar sobre sus hombros el peso de la batalla de la autarquía. Suponer que el Estado vaya a convertirse en fabricante o industrial para suplir las deficiencias privadas, no deja de ser una ingenuidad infantil y, lo que es más grave, un error psicológico hondo» («Directrices de la nueva ordenación económica», 1940, Espinosa, op. cit., pág. 31). [⤒]

  26. Habría constituido una medida nada inteligente la permanencia en la España de Franco con todas las garantías de aquellos miembros del PNV con responsabilidades políticas. Más tarde, y así sucederá en realidad, tanto el exilio como la cárcel bajo el franquismo, constituirían una buena tarjeta de presentación antifranquista ante las masas. [⤒]

  27. Julen Madariaga, uno de los fundadores de EKIN-ETA, así lo reconoce:
    «Teníamos una gran inclinación y una enorme simpatía hacia el partido por la simple razón de que en la breve historia de resurrección de la conciencia nacional vasca, el PNV, con sus defectos y altibajos, era la fuerza real que más había hecho por Euskadi» («Punto y Hora de Euskalerria», agosto 1977. Citado por Ander Gurruchaga, «El Código nacionalista vasco durante el franquismo», pág. 205). [⤒]

  28. Previamente a la ruptura, y para reclamar su mediación, algunos miembros de EKIN viajaron a París para entrevistarse con José Antonio Aguirre, presidente del Gobierno Vasco en el exilio. Las gestiones resultarán infructuosas. [⤒]

  29. Así resumirá la situación del grupo social más influyente dentro del PNV, uno de sus máximos exponentes en el exilio:
    «Debemos decir toda la verdad: muchos de estos mismos patronos vascos que han sido o son patriotas en lo profundo de su conciencia, han adquirido desde la guerra civil una segunda naturaleza con la que están en conflicto íntimo todos los días de estos años. Abominan el régimen franquista porque la naturaleza del sistema les ha obligado a cálculos, a esfuerzos, a dispendios, a inmoralidades, que no conjugan con las normas tradicionales vascas de la industria y el comercio [sic], pero están congraciados con el propio régimen que les ha favorecido la audacia estraperlista, la habilidad del más astuto, al mismo tiempo que, por ley penal, les evita las huelgas de los obreros [cursiva nuestra]» (Javier de Landáburu, «La causa del pueblo vasco», pág. 97). [⤒]

  30. ETA reivindica totalmente la figura y la obra de Sabino Arana:
    «Por encima de todo, quedan las esencias del ideal de aquel coloso de la raza vasca, de aquel corazón que forjó el camino de la Resurrección Patria. Misión que a nosotros nos toca cumplir relevándole como portadores de la antorcha olímpica del destino de nuestra patria» («Cuadernos de Formación. Sabino Arana II». Citado por Gurutz Jáuregui Bereciartu, «Ideología y estrategia política de ETA», pág. 90). [⤒]

  31. No hay que olvidar que por aquel entonces, el PNV trataba de mantener unas buenas relaciones con los USA, y estos a su vez pretendían, a través de la CIA, controlar el movimiento nacionalista vasco, según cuenta Francisco Letamendía en «Breve Historia de Euskadi», pág. 242, Ed. Ruedo Ibérico. [⤒]

  32. Su autor Federico Krutwig Sagredo firmará el libro bajo el pseudónimo de Fernando Sarrailh de Ihartza. Krutwig no era ningún desconocido dentro del mundo nacionalista. Siendosecretario de Euskaltzaindia (Academia de la Lengua Vasca) tuvo que abandonar España en 1953 tras pronunciar un discurso que no fue muy del agrado de las autoridades franquistas. En el exilio contactó con el ala radical del nacionalismo (Jagi-Jagi-Aberri). Las posiciones expuestas por Krutwig en «Vasconia» son en resumidas cuentas las del nacionalismo aranista clásico (depurado en parte de su racismo y clericalismo) y las de la «guerra revolucionaria» en su versión de liberación nacional, propias de ese periodo en todas las áreas sometidas al colonialismo occidental. Su influencia en esos años dentro de ETA va a ser determinante. Así lo manifestaba en uno de sus órganos, considerando el «Vasconia» como el
    «libro más importante aparecido en lo que va de siglo sobre el problema de Euskadi» («Zutik», 3° serie, № 16, noviembre 1963, pág. 5, Jáuregui Bereciartu, op. cit., pág. 224). [⤒]

  33. «Nuestro movimiento patriótico ha puesto al descubierto nuestra firme determinación de luchar en un doble frente: el de la liberación nacional de Euskadi y el de la liberación social de los vascos frente a la opresión capitalista» («Zutik» s/n, noviembre 1963, op. cit., pág. 175). [⤒]

  34. Como mucho lo que llegan a formular acerca del contenido político del socialismo no es otra cosa que la apología a secas de la democracia burguesa:
    «Queremos una Euskadi socialista, sí, pero una Euskadi en la que el hombre vasco sea auténticamente libre. Estimamos totalmente necesario para que la vida de nuestro pueblo se desarrolle con garantías de libertad que en la Euskadi del mañana existan la pluralidad de partidos y la pluralidad de sindicatos. Consideramos al partido único y al sindicato único como los medios principales del estado policiaco y totalitario» («Zutik», № 26., cit. por José Mari Garmendia, «Historia de ETA», Tomo I, pág. 147. 1979). [⤒]

  35. Así definía ETA esta estrategia:
    «Supongamos una situación en la que una minoría organizada asesta golpes materiales y psicológicos a la organización del Estado haciendo que éste se vea obligado a responder y reprimir violentamente la agresión. Supongamos que la minoría organizada consigue eludir la represión y hacer que ésta caiga sobre las masas populares. Finalmente supongamos que dicha minoría consigue que en lugar del pánico surja la rebeldía en la población de tal forma que ésta ayude y ampare a la minoría en contra del Estado, con lo que el ciclo acción-represión está en condiciones de repetirse, cada vez con mayor intensidad» («Bases teóricas de la guerra revolucionaria», Ponencia a la IV Asamblea, pág. 1. Primavera de 1965. Garmendia, op. cit., pág. 168). [⤒]

  36. Junto a ellos serán expulsados también los militantes provenientes de ESBA (Eusko Sozialisten Batasuna – Unión de Socialistas Vascos) que se habían incorporado a ETA en 1965–66. En esta V asamblea se asistió, según cuenta Letamendía («Breve Historia de Euskadi», pág. 262–63) a episodios de extrema violencia y de carácter semimafioso. [⤒]

  37. Dicho sea de paso, estos procesos incoados para vengar la muerte de Manzanas, servirán para proyectar a ETA nacional e internacionalmente. [⤒]

  38. Sobre el confusionismo teórico imperante entre la dirección y los militantes de ETA VI por esas fechas, sirva de muestra el siguiente documento:
    «Pero una vez más, al terminar la VI, se olvidaron muchas de las cuestiones allí desarrolladas y, por otra parte, se tendió maquinalmente a amarrar el aparato, y por otra, a pajillear sobre distintas ideas ante la última idea del último libro mal asimilado, con la consecuente repercusión de esas «dudas» en la propaganda, en las circulares internas y, en último término, en la base de la organización, que bien puede decirse que se acuesta nacionalista, se levanta marxista, se merienda maoista, se cena trotskista y acaba acostándose para no levantarse más» («Actas del BT ampliado», Julio de 1972. Cit. por Garmendia, op. cit., pág. 138). [⤒]

  39. La muerte de Carrero Blanco llegará en un momento clave para la preparación de la transición del franquismo a la democracia. Carrero se perfilaba como el sustituto de Franco y su elección como presidente del gobierno era una garantía de continuismo para los sectores más pro-franquistas de la burguesía. Su eliminación era por tanto una necesidad para un normal desarrollo de la transición. La historia posterior así lo ha demostrado. [⤒]

  40. Diversos episodios sangrientos, aparte de las acciones de ETA, jalonan este periodo en el País Vasco: matanza obrera en Vitoria en marzo de 1976 ordenada por Fraga Iribarne, entonces Ministro del Interior y contestada con una huelga general en todo el País Vasco; asesinatos de Montejurra dos meses más tarde… [⤒]

  41. La tasa de paro en el País Vasco era del 1 % en 1973, disparándose hasta el 20 % en 1983 y el 24 % en 1985. [⤒]

  42. Una clara muestra de esta política jesuítica será la posición del PNV ante el referéndum constitucional de 1978, defendiendo la abstención en dicho referéndum. [⤒]

  43. Monzón fue uno de los responsables del orden público en el gobierno vasco durante la guerra civil, y se distinguió particularmente por su política represivacontra los grupos obreros incontrolados, es decir contra aquellos que desconfiando de la justicia burguesa republicana ejercían directamente las represalias contra los fascistas y sus cómplices. [⤒]

  44. Algunas versiones mantienen que la causa real de la ruptura fue la división creada a raíz del atentado en la Cafetería Rolando en Madrid. Lo cierto es que ETA nunca reivindicó dicho atentado por lo cual su influencia dentro de la ruptura tendría en todo caso un carácter secundario. [⤒]

  45. La desaparición de Pertur constituye uno de los mayores enigmas de todo este periodo. La falta de elementos de juicio precisos nos impiden pronunciarnos abiertamente acerca de los verdaderos responsables de esta muerte. La versión más aceptada, sobre todo entre la comunidad nacionalista, es la de la participación de agentes policiales o parapoliciales españoles en este hecho. Por otro lado la familia de Pertur y la versión oficial mantienen que fue asesinado por personas vinculadas a los comandos Bereziak de ETA-PM. No creemos que el secuestro y muerte de Berazadi fuese del todo ajeno al tema que nos ocupa en esta nota, pero de todas formas en todo este asunto del nacionalismo vasco uno de los secretos mejor guardados (aunque se trate de un secreto a voces) es la conexión existente entre el PNV y los sectores tradicionalmente más nacionalistas y menos obreristas dentro de ETA. [⤒]

  46. Así resumía sus intenciones políticas Pertur en marzo de 1975:
    «Yo entiendo que un comunista desde su opresión, tal como hay en Euskadi, no puede olvidar su condición vasca. Por esta razón, porque soy vasco, intento realizar mi opción comunista aquí, en Euskadi, luchando no solamente por el triunfo de la revolución socialista, sino también para la liberación nacional de la gente a la que yo pertenezco. Estoy preocupado por proporcionar una respuesta al problema vasco. Lo que podría ser nuevo en esta postura es que la lucha nacional se desarrolle dentro del cuadro comunista de la lucha de clases» («Hitz», marzo de 1975. Citado por Sagrario Morán, «ETA, entre España y Francia», pág. 82.). [⤒]

  47. Este hecho demuestra el mito de la feroz persecución del régimen franquista hacia el PNV, que pese a su ilegalidad, pudo seguir trabajando en la sombra sin ser excesivamente molestado. Algo muy distinto sucedería con los trabajadores en huelga y sus organizaciones, ferozmente reprimidos en el País Vasco y en toda España. [⤒]

  48. El Estatuto de Guernica ofrecía la posibilidad, que se plasmaría posteriormente entre otras cosas gracias a la existencia del terrorismo etarra, de que los sectores burgueses vinculados al PNV fuesen ampliando paulatinamente su cuota de poder económico al gestionar directamente una serie de tributaciones que anteriormente estaban en manos del gobierno central, es decir del gobierno de la gran burguesía vasca y española. [⤒]

  49. Poco antes de celebrarse el referéndum por el Estatuto de Autonomía, los partidos LAIA y ESB abandonaron Herri Batasuna, disconformes con la influencia política que ETA-M tenía dentro de la coalición electoral (HB). De esta manera el brazo político oficial de ETA-M, HASI, pasaría a ser la fuerza dominante (y única) dentro de HB. [⤒]

  50. En 1970 el ministro de Asuntos Exteriores español López Bravo, realizó un viaje a París donde se trató el tema del terrorismo de ETA. Como consecuencia de estas gestiones diplomáticas, Francia alejó de la frontera a una serie de etarras, pero manteniéndolos dentro de territorio francés. Por esas fechas, curiosamente, el gobierno español realizaría un importante pedido de aviones Mirage a Francia. [⤒]

  51. Recuérdese la celeridad con que fueron concedidas las extradiciones de miembros del grupo Baader-Meinhof. [⤒]

  52. Nuevamente una medida de este tipo aparecerá relacionada con una importante operación comercial: la compra a Francia por parte de España de 48 aviones Mirage 1 y Airbus. [⤒]

  53. Jurídicamente el País Vasco francés está incluido dentro del Departamento de los Pirineos Atlánticos, y ni siquiera se le reconoce el carácter de provincia. Pese a estas medidas que son una clara herencia del centralismo jacobino, el nacionalismo vasco-francés no ha alcanzado la virulencia manifestada al sur de los Pirineos. La explicación es sencilla: el País Vasco francés es una zona predominantemente agraria y de servicios, completamente ajena a las consecuencias de la industrialización y emigración masivas. De ahí que la inexistencia de un numeroso y combativo proletariado, como sucede en España, haya otorgado al nacionalismo vasco-francés un carácter más netamente pequeño-burgués y muy minoritario. [⤒]

  54. Imprudentemente el embajador francés en España, Pierre Guidoni afirmaría, refiriéndose a las facilidades ofrecidas, según el gobierno español, por Francia a los movimientos de los etarras:
    «ETA tiene su dirección no en Francia, sino en Bilbao» (Cit. por Sagrario Morán, op. cit., pág. 174).
    Posteriormente el mismo Pierre Guidoni rectificaría dichas declaraciones añadiendo que
    «la dirección política de ETA está concentrada en los Pirineos Atlánticos». [⤒]

  55. En enero de 1984 estaba en juego un jugoso contrato de carros de combate por parte del ejército español. En la oferta pugnaban empresas francesas, americanas y alemanas. Razonesobvias impusieron la compra del material francés, pese a que los militares españoles no lo consideraban como el más idóneo. [⤒]

  56. En este caso se trató del sistema de defensa a baja altura Roland, siendo desechados el Chaparral americano y el Rapier inglés. [⤒]

  57. Uno de los casos más recientes ha sido el del etarra Tellechea en febrero del año pasado. Detenido en Portugal, Tellechea fue rápidamente reclamado por la justicia española. Los jueces portugueses denegaron la extradición argumentando que la policía española maltrataba a los detenidos. Esto, sin dejar de ser cierto, no deja de ser paradójico precisamente en Portugal, salpicada casi a diario por abusos y excesos de sus fuerzas de seguridad contra todo tipo de personas. Algún importante contrato comercial luso-hispano dejaría de firmarse. [⤒]

  58. Según cuenta John Sullivan («El nacionalismo vasco radical 1959–1986», pág. 300) a los debates de esta VIII Asamblea de ETA-pm asistieron dirigentes del PNV, entre ellos el Papa Negro del nacionalismo vasco, Javier Arzalluz, quien recomendaría a ETA-pm mantener la lucha armada para presionar a Madrid en la negociación de las ampliaciones del Estatuto. [⤒]

  59. Así le sucederá a Carlos Garaicoechea, ex-jefe del gobierno vasco. Su intento para volver a controlar las riendas del PNV tras su enfrentamiento con el aparato dirigido por el mefistofélico Arzalluz resultó un gran fracaso, entre otras cosas porque el PSOE prefirió al PNV antes que a Eusko Alkartasuna (Solidaridad Vasca), el nuevo partido creado por Garaicoechea y sus partidarios. [⤒]


Source: «La Izquierda Comunista», n. 4, 5, 6, 7, 9, 1996–1998.

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