De Espana a America Latina: la democratizacion despliega su papel contrarrevolucionario
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DE ESPAÑA A AMÉRICA LATINA: LA DEMOCRATIZACIÓN DESPLIEGA SU PAPEL CONTRARREVOLUCIONARIO
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De España a América Latina: la democratización despliega su papel contrarrevolucionario
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De España a América Latina: la democratización despliega su papel contrarrevolucionario
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No hace aún cuatro años se iniciaba gradualmente la transformación democrática del Estado español, confirmando una vez más el análisis marxista de la dialéctica histórica acerca de la integraci6n y subordinación del fascismo y la democracia en la estrategia general de la clase dominante.

En Italia y Alemania, la transici6n de la democracia al fascismo había sido lograda sin conmociones en el aparato estatal (aunque sí con el telón de fondo de guerra civil entre proletariado y burguesía), y es en España donde la transición del fascismo a la democracia se logra pacíficamente (y no como resultado secundario de una derrota militar, como en los dos primeros). Así se verificaba luminosamente la teoría y la previsión marxista de la inmediata posguerra:
«
El hecho mismo de que, para extirpar al fascismo, las jerarquías políticas hoy preponderantes hayan sido incapaces de percibir la necesidad de una fase de dictadura y de terror político, afirmaban las Tesis de nuestro Partido en 1946, demuestra que entre el fascismo y ellas no hay antítesis histórica y política, que el fascismo, desde el punto de vista de sus resultados, no puede ser suprimido históricamente por parte de corrientes políticas burguesas o colaboracionistas, que los antifascistas de hoy, bajo la máscara estéril e impotente de la negación del fascismo, son sus continuadores y herederos, y hacen suyo pasivamente todo lo que ha sido determinado y cambiado en el ambiente social italiano durante el periodo fascista» (1).

El fascismo, como forma política de dominación burguesa, expresa en condiciones históricas dadas, como resultado de una guerra civil, las tendencias más totalitarias del capitalismo a escala internacional, en los terrenos económico, social y político, tendencias que, en otras condiciones históricas y bajo otras formas políticas, son igualmente representadas por la democracia cada vez más blindada (2).

Lejos de ver en la restauración democrática española un retorno a la democracia liberal de fin de siglo, un giro atrás de la rueda de la Historia, pudimos seguir en sus manifestaciones la fascistización creciente del conjunto de las relaciones sociales y políticas a través de la consolidación y reforzamiento de los resortes políticos y sindicales de la estrategia democrático-burguesa.

No ha sido un azar si el «pluralismo político» se tradujo inmediatamente en los hechos en la firma del Pacto de la Moncloa, verdadero programa económico, político y social de gobierno, por parte de todo el espectro parlamentario; es decir, para quien sabe leer en marxista por encima de los vaivenes electorales, la partida de nacimiento del partido único de la democracia capaz de restaurar unitariamente la disciplina política y social, razón de ser del fascismo mismo, y que éste ya era incapaz de conseguir (3).

«Desde el punto de vista social, dice uno de nuestros textos clásicos, el fascismo puede definirse como la tentativa de la burguesía (...) de darse una conciencia colectiva de clase, y de contraponer sus propias formaciones y encuadramientos políticos y militares a las fuerzas de clase amenazantes que se determinan en la clase proletaria» (4).
El fascismo reforzaba al Estado por medio del partido único de la clase burguesa; la democracia blindada lo hace a través de la movilización multipartidaria en torno a un programa único. El fascismo defendía al Estado por medio de la violencia oficial y de las guardias blancas; la democracia blindada, ¡que no desdeña en lo más mínimo estos instrumentos!, hace aún más: conjuntamente con sus campañas «antiterroristas», a favor de la delación, del reforzamiento de los órganos de represión, eleva amortiguadores y canales de desagüe de la cólera proletaria, desarrolla la «participación ciudadana» en todos los niveles del Estado, desde los municipios al Parlamento, e instrumenta verdaderas orgías electorales.

«Desde el punto de vista económico», continúa el texto arriba citado, «el fascismo puede definirse como una tentativa de autocontrol y de autolimitación del capitalismo, tendente a frenar con una disciplina centralizada los efectos más alarmantes de los fenómenos económicos que tornan incurables las contradicciones del sistema».
Y los partidos de la Moncloa han regulado (o pretendido regular), a través de una alianza entre el gran capital y sus agentes «obreros», la reestructuración del capitalismo español, las relaciones laborales y las normas de compra-venta de la fuerza de trabajo a escala general.

¿Cómo sorprenderse, pues, que lo que la nueva Constitución española refleja, enuncia, enseña y erige en modelo es una síntesis no superadora, sino integradora del contenido reformista del fascismo con las formas vacías de la democracia, lo que hemos llamado en otro lugar la democracia corporativa? (5).

En el terreno sindical, el corporatismo fascista ha dejado su lugar a un sindicalismo amarillo mil veces más eficaz en su obra antiproletaria. El reconocimiento del derecho de asociación, lo ha sido para las organizaciones de colaboración de clases. El pacto social, explícito ayer e implícito hoy, la movilización de todo el espectro sindical, des de CC.OO. a UGT, pasando por USO y los sindicatos maoístas, en estrategias a veces diferentes pero siempre convergentes en su obra para someter los sobresaltos obreros a las exigencias de la «paz social», en nombre, es inútil decirlo, de esa misma democracia; la obra simultánea de represión, codo a codo con la Guardia Civil, de aquellas franjas de proletarios reacios a los cantos de sirena de las «supremas exigencias nacionales» (los ejemplos se cuentan por decenas: Astilleros de Cádiz, Ascón de Vigo, Cárnicas de Madrid, Metal de Vizcaya, Hospitales de Madrid...); la Ley de Relaciones Laborales y hoy día el proyecto gubernamental de regulación del derecho de huelga, ambas en la más completa continuidad del fascismo (6), todo ello constituye no solo la enésima desmentida de la pretendida convergencia entre las exigencias del asociacionismo obrero y la democracia, sino también la enésima confirmación de la tendencia a la creciente fascistización de los sindicatos en régimen democrático, y de la exigencia histórica de ligar dialécticamente la lucha por el renacimiento de las organizaciones sindicales de clase a la lucha revolucionaria por la dictadura proletaria, la única capaz de revertir el proceso de integración del sindicato en las redes estatales burguesas (característica de base del sindicato fascista).

• • •

Mientras que la socialdemocracia y el stalinismo, pilares esenciales de una democracia viable, habían dado implícita y explícitamente toda clase de garantías a la clase dominante española y a sus padrinos internacionales, haciendo gala de un cinismo abierto proporcional al grado de madurez contrarrevolucionaria de estas corrientes, forjadas en medio de guerras civiles, de guerras internacionales y en contacto estrecho con sus congéneres europeos, el maoísmo podía dar muestra (a la vez que firmaba el famoso enunciado de principios de la «oposición democrática» (7)) de un demagógico y cínico «revolucionarismo», en tanto que el trotskismo hacia alarde de un «revolucionarismo» no cínico, pero no menos demagógico.

El primero había dicho luchar por una «democracia revolucionaria», por el derrocamiento violento del fascismo, por la instauración de una «dictadura obrera y popular», como pasos esenciales de la victoria del socialismo. La verdad prosaica ha sido que se ha movilizado, si, pero para aportar su apoyo al restablecimiento de la paz social (8), movilizándose en estridentes campañas «antiterroristas» y poniendo sus sindicatos al servicio de otros «nuevos planes de desarrollo» de un capitalismo cuya crisis es la prueba de la necesidad material de su destrucción, ofreciéndolos, entre tanto, para la tarea infame de «recuperar» las explosiones obreras que escapan a las grandes confederaciones.

El trotskismo, que en 1962 había reafirmado una vez más su preferencia por un régimen democrático, inscribiendo en su programa la democracia parlamentaria y la Asamblea Constituyente, presentando a la democracia «como un subproducto de un alza revolucionaria del proletariado», y que pretendía «rechazar la eventualidad de (...) un movimiento de masa que se contentaría con arrancar las libertades democráticas instalándose plácidamente en el cuadro tradicional de democracia burguesa parlamentaria» (9), ha terminado - y no podía ser de otro modo - por hacer del «subproducto» su epicentro programático, prefijándose el «perfeccionamiento» de la democracia, la «depuración» de sus órganos legislativos, judiciales y represivos.

La realidad no perdona ningún error teórico, decía Trotsky. Mientras la demagogia cínica del maoísmo desenredaba su madeja contrarrevolucionaria, la demagogia «romántica» del trotskismo era barrida por las fuerzas materiales, terminando no solo como consejero de los grandes sindicatos y partidos «obreros» contrarrevolucionarios (¡cuya unidad parlamentaria o gubernamental seria la expresión de la unidad de la clase obrera!), sino denunciando abiertamente las reacciones de proletarios que, en sobresaltos violentos y espontáneos, se levantaban contra el frente único de la democracia (10).

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Del proletariado de los países industrializados, de Europa en particular, el español es el que menos ha sido rozado por las tradiciones y el virus de la democracia. La alta carga de antagonismos sociales hizo que las efímeras democracias de 1873 y 1931 hayan presidido el desencadenamiento de guerras civiles. Aquí, la burguesía ha debido mantener su dominación de clase blandiendo abiertamente su dictadura sobre un proletariado cuyas revueltas haciendo eco a la lucha revolucionaria del proletariado europeo, se desencadenaron en 1856, 1873, 1934 y 1936.

Cogida en las tenazas de un acelerado desarrollo capitalista que ha agudizado los ya violentisimos antagonismos en las ciudades y los campos, frente a un proletariado que porta consigo un vivo sentimiento de clase y una memoria social grabada a sangre y fuego, la burguesía española, aconsejada y presionada a la vez por las europea y americana que veían en el régimen franquista un elemento no de fuerza, sino de debilidad y desequilibrio en el alineamiento político y estatal del Occidente, ha tratado tardíamente, en medio de la crisis mundial, de introducir por tercera vez la democracia, y de habituar a los proletarios a sus reflejos paralizantes. Pero sus cartas son, relativamente, mucho más reducidas que con las que contó la burguesía italiana, que tras la «Blitzkrieg» del fascismo y la posterior ocupación militar de los Aliados, pudo hacer coincidir la «sed de democracia» inculcada por el stalinismo con un auge económico de casi tres decenios, permitiéndole un respiro capaz de forjar un sólido tejido social y político susceptible de ceñir estrechamente a las más vastas masas y forjar los reflejos del colaboracionismo en generaciones enteras de proletarios. España constituye un eslabón débil del capitalismo euroamericano.

Con la adopción de la Constitución, y las últimas elecciones parlamentarias y municipales, un ciclo se cierra, no en el sentido de la «normalización democrática» (en substancia, ya hace dos años habíamos calificado el régimen en vigor como una democracia típica), sino en el sentido del pleno desarrollo de sus funciones antiproletarias y de la pérdida de las «ilusiones virginales» del «extremismo» democrático.

Y el proletariado español, que en los últimos años ha des plegado enormes energías en defensa de sus condiciones materiales de existencia y de su derecho de asociación, se ha visto en los dos últimos años sin una dirección decidida a librar batalla al frente único de las fuerzas de la democracia. Esto explica el porqué, aún más que la crisis, de la caída de la curva huelguística, a la vez que la radicalización y el trágico aislamiento de luchas puntuales (Ascón, Hospitales, Fasa-Renault...).

La situación tiene, sin embargo, la ventaja de la clarificación. De este periodo rico de experiencias sociales y políticas, sólo el comunismo puede confirmar sus posiciones programáticas y previsiones históricas ante un proletariado que estará constreñido a buscar la vía de la lucha de clase.

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La fase final de la democratización española coincide, en sus grandes líneas, con su fase inicial en toda un área de América Latina. Inspirada por el imperialismo americano y apoyada por las burguesías locales, la democracia moderna - en sus tendencias fundamentales –, plenamente contrarrevolucionaria, hace su aparición en Perú, se anuncia en Brasil y Bolivia, y no es difícil seguir la lenta formación de sus condiciones políticas previas (lo que no significa aún su puesta al orden del día) en Chile y Argentina (11).

Mientras la democracia mexicana se «actualiza», legalizando al PC stalinista, la burguesía brasileña, a través de su portavoz Severo Gomes, dos veces ministro del régimen militar en los últimos catorce años, conjuntamente con el anuncio del programa de la democratización gradual, pacífica y controlada del Estado, demuestra la clara comprensión de la naturaleza histórica de ésta última:
«
Es preciso reconocer que vivimos en una sociedad de clases y, por lo tanto, en una sociedad donde existe permanentemente el conflicto de clases. Es preciso legalizar, institucionalizar y reconocer esta realidad, y tener un modelo político capaz de ajustar y resolver estos conflictos permanentes (...) El problema consiste en que las organizaciones (políticas y sociales) (...) (se atengan a las) leyes que regulen la acción de los diferentes grupos y de las diferentes formas de expresión y de lucha dentro de la sociedad. Se podrá admitir entonces la constitución de estas organizaciones, pero lo importante para su supervivencia es su manera de fortalecer el régimen democrático, las instituciones, el orden jurídico del país (...) Entiendo que estamos en vísperas de una gran decisión nacional. O marchamos siguiendo una visión diferente (de la actual), para la incorporación de la gran mayoría de los brasileños (en la democracia), o estará comprometida la supervivencia del mismo régimen capitalista en el país» (12).

Con el despertar de un movimiento espontáneo de resistencia obrera, se acelera la formación de un peleguismo democrático, formalmente independiente del Estado, como metamorfosis del sindicato estatal dependiente del Ministerio de Trabajo (13), en tanto que la socialdemocracia europea apoya febrilmente no solo la formación de este sindicalismo amarillo parafascista, sino también un gran «partido del trabajo» con los Brizzola y Cía.

Maoístas y trotskistas se emborrachan a su vez con la perspectiva de la Constituyente (tildada de «subproducto de un auge revolucionario»), con una democracia acordada con el beneplácito de la burguesía y el imperialismo.

Pero es en Perú donde se concentra el papel de la democracia, que se presenta en una forma tanto más pura cuanto menos dotado está el capitalismo de amortiguadores sociales. Aquí coexisten en armonía una dictadura militar abierta y represiva y esta expresión máxima de la democracia que es la Constituyente; la represión violenta del movimiento obrero y el apoyo abierto del stalinismo y de las direcciones sindicales confedérales a la política del Estado; el papel contrarrevolucionario de la Constituyente y la fraseología demagógica de una «extrema izquierda» impregnada hasta la médula de legalismo y democratismo (14).

• • •

Las burguesías y los capitalismos nacidos con atraso no recorren el ciclo productivo de los viejos, sino que queman las etapas de un desarrollo que llevó del artesanado a la gran industria. Los capitalismos frágiles y periféricos - pero sólidamente integrados en el mercado mundial y aspirados por el irrefrenable desarrollo burgués - tampoco recorren el ciclo político de sus antepasados europeos, sino que queman, condensan y hasta llegan alguna vez a preludiar las etapas de su desarrollo político, tendiendo a hacer suyas, junto a las formas más modernas de la producción capitalista, las formas más modernas de su dominación.

La España relativamente atrasada, pero con un proletariado rebelde y clasista, tuvo que recurrir a una síntesis de fascismo y bonapartismo para aplastar al proletariado y completar el desarrollo industrial de la sociedad burguesa. Apoyándose en la densa red de relaciones políticas, financieras, económicas y sociales que la ligan a Europa y América, debió quemar las etapas para pasar del régimen franquista a la forma más acabada del blindaje de la democracia totalitaria posbélica.

En América Latina, el peronismo y el varguismo combinaron los primeros pasos de un proceso industrializador con una mixtura original de democracia parlamentaria, de fascistización sindical y de pretorianismo. Con la democratización argentina de l973-76, se dio un ejemplo acabado (que aunque frágil no ha sido menos eficaz) de democracia blindada. En España y América Latina, conjuntamente con el trastrocamiento profundo y generalizado de todas las relaciones sociales, el impetuoso desarrollo burgués de estos últimos tres decenios ha creado un proletariado joven y concentrado que ha pasado por la dura escuela burguesa de la violencia y del terror. Desde la vieja Europa ultracapitalista hasta en lo que es el fundamento del imperio americano, desde las minas de Asturias hasta en las de Bolivia y Perú, desde los cordones industriales de San Pablo, Lima y Córdoba hasta en los de Barcelona, Madrid, Cádiz, Vigo y Bilbao, entre tantos otros, este proletariado ha dado en los últimos años un índice de sus inmensas potencialidades. Febrilmente, las burguesías y el imperialismo tejen una red invisible, pero no menos material y férrea, para aprisionar y adormecer sus músculos vigorosos.

La tarea aún más urgente que nos incumbe es crear precisa mente la condición sine qua non de la integración de las inmensas reservas revolucionarias de este proletariado en la lucha, por fin victoriosa, de la clase obrera internacional: la importación, por primera vez en el área iberoamericana, de la doctrina, los principios y el programa de la revolución comunista mundial; polarizar en torno suyo y, por ende, de la lucha política del Partido, una vanguardia proletaria a la altura de la reanudación teórica, práctica y organizativa con el hilo rojo de la emancipación proletaria, fuera de la democracia y contra ella.

Notes:
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  1. «La classe dominante italiana e il suo Stato nazionale», vuelto a publicar en «Per l'organica sistemazione dei principi comunisti», Edizioni Il Programma Comunista. [back]
  2. Cf. «El ciclo histórico de la economía capitalista» y «El ciclo histórico de la dominación política de la burguesía» en el n° 21 de esta revista, setiembre de 1976. [back]
  3. Ya lo decía un año antes, con su habitual claridad, el PCE:
    «El país busca con preocupación (...) la salida a una situación con negros nubarrones en el horizonte (...) Por eso los sectores más realistas de la derecha económica y política han empezado a plantearse el problema de los interlocutores válidos. Por eso la oposición ha empezado a unirse, con la mirada puesta en la ruptura democrática pactada. Se trata de llenar el vacío político (...) de llenar ese vacío con un poder ampliamente representativo (...) Un poder que represente el país real». Entonces, «nuestro país respirará tranquilo» (Pilar Brabo en «Cambio», 16 del 12.IV.76).
    [back]
  4. Cf. «El ciclo histórico de la economía capitalista» y «El ciclo histórico de la dominación política de la burguesía» en el n° 21 de esta revista, setiembre de 1976. [back]
  5. Cf. «Nuestro 'saludo' a la nueva Constitución española» en el n° 29 de esta revista, diciembre 1978-febrero 1979, y «¡Abajo la Constitución!», «El Comunista», n° 17, noviembre de 1978. [back]
  6. Cf. «El Comunista», n° 13, mayo de 1978, y n° 23, mayo de 1979. [back]
  7. Se trata de la declaración del 14.1. 1976, firmada, entre otros, por el PSOE, PCE y los tres partidos maoístas PTE, ORT y MC, donde se decía que era «preciso lograr la ruptura del régimen para que no se produzca la ruptura de la sociedad». [back]
  8. Su diligencia fue tanta que estos falsos quijotes de la República «popular revolucionaria»... llamaron a votar por la Constitución monárquica. Meses antes, en junio de 1978, firmaron conjuntamente con la extrema derecha, con el partido del gobierno UCD, con el PSOE y el PCE, una dec1aración donde se comprometían
    «
    a actuar solidariamente y con toda energía en aquellos casos en que se produzca cualquier hecho violento, venga de donde venga, que afecte la convivencia democrática» («El País», 10.VI.1978). [back]
  9. Cf. la Resolución adoptada por el Secretariado internacional de la IV Internacional en julio de 1962 y «Espagne, maillon le plus faible de la chaîne capitaliste européenne» (1.VT. 1972) publicados nuevamente en «Espagne, l'agonie du franquisme» («Cahier Rouge», n° 5). [back]
  10. Cf. «Las luchas en el Metal», «El Comunista», n° 14, julio-agosto de 1978. [back]
  11. Cf. «La función del terror burgués», «El Proletario», n° 2, diciembre de 1978. [back]
  12. Cf. «Coyuntura Brasileira», oct-nov-dic. de 1978. [back]
  13. Cf. «Peleguismo democrático», «El Proletario», n° 4, mayo de 1979. [back]
  14. Cf. «Los trotskistas y su vía peruana al socialismo», «El Proletario», n° 3, febrero de 1979. [back]

Source: «El Programa Comunista», N° 31, Junio-Setiembre de 1979, pp.1-7

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