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TESIS CARACTERÍSTICAS DEL PARTIDO (1951)


Content:

Tesis características del Partido
I. – Teoría
II. – Tarea del Partido Comunista
III. – Oleadas históricas de degeneración oportunista
Táctica y acción del partido
a) La primera: fin del siglo XIX
b) La segunda: 1914
c) La tercera: a partir de 1926
IV. – Acción del Partido en Italia y en otros países en 1952
Source


Tesis características del Partido

Reunión general del Partido, Florencia 8–9 de diciembre de 1951. Texto íntegro reproducido en «Il Programma Comunista» nº 16 de 8 de Sept. de 1962.

I. – Teoría

Los fundamentos de la doctrina son los principios del materialismo histórico y del comunismo crítico de Marx y Engels enunciados en el «Manifiesto de los Comunistas», en «El Capital» y en sus otras obras fundamentales, base de la constitución de la Internacional Comunista en 1919, y del Partido Comunista de Italia en 1921, y contenidos en los puntos del programa del Partido publicado en «Battaglia Comunista», № 1 de 1951, y publicado nuevamente varias veces en «Programma Comunista».

Se transcribe aquí el texto del programa:

El Partido Comunista Internacional está constituido sobre la base de los siguientes principios establecidos en Livorno en 1921 en la fundación del Partido Comunista de Italia (Sección de la Internacional Comunista).

1. – En el actual régimen social capitalista se desarrolla una contradicción siempre creciente entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción, dando lugar a la antítesis de intereses y a la lucha de clases entre el proletariado y la burguesía dominante.

2. – Las actuales relaciones de producción están protegidas por el poder del Estado burgués que, cualquiera que sea la forma del sistema representativo y el empleo de la democracia electiva, constituye el órgano para la defensa de los intereses de la clase capitalista.

3. – El proletariado no puede romper ni modificar el sistema de las relaciones capitalistas de producción del que deriva su explotación sin la destrucción violenta del poder burgués.

4. – El órgano indispensable de la lucha revolucionaria del proletariado es el partido de clase. El partido comunista, reuniendo en su seno la parte más avanzada y decidida del proletariado, unifica los esfuerzos de las masas trabajadoras dirigiéndolos de las luchas por intereses de grupo y por resultados contingentes a la lucha general por la emancipación revolucionaria del proletariado. El partido tiene como tareas: difundir entre las masas la teoría revolucionaria, organizar los medios materiales de acción, dirigir a la clase trabajadora en el desarrollo de la lucha asegurando la continuidad histórica y la unidad internacional del movimiento.

5. – Después del derrocamiento del poder capitalista, el proletariado no podrá organizarse en clase dominante más que con la destrucción del viejo aparato estatal y la instauración de su propia dictadura, esto es, privando de todo derecho y de toda función política a la clase burguesa y a sus individuos mientras sobrevivan socialmente, y basando los órganos del nuevo régimen únicamente sobre la clase productora. El partido comunista, cuya característica programática consiste en esta realización fundamental, representa, organiza, y dirige unitariamente la dictadura proletaria. La necesaria defensa del Estado proletario contra todas las tentativas contrarrevolucionarias solo puede ser asegurada privando a la burguesía y a los partidos hostiles a la dictadura proletaria de todo medio de agitación y de propaganda política, y con la organización armada del proletariado para rechazar los ataques internos y externos.

6. – Solo la fuerza del Estado proletario podrá aplicar sistemáticamente todas las sucesivas medidas de intervención en las relaciones de la economía social, con las cuales se efectuará la sustitución del sistema capitalista por la gestión colectiva de la producción y de la distribución.

7. – Como resultado de esta transformación económica y de las consiguientes transformaciones de todas las actividades de la vida social, irá eliminándose la necesidad del Estado político, cuyo engranaje se reducirá progresivamente al de la administración racional de las actividades humanas.

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La posición del partido frente a la situación del mundo capitalista y del movimiento obrero después de la II Guerra Mundial, se basa en los puntos siguientes:

8. – En el curso de la primera mitad del siglo XX, el sistema social capitalista ha ido desarrollándose: en el terreno económico, con la introducción de los sindicatos patronales con fines monopolistas y con las tentativas de controlar y dirigir la producción y los intercambios según planes centrales, hasta la gestión estatal de sectores enteros de la producción; en el terreno político, con el aumento del potencial policial y militar del Estado, y el totalitarismo gubernamental. Todo esto no son nuevos tipos de organización social con carácter de transición entre capitalismo y socialismo, ni menos aún un retorno a regímenes políticos preburgueses; por el contrario, son formas precisas de gestión aún más directa y exclusiva del poder y del Estado por parte de las fuerzas más desarrolladas del capital.
Este proceso excluye las interpretaciones pacifistas, evolucionistas y progresivas del devenir del régimen burgués, y confirma la previsión de la concentración y de la disposición antagónica de las fuerzas de clase. Para que las energías revolucionarias del proletariado puedan reforzarse y concentrarse con potencial correspondiente al del enemigo de clase, el proletariado no debe reconocer como reivindicación suya ni como medio de agitación el retorno ilusorio al liberalismo democrático y la exigencia de garantías legales, y debe liquidar históricamente el método de las alianzas con fines transitorios del partido revolucionario de clase tanto con partidos burgueses y de la clase media como con partidos pseudo-obreros de programa reformista.

9. – Las guerras imperialistas mundiales demuestran que la crisis de disgregación del capitalismo es inevitable con la apertura decisiva del período en el que su expansión ya no exalta más el incremento de las fuerzas productivas, sino que condiciona su acumulación a una destrucción repetida y creciente. Estas guerras han acarreado crisis profundas y reiteradas en la organización mundial de los trabajadores, habiendo podido las clases dominantes imponerles la solidaridad nacional y militar con uno u otro de los bandos beligerantes. La única alternativa histórica que se debe oponer a esta situación es la de volver a encender la lucha en el interior hasta llegar a la guerra civil de las masas trabajadoras para derrocar el poder de todos los Estados burgueses y de las coaliciones mundiales, con la reconstitución del partido comunista internacional como fuerza autónoma frente a todos los poderes políticos y militares organizados.

10. – El Estado proletario, dado que su aparato es un medio y un arma de lucha en un período histórico de transición, no extrae su fuerza organizativa de canones constitucionales y de esquemas representativos. El máximo ejemplo histórico de su organización ha sido hasta hoy el de los Consejos de Trabajadores, aparecido en la revolución rusa de octubre de 1917, en el período de la organización armada de la clase obrera bajo la guía única del partido bolchevique, de la conquista totalitaria del poder, de la disolución de la Asamblea Constituyente, de la lucha para rechazar los ataques exteriores de los gobiernos burgueses y para aplastar en el interior la rebelión de las clases derrotadas, de las clases medias y pequeñoburguesas, y de los partidos oportunistas, aliados infalibles de la contrarrevolución en sus fases decisivas.

11. – La defensa del régimen proletario contra los peligros de degeneración ínsitos en los posibles fracasos y repliegues de la obra de transformación económica y social, cuya ejecución integral no es concebible dentro de los límites de un solo país, puede ser asegurada sólo por una continua coordinación de la política del Estado de la dictadura proletaria con la lucha unitaria internacional del proletariado de cada país contra la propia burguesía y su aparato estatal y militar, lucha incesante en cualquier situación de paz o de guerra, y mediante el control político y programático del partido comunista mundial sobre los aparatos del Estado en el que la clase obrera ha conquistado el poder.

II. – Tarea del Partido Comunista

1. – La necesidad del partido político de clase.
La emancipación de la clase trabajadora de la explotación capitalista solo es posible con una lucha política y con un órgano político de la clase revolucionaria: el partido comunista.

2. – La insurrección, forma principal de lucha política.
El aspecto más importante de la lucha política en el sentido marxista es la guerra civil y la insurrección armada, por medio de las cuales una clase destruye el poder de la clase dominante opuesta e instaura su propio poder. Tal lucha no puede ser victoriosa si no es dirigida por la organización de partido.

3. – La dictadura proletaria es ejercida por el partido.
Así como la lucha contra el poder de la clase explotadora no puede desarrollarse sin un partido político revolucionario, tampoco se puede desarrollar sin el mismo la obra posterior de extirpación de las instituciones económicas precedentes: la dictadura del proletariado, necesaria en el no breve período histórico de transición, es ejercida abiertamente por el partido.

4. – Tareas del partido: continuidad de teoría, continuidad de organización, participación en toda lucha económica proletaria.
Tareas igualmente necesarias del partido, antes, durante y después de la lucha armada por la toma del poder, son la defensa y la difusión de la teoría del movimiento, la defensa y el reforzamiento de la organización interna con el proselitismo, la propaganda de la teoría y del programa comunista, y la constante actividad en las filas del proletariado dondequiera que éste sea impulsado, por las necesidades y determinaciones económicas, a la lucha por sus intereses.

5. – Minoría de la clase organizada en el Partido. Conciencia no del militante o del dirigente, sino del conjunto orgánico del partido.
El partido no solo no comprende en sus filas a todos los individuos que componen la clase proletaria, sino que ni siquiera engloba a su mayoría: él agrupa a aquella minoría que adquiere la preparación y la madurez colectiva teórica y de acción correspondiente a la visión general y final del movimiento histórico, en todo el mundo y en todo el curso que va desde la formación del proletariado a su victoria revolucionaria.
La cuestión de la conciencia individual no constituye la base de la formación del partido: no solo cada proletario no puede ser consciente, y menos aún dominar culturalmente la doctrina de clase, sino que ni siquiera puede serlo cada militante tomado individualmente, y ni aun los jefes ofrecen esa garantía. Ésta consiste solo en la unidad orgánica del partido.
Así pues, del mismo modo que es rechazada toda concepción de acción individual o de acción de una masa no ligada por una precisa red organizativa, también lo es la concepción del partido como agrupación de sabios, de iluminados o de conscientes, para ser sustituida por la de una red y un sistema que, en el seno de la clase obrera, tiene orgánicamente la función de cumplir la tarea revolucionaria de la misma en todos sus aspectos y en todas sus fases complejas.

6. – Necesidad, para que se dé un avance revolucionario de que haya entre el partido y la clase un estrato intermedio dado por asociaciones económicas permeadas por el Partido.
El marxismo ha rechazado vigorosamente, cada vez que ha aparecido, la teoría sindicalista, que da a la clase solamente órganos económicos – asociaciones de categoría, de industria o de empresa – creyéndolos capaces de desarrollar la lucha y la transformación social.
El marxismo al mismo tiempo que considera al sindicato como órgano por sí solo insuficiente para la revolución, lo considera, empero, un órgano indispensable para la movilización de la clase en el plano político y revolucionario, realizada a través de la presencia y la penetración del partido comunista en las organizaciones económicas de clase. En las difíciles fases que presenta la formación de las asociaciones económicas, se consideran útiles para el trabajo del partido las asociaciones que comprenden solamente proletarios y a las cuales estos se adhieren espontáneamente, pero sin la obligación de profesar determinadas opiniones políticas, religiosas y sociales. Tal carácter se pierde en las organizaciones confesionales y de afiliación obligatoria, o en las que se han vuelto parte integrante del aparato del Estado.

7. – Rechazo de la formación de sindicatos secesionistas agregados al partido.
El partido no adopta jamás el método de formar organizaciones económicas parciales que comprendan solo a los trabajadores que aceptan los principios y la dirección del partido comunista. Pero el partido reconoce sin reservas que no solo la situación que precede a la lucha insurreccional, sino también toda fase de marcado incremento de la influencia del partido entre las masas, no puede delinearse sin que se extienda entre el partido y la clase un estrato de organizaciones con objetivos económicos inmediatos y con alta participación numérica, en el seno de las cuales exista una red que emane del partido (núcleos, grupos, y fracción comunista sindical). Es tarea del partido en los períodos desfavorables y de pasividad de la clase proletaria prever las formas y alentar la aparición de estas organizaciones con objetivos económicos para la lucha inmediata, las cuales podrán incluso asumir aspectos totalmente nuevos en el futuro, tras los tipos ya conocidos de corporación, sindicato de industria, consejo de empresa, etc. El partido alienta siempre las formas de organización que faciliten el contacto y la acción común entre los trabajadores de diversas localidades y de distintas profesiones, rechazando las formas cerradas.

8. – Rechazo de las concepciones: utopista, anarquista, sindicalista, así como de aquella del partido sectario que forma sus «dobles» sindicales o rechaza la tarea sindical.
En la sucesión de las situaciones históricas, el partido se mantiene, pues, alejado: – de la visión idealista y utópica que confía el mejoramiento social a una unión de elegidos, de conscientes, de apóstoles o de héroes; – de la visión libertaria que lo confía a la revuelta de individuos o de multitudes sin organización; – de la visión sindicalista o economista que lo confía a la acción de organismos económicos y apolíticos, esté o no acompañada con la predicación del uso de la violencia; – de la visión voluntarista y sectaria que, prescindiendo del proceso real determinista, para el cual la rebelión de clase surge de reacciones y actos que preceden de lejos a la conciencia teórica y aun a la clara voluntad, quiere un pequeño partido de «élite» que, o se rodea de sindicatos extremistas que no son más que una réplica suya, o cae en el error de aislarse de la red asociativa económico-sindical del proletariado. Este último error de los «ka-a-pe-distas» alemanes y de los tribunistas holandeses fue combatido siempre en el seno de la Tercera Internacional por la Izquierda italiana.
Ésta última se alejó de la Internacional Comunista por cuestiones de estrategia y táctica de la lucha proletaria, las cuales no pueden ser tratadas si no es con relación al tiempo y a la sucesión de las fases históricas.

III. – Oleadas históricas de degeneración oportunista

Táctica y acción del partido

1. – Establecimiento no abstracto sino histórico de las cuestiones sobre la actividad del partido, y sus alianzas.
Una posición de intransigencia, esto es, de rechazo por principio de toda alianza, frente único o compromiso, no puede ser sustentada como válida para todas las sucesivas fases históricas del movimiento proletario sin caer en un idealismo que se justifique con consideraciones místicas, éticas o estéticas, ajenas a la visión marxista. Las cuestiones de estrategia, maniobra, táctica, y praxis de la clase y del partido se plantean y se resuelven, por tanto, solo en el plano histórico. Esto significa que lo que vale para ellas es el gran proceso mundial del avance proletario entre la revolución burguesa y la revolución obrera, y no la casuística menuda de lugar por lugar y momento a momento, dejada al arbitrio de grupos y de comités dirigentes.

2. – Necesidad dialéctica de luchar por la victoria de las revoluciones burguesas sobre el régimen feudal, para favorecer el advenimiento de la producción capitalista.
El propio proletariado es, ante todo, un producto de la economía y de la industrialización capitalistas. Por lo tanto, como el comunismo no puede nacer de la inspiración de hombres, cenáculos, o cofradías, sino solo de la lucha de los propios proletarios, una condición del comunismo es la victoria irrevocable del capitalismo sobre las formas que lo preceden históricamente, es decir, la de la burguesía sobre la aristocracia feudal terrateniente y otras clases del antiguo régimen de Europa, de Asia y de cada país.
En la época del «Manifiesto de los Comunistas», cuando la industria moderna estaba al comienzo de su desarrollo y existía en muy pocos países, se debía, con el fin de acelerar el estallido de la moderna lucha de clase, incitar al proletariado a luchar al lado de los burgueses revolucionarios en las insurrecciones antifeudales y de liberación nacional, lucha que en tal época no se desarrollaba más que en la forma armada. Así, es parte integrante del gran curso histórico de la lucha proletaria la participación de los trabajadores en la gran revolución francesa y en su defensa contra las coaliciones europeas, incluso en la fase napoleónica, y esto pese a que ya desde entonces la dictadura burguesa reprimiese ferozmente las primeras manifestaciones sociales comunistas.
Para los marxistas, después de las derrotas revolucionarias que en los movimientos de 1848 sufrieron los proletarios y los burgueses, incluso aliados, este período de estrategia antifeudal se prolonga hasta 1871, ya que subsistían en Europa regímenes históricos feudales en Rusia, Austria y Alemania, siendo una condición del desarrollo industrial de Europa la realización de la unidad nacional en Italia, Alemania, e incluso en el Oriente europeo.

3. – Clausura en Occidente del período de alianzas revolucionarias con la burguesía y de las guerras de formación nacional, en el 1871: Comuna de París.
El año 1871 constituye un viraje evidente ya que la lucha contra Napoleón III y su dictadura es ya claramente una lucha contra una forma capitalista y no feudal; ella es un producto y una prueba de la concentración antagónica de las fuerzas de clase, y aunque se ve en Napoleón un obstáculo militarista al desarrollo histórico burgués y moderno de Alemania, el marxismo revolucionario se pone inmediatamente en el frente de la lucha exclusivamente proletaria, contra la burguesía francesa, de todos los partidos de la Comuna, primera dictadura de los trabajadores.
En esta época se cierra, en el cuadro europeo, la posibilidad de escoger entre dos grupos históricos en lucha y entre dos ejércitos estatales, y se cierra porque todo «retorno» de formas preburguesas se ha vuelto socialmente imposible en dos grandes áreas: 1) Inglaterra y Norteamérica; 2) Europa hasta los fronteras con los imperios otomano y zarista.

a) La primera: fin del siglo XIX

4. – Rechazo de la «revisión» socialdemócrata y legalista aparecida en el período tranquilo del capitalismo (1871–1914) – Rechazo de los bloques electorales y de la participación en las Instituciones.
Una primera ola del oportunismo en las filas del movimiento proletario marxista (considerando como movimientos fuera del marxismo la posición bakuniana en la Primera Internacional, 1867–71; y la soreliana en la Segunda, 1907–14) es la del revisionismo socialdemócrata. Su visión era la siguiente: asegurada en todas partes la victoria burguesa, se abre un período sin insurrecciones y sin guerras; sobre la base de la difusión de la industria, del aumento numérico de los trabajadores y del sufragio universal, afirma la posibilidad del socialismo por vía gradual e incruenta, e intenta (Bernstein) vaciar el marxismo de su contenido revolucionario pretendiendo que éste no sería propio de la clase obrera, sino un reflejo espurio del período insurreccional burgués. En este período, la cuestión táctica de alianzas entre partidos burgueses avanzados o de izquierda, y partidos proletarios, asume otro aspecto: no se trata ya de ayudar al nacimiento del capitalismo, sino de hacer derivar el socialismo de él por medio de leyes y reformas; no se trata ya de combatir en las ciudades y en el campo, sino de votar juntos en las asambleas parlamentarias. Tal propuesta de alianzas y bloques, que llegan hasta la aceptación de cargos ministeriales por parte de los dirigentes proletarios, asume el carácter histórico de una defección de la vía revolucionaria y, por esto, los marxistas radicales condenan todo bloque electoral.

b) La segunda: 1914

5. – Rechazo de la política de unión nacional de guerra, de la evaluación de guerra anti-feudal o de defensa, por la de imperialista de 1914 (Lenin: «El Imperialismo»).
No sólo rechazo de la unión sagrada, sino derrotismo de toda guerra nacional para transformarla en guerra civil (Lenin: «Tesis de 1915 sobre la guerra»).
Al estallar la guerra de 1914 se abate sobre el movimiento proletario la segunda y tremenda oleada del oportunismo. Numerosos jefes parlamentarios y sindicales, y fuertes grupos de militantes con partidos enteros, pintan el conflicto entre los estados como una lucha que podría conducir al retorno del feudalismo absolutista y a la destrucción de las conquistas civiles de la burguesía, al igual que de la red productiva moderna, predicando pues la solidaridad con el Estado nacional en lucha. Esto desde ambos lados del frente, ya que la Rusia del Zar está aliada a las avanzadas burguesías de Inglaterra y de Francia.
La mayoría de la Segunda Internacional cae en el oportunismo de guerra. Pocos partidos, entre ellos el italiano, escapan del mismo, pero solo grupos y fracciones avanzadas se colocan en el terreno de Lenin, quien, definiendo la guerra como un producto del capitalismo y no de la lucha entre el capitalismo y las formas antiguas, extrae de esto no solo la condena de la unión sagrada y de la alianza nacional, sino la reivindicación de la lucha derrotista del partido proletario dentro de cada país contra todo Estado y ejército en guerra.

6. – Reivindicación de la plataforma constitutiva de la III Internacional en el 1919. No sólo ninguna alianza parlamentaria, sino rechazo de la conquista legal del poder; destrucción del Estado burgués con por la fuerza; dictadura proletaria (Lenin: «El Estado y la Revolución»).
La Tercera Internacional surge sobre la base del doble dato histórico de la lucha contra la socialdemocracia y contra el socialpatriotismo.
No solo en toda la Internacional proletaria no se hacen alianzas con otros partidos para la gestión del poder parlamentario; sino que además: se niega que el poder pueda conquistarse por vías legales, incluso de manera «intransigente» (alusión a la «intransigencia» de la que el PSI se pavoneaba, pero que se reducía al rechazo del apoyo parlamentario a gobiernos burgueses, no excluyendo explícitamente la posibilidad de un acceso legal y gradual al poder) y solo por el partido proletario, y se remacha, sobre las ruinas del período pacífico del capitalismo, la necesidad de la violencia armada y de la dictadura.
No solo no se hacen alianzas con los gobiernos en guerra, ni siquiera «de defensa», y se mantiene, incluso en la guerra, una oposición de clase; sino que además: se intenta en todos los países la acción derrotista en la retaguardia para transformar la guerra imperialista de los Estados en guerra civil de las clases.

7. – Tardía eficacia de las justas posiciones tácticas marxistas radicales en el período 1871–1914 (ninguna alianza por guerras de defensa) en la reacción ante las oleadas oportunistas y la traición, como causa de la ausencia de la revolución proletaria europea tras la primera guerra mundial.
La reacción a la primera oleada de oportunismo había sido la fórmula: ninguna alianza electoral, parlamentaria, y ministerial para obtener reformas.
La reacción a la segunda oleada fue la otra fórmula táctica: ninguna alianza de guerra (desde 1871) con el Estado y la burguesía.
La tardía eficacia de las reacciones impidió que se aprovechase el viraje y hundimiento de 1914–18 para entablar victoriosamente la lucha por el derrotismo de guerra y por la destrucción del Estado burgués.

8. – La excepción de la victoria rusa, solución positiva del clásico problema histórico de la revolución doble (antifeudal y antiburguesa) en relación a la solidez doctrinaria y organizativa del pequeño partido bolchevique.
La única y grandiosa excepción histórica fue la victoria de Octubre de 1917 en Rusia. Rusia era el único gran Estado europeo regido aún por un poder feudal, y con escasa penetración de las formas capitalistas de producción. En Rusia existía un partido no numeroso, pero tradicionalmente firme sobre la justa línea de la doctrina marxista, que se opuso en la Internacional a las dos oleadas oportunistas, y al mismo tiempo estuvo a la altura de plantear, desde las pruebas grandiosas de 1905, los problemas de la inserción de dos revoluciones: la burguesa y la proletaria.
Este partido lucha en Febrero de 1917 con los otros contra el zarismo e, inmediatamente después, no solo contra los partidos burgueses liberales, sino contra los partidos proletarios oportunistas, y consigue derrotarlos a todos. Él desempeña además el papel central en la reconstitución de la Internacional revolucionaria.

9. – La lucha por debelar las contrarrevoluciones e impulsar la economía rusa mas allá del feudalismo y el capitalismo, condicionada por la movilización de la clase obrera mundial y de los pueblos coloniales contra el imperialismo blanco y las señorías asiáticas.
El alcance de este formidable acontecimiento se compendia en irrevocables resultados históricos. En el último país próximo al área europea occidental, una lucha permanente ha conducido al poder al proletariado en solitario, aun si socialmente no estaba totalmente desarrollado. La dictadura proletaria, barridas las recientes formas liberal-democráticas de tipo occidental, afronta la enorme tarea de impulsar hacia adelante la evolución económica con un doble empeño: superar las formas feudales, y superar las formas capitalistas nacidas recientemente. Esto requiere, ante todo, la victoriosa resistencia a los ataques de las bandas contrarrevolucionarias y de las fuerzas capitalistas. De ahí la movilización de todo el proletariado mundial al lado del poder soviético y para el asalto a los poderes burgueses de occidente. De ahí también, transportado el problema revolucionario a los confines de los continentes habitados por las razas de color, la movilización de todas las fuerzas prontas a insurreccionarse en armas contra los imperialismos metropolitanos blancos.

10. – Inevitable alternativa histórica en tiempos de Lenin: o caída de los grandes centros estatales capitalistas, o caída de la revolución rusa, replegándose sus tareas a una sola de las dos revoluciones, la burguesa.
Cerrada toda estrategia de bloque antifeudal con movimientos burgueses de izquierda en el área europea, donde está plenamente planteado el ataque proletario armado al poder, en los países atrasados, sobre el terreno de combate, los partidos proletarios comunistas nacientes no desdeñaron participar en las insurrecciones incluso de otros elementos sociales antifeudales, sea contra las señorías despóticas locales como contra el colonizador blanco.
La alternativa en la época de Lenin se planteó históricamente así: o bien la victoria de esta lucha mundial con el derrocamiento del poder capitalista por lo menos en gran parte de la Europa desarrollada, y un aceleradísimo ritmo de transformación de la economía en Rusia, saltando la fase capitalista y poniéndose al nivel de la industria de Occidente ya madura para el socialismo; o bien la persistencia de los grandes centros del imperialismo burgués y, al mismo tiempo, el repliegue del poder revolucionario ruso a las tareas de una sola de las dos revoluciones sociales: la burguesa, con un esfuerzo de construcción productiva inmenso, pero de tipo capitalista y no socialista.

11. – El problema táctico para la lucha del comunismo en occidente después de las primeras derrotas y la consolidación de la burguesía en la primera post-guerra, para sustraer a los trabajadores de la persistente influencia social-oportunista: error de las estrategias de maniobra.
Tan pronto quedó claro que la sociedad burguesa se consolidaba después de la grave conmoción de la primera guerra mundial, y que los partidos comunistas no lograban la victoria a no ser en tentativas rápidamente reprimidas, la misma evidencia de la imperiosa necesidad de acelerar la conquista del poder en Europa para evitar que se tuviese en el curso de pocos años, o la caída violenta del Estado soviético, o su degeneración en Estado capitalista, llevó a preguntarse qué maniobra adoptar para conjurar el hecho de que considerables estratos proletarios siguiesen aún bajo las influencias socialdemócratas y oportunistas.
Dos métodos se contrapusieron: el de considerar a los partidos de la Segunda Internacional, que realizaban abiertamente una campaña despiadada tanto contra el programa comunista como contra la Rusia revolucionaria, como enemigos declarados, luchando contra ellos como parte integrante del frente burgués de clase, y como la más peligrosa; y el de recurrir a expedientes capaces de desplazar en beneficio del partido comunista la influencia de los partidos socialdemócratas sobre las masas, por medio de «maniobras» estratégico-tácticas.

12. – Errado paralelismo entre la liquidación bolchevique de todos los partidos burgueses, pequeño burgueses, y pseudo-proletarios en Rusia, y la contienda entre socialdemócratas y comunistas revolucionarios en el estable ordenamiento capitalista occidental.
Para valorar este último método se utilizaron erróneamente las experiencias de la política bolchevique en Rusia, saliéndose de la justa línea histórica. Las proposiciones de alianzas con otros partidos, pequeñoburgueses y hasta burgueses, estaban fundadas en una situación en la cual el poder zarista ponía a todos aquellos movimientos fuera de la ley y los forzaba a luchar insurreccionalmente. En Europa no era posible proponer acciones comunes, aunque fuese con propósito de maniobra, más que en el plano legalitario, ya fuese parlamentario o sindical. En Rusia, la experiencia de un parlamentarismo liberal había sido brevísima en 1905 y en los pocos meses de 1917, como así mismo la de un sindicalismo admitido por la ley; en el resto de Europa medio siglo de degeneración había hecho de estos campos el terreno propicio para el adormecimiento de toda energía revolucionaria y para el avasallamiento de los dirigentes proletarios a la burguesía. La garantía consistente en la firmeza de organización y de principio del partido bolchevique era una cosa diversa que la garantía dada por la existencia del poder estatal proletario en Rusia, que debido a las propias condiciones sociales y a las relaciones internacionales, era el más expuesto, como la historia lo demostró, a ser arrastrado a la renuncia de los principios y de las directivas revolucionarias.

13. – Táctica errada de alianza de los comunistas con los socialistas en luchas proletarias (frente único) y aún peor, en el campo parlamentario para una conquista legal del poder en común (gobierno obrero).
En consecuencia, la izquierda de la Internacional, a la cual perteneció la enorme mayoría del Partido Comunista de Italia hasta que la reacción (favorecida sobre todo por el error de estrategia histórica) no la destruyó prácticamente, sostuvo que en Occidente deberían ser totalmente descartadas las alianzas y propuestas de alianzas con los partidos políticos socialista y pequeñoburgueses (táctica del frente único político). Admitió que se debía tender a ampliar la influencia sobre las masas estando presentes en todas las luchas económicas y locales e invitando a los trabajadores de todas las organizaciones y de todos los credos a darles un mayor desarrollo, pero negó absolutamente que se pudiese jamás comprometer la acción del partido, aunque solo fuese en declaraciones públicas y no en las intenciones e instrucciones al aparato interno, a subordinarse a la de comités políticos de frente, de bloque y de alianza entre varios partidos. Aún más vigorosamente rechazó la táctica supuestamente «bolchevique» cuando ésta asumió la forma de «gobierno obrero», o sea del lanzamiento de la consigna de agitación (concretada algunas veces en experiencia práctica con resultados desastrosos) para la conquista parlamentaria del poder con mayorías mixtas de comunistas y socialistas de diversos tintes. Si el partido bolchevique había podido trazar sin peligro el proyecto de gobiernos provisionales y de varios partidos en la fase revolucionaria, y si esto le permitió pasar rápidamente a la más resuelta autonomía de acción e incluso poner fuera de la ley a los antiguos aliados, tal cosa solo fue posible debido a la diversidad de situación de las fuerzas históricas: urgencia de dos revoluciones, y represión ineluctable por el Estado vigente de toda tentativa de toma del poder por vía parlamentaria. Es absurdo transportar tal estrategia a una situación en la que el Estado burgués tiene detrás de sí una tradición democrática de medio siglo, con partidos que acatan su constitucionalismo.

14. – Balance negativo de la táctica de la III Internacional en los años 1921–1926: condiciones objetivas de la lucha y relación de las fuerzas de clase no movilizadas por la maniobra. Decidido empeoramiento de la indispensable continuidad de principio y de organización del movimiento comunista, y de su capacidad de batalla.

La experiencia del método táctico seguido por la Internacional de 1921 a 1926 fue negativa, y a pesar de ello, en cada congreso (III, IV, V, y Ejecutivo Ampliado de 1926) se dieron versiones cada vez más oportunistas del mismo. El método se basaba en la regla: cambiar la táctica según el examen de las situaciones. Cada seis meses se descubrían con pretendidos análisis nuevas etapas del curso del capitalismo, que se pretendía evitar recurriendo a nuevas maniobras. En el fondo, en esto reside el revisionismo, que siempre ha sido «voluntarista», o sea, cuando ha constatado que las previsiones sobre el advenimiento del socialismo no se habían verificado aún, ha pensado en forzar la historia con una nueva praxis, pero con ello ha cesado también de luchar por el propio objetivo proletario y socialista de nuestro programa máximo. La situación excluye en adelante la posibilidad de insurrección, dijeron los reformistas en 1900; es nihilismo esperar lo imposible: trabajemos para las posibilidades concretas, elecciones y reformas legales, conquistas sindicales. Cuando tal método falló, el voluntarismo de los sindicalistas reaccionó, imputando la culpa al método político y al partido político, y preconizó el esfuerzo de audaces minorías en la huelga general conducida exclusivamente por los sindicatos para obtener un cambio radical. De no diferente manera, cuando se vio que el proletariado occidental no se lanzaba a la lucha por la dictadura, se quiso recurrir a sucedáneos para remediar la situación. Sucedió que, pasado el momento de desequilibrio de las fuerzas capitalistas, la situación objetiva y la relación de fuerzas no cambiaron, mientras que el movimiento fue debilitándose y después corrompiéndose: tal como había sucedido con los apresurados revisionistas de derecha y de izquierda del marxismo revolucionario que habían terminado al servicio de las burguesías en las uniones de guerra. Fue saboteada la preparación teórica y la restauración de los principios cuando se indujo a la confusión entre el programa de la conquista del poder total para el proletariado y el advenimiento de gobiernos «afines» mediante el apoyo y la participación parlamentaria y ministerial de los comunistas: en Turingia y Sajonia tal experiencia terminó en una farsa, bastando dos policías para despachar al jefe comunista del gobierno.

15. – Efecto dañino de los métodos organizativos de «fusiones» en bloque con alas desprendidas de los partidos socialdemocráticos, del fomento en ellos de «fracciones» llamadas simpatizantes de los comunistas, deslavazando la organización internacional y su vigor.
No fue menor la confusión acarreada en la organización interna, y se comprometió el resultado del difícil trabajo de selección de los elementos revolucionarios y de su separación de los oportunistas en los diversos partidos y países. Se creyó conseguir nuevos efectivos, fácilmente maniobrables por el centro, arrancando en bloque las alas izquierdas a los partidos socialdemócratas. Por el contrario, pasado un primer período de formación de la nueva Internacional, ésta debía funcionar de manera estable como partido mundial, y los nuevos prosélitos adherirse individualmente a sus secciones nacionales. Se quisieron ganar fuertes grupos de trabajadores, pero en lugar de esto se pactó con los dirigentes, desordenando todos los cuadros del movimiento, descomponiéndolos y recomponiéndolos mediante combinaciones de personas en períodos de lucha activa. Se reconocieron como comunistas a fracciones y a células en el seno de partidos socialistas y oportunistas, y se practicaron fusiones organizativas: casi todos los partidos, en vez de tornarse instrumentos para la lucha, fueron así mantenidos en un estado de crisis permanente, actuaron sin continuidad y sin límites definidos entre amigos y enemigos, y registraron continuos fracasos en las diversas naciones. La Izquierda reivindica la unicidad y la continuidad organizativa.
Otro punto de desacuerdo fue la organización que se quiso dar a los partidos comunistas sustituyendo las secciones territoriales por células en los lugares de trabajo. Ello restringía el horizonte de las organizaciones de base que resultaban compuestas de elementos de la misma profesión y con intereses económicos paralelos. La síntesis natural de los diversos «impulsos» sociales en el partido y en su finalidad unitaria desapareció, y fue expresada sólo por las consignas que llevaban los representantes de los centros superiores, que en general se habían vuelto funcionarios y comenzaban a tener todas las características que se habían criticado en el funcionarismo político y sindical del viejo movimiento. Tal crítica no debe ser confundida con una reivindicación de «democracia interna» y con el lamento de que no se pueden hacer «elecciones libres» para designar los cuadros del partido. Se trata por el contrario de una profunda divergencia de concepción sobre la organicidad determinista del partido como cuerpo histórico que vive en la realidad de la lucha de clases, se trata de una profunda desviación de principio, que volvió a los partidos incapaces de prever y afrontar el peligro oportunista.

16. – Errada relación entre Estado y partido proletario en Rusia, encomendando la disciplina no a la organicidad de principio y método sino a sanciones coactivas contra los militantes o los expulsados, alentando el oportunismo de la adhesión al partido en el poder. Errada relación entre los partidos de la Internacional.
Desviaciones análogas se verificaron en el interior de Rusia, donde se presentaba, por primera vez en la historia, el no fácil problema de la organización y de la disciplina en el seno del partido comunista que había llegado al poder total, y que naturalmente vio aumentar enormemente sus propios efectivos. Las mismas dificultades de las relaciones entre la lucha social interna por una nueva economía y la lucha política revolucionaria en el exterior, provocaban corrientes de opiniones opuestas entre los bolcheviques de la vieja guardia y los nuevos adherentes. Sucedió que el grupo dirigente del partido, teniendo en sus manos, además del aparato del mismo, incluso el control de todo el aparato del Estado, al hacer prevalecer sus propias opiniones o la de las mayorías que se formaban en la dirección, no se limitó a servirse de los elementos extraídos de la doctrina del partido, de su tradición de lucha, y de la unidad y organicidad del movimiento revolucionario internacional, sino que comenzó a reprimir las oposiciones y protestas provenientes de los inscritos, golpeándolos con medidas ejecutadas por el aparato estatal. Se sostuvo como una necesidad revolucionaria que la desobediencia al Centro del partido debía ser reprimida no solo con medidas en el seno de la organización, hasta la expulsión del propio partido, sino que debía ser considerada también como una acción lesiva al orden del Estado revolucionario. Esta falsa relación entre los dos órganos, partido y Estado, da evidentemente al grupo que controla a ambos la posibilidad de hacer prevalecer cualquier abandono de las directivas de principio y de las líneas históricas propias del partido desde el período pre-revolucionario, y propias de todo el movimiento proletario mundial revolucionario. El partido debe ser considerado como un organismo unitario en su doctrina y en su acción: pertenecer a él impone obligaciones irrevocables a dirigentes y militantes de la base; pero el acto de adhesión (o de alejamiento) tiene lugar sin la intervención de ninguna coerción física, y esto debe suceder del mismo modo antes, durante, y después de la conquista del poder. El partido, así como habrá dirigido solo y de manera autónoma la lucha de la clase explotada para derrocar al Estado capitalista, dirige igualmente solo y de manera autónoma el Estado del proletariado revolucionario; pero el Estado (precisamente en cuanto órgano revolucionario históricamente transitorio) no puede intervenir legal y policialmente contra miembros o grupos del partido, sin que esto sea indicador de una crisis grave. Desde el momento en que tal medida prevaleció, se verificó la afluencia oportunista al partido de elementos que no tenían otra finalidad que la de conseguir ventajas o ver tolerados sus intereses por el aparato estatal, y se aceptaron sin preocupaciones esas adhesiones dudosas. Al mismo tiempo que el Estado no se encaminaba a su deshinchazón, se tuvo una dañosa «hinchazón» del partido en el poder.
Esta mecánica inversión de influencias hizo posible que en el manejo tanto del partido como del Estado de los Soviets, los heterodoxos consiguieran excluir a los ortodoxos, que los traidores a los principios revolucionarios lograsen inmovilizar y finalmente procesar y ajusticiar a los coherentes defensores de los mismos, inclusive a los que percibieron demasiado tarde la irreparable desviación.
De hecho, el gobierno político – que mantenía y sentía todas las relaciones, aunque fueran de lucha y antagonismo, tanto con las fuerzas sociales internas enemigas como con los gobiernos burgueses extranjeros – resolvió las cuestiones y dictó las soluciones al centro de organización y dirección del partido ruso; éste, a su vez, en la organización y en los congresos internacionales, dominó y manipuló fácilmente y como quiso a los partidos de los otros países y a las directivas del Komintern, que fueron cada vez más conciliadoras y eclécticas.
La Izquierda italiana siempre sostuvo que, sin cuestionar los méritos históricos revolucionarios del partido ruso que habían conducido la primera revolución local a la victoria, continuaban siendo indispensables los aportes de los otros partidos que aún estaban en lucha abierta contra el régimen burgués. Era necesario pues que la jerarquía que debía resolver los problemas de la acción internacional y rusa, fuese ésta: la Internacional de los partidos comunistas del mundo; sus distintas secciones entre las cuales estaba la rusa; para la política rusa, el gobierno comunista ejecutor de las directivas del partido. Con otra orientación, el carácter internacionalista del movimiento y su eficiencia revolucionaria no podían más que quedar comprometidos.
El mismo Lenin había admitido repetidas veces que, extendiéndose la revolución europea y mundial, el partido ruso pasaría, no al segundo, sino por lo menos al cuarto luga en la dirección general política y social de la revolución comunista. Y sólo bajo esta condición se podía evitar la eventualidad de una divergencia entre los intereses del Estado ruso y las finalidades de la revolución mundial.

17. – Decidida aparición de la tercera oleada oportunista y enfermedad degenerativa del partido proletario, frente a las formas totalitarias y represivas burguesas: fascismo, nazismo, falangismo y similares, con maniobra no de contraataque proletario sino de defensa de posiciones burguesas liberales: execración de los principios y de la continuidad histórica, exfoliación de la madurez comunista de los partidos.
No es posible localizar exactamente en el tiempo el comienzo de la tercera oleada oportunista, de la tercera enfermedad degenerativa del partido proletario mundial, posterior a la que paralizó a la Internacional de Marx y a la que hizo desmoronarse vergonzosamente a la Segunda Internacional Socialista. De las desviaciones y errores de política, de táctica y de organización tratados aquí en los puntos 11, 12, 13, 14, 15 y 16, se llegó a caer completamente en el oportunismo con la actitud tomada por Moscú frente a la aparición de formas burguesas totalitarias de gobierno y de represión del movimiento revolucionario. Éstas sucedieron al período de los grandes ataques proletarios desencadenados después de la primera guerra mundial en Alemania, Italia, Hungría, Baviera, Países Balcánicos, etc, y, con expresiones de un marxismo dudoso, fueron definidas, en el plano económico, como ofensivas patronales tendientes a disminuir el nivel de vida de las clases trabajadoras, y en el plano político, como una iniciativa que tendía a suprimir las libertades liberales y democráticas, ambiente supuestamente favorable a una avanzada del proletariado, mientras que el marxismo las había anunciado como la peor atmósfera de corrupción revolucionaria. Se trataba, al contrario, de la realización plena del gran acontecimiento histórico contenido en la visión marxista, y tan sólo en ella: la concentración económica que, poniendo en total evidencia el carácter social y mundial de la producción capitalista, la impulsaba a unificar su mecanismo; y la consecuencia política y de guerra social derivada del esperado enfrentamiento final de clase, pero cuyos caracteres correspondían a aquella alternativa en la cual la presión proletaria permanecía, sin embargo, por debajo del potencial defensivo del Estado capitalista de clase.
Los dirigentes de la Internacional, al contrario, debido a una grosera confusión histórica con el período kerenskiano en Rusia, recayeron no sólo en un grave error de interpretación teórica, sino también en un consiguiente e inevitable trastocamiento de la táctica. Se trazó para el proletariado y los partidos comunistas una estrategia defensiva y conservadora, y se les aconsejó formar un frente con todos los grupos burgueses menos aguerridos e iluminados (e incluso por esto menos convincentes como aliados) que sostenían que se debía garantizar a los obreros ventajas inmediatas, y no privar a las clases populares del derecho de asociación, de voto, etc. No se comprendió así, por un lado, que el fascismo o el nacionalsocialismo nada tenían que ver con una tentativa de retorno a formas de gobierno despóticas y feudales, y ni siquiera con un predominio de supuestos estratos burgueses de derecha opuestos a la clase capitalista más avanzada de la gran industria, o con una tentativa de gobierno autónomo de clases intermedias entre la burguesía y el proletariado, y, por otro lado, que el fascismo, al mismo tiempo que se liberaba de la inmunda máscara parlamentaria, heredaba plenamente el reformismo social pseudo-marxista, asegurando con una serie de medidas, de intervenciones del Estado de clase en interés de la conservación del capitalismo, no sólo condiciones mínimas de vida, sino también una serie de progresos sociales y asistenciales para las maestranzas y otras clases pobres. Fue dada, pues, la consigna de la lucha por la libertad, la cual fue impartida desde 1926 por el presidente de la Internacional al partido italiano, en cuyas filas la casi totalidad de los militantes quería conducir contra el fascismo, en el poder desde hacia cuatro años, una política autónoma de clase, y no la del bloque con todos los partidos democráticos y hasta monárquicos y católicos para reivindicar con ellos el restablecimiento de las garantías constitucionales y parlamentarias. Los comunistas italianos hubieran querido desde entonces desacreditar el contenido de la oposición al fascismo de todos los partidos medio-burgueses, pequeñoburgueses y pseudo-proletarios; y, por esto, previeron en vano desde aquel momento que toda energía revolucionaria naufragaría si se embocaba aquella vía degenerativa que condujo finalmente a los Comités de Liberación Nacional.
La política del partido comunista es, por naturaleza, de ofensiva, y en ningún caso debe luchar por la conservación ilusoria de condiciones propias de las instituciones capitalistas. Si en el período anterior a 1871 el proletariado tuvo que luchar al lado de las fuerzas burguesas, no fue para que estas pudieran conservar posiciones dadas o evitar la caída de formas históricas adquiridas, sino, por el contrario, para que pudiesen destruir y superar formas históricas precedentes. Tanto en la vida económica cotidiana como en la política general y mundial, la clase obrera, como no tiene nada que perder, no tiene nada que defender, y su tarea es sólo de ataque y conquista. Por lo tanto, al aparecer las manifestaciones de concentración, unidad, y totalitarismo capitalista, el partido revolucionario debe ante todo reconocer en ello su victoria ideológica integral, y debe, pues, preocuparse solamente de la relación efectiva de fuerzas para el enfrentamiento en la guerra civil revolucionaria, relación que hasta hoy ha sido desfavorable, precisa y solamente, a causa de las olas de degeneración oportunista e inmediatista; debe hacer lo posible para desencadenar el ataque final y, donde no pueda hacerlo, afrontar la derrota, pero no debe pronunciar jamás un imbele y derrotista «vade retro Satana», que equivale a implorar estúpidamente la tolerancia o el perdón del enemigo de clase.

c) La tercera: a partir de 1926

18. – En la fase moderna del capitalismo está fuera de discusión el rechazo de las alianzas con formas insurreccionales (España, resistencia, guerrillerismo), ya que éstas son formas de colaboración de clase y de traición.
Mientras en la segunda de las grandes oleadas oportunistas, la orientación traidora se presentaba bajo formas humanitarias, filantrópicas, y pacifistas, y culminaba en la difamación del método insurreccional y de la acción armada (yendo después a desembocar en la apología de la violencia legal y estatal de guerra), en la tercera oleada degenerativa se manifestó un hecho nuevo: la traición y la desviación de la línea revolucionaria clasista se presentaron incluso en las formas de acciones de combate y de guerra civil. En esta fase, la crítica a la degeneración de la línea de clase permanece igual, contra los frentes comunes, bloques, o alianzas con fines puramente propagandísticos o electorales y parlamentarios, como cuando se trata de híbridas coaliciones de movimientos heterogéneos al partido comunista para hacer prevalecer, en un país dado, un gobierno sobre otro con una lucha de naturaleza militar basada en la conquista de territorio y de posiciones de fuerza. Así, toda la política de alianzas en la guerra civil española que tuvo lugar en una fase de paz entre los Estados, como todo el movimiento guerrillero contra los alemanes o los fascistas, y la llamada Resistencia, puestos en escena durante el estado de guerra entre los Estados en el segundo conflicto mundial, representaban inequívocamente, a pesar del empleo de medios cruentos, una traición a la lucha de clase y una forma de colaboracionismo con fuerzas capitalistas. El rechazo del partido comunista a subordinarse a comités interpartidarios y suprapartidarios debe solo volverse aún más inexorable cuando se pasa del campo de agitaciones legalmente consentidas al campo vital y primordial de los movimientos conspirativos, de la preparación de armas y de encuadramientoscombatientes, campos en los cuales es criminal tener alguna cosa en común con movimientos no clasistas. No es preciso recordar como todas estas colusiones terminaron, en caso de derrota, con la concentración de la represión sobre los comunistas, y en caso de aparente victoria, con el desarme completo del ala revolucionaria y con la desnaturalización de su partido para dar lugar a nuevas situaciones legalizadas y consolidadas del orden burgués.

19. – Execración de los principios y política contrarrevolucionaria en la segunda guerra mundial. Definición de guerra imperialista y consigna del derrotismo en Inglaterra y Francia, durante la alianza con los alemanes. Definición de guerra por la democracia en occidente, durante la alianza con el imperialismo angloamericano. Destrucción de toda tradición histórica revolucionaria europea y rusa. Derrumbamiento de la preparación y madurez revolucionaria de los partidos comunistas.
Todas las citadas manifestaciones de oportunismo, en la táctica impuesta a los partidos europeos y en la práctica gubernamental y policial en Rusia, han sido coronadas después del estallido de la segunda guerra mundial con la política desarrollada por el Estado ruso frente a los otros Estados beligerantes y con las consignas impartidas por Moscú a los partidos comunistas. No solo no se verificó que estos partidos rechazasen en todos los países capitalistas la adhesión a la guerra, y más aún, se aprovechasen de ésta para iniciar acciones de clase y derrotistas tendientes a abatir el Estado, sino que en una primera fase Rusia concluyó un acuerdo con Alemania y, por tanto, mientras se disponía que la Sección alemana no intentase nada contra el poder hitleriano, se osó dictar una táctica supuestamente marxista a los comunistas franceses para que declarasen imperialista y de agresión la guerra de las burguesías francesa e inglesa, invitando a tales partidos a realizar acciones ilegales contra el Estado y el ejército; pero apenas el Estado ruso se encontró en conflicto militar con el Estado alemán y por tanto interesado en la eficiencia de todas las fuerzas que golpeaban a éste, no solo los partidos de Francia, Inglaterra, etc., recibieron la consigna política opuesta y la orden de pasarse al frente de la defensa nacional (exactamente como lo habían hecho los socialistas en 1914, condenados por Lenin), sino que incluso se invirtió toda posición teórica e histórica declarando que la guerra de los occidentales contra Alemania no era una guerra imperialista sino una guerra por la libertad y la democracia,¡ y esto dès le début, o sea, desde 1939, cuando el conflicto había estallado y toda la prensa y la propaganda pseudo-comunistas habían sido lanzadas contra los franco-ingleses! Es claro, pues, que las fuerzas de la Internacional Comunista (que fue formalmente liquidada en un cierto momento para dar una garantía mejor a las potencias imperialistas de que los partidos comunistas en sus países estaban completamente al servicio de las respectivas naciones y patrias) en ningún momento de la larga guerra fueron empleadas para provocar la caída de un poder capitalista y las condiciones de una conquista del poder por parte de las clases obreras; por el contrario, fueron siempre empleadas solo en abierta colaboración con un grupo imperialista, y por añadidura se experimentó la colaboración con uno y otro grupo, según cambiaban los intereses militares y nacionales de Rusia. Que ya no se trataba de una simple táctica oportunista, aunque fuera enormemente exagerada, sino de un total abandono de posiciones históricas, lo prueba la desfachatez con la que se cambió políticamente la definición de las potencias burguesas: Francia, Inglaterra, Norteamérica, imperialistas y plutocráticas en 1939–40, se vuelven, por el contrario, exponentes de progreso, libertad y civilización en los años siguientes, y tienen en común con Rusia el programa de reordenamiento del mundo.¡ Pero una transformación tan prodigiosa, que se pretende hacer concordar con las doctrinas y textos de Marx y Lenin, no tiene ni siquiera un carácter definitivo, puesto que bastan las primeras disidencias a partir de 1946 y los primeros conflictos locales en Europa y Asia, para que aquellos mismos Estados vuelvan a ser repudiados como las potencias más nefandas del infierno imperialista!
Así pues, no es causa de maravilla alguna el hecho de que los peligros a los que fueron expuestos los partidos revolucionarios que se reagruparon en Moscú en 1919–20, pasando, con ritmos «progresivos», de los contactos con los socialtraidores y socialpatriotas repudiados en la víspera, a los frentes únicos, a los experimentos de gobiernos obreros conjuntos que renunciaban a la dictadura, a los bloques con ulteriores partidos pequeñoburgueses y demócratas y, por último, a la total sumisión a la política de guerra de potencias capitalistas hoy abiertamente reconocidas no solo como imperialistas, sino también como «fascistas» en grado no menor que la Alemania o la Italia de entonces, hayan destruido en el curso de treinta años, en aquellos partidos, todo residuo de carácter clasista revolucionario.

20. – Síntesis, en la tercera oleada histórica del oportunismo, de los ruinosos caracteres de las dos primeras: participación en gobiernos constitucionales de bloques, amén de la consigna de luchar legalmente negando la necesidad de las vías revolucionarias para la toma del poder por parte de los trabajadores; participación en gobiernos de defensa nacional, amén de la resistencia a cualquier molestia a los gobiernos (ayer del eje, hoy de occidente) empeñados en la guerra, hasta llegar a la liquidación formal del Komintern. Segura previsión de un mayor perjuicio a la fuerza clasista del proletariado mundial con respecto a aquellas dos primeras oleadas oportunistas.
La tercera oleada histórica del oportunismo reúne las peores características de las dos precedentes, en la misma medida que el capitalismo moderno incluye todos los estadios de su desarrollo.
Terminada la segunda guerra imperialista, los partidos oportunistas, ligados a todos los partidos abiertamente burgueses en los Comités de Liberación Nacional, participan con éstos en gobiernos constitucionales. En Italia, participan inclusive en gabinetes monárquicos, dejando la cuestión institucional de la forma del Estado para momentos más «oportunos». Por consiguiente, niegan el uso del método revolucionario para la conquista del poder político por parte del proletariado, sancionando la necesidad de la lucha legal y parlamentaria a la cual deben ser subordinados todos los impulsos clasistas del proletariado, con vistas a la conquista del poder político por la vía pacífica y mayoritaria. Postulan la participación en gobiernos de defensa nacional, impidiendo todo desorden a los gobiernos empeñados en la guerra, así como en el primer año del conflicto mundial evitaban absolutamente sabotear a los gobiernos fascistas y, es más, alimentaban su potencial bélico con el envío de mercancías de primera necesidad.
El oportunismo sigue su proceso desastroso sacrificando la Tercera Internacional, incluso formalmente, al enemigo de clase del proletariado, al imperialismo, para «el ulterior reforzamiento del frente único de los Aliados y de las otras naciones unidas». Se verificaba así la histórica previsión de la Izquierda italiana, anticipada desde los primeros años de vida de la Tercera Internacional. Era inevitable que el agigantarse del oportunismo en el movimiento obrero llevase a la liquidación de todas las exigencias revolucionarias.
La reconstitución de la fuerza clasista del proletariado mundial se presenta, pues, fuertemente retardada y difícil, y exigirá un esfuerzo mayor.

21. – La influencia sobre las masas, por un lado de los viejos partidos socialistas, por otro de los partidos aún llamados comunistas pero que ejercen una actividad derrotista de todo principio y método revolucionario, trajó como inevitable consecuencia la imposibilidad de todo serio ataque a los poderes burgueses después de la segunda guerra, tanto en los países vencedores y aliados de Rusia, como en lo vencidos.
La influencia contrarrevolucionaria sobre el proletariado mundial, ampliada y profundizada por la participación directa de los partidos oportunistas al lado de los Estados vencedores del segundo conflicto mundial, ha llevado a la ocupación militar de los países vencidos para impedir la sublevación de las masas explotadas, ocupación aceptada y avalada con fines contrarrevolucionarios por todos los partidos supuestamente socialistas y comunistas durante las conferencias de Yalta y Teherán. Se impedía así toda posibilidad seria de ataque revolucionario a los poderes burgueses tanto en los países vencedores y aliados como en los países vencidos. Se demostraba, así, la rectitud de la posición de la Izquierda italiana, la cual, considerando como imperialista la segunda guerra y como contrarrevolucionaria la ocupación militar de los países vencidos, preveía la absoluta imposibilidad de un nuevo y repentino ascenso revolucionario.

22. – Falsa teoría de la coexistencia en el mundo de Estados capitalistas y socialistas, máscara de la realidad del contenido capitalista de la construcción social del poder ruso. Un Estado proletario (hoy inexistente) si no declara una guerra santa de naciones socialistas contra naciones capitalistas, declara y mantiene la guerra de clase en el interior de los países burgueses, preparando a los proletarios para la insurrección como en el programa de los partidos comunistas.
En perfecta coherencia con todo un pasado cada vez más abiertamente contrarrevolucionario, Rusia y los partidos afiliados han modernizado la teoría de la colaboración permanente entre las clases, postulando la convivencia pacífica en el mundo entre los Estados capitalistas y socialistas. Se ha sustituido la lucha entrelos Estados por la emulación pacífica entre los Estados, enterrando una vez más la doctrina del marxismo revolucionario. Un estado socialista, si no declara una guerra santa a los Estados capitalistas, declara y mantiene la guerra de clase en el interior de los países burgueses, preparando teórica y prácticamente a los proletarios para la insurrección, siendo así perfectamente fiel al programa de los partidos comunistas, los cuales, considerando indigno ocultar sus ideas y propósitos («Manifiesto de los Comunistas» 1848), enseñan y preconizan precisamente la destrucción violenta del poder burgués.
Por lo tanto, los Estados y partidos que solo adelantan la hipótesis de la «convivencia» y de la emulación entre los Estados, en vez de hacer la propaganda de la absoluta incompatibilidad entre las clases enemigas y de la lucha armada para la liberación del proletariado del yugo del capitalismo, no son en realidad ni Estados ni partidos revolucionarios, y su fraseología enmascara el contenido capitalista de su estructura.
La permanencia de esta ideología en el proletariado representa una trágica rémora, sin cuya separación no habrá un nuevo ascenso de clase.

23. – Rechazo del método pacifista, con el cual se quiere cubrir el escandaloso cambio de opinión en la evaluación del capitalismo imperialista americano, invocado ayer como salvador del proletariado europeo, y definido hoy como explotador y agresor, caracteres ya manifiestos desde sus orígenes y agigantados con la intervención en la primera guerra mundial.
El oportunismo político de la tercera oleada se muestra más abyecto y vergonzoso que los precedentes, al pescar en el elemento más repugnante: el pacifismo.
La maniobra que consistió en alternar el pacifismo y el guerrillerismo, esconde el triple y escandaloso viraje en la valoración del capitalismo imperialista anglo-americano: imperialista en 1939, democrático y «libertador» del proletariado europeo en 1942, imperialista nuevamente hoy.
En lo que concierne a su carácter reaccionario e imperialista, el capitalismo americano mostró, aunque en menor medida, poseer una poderosa vitalidad ya en la época de la primera guerra mundial imperialista. Estos aspectos fueron muchas veces puestos en evidencia por Lenin y por la Tercera Internacional durante el período glorioso de la lucha revolucionaria.
Explotando la sugestión que el pacifismo suscita en los proletarios, el oportunismo ejerce sobre ellos una influencia capilar incontrovertible, a pesar de que sea con toda evidencia inseparable del pacifismo social.
La defensa de la paz y de la patria, elementos propagandísticos comunes a todos los Estados y partidos que conviven en la ONU, nueva edición de la Sociedad de las Naciones – sociedad de «bandoleros» según la definición de Lenin – constituyen los principios del oportunismo y se apoyan en la colaboración de clase.
Los oportunistas de hoy en día demuestran estar por entero fuera del proceso revolucionario, e incluso por debajo de los utopistas, Saint-Simon, Owen, Fourier, y del propio Proudhon.
El marxismo revolucionario rechaza el pacifismo como teoría y como medio de propaganda, subordinando la paz al derrocamiento violento del imperialismo mundial: no habrá paz hasta tanto todo el proletariado mundial no sea liberado de la explotación burguesa. Denuncia, además, el pacifismo como arma del enemigo de clase para desarmar a los proletarios y sustraerlos a la influencia de la Revolución.

24. – Rechazo de la desembozada teoría de la colaboración entre las clases dentro de los poderes nacionales, condicionada sólo por la evitada guerra abierta entre occidente y Rusia, y por una orientación de vaga democracia y reformismo en los cuadros constitucionales. El desarme de las fuerzas revolucionarias realizado por el estalinismo es aún más vergonzoso que el ofrecido a las burguesías por los socialpatriotas del 1914 y los ministerialistas a la Millerand, Bissolati, Vandervelde, MacDonald y compañía, derrotados por Lenin y por la Tercera Internacional.
Habiéndose vuelto ya una praxis habitual el tender puentes a los partidos del imperialismo para constituir con ellos gobiernos nacionales de «unidad nacional» entre las clases, el oportunismo estalinista realiza esta aspiración en el organismo interestatal supremo, la ONU, afirmando su disponibilidad para una cada vez mayor e ilimitada colaboración interclasista, con tal de que sea evitada la guerra entre los dos bloques imperialistas contendientes, y que los aparatos represivos de los Estados sean camuflados con una vaga democracia y con el reformismo.
Allí donde el estalinismo domina por completo, ha realizado este postulado inaugurando poderes nacionales, en los cuales figuran todas las clases sociales. Con los mismos pretende armonizar los intereses antagónicos respectivos, como lo demuestra el bloque de las cuatro clases en China, donde el proletariado, lejos de haber conquistado el poder político, sufre la incesante presión del joven capitalismo industrial, cargando con las costes de la «Reconstrucción Nacional», en la misma proporción que los proletarios de todos los otros países del mundo.
El desarme de las fuerzas revolucionarias, ofrecido a la burguesía por los socialpatriotas en 1914 y por los ministerialistas a la Millerand, Bissolati, Vandervelde, MacDonald y cía., fustigados y batidos por Lenin y por la Internacional, empalidece frente al colaboracionismo vergonzoso y desfachatado de los socialpatriotas y de los ministerialistas de hoy en día. La Izquierda italiana, así como se oponía al «gobierno de los obreros y de los campesinos», considerándolo, o una réplica de la dictadura del proletariado – y por ello equívoco y pleonástico –, o distinto de la dictadura del proletariado – y por ello inaceptable –, rechaza con mayor razón la abierta teoría de la colaboración de clases, aun cuando ésta fuese planteada como condición táctica transitoria, reivindicando para el proletariado y para el partido de clase el monopolio incondicional del Estado y de sus órganos, su dictadura de clase unitaria e indivisible.

IV. – Acción del Partido en Italia y en otros países en 1952

La historia del movimiento proletario revolucionario muestra que, en el curso del período capitalista, hay fases de gran presión y avance; fases de abrupto y lento retroceso, por derrota o degeneración; y fases de larga espera antes de la recuperación.
En el sentido correcto del determinismo histórico, se considera que, mientras el desarrollo del tipo de producción capitalista en los países individuales y como extensión en todo el mundo prosigue sin cesar o casi sin cesar en el aspecto técnico, económico y social, las alternativas de las fuerzas de clase en colisión están ligadas a los acontecimientos de la lucha histórica general, a las batallas ganadas y perdidas y a los errores de método estratégico.
El partido realiza análisis, comparaciones y comentarios sobre hechos recientes y contemporáneos para confirmar esta tesis; excluye todo trabajo doctrinal que tienda a fundar nuevas teorías y suponga que los hechos no pueden ser explicados por la teoría fundamental.

1. – La historia del capitalismo desde su aparición presenta un desarrollo irregular con un ritmo periódico de crisis, que Marx establecía como aproximadamente decenal y precedido de períodos de intenso y continuo desarrollo.
Las crisis son inseparables del capitalismo que, sin embargo, no cesa de crecer, de extenderse y de dilatarse, mientras las fuerzas maduras de la revolución no le hayan asestado el golpe final. Paralelamente, la historia del movimiento proletario demuestra que en el curso del período capitalista existen fases de gran presión y de avance, fases de brusco y lento repliegue debido a derrotas y degeneraciones, y fases de larga espera antes del nuevo ascenso. La Comuna de París fue derrotada violentamente, y le siguió un período de desarrollo relativamente pacífico del capitalismo, durante el cual precisamente se engendraron teorías revisionistas y oportunistas, como demostración del repliegue de la revolución.
La Revolución de Octubre fue derrotada a través de una lenta involución, que culminó con la supresión violenta de sus artífices supervivientes. Desde 1917, la revolución es la gran ausente y aún hoy aparece como no inminente el nuevo ascenso de las fuerzas revolucionarias.

2. – A pesar de estos retornos, el tipo capitalista de producción se extiende y se afirma en todos los países, sin o casi sin interrupción en el aspecto técnico y social. Las alternativas de las fuerzas de clase en choque, por el contrario, están ligadas a las vicisitudes de la lucha histórica general, al contraste (ya potencial en los albores de la dominación burguesa sobre las clases feudales y precapitalistas) y al proceso político evolutivo de las dos clases históricas contendientes, burguesía y proletariado, proceso marcado por victorias y derrotas, por errores de método táctico y estratégico. Los primeros enfrentamientos remontan ya a 1789, llegando hasta hoy a través de los de 1848, 1871, 1905 y 1917, durante los cuales la burguesía ha afinado sus armas de lucha contra el proletariado, en la misma medida creciente de su desarrollo económico.
En contrapartida el proletariado, frente a la extensión y al crecimiento gigantesco del capitalismo, no siempre ha sabido aplicar sus energías de clase con éxito, recayendo después de cada derrota en las redes del oportunismo y de la traición, y permaneciendo alejado de la revolución por un período de tiempo cada vez más largo.

3. – El ciclo de las luchas afortunadas, de las derrotas, aun las más desastrosas, y de las olas oportunistas en las que el movimiento revolucionario sucumbe a la influencia de la clase enemiga, representan un vasto campo de experiencias positivas, a través del cual se desarrolla la madurez de la revolución.
Las reanudaciones después de las derrotas son largas y difíciles; en ellas el movimiento, aunque no aparezca en la superficie de los acontecimientos políticos, no rompe su continuidad, sino que, cristalizado en una vanguardia restringida, prosigue la exigencia revolucionaria de clase.
Períodos de depresión política: de 1848 a 1867, de la segunda revolución parisina a la víspera de la guerra franco-prusiana, período en el cual el movimiento revolucionario se encarna exclusivamente en Engels, Marx y un restringido círculo de camaradas. De 1872 a 1889: de la derrota de la Comuna de París al inicio de las guerras coloniales y a la reapertura de la crisis capitalista que llevará a la guerra ruso-japonesa, y luego, a la primera guerra mundial; durante este período de rentrée del movimiento, la inteligencia de la Revolución está representada por Marx y Engels. De 1914 a 1918: período de la primera guerra mundial, durante el cual se desmorona la Segunda Internacional, Lenin con otros camaradas de unos pocos países lleva el movimiento adelante.
En 1926 se ha iniciado otro período desfavorable de la revolución, durante el cual se ha liquidado la victoria de Octubre. Solo la Izquierda italiana ha mantenido intacta la teoría del marxismo revolucionario y solo en ella se ha cristalizado la premisa de la reanudación de clase. Las condiciones del movimiento empeoraron ulteriormente, durante la segunda guerra mundial, habiendo arrastrado la guerra a todo el proletariado al servicio del imperialismo y del oportunismo estaliniano.
Hoy estamos en el centro de la depresión y no es concebible una reanudación del movimiento revolucionario sino en el curso de muchos años. La longitud del período está en relación con la gravedad de la ola degenerativa, además de la concentración de las fuerzas capitalistas adversas. El estalinismo reúne las peores características de las dos oleadas precedentes del oportunismo, paralelamente al hecho de que el proceso de concentración capitalista hoy es de lejos superior a lo que lo fuera inmediatamente después de la primera guerra mundial.

4. – Hoy, en la plenitud de la depresión, a pesar de restringirse mucho las posibilidades de acción, el partido, siguiendo la tradición revolucionaria, no pretende sin embargo romper la línea histórica de la preparación de una futura reanudación en gran escala del movimiento de clase, que haga suyos todos los resultados de las experiencias pasadas. De la restricción de la actividad práctica no deriva la renuncia a los postulados revolucionarios. El partido reconoce que la restricción de ciertos sectores es cuantitativamente acentuada, pero no por ello cambia el conjunto de los aspectos de su actividad, ni renuncia expresamente a ellos.

5. – La actividad principal, hoy, es el restablecimiento de la teoría del comunismo marxista. Estamos aún en el arma de la crítica. Para ello el partido no lanzará ninguna teoría nueva, reafirmando la plena validez de las tesis fundamentales del marxismo revolucionario, ampliamente confirmadas por los hechos, y numerosas veces pisoteadas y traicionadas por el oportunismo para cubrir la retirada y la derrota.
La Izquierda italiana, así como ha combatido siempre a todos los revisionistas y a los oportunistas, hoy denuncia y combate como a tales a los estalinistas.
El partido basa su acción en posiciones anti-revisionistas. Lenin desde su aparición en la escena política, combatió el revisionismo de Bernstein, y restauró la línea de principio, demoliendo las premisas de las dos revisiones: socialdemocrática, y socialpatriótica.
La Izquierda italiana denunció desde que nacieron las primeras desviaciones tácticas en el seno de la Tercera Internacional como los primeros síntomas de una tercera revisión, que hoy se ha delineado en pleno y que reúne en sí los errores de las dos precedentes.
Precisamente porque el proletariado es la última clase que será explotada y que no sucederá, pues, a ninguna otra en la explotación de otras clases, la doctrina ha sido construida con el nacimiento de la clase y no puede ser cambiada ni reformada.
El desarrollo del capitalismo desde su nacimiento hasta hoy ha confirmado y confirma los teoremas del marxismo, tal como están enunciados en los textos, y toda pretendida «innovación» o «enseñanza» de estos últimos treinta años solo confirma que el capitalismo vive aún y que debe ser abatido.
Por tanto, el punto central de la actual posición doctrinaria del movimiento es este: ninguna revisión de los principios originarios de la revolución proletaria.

6. – El partido realiza hoy un trabajo de registro científico de los fenómenos sociales, a fin de confirmar las tesis fundamentales del marxismo. Analiza, confronta y comenta los hechos recientes y contemporáneos. Repudia la elaboración doctrinaria que tiende a fundar nuevas teorías o a demostrar la insuficiencia de la doctrina en la explicación de los fenómenos.
Todo este trabajo de demolición (Lenin en su obra «¿Qué hacer?») del oportunismo y del desviacionismo constituye hoy la base de la actividad del partido, que continúa incluso en esto la tradición y las experiencias revolucionarias durante los períodos de reflujo revolucionario y de vigoroso florecimiento de teorías oportunistas, que vieron en Marx, Engels, Lenin y la Izquierda italiana sus violentos e inflexibles oponentes.

7. – Con esta justa valoración revolucionaria de las tareas actuales, el partido – aunque poco numeroso y poco ligado a la masa del proletariado, y si bien siempre celoso de la tarea teórica como tarea de primer plano – rechaza absolutamente ser considerado como un círculo de pensadores o de simples estudiosos que buscan nuevas verdades o que han extraviado la verdad de ayer considerándola insuficiente.
Ningún movimiento puede triunfar en la historia sin la continuidad teórica, que es la experiencia de las luchas pasadas. De ello resulta que el partido prohíbe la libertad personal de elaboración y de elucubración de nuevos esquemas y explicaciones del mundo social contemporáneo: prohíbe la libertad individual de análisis, de crítica y de previsión incluso al más preparado intelectualmente de los adherentes, y defiende la solidez de una teoría que no es el resultado de una fe ciega, sino el contenido de la ciencia de clase proletaria, construido con materiales de siglos, no por el pensamiento de hombres, sino por la fuerza de hechos materiales, reflejados en la conciencia histórica de una clase revolucionaria y cristalizados en su partido. Los hechos materiales no han hecho más que confirmar la doctrina del marxismo revolucionario.

8. – El partido, a pesar del número reducido de sus adherentes, determinado por las condiciones netamente contrarrevolucionarias, no cesa el proselitismo y la propaganda de sus principios en todas las formas orales y escritas, aunque sus reuniones tengan pocos participantes y su prensa difusión limitada. En la fase actual, el partido considera a la prensa como la actividad principal, siendo uno de los medios más eficaces que la situación real permite, para indicar a las masas la línea política a seguir, para una difusión orgánica y más amplia de los principios del movimiento revolucionario.

9. – Los acontecimientos, y de este modo no la voluntad o la decisión de los hombres, determinan así también el sector de penetración en las grandes masas, limitándolo a una pequeña parte de la actividad total. Sin embargo, el partido no pierde ocasión alguna para penetrar en toda fractura, en todo intersticio, sabiendo bien que la reanudación de la acción revolucionaria no tendrá lugar sino después de que este sector se haya ampliado grandemente y llegue a ser dominante.

10. – La aceleración del proceso deriva, además de las profundas causas sociales de las crisis históricas, de la obra de proselitismo y de propaganda con los reducidos medios disponibles. El partido excluye absolutamente que se pueda estimular el proceso con recursos, maniobras o expedientes que se apoyen en aquellos grupos, cuadros y jerarquías que usurpan el nombre de proletarios, socialistas y comunistas. Estos medios, que conformaron la táctica de la Tercera Internacional al día siguiente de la desaparición de Lenin de la vida política, no surtieron otro efecto que el de la disgregación del Komintern como teoría organizativa y fuerza operante del movimiento, dejando siempre algún jirón de partido en el camino del «expediente táctico». Estos métodos son retomados y revalorizados por el movimiento trotskista y por la IV Internacional, considerándolos erróneamente como métodos comunistas.
Para acelerar el nuevo ascenso de clase no existen recetas a punto. Para hacer escuchar a los proletarios la voz de clase no existen maniobras y expedientes, que como tales no harían aparecer al partido tal como es verdaderamente, sino una desfiguración de su función, en detrimento y perjuicio de la efectiva reanudación del movimiento revolucionario, que se basa en la real madurez de los hechos y de la correspondiente adecuación del partido, habilitado para ello solamente por su inflexibilidad doctrinaria y política.
La Izquierda italiana ha combatido siempre el expedientismo para permanecer siempre a flote, denunciándolo como una desviación de principio que no tiene nada que ver con el determinismo marxista.
El partido, sobre la línea de experiencias pasadas, se abstiene, pues, de enviar o de aceptar invitaciones, cartas abiertas y consignas de agitación para formar comités, frentes y acuerdos mixtos con cualquier movimiento y organización política.

11. – El partido no oculta que en las fases de reanudación no se reforzará de manera autónoma si no surge una forma de asociacionismo económico sindical de las masas.
El sindicato, a pesar de que no haya estado jamás libre de la influencia de clases enemigas y de que haya funcionado como vehículo de continuas y profundas desviaciones y deformaciones, a pesar de que no sea un instrumento revolucionario específico, es sin embargo objeto de interés para el partido, el cual no renuncia voluntariamente a trabajar en su interior, distinguiéndose netamente de todas las otras agrupaciones políticas. El partido reconoce que hoy puede hacer un trabajo sindical solo de manera esporádica, y en el momento en que la relación numérica concreta entre sus miembros, los simpatizantes, y los organizados en un cuerpo sindical dado resulte apreciable y tal organismo no haya excluido la última posibilidad virtual y estatutaria de actividad autónoma clasista, el partido efectuará la penetración e intentará la conquista de la dirección del mismo.

12. – El partido no desciende de la Fracción Abstencionista, a pesar de que ésta haya desempeñado un gran papel en el movimiento hasta la creación del Partido Comunista de Italia en Livorno en 1921. La oposición en el seno del Partido Comunista de Italia y de la Internacional Comunista no se fundó sobre las tesis del abstencionismo, sino sobre otras cuestiones de fondo. El parlamentarismo, siguiendo el desarrollo del Estado capitalista que asumirá manifiestamente la forma de dictadura que el marxismo descubrió en él desde el inicio, va perdiendo importancia progresivamente. Incluso la aparente supervivencia de las instituciones electorales parlamentarias de las burguesías tradicionales va agotándose cada vez más, quedando solamente una simple fraseología, y poniendo en evidencia en los momentos de crisis social la forma dictatorial del Estado, como último recurso del capitalismo, contra la cual debe ejercerse la violencia del proletariado revolucionario. El partido, por lo tanto, permaneciendo este estado de cosas y las actuales relaciones de fuerza, se desinteresa de las elecciones democráticas de todo tipo y no desarrolla su actividad en ese campo.

13. – La experiencia revolucionaria nos enseña que las generaciones revolucionarias se suceden rápidamente y que el culto de los hombres es un aspecto peligroso del oportunismo, también que el pasaje por desgaste de los jefes ancianos al enemigo y a las tendencias conformistas es un hecho natural confirmado por sus raras excepciones. Por todo esto, el partido presta la máxima atención a los jóvenes y hace el mayor de los esfuerzos para reclutarlos y prepararlos para la actividad política, exenta al máximo de arribismos y apologías de personas.
En el ambiente histórico actual, de alto potencial contrarrevolucionario, se impone la formación de jóvenes elementos dirigentes que garanticen la continuidad de la Revolución. El aporte de una nueva generación revolucionaria es una condición necesaria para la reanudación del movimiento.


Source: «La Izquierda Comunista», No. 1, Noviembre 1995

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